ESCENA PRIMERA

Una noche, a fines de la primavera del año siguiente. Aparecen la cocina y las dos alcobas de la planta alta. Estas últimas están vagamente iluminadas por una vela de sebo cada una.

EBEN se halla sentado sobre el borde del lecho en su aposento, el mentón apoyado sobre los puños, el rostro convertido en un vivo reflejo de la lucha que libra por comprender sus emociones en conflicto. La ruidosa risa y música que llegan de abajo, donde se está bailando una danza en la cocina, lo fastidian y distraen. Frunce el ceño al mirar al suelo.

En el cuarto contiguo hay una cuna junto al lecho matrimonial. En la cocina todo es fiesta. El hornillo ha sido retirado para dejarles más espacio a los bailarines. Las sillas, a las cuales se han agregados bancos de madera, están apoyadas contra las paredes. En ellas se hallan sentados, muy apretados los unos contra los otros, los granjeros, con sus esposas y sus hijos de ambos sexos, de las fincas vecinas. Todos charlan y ríen estrepitosamente. A todas luces, tienen algún ruidoso motivo de holgorio en común. Los guiños, los codazos, las miradas de asentimiento significativo no tienen fin, siendo su objeto CABOT, que, en un estado de muy alegre excitación, acrecentada por la cantidad de licor ingerido, está parado cerca de la puerta del foro, donde se encuentra un barrilito de whisky, y les sirve a todos los hombres. En el rincón izquierdo, primer término, y centrando con su marido la atención general, se halla sentada ABBIE en una mecedora, los hombros envueltos en un chal. Está muy pálida, el rostro enjuto y extenuado y los ojos clavados ansiosamente en la puerta abierta, como si esperara a alguien.

El músico está afinando su violín, sentado en el rincón más lejano de la derecha. Es un joven delgado, de rostro alargado y enfermizo. Sus ojos sin brillo parpadean incesantemente y sonríe a su alrededor con aire taimado y voraz malicia.

ABBIE (volviéndose bruscamente hacia una muchacha que está a su derecha):

¿Dónde está Eben?

LA MUCHACHA (contemplándola desdeñosamente):

No lo sé, señora Cabot. Hace muchísimo tiempo que no veo a Eben. (Con tono significativo.) Según parece, Eben se ha pasado la mayor parte del tiempo en casa desde que usted vino.

ABBIE (con tono vago):

Yo le reemplacé a su madre.

LA MUCHACHA:

Sí… Eso he oído decir.

(Se vuelve para transmitirle esta pequeña habladuría a su madre, sentada a su lado. Abbie se vuelve hacia su izquierda e interroga a un hombre corpulento y gordo, de edad madura, cuyo enrojecido rostro y saltones ojos revelan la cantidad de licor consumida.)

ABBIE:

¿Usted no ha visto a Eben?

EL HOMBRE:

No. (Y agrega, con un guiño:) Si no le ha visto usted…

ABBIE:

Es el mejor bailarín del distrito. Debiera venir a bailar.

EL HOMBRE (con un guiño):

Puede ser que esté cumpliendo con sus deberes a conciencia y paseando al niño para dormirle. Es varón…, ¿verdad?

ABBIE (asintiendo, con aire vago):

Sí… Nació hace quince días… Es hermoso como un ángel.

EL HOMBRE:

Todos lo son… para sus madres. (En un susurro, con un codazo y una mirada de soslayo.) Oiga, Abbie… ¡Si algún día se cansa de Eben, acuérdese de mí! ¡No lo olvide! (Mira el incomprensivo rostro de Abbie y gruñe con disgusto.) Bueno… Creo que voy a echar otro trago.

(Se levanta y va hacia Cabot, que está discutiendo ruidosamente con un viejo granjero sobre las vacas. Todos beben.)

ABBIE (sin dirigirse esta vez a nadie en particular):

Me pregunto qué estará haciendo Eben…

(Su observación es repetida a lo largo de la fila de invitados, con muchas risitas y carcajadas, hasta llegar al violinista. Éste posa sus parpadeantes ojos sobre Abbie.)

EL VIOLINISTA (alzando la voz):

¡Creo poder decirle qué está haciendo Eben, Abbie! Está en la iglesia rezando en acción de gracias.

(Risitas expectantes de la concurrencia.)

EL HOMBRE:

¿Por qué?

(Nuevas risitas.)

EL VIOLINISTA:

Porque ha tenido… (Vacila el tiempo exacto y nada más.) ¡un hermano!

(Una tempestad de risas. Todos miran a Abbie y Cabot. Ella está ensimismada mirando la puerta. Cabot, aunque no ha oído las palabras, se siente irritado ante las risas y se adelanta, mirando furiosamente.)

CABOT:

¿Qué están balando todos ustedes… como un rebaño de cabras? ¿Por qué no bailan, malditos sean? Les he invitado a bailar…, a comer, a beber y divertirse…, ¡y se ponen a cacarear como un grupo de gallinas mojadas y con moquillo! ¿Acaso no se han bebido mi aguardiente y engullido mis comestibles como marranos? Entonces… ¿no pueden bailar para mí? Es lo justo…, ¿verdad?

(Por la rueda circula un murmullo de disgusto, pero es evidente que todos temen demasiado a Cabot para expresarlo en forma abierta.)

EL VIOLINISTA (ladinamente):

Estamos esperando a Eben.

(Risas reprimidas.)

CABOT (con salvaje regocijo):

¡Al diablo con Eben! ¡Ahora he terminado con Eben! ¡Tengo un nuevo hijo! (Su humor cambia de rumbo con brusquedad de borracho.) ¡Pero ustedes no tienen por qué burlarse de Eben! ¡Ninguno de ustedes! ¡Es de mi sangre, aunque sea un estúpido! ¡Vale más que cualquiera de ustedes! ¡Es capaz de hacer en el día casi tanto trabajo como yo… y ponerlos en ridículo a todos ustedes!

EL VIOLINISTA:

¡Y también es capaz de hacer un buen trabajo de noche!

(Una tempestad de carcajadas.)

CABOT:

¡Rían, malditos estúpidos! De todos modos, tienes razón, violinista. ¡Eben puede trabajar día y noche, como yo, en caso de necesidad!

UN VIEJO AGRICULTOR (desde atrás del barrilito, donde se está balanceando en su borrachera, con gran sencillez):

No hay muchos que puedan hacer lo que tú, Ephraim…, un hijo a los setenta y seis. ¡Vaya con la fuerza que tienes! Yo, con sesenta y ocho años apenas, no podría hacerlo.

(Una tempestad de risas, a la cual Cabot se adhiere estrepitosamente.)

CABOT (dándole una palmada en la espalda):

Lo siento por ti, Hi. ¡Nunca habría sospechado semejante debilidad en un muchacho como tú!

UN VIEJO AGRICULTOR:

Y yo tampoco la sospeché de ti, Ephraim.

(Otro estallido de risas.)

CABOT (repentinamente ceñudo):

Tengo muchas debilidades…, muchísimas…, la gente no lo sabe. (Volviéndose hacia el violinista.) ¡Vamos, violinista! ¡Maldito seas! ¡Dales algo con que bailar! ¿Qué eres tú? ¿Un adorno? ¿No es esto una celebración? ¡Entonces, engrásate el codo y adelante!

EL VIOLINISTA (aferra el vaso que le tiende un viejo agricultor y lo apura):

¡Allá va! (Comienza a tocar «La Dama del Lago». Cuatro jóvenes y cuatro muchachas se distribuyen en dos filas y bailan una contradanza. El violinista grita instrucciones para los distintos movimientos, siguiendo con sus palabras el ritmo de la música y salpicándolas con festivas observaciones personales dirigidas a los bailarines. La gente sentada a lo largo de las paredes marca el compás con los pies y golpea las manos al unísono. Cabot se muestra particularmente activo en ese sentido. Sólo Abbie revela apatía, contemplando la puerta como si estuviese sola en una habitación silenciosa.) ¡Haz pasar a tu dama a la derecha! ¡Eso es, Jim! ¡Dale un abrazo de oso! ¡Su mamá no mira! (Risas.) ¡Cambien de parejas! Eso te conviene ahora que tienes delante a Rubén…, ¿verdad, Essie? Mírenla cómo se ruboriza… Bueno… La vida es corta y también lo es el amor, como dice la gente.

(Risas.)

CABOT (con excitación, golpeando el suelo con el pie):

¡Adelante, muchachos! ¡Adelante, niñas!

EL VIOLINISTA (guiñándoles el ojo a los demás):

¡Eres el más ágil de Ios hombres de setenta y seis años que yo haya visto, Ephraim! Sólo te faltaría tener buena vista… (Risas repetidas. El violinista no le da a Cabot oportunidad de contestar y brama.) ¡Paseen! ¡Estás caminando como una novia por la nave, Sara! Bueno. ¡Mientras hay vida hay esperanza, según dicen! ¡Pasa a tu dama a la izquierda! ¡Dios Todopoderoso, miren cómo pisa Johnny Cook! No le quedarán muchas fuerzas para segar el maíz mañana.

(Risas.)

CABOT:

¡Adelante! ¡Adelante! (Luego, de improviso, incapaz de contenerse por más tiempo, salta al centro del grupo de los bailarines, dispersándolos, agitando los brazos furiosamente.) ¡Todos ustedes son unos caballos! ¡Afuera! ¡Háganme lugar! ¡Yo les enseñaré a bailar! ¡Son demasiado flojos!

(Los aparta con rudeza. Los bailarines se agolpan contra las paredes, murmurando, mirando a Cabot con resentimiento.)

EL VIOLINISTA (con tono burlón):

¡Vamos, Ephraim! ¡Vamos!

(Comienza a ejecutar un baile popular, acelerando el compás poco a poco, hasta que, finalmente, toca con la velocidad más frenética que puede.)

CABOT (empieza a bailar, cosa que hace muy bien y con tremendo vigor. Luego se dedica a improvisar, hace grotescas cabriolas casi inverosímiles, saltando y golpeando los talones entre sí, brincando en círculo con el cuerpo doblado, en una danza guerrera india, y luego, irguiéndose súbitamente y saltando a la mayor altura posible, con ambas piernas. Parece un mono que bailara sujeto a una cuerda. Y mientras tanto, matiza sus cabriolas con gritos y comentarios burlones.):

¡Anda! ¡Esto sí que es bailar, para que vean! ¡Anda! ¡Miren esto! ¡Vaya con mis setenta y seis años! ¡Soy duro como el hierro todavía! ¡Les gano a los jóvenes, como siempre! Los invitaría a bailar cuando cumpla los ciento, sólo que entonces todos estarán muertos. ¡Son una generación débil! ¡Sus corazones son rosados, no rojos! ¡Sus venas están llenas de barro y de agua! Yo soy el único hombre del distrito. ¡Anda! ¡Miren esto! ¡Soy un indio! ¡He matado a indios en el Oeste antes que ustedes nacieran!… ¡Y les he quitado el cuero cabelludo también! ¡En la espalda tengo una herida de flecha, que puedo mostrarles! Toda la tribu me dio caza. Yo corrí con más rapidez que ellos…, ¡con la flecha clavada en la espalda! Y me vengué. ¡Diez ojos por ojo, ése fue mi lema! ¡Anda! ¡Mírame! ¡Puedo golpear con el pie el cielo raso! ¡Anda!

EL VIOLINISTA (dejando de tocar, exhausto):

Dios Todopoderoso, no puedo más. Tienes las fuerzas del diablo.

CABOT (encantado):

¿Te vencí también a ti? Pues has tocado con mucha rapidez. Bebe un trago.

(Sirve whisky para sí y para el violinista. Beben. Los demás observan a Cabot en silencio, con ojos fríos, hostiles. Pausa de silencio total. El violinista descansa. Cabot se reclina contra el barrilito, jadeante, mirando en torno con ojos turbios. En el aposento de arriba, Eben se levanta y va de puntillas hacia la puerta del foro, apareciendo un momento después en la otra alcoba. Avanza silenciosamente, casi con temor, hacia la cuna y se detiene mirando al niño. La expresión de su rostro es tan vaga como son confusas sus reacciones, pero hay en él un vestigio de ternura, de emocionado descubrimiento. En el momento en que llega a la cuna, Abbie parece presentir algo. Se levanta con esfuerzo y va hacia Cabot.)

ABBIE:

Voy a ver al niño.

CABOT (con aire realmente solícito):

¿Estás en condiciones de subir la escalera? ¿Quieres que te ayude, Abbie?

ABBIE:

No. Puedo hacerlo. Volveré a bajar pronto.

CABOT:

¡No te fatigues demasiado! Recuerda que él te necesita… ¡Nuestro hijo!

(Sonríe afectuosamente, dándole una palmada en la espalda. Ella rehuye su contacto.)

ABBIE (con aire apagado):

No me… toques. Voy a… subir.

(Sale. Cabot la sigue con la mirada. Por la habitación circula un murmullo. Cabot se vuelve. El murmullo cesa. Cabot se enjuga la frente, que chorrea sudor. Respira de manera jadeante.)

CABOT:

Saldré a tomar aire fresco. Me siento algo aturdido. ¡Sigue tocando, violinista! ¡Bailen todos ustedes! ¡Ahí tienen licor para quien lo quiera! Diviértanse. Volveré.

(Sale, cerrando la puerta en pos.)

EL VIOLINISTA (sarcásticamente):

¡No te apures por nosotros! (Risas reprimidas. Imita a Abbie.) ¿Dónde está Eben? (Más risas.)

UNA MUJER (en voz, alta):

¡Lo ocurrido en esta casa es tan evidente como la nariz que tenemos en la cara!

(Abbie aparece en la puerta de la planta alta y se queda mirando con sorpresa y adoración a Eben, que no la ve.)

UN HOMBRE:

¡Chist! Ephraim es capaz de estar escuchando detrás de la puerta. Eso sería muy propio de él.

(Las voces se extinguen en medio de un intenso murmullo. Los rostros concentran toda su atención en la habladuría. De la habitación surge un rumor que se diría de hojas secas. Cabot ha salido del porche y se queda parado junto a la cerca, apoyado en ella, contemplando el cielo con ojos parpadeantes. Abbie atraviesa silenciosamente el aposento. Eben sólo advierte su presencia cuando Abbie está muy cerca de él.)

EBEN (con sobresalto):

¡Abbie!

ABBIE:

¡Chist! (Le echa los brazos al cuello. Se besan, luego se inclinan juntos sobre la cuna.) ¿Verdad que es hermoso? ¡Tu viva imagen!

EBEN (complacido):

¿Te parece? Yo no sabría decirlo.

ABBIE:

¡Idéntico!

EBEN (frunciendo el ceño):

Esto no me gusta. No me gusta que lo mío sea suyo. Toda la vida me ha pasado lo mismo. ¡Ya no puedo soportarlo más!

ABBIE (poniéndole un dedo sobre los labios):

Estamos obrando lo mejor posible. Hay que esperar. Algo tendrá que suceder. (Le rodea con los brazos.) Debo volver.

EBEN:

Voy a salir. No puedo soportar ese violín y las risas.

ABBIE:

Nada de tristeza. Eben. Bésame.

(Él la besa. Permanecen abrazados.)

CABOT (junto a la cerca, turbado):

Ni siquiera la música puede expulsar ese… algo. ¡Uno le siente caer de los olmos, trepar al tejado, escurrirse por la chimenea, moverse en los rincones! En las casas no hay paz; cuando se vive con la gente, no hay descanso. Algo vive siempre en uno. (Con un profundo suspiro.) Iré al establo a descansar un rato.

(Va con paso fatigado al establo.)

EL VIOLINISTA (afinando):

¡Festejemos el engaño del viejo penco! Podemos divertirnos un poco ahora que se ha marchado.

(Comienza a tocar una canción popular. Ahora, los invitados se divierten de veras. Los jóvenes se levantan, disponiéndose a bailar.)

(Telón.)