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Creamos la historia para nosotros mismos, y tenemos una gran afición por participar en grandes epopeyas.

Instrucción básica Bene Gesserit, Manual de adiestramiento para acólitas

Eran unas embarcaciones extraordinarias, miles y miles alineadas sobre un mar rojo vino. Por encima de sus cabezas, el tono plomizo del cielo creaba una apropiada atmósfera de guerra. La imagen representaba una flota como jamás se había reunido en toda la historia.

—Imponente, ¿no crees, Daniel? —La anciana estaba en pie sobre las tablas gastadas del embarcadero, sonriendo, y miraba a través de aquella extensión de aguas imaginarias a las naves de diseño antiguo, galeras de guerra griegas con afiladas proas y ojos furiosos pintados en ellas. Los trirremes estaban atestados de largos remos accionados por hordas de esclavos.

Sin embargo, el anciano no parecía impresionado.

—Tus símbolos pretenciosos me cansan, Mártir mío. Siempre me han cansado. ¿Estás sugiriendo que tu rostro es digno de lanzar un millar de embarcaciones?

Ella dejó escapar una risa seca.

—No me considero de una belleza clásica, ni tan siquiera me considero particularmente femenino o masculino. Pero sin duda verás que estos acontecimientos se asemejan a los del inicio de la epopeya de la guerra de Troya. Pintemos una imagen apropiada para conmemorarlo.

El objetivo que buscaban tan desesperadamente —la no-nave errante— había vuelto a escapar de la aparente certeza de una trampa preparada con esmero. Seguían sin tener aquello que las predicciones decían que necesitaban.

Con impaciencia y arrogancia —rasgos decididamente humanos, aunque jamás lo habría admitido—, el anciano había decidido lanzar su inmensa flota de todos modos. Aplastar todos los planetas habitados de la Dispersión y los mundos del Imperio Antiguo llevaría su tiempo. Esperaba que, para cuando Kralizec se acercara al final, ya tendrían lo que necesitaban. No había ninguna razón lógica para demorar la campaña.

El anciano miró las galeras simbólicas de madera que se apiñaban en el mar falso hasta el horizonte. Con las velas plegadas, las embarcaciones se mecían y crujían suavemente con el oleaje.

—Nuestra flota es miles de veces más importante que el puñado de botes que se utilizaron en aquella vieja guerra. Y nuestras naves son infinitamente superiores a su tecnología primitiva. Nosotros vamos a conquistar el universo, no un planeta o un país insignificante que ya casi nadie recuerda.

Transfigurada por el espectáculo que había creado, la anciana dobló sus piernas huesudas para sentarse en el embarcadero.

—Siempre has sido tan enloquecedoramente literal que las metáforas te superan totalmente. La guerra de Troya sigue siendo uno de los conflictos más decisivos en la historia de la humanidad. Todavía hoy se la recuerda, aunque han pasado decenas de miles de años.

—Y se recuerda básicamente porque yo conservé los archivos —­dijo el anciano con un bufido—. Ante nosotros tenemos el Kralizec, no una simple escaramuza entre ejércitos bárbaros.

Una piedra apareció en la mano de la anciana, y la arrojó al agua con un fuerte chapoteo. Las ondas desaparecieron rápidamente entre las olas.

—Incluso tú deseas cimentar tu lugar en la historia, ¿no es cierto? Describirte como un gran conquistador. Y para eso hay que prestar atención a los detalles.

El anciano permaneció rígidamente a su lado, evitando la informalidad de sentarse en el suelo.

—Cuando tenga mi victoria, escribiré toda la historia que quiera.

La anciana hizo un esfuerzo mental adicional y las galeras ilusorias de guerra cristalizaron hasta el punto de que en las cubiertas aparecieron unas diminutas figuras a modo de tripulación.

—Ojalá los adiestradores hubieran logrado atrapar la no-nave.

—Los adiestradores han sido castigados por su fracaso —dijo el anciano—. Y mi confianza sigue intacta. Nuestra reciente… conversación con Khrone tendría que haberle ayudado a clarificar sus prioridades.

—Menos mal que no le mataste y desbarataste sus planes con el ghola de Paul Atreides. Ya te he prevenido en otras ocasiones contra la impetuosidad. Mientras no está todo ligado nunca hay que eliminar por completo otras posibilidades.

—Tú y tus estúpidos tópicos.

—Yo siempre en la brecha —replicó ella.

—¿Por qué te tomas tantas molestias por estudiar a los humanos si nuestro objetivo es destruirlos?

—Destruirlos no. Perfeccionarlos.

El anciano meneó la cabeza.

—Y luego dices que yo me propongo tareas imposibles.

—Es hora de atacar.

—Al menos en algo estamos de acuerdo.

Ella hizo una ligera señal con su mentón afilado. Los comandantes con el pecho desnudo que se encontraban en la proa de los trirremes gritaron órdenes. El sonido de pesados tambores de guerra empezó a resonar por los miles de naves griegas, completamente sincronizadas. A cada lado de las naves, las tres hileras de remos se levantaron a la vez, descendieron al agua y empujaron.

Detrás, allí donde los bordes del océano imaginario se desdibujaban y empezaba la realidad, las líneas definidas de una ciudad alta y compleja se resistían al efecto suavizador de la bruma marina. La inmensa metrópoli viva se había extendido por todo el planeta y por varios planetas más.

Cuando las naves de guerra se alejaron, cada una simbolizando un grupo de batalla, las imágenes cambiaron. El mar se convirtió en un océano negro e infinito de estrellas.

El anciano sonrió con satisfacción.

—Ahora la incursión avanzará con mayor vigor. Una vez empiecen los combates reales, no permitiré que malgastes tiempo, energía ni imaginación en esta clase de espectáculos.

La anciana agitó los dedos, como si quisiera ahuyentar a un insecto molesto.

—Mis entretenimientos cuestan muy poco, y jamás he perdido de vista nuestro objetivo. De una forma o de otra, todo cuanto hacemos y vemos tiene un elemento ilusorio. Simplemente, nosotros decidimos qué capas descubrimos. —Se encogió de hombros—. Pero si insistes en acosarme por este asunto, por mí perfecto, podemos volver a nuestras formas originales cuando tú quieras.

En un abrir y cerrar de ojos, las imágenes desaparecieron y los dos se encontraron en medio de una inmensa ciudad caleidoscópica.

—Hemos esperado quince mil años para esto —dijo el anciano.

—Sí, es verdad. Pero para nosotros tampoco es tanto, ¿verdad?