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Ver no es lo mismo que saber, saber no es lo mismo que prevenir. La certeza puede ser tan mala como la incerteza. Cuando no conoces el futuro, tienes más opciones a la hora de reaccionar.

PAUL MUAD’DIB, Las doradas cadenas de la presciencia

El Oráculo del Tiempo se mantenía al margen. Ella existía desde antes de la formación de la Cofradía Espacial, y en los milenios subsiguientes había visto crecer y cambiar a la raza humana. Había visto sus luchas y sus sueños, sus aventuras comerciales, los imperios que aparecían y las guerras que los hacían desaparecer.

En su mente, en el interior de su cámara artificial, el Oráculo había visto el extenso lienzo del universo infinito. Cuanto más amplios eran sus horizontes temporales, menos importantes eran los individuos o los hechos aislados. Sin embargo, algunas amenazas eran demasiado graves para no hacer caso.

En su búsqueda incansable, el Oráculo del Tiempo había dejado a sus hijos navegantes atrás para poder continuar con su misión en solitario, mientras otras zonas de su vasto cerebro consideraban posibles defensas y métodos de ataque contra el gran y antiguo Enemigo.

Se lanzó deliberadamente al universo alternativo y alterado donde había encontrado y rescatado a la no-nave hacía años. El Oráculo navegó en aquel extraño cenagal de leyes físicas e información sensorial invertida, aunque ya sabía que Duncan Idaho no habría vuelto. Su no-nave no estaba en aquel universo.

Con un pensamiento, volvió al espacio normal. Allí encontró los hilos incorpóreos unidos a través del vacío, un entramado de extensas líneas y conductos que el Enemigo había creado. Los hilos de la red de taquiones se extendían más y más lejos, buscando, como los zarcillos de una mala hierba insidiosa. Durante siglos, el Oráculo había seguido los diferentes hilos de la red en sus giros aleatorios.

Viajó por uno de aquellos hilos, de una intersección a la siguiente. Si los seguía el suficiente tiempo, algún día llegaría al nexo del que todos emanaban, pero las piezas aún no estaban en posición, aún no había llegado el momento de la batalla. Seguir la red de taquiones no le ayudaría, ni le llevaría tampoco hasta Duncan Idaho y la no-nave. Si la red hubiera encontrado la nave perdida, el Enemigo ya la habría capturado. Por tanto, era evidente que tenía que buscar más allá de la red.

Elevándose a la velocidad del pensamiento, el Oráculo pensó con asombro en la sorprendente capacidad de la nave para evitarla, y sin embargo ella conocía muy bien el poder personificado en un kwisatz haderach. Y aquel en concreto, por su destino, era más poderoso que cualquiera de los anteriores. Las profecías así lo decían. Cuando se miraba desde una perspectiva lo bastante amplia, sin duda la historia estaba predeterminada.

Durante decenas de miles de años, trillones de humanos habían demostrado una capacidad de presciencia latente. En mitos y leyendas aparecían una y otra vez las mismas predicciones: el fin de los tiempos, batallas titánicas que provocaban cambios épicos en la historia y la sociedad. La Yihad Butleriana había sido una de estas batallas. Ella también estuvo allí, luchando contra terribles antagonistas que amenazaban con aniquilar a la humanidad.

Y ahora aquel antiguo Enemigo había vuelto, un enemigo todopoderoso que ella había jurado destruir cuando no era más que una mujer llamada Norma Cenva.

El Oráculo continuó la búsqueda por el universo.