La mente humana no es un rompecabezas, sino un cofre del tesoro que debemos abrir. Si no podemos abrir la cerradura, entonces la romperemos. De una forma o de otra, las riquezas del interior serán nuestras.
KHRONE, comunicado a los Danzarines Rostro
Un frío aguacero caía sobre los océanos de Caladan. Las olas rompían contra las rocas negras y escarpadas, muy por debajo del castillo restaurado. Los pescadores locales habían llevado sus barcos a puerto para dejarlos amarrados, y luego se metieron en sus casas con sus familias. En las oscuras sombras de la memoria cultural, sus antepasados habían amado a su duque, pero ellos no sentían la misma reverencia por los extranjeros que habían reconstruido el antiguo edificio y se habían instalado allí.
Las ventanas de plaz del castillo estaban bien cerradas por la tormenta. Los deshumidificadores eliminaban la humedad omnipresente en el interior. Generadores térmicos instalados detrás de deslumbrantes fuegos holográficos caldeaban el ambiente.
En una cámara con paredes de piedra iluminada por un poderoso fuego artificial, Khrone preparó los instrumentos de tortura y ordenó que trajeran al barón-ghola. El joven Paolo estaba a salvo en su residencia en otro pueblecito, lejos, donde nadie podía encontrarle. Sin embargo, aquel sería el día del barón Vladimir Harkonnen.
Los emisarios espantosamente mejorados de los amos extranjeros estaban en pie contra una de las paredes de piedra, observando, grabando. Sus rostros eran pálidos, salvo por los parches rojos en carne viva y las heridas abiertas de los tubos y los implantes.
La maquinaria producía un perturbador sonido de barboteo y siseo.
Los observadores llevaban años allí, vigilando, siempre vigilando a Khrone y su proyecto. Cada día, esperaba que alguno de ellos se desplomara y se cayera a trozos, pero aquella gente hecha de parches estaba siempre igual, siempre observando, esperando.
Hoy les enseñaría un éxito.
Tres Danzarines Rostro escoltaron al altanero y joven ghola. En su papel de guardias, habían decidido adoptar la apariencia de brutos musculosos capaces de partirle el cuello a alguien con un dedo. El joven Vladimir llevaba el pelo revuelto, como si le hubieran sacado de la cama. Miró a su alrededor con expresión aburrida.
—Tengo hambre.
—Es mejor que no comas. Habrá menos probabilidades de que vomites —dijo Khrone—. Aunque claro, a final del día, un fluido corporal más o menos no cambiará gran cosa.
Vladimir meneó los hombros para que los fornidos guardias le soltaran. Sus ojos se movían a un lado y a otro con recelo, con expresión combativa. Cuando vio las cadenas, la mesa y los aparatos de tortura, el ghola sonrió por la expectación. Khrone señaló con la mano el material.
—Es para ti.
Los ojos de Vladimir se iluminaron.
—¿Voy a aprender técnicas para desollar a la gente? ¿O es algo menos asqueroso?
—Tú serás la víctima.
Antes de que pudiera reaccionar, los guardas lo arrastraron y lo colocaron sobre la mesa. Khrone esperaba ver una expresión de pánico en su cara regordeta. Pero en lugar de renegar, aullar, o resistirse, el joven espetó:
—¿Cómo sé que sabes lo que estás haciendo? ¿Que no lo vas a fastidiar?
El rostro de Khrone formó una sonrisa amable y paternal.
—Aprendo deprisa.
Los emisarios a parches del Exterior intercambiaron una mirada, luego siguieron observando a Vladimir, asimilando en silencio cada instante. Khrone esperaba dar un bonito espectáculo a sus amos lejanos. Los guardas musculosos sujetaron los brazos del joven con correas, luego le esposaron los tobillos.
—Pero no tan fuerte que no pueda retorcerse y resistirse —les ordenó Khrone—. Esa podría ser una parte importante del proceso.
Vladimir levantó la cabeza y la volvió hacia el sonriente Khrone.
—¿Me piensas decir qué vas a hacerme? ¿O adivinarlo forma parte del juego?
—Los Danzarines Rostro hemos decidido que ha llegado el momento de despertar tus recuerdos.
—Bien. Ya me estaba impacientando. —Aquel ghola tenía el don de decir siempre lo inesperado y desorientar a cualquiera que pensara que iba a ganarle la mano. Aquella predisposición suya podía ser un obstáculo para provocar una crisis lo bastante intensa.
—Y mis amos lo exigen —siguió explicando Khrone, aunque hablaba para los emisarios que estaban contra la pared—. Te creamos con un único propósito. Y, antes de que puedas cumplir ese propósito, has de tener tus recuerdos, debes volver a ser el barón.
Vladimir rió entre dientes.
—¿Para qué molestarme?
—Es una tarea para la que estás eminentemente dotado.
—Y ¿cómo sabréis que querré hacerlo?
—Nosotros te ayudaremos. No temas.
Vladimir volvió a reírse, mientras le sujetaban una correa más gruesa al pecho, con largas agujas que se le clavaron en la piel para inducir el dolor. Khrone apretó más la correa.
—No tengo miedo.
—Eso se puede cambiar. —Khrone hizo una señal y sus ayudantes acercaron la Caja de Agonía.
Khrone sabía por el viejo tleilaxu que el dolor era un componente necesario para restituir los recuerdos de un ghola. Y él, un Danzarín Rostro con un conocimiento preciso e íntimo del sistema nervioso del humano y sus centros de dolor, creía estar preparado para la labor.
—¡Hazlo lo peor que puedas! —espetó el joven con una risa gutural.
—Al contrario, lo haré lo mejor que pueda.
La Caja era un aparato muy antiguo utilizado por las Bene Gesserit para provocar y probar. Sus lados planos tenían grabados unos símbolos incomprensibles, incisiones aserradas y complejos dibujos.
—Esto te obligará a explorarte a ti mismo. —Khrone deslizó la mano clara y crispada de Vladimir por la abertura—. Contiene agonía en su forma más pura.
—Estoy impaciente.
Khrone sabía que aquello sería un desafío interesante.
Durante miles de años, los tleilaxu habían creado gholas, y desde los tiempos de Muad’Dib los habían despertado mediante una combinación de angustia y dolor físico que llevaba mente y cuerpo a una crisis primordial. Por desgracia, ni siquiera Khrone sabía qué se necesitaba exactamente para lograr eso. Quizá tendría que haber hecho venir al patético Uxtal de Bandalong para el acontecimiento, aunque dudaba que la ayuda del tleilaxu perdido hubiera servido de nada.
El barón-ghola estaba particularmente maduro para el despertar. Mejor proceder vigorosamente. Khrone colocó una segunda Caja sobre la otra mano de Vladimir.
—Bueno, ya está. Que disfrutes. —Khrone activó los dos aparatos y el joven se sacudió y se convulsionó. Su rostro se puso blanco, sus labios regordetes se cerraban con fuerza sobre los dientes, los ojos estaban apretados con fuerza. Los espasmos le ondulaban el rostro, el pecho, los brazos. Vladimir trató de retirar las manos. Debía de estar sintiendo un auténtico tormento, aunque Khrone no notaba olor a carne quemada, ni veía daño en ningún órgano corporal… eso era lo bueno de la Caja: la inducción nerviosa podía provocar un dolor insoportable, y no hacía falta parar hasta que la mente de la víctima quedara totalmente sobrecargada.
—Puede que nos lleve un rato —dijo Khrone con un suave susurro junto a la frente sudada del joven. E incrementó el nivel de dolor.
Vladimir se estremeció. Sus labios se tensaron en un rictus, pero no gritó. Como el agua que sale a presión de una manguera, la agonía penetraba en el cuerpo del ghola.
A continuación, Khrone introdujo agujas en el cuello, el pecho y los muslos del joven para extraer las sustancias generadas por la adrenalina. Podían utilizarse como precursores para el sustituto naranja de la especia y, con aquella intensidad y pureza, seguro que podía venderlas a las Honoradas Matres de Tleilax. Incluso la Madre Superiora las consideraría de una cosecha excelente. Sí, siempre podía contar con la insaciable necesidad de las rameras de Hellica. Bajo la mirada vigilante de los emisarios mejorados, Khrone demostraría una doble eficacia.
Después de prolongar la tortura durante horas, Khrone desconectó las cajas y miró los ojos llorosos del joven sudado.
—Hacemos esto solo para ayudarte.
El ghola le dedicó una mirada inexpresiva. No había ningún destello de sus recuerdos pasados en sus ojos negro-araña.
—No… es… fácil…
Así que Khrone volvió a colocar las cajas sobre las manos del ghola. Y, sin apenas pensarlo, ordenó que le metieran los pies en otras dos. Cuatro puntos de agonía insoportable. Era un dolor puro, sin filtros, sazonado con adrenalina y adornado con angustia. La tortura siguió resonando y resonando por la mente del ghola, buscando la forma de desatar sus recuerdos escondidos. Vladimir se retorcía, maldecía, y finalmente gritó.
Pero no cambió nada.
Cuando llegó la hora de comer, Khrone invitó a los representantes a parches a acompañarle. Abandonaron la cámara y se sentaron en el salón de comidas, arropados por el sonido de la tormenta. Khrone, que a aquellas alturas esperaba poder celebrar su éxito, había encargado un extenso banquete; así que comieron cada uno de aquellos platos exquisitos y horas después volvieron a las cámaras inferiores. Vladimir seguía retorciéndose, pero aún no daba muestras de ser él mismo.
—Esto podría llevar días —les advirtió Khrone a los emisarios.
—Pues que tome días —contestaron ellos.
El Danzarín Rostro empezaba a cuestionarse sus cálculos, y se dio cuenta de algo que no había previsto: dolor físico no es lo mismo que dolor psíquico. Quizá las Cajas de Agonía no serían suficiente.
Cuando miró a Vladimir, que seguía debatiéndose, cuando miró sus ropas sudadas y la sonrisa desafiante de su rostro sofocado, el Danzarín Rostro se dio cuenta de otro posible problema. La tortura quizá no bastaría simple y llanamente porque aquel ghola disfrutaba con ella.