ESCENA III

La tiniebla absoluta que reina momentos antes del amanecer. Eben entra por la izquierda y va hacia el porche, tanteando el camino, riendo con amargura y profiriendo maldiciones a media voz.

EBEN:

¡Maldito viejo avaro! (Se le oye entrar por la puerta principal. Hay una pausa mientras sube al primer piso, y luego se oye un sonoro golpe en la puerta del dormitorio de los hermanos.) ¡Despertad!

SIMEÓN (sobresaltado):

¿Quién está ahí?

(Eben abre la puerta de un empujón, entra con una vela encendida en la mano. Se ve el dormitorio de los hermanos. El techo está en declive, como el tejado. Aquéllos sólo pueden erguirse junto a la pared divisoria del primer piso. Simeón y Peter están en una cama doble, en primer término. La pequeña cama de Eben está al fondo. En el rostro de Eben hay una mezcla de tonta sonrisa y de ceño malignamente fruncido.)

EBEN:

¡Soy yo!

PETER (irritado):

¿Qué demonios…?

EBEN:

¡Tengo noticias para vosotros! (Deja escapar una brusca risotada sardónica.)

SIMEÓN (con ira):

¿No podías guardártelas hasta que despertáramos?

EBEN:

Falta poco para que salga el sol. (Estallando.) ¡Ha vuelto a casarse!

SIMEÓN y PETER (con violencia):

¿Papá?

EBEN:

Se ha enredado con una hembra de unos treinta y cinco años… y guapa, a lo que dicen…

SIMEÓN (espantado):

¡Mentira!

PETER:

¿Quién lo dice?

SIMEÓN:

¡Te han estado contando una sarta de embustes!

EBEN:

¿Creéis que soy un bobo? Todo el pueblo lo dice. El predicador de New Dover fue quien trajo la noticia…, se la dijo al nuestro… Fue en New Dover donde se enredó ese estúpido de viejo…; era allí donde vivía la mujer…

PETER (convencido ya y aturdido):

¡La verdad es que…!

SIMEÓN (lo mismo):

¡La verdad es que…!

EBEN (sentándose sobre una de las camas, con maligno odio):

¿Verdad que es un demonio escapado del infierno? Lo ha hecho solamente para fastidiarnos… ¡Maldita sea esa vieja mula!

PETER (después de una pausa):

Ella lo heredará todo ahora.

SIMEÓN:

Claro. (Pausa. Con tono apagado.) Bueno… Si la cosa ya no tiene remedio…

PETER:

Para nosotros no… (Pausa. Persuasivamente.) En los campos de California hay oro, Sim. De nada sirve ahora quedarnos aquí.

SIMEÓN:

Es precisamente lo que yo estaba pensando. (Con decisión.) Tanto da ahora como después. Vámonos esta misma mañana.

PETER:

De acuerdo.

EBEN:

Por lo visto, tenéis ganas de andar.

SIMEÓN (con sarcasmo):

¡Si nos dieras tú más alas, iríamos allá volando!

EBEN:

¿No os gustaría más viajar… en un barco?… (Hurga en su bolsillo y saca una arrugada hoja de papel de barba.) Bueno. Si firmáis esto, podréis ir en barco. Lo tenía preparado por si os marchabais algún día. Este papel dice que, por trescientos dólares a cada uno, consentís en venderme vuestras partes de la granja.

(SIMEÓN y PETER miran con desconfianza el papel. Pausa.)

SIMEÓN (con tono indeciso):

Pero si él ha vuelto a enredarse…

PETER:

¿Y dónde has conseguido ese dinero, por lo demás?

EBEN (astutamente):

Sé dónde está escondido. He esperado largo tiempo… Mamá me lo aconsejó. Supo su escondite por espacio de años, pero esperó… El dinero era suyo…; es el dinero que él obtuvo de la granja, y lo ocultó a mamá. Ahora es mío por derecho.

PETER:

¿Dónde está escondido?

EBEN (astutamente):

Donde nunca lo encontraréis sin mi ayuda. Mamá le espió… Si no hubiera sido por eso, nunca lo hubiera descubierto. (Pausa. Ellos le miran recelosamente, y él a ellos.) Bueno… ¿Os hace el negocio?

SIMEÓN:

No lo sé.

PETER:

No lo sé.

SIMEÓN (mirando por la ventana):

El cielo se está encapotando.

PETER:

Más vale que enciendas el fuego, Eben.

SIMEÓN:

Y que prepares algo de comer.

EBEN:

Sí. (Con afectada y burlesca cordialidad.) Os daré algo bueno. Si pensáis ir a pie a California, necesitaréis algo que se os pegue al riñon. (Se vuelve hacia la puerta, agregando significativamente.) Pero podéis ir en barco si hacemos changa. (Se detiene junto a la puerta y espera. Ellos le miran fijamente).

SIMEÓN (con aire desconfiado):

¿Dónde pasaste la noche?

EBEN (retador):

En casa de Min. (Con lentitud.) Mientras iba allá, creí primero que la besaría. Luego empecé a pensar en lo que me habíais dicho de él y de ella, y me dije: «¡Le romperé la nariz a Min por esto!» Entonces llegué al pueblo y me enteré de la noticia, y me sentí enloquecer y corrí a casa de Min sin saber qué haría… (Se interrumpe, y luego dice con timidez, pero con tono más desafiante.) Bueno… Cuando la vi, no le pegué…, ni tampoco la besé… Empecé a bramar como un carnero y a proferir maldiciones al mismo tiempo, tan enloquecido estaba…, y ella se asustó…, ¡y yo, simplemente, la agarré y la poseí! (Orgullosamente.) ¡Sí, señor! La poseí. Quizá haya sido de él…, y también vuestra…; pero ahora ¡es mía!

SIMEÓN (secamente):

¿Estás enamorado?

EBEN (con altanero desdén):

¡El amor! ¡No creo en esa paparrucha!

PETER (guiñándole un ojo a Simeón):

Puede ser que Eben piense casarse también.

SIMEÓN:

¡Min sería una compañera realmente fiel!

(Él y Peter ríen burlonamente)

EBEN:

¿Qué me importa Min…, salvo que es redonda y tibia! Lo importante es que le ha pertenecido a él…, ¡y que ahora es mía! (Va hacia la puerta, y luego se vuelve con aire rebelde.) Y Min no está tan mal. ¡Apuesto a que las hay peores en el mundo! ¡Esperad a ver esa vaca con quien se enredó el viejo! ¡Presiento que le gana a Min! (Se dispone a salir).

SIMEÓN (repentinamente):

Quizá trates de poseerla también… ¿eh?

PETER:

¡Ja, ja! (Ríe sardónicamente, deleitándose con esta idea).

EBEN (escupiendo con repulsión):

Ella… aquí…, durmiendo con él…, ¡robando la granja de mamá! ¡Preferiría acariciar a una mofeta, o besar a una víbora!

(Sale. Ambos le siguen con la mirada, recelosamente. Pausa. Escuchan los pasos de Eben, que se alejan.)

PETER:

Está encendiendo el fuego.

SIMEÓN:

Me gustaría ir en barco a California… pero…

PETER:

Quizá Min le haya metido algún plan en la cabeza.

SIMEÓN:

Puede ser que todo eso del casamiento de papá sea una mentira. Más vale que esperemos a ver a la recién casada.

PETER:

¡Y no firmes lo que sea hasta que lo hagamos ambos!

SIMEÓN:

¡Ni antes de convencernos de que el dinero es auténtico! (Con sonrisa burlona.) ¡Pero si papá está enredado, le venderíamos a Eben algo que nunca podríamos conseguir de todos modos!

PETER:

Esperemos y se verá. (Con brusca ira vengativa.) ¡Y hasta que él vuelva, dejémonos de trabajar, y que se ocupe Eben de todo, si quiere, y nosotros, a dormir y a comer y a beber aguardiente, y que toda esta maldita granja se vaya al diablo!

SIMEÓN (con excitación):

¡Nos hemos ganado un descanso, caramba! Vamos a divertirnos, por variar. No me moveré de la cama hasta que el desayuno esté listo.

PETER:

¡Y sobre la mesa!

SIMEÓN (después de una pausa, pensativamente):

¿Cómo será, en tu opinión, ella…, nuestra nueva madre? ¿Tal como la supone Eben?

PETER:

Es más que probable.

SIMEÓN (vengativamente):

Bueno… ¡Ojalá sea una bruja que le haga pensar a él: «¡Quisiera estar muerto y viviendo en la boca del infierno para consolarme!»

PETER (fervorosamente):

¡Amén!

SIMEÓN (imitando la voz de su padre):

«Voy en busca del mensaje de Dios en primavera, como los profetas», dijo. ¡Apostaría a que, en aquel momento, él sabía muy bien que iba a putañear! ¡El hediondo viejo hipócrita!

(Telón.)