El manso ve amenazas potenciales por todas partes. El valiente ve beneficios potenciales.
Memorando administrativo de la CHOAM
Más dolor, más torturas, más sustituto de especia. Pero seguía sin conseguir nada que se pareciera mínimamente a progresos en la creación de melange en los tanques axlotl. En otras palabras, lo de siempre.
Uxtal trabajaba en los laboratorios de Bandalong, subordinado a las necesidades de las Honoradas Matres. Al menos, aquellos dos críos ya hacía años que se habían ido: dos motivos menos para estar aterrado. En sus alojamientos, él había seguido tachando los días y buscando la forma de cambiar su situación. De escapar, esconderse. Pero ninguna de las soluciones parecía ni remotamente viable.
Con la excepción de Dios, odiaba a cualquiera que tuviera autoridad sobre él. Más allá de las cosas que sus superiores querían de él, más allá de las mentiras y las excusas que les contaba en relación con su trabajo, Uxtal buscaba señales y portentos, patrones numéricos, cualquier cosa que le revelara el significado de su misión sagrada.
¡Había sobrevivido tanto tiempo que tenía que haber un propósito en aquella pesadilla!
Desde que se llevaron al ghola recién nacido de Paul Atreides, los Danzarines Rostro no le habían ordenado que hiciera nada más, y sin embargo el pequeño investigador no se sentía aliviado. No era libre. Sabía que volverían y le pedirían alguna cosa imposible. Las Honoradas Matres seguían presionándole para que produjera melange auténtica con los tanques axlotl, y él realizaba extravagantes experimentos para demostrar que se esforzaba… aunque no obtuviera resultados.
Ahora que parecía que los Danzarines Rostro no tenían interés por él, estaba completamente a merced de la madre superiora Hellica. Cerró los ojos con fuerza y pensó en lo dura que era su vida desde hacía unos años.
Dado que la Nueva Hermandad había conquistado la mayoría de sus otros enclaves, las Honoradas Matres cada vez necesitaban menos cantidad de droga con base de adrenalina. Pero eso no le hacía las cosas más fáciles. ¿Y si a aquellas terribles mujeres se les metía en la cabeza, que ya no le necesitaban? Ya hacía tiempo que no conseguía progresos y seguro que pensaban que jamás lograría producir melange. (En realidad, él ya hacía años que lo sabía.)
Pensando solo en los negocios, los cargueros de la Cofradía y los mercaderes de la CHOAM iban y venían de las zonas devastadas de Tleilax. Con una neutralidad obligada en el conflicto, comerciaban sin intervenir en política. Las Honoradas Matres necesitaban ciertos suministros y objetos de planetas exteriores, sobre todo con aquellos extraños gustos que tenían en cuestión de ropa, joyas y comidas.
En otro tiempo, las Honoradas Matres habían sido fabulosamente ricas, controlaban el Banco de la Cofradía y llevaban valiosas divisas consigo en sus barridos por los sistemas estelares y planetas, y a su paso dejaban solo tierra quemada. Uxtal no las entendía, no entendía cómo habían podido aparecer unos monstruos semejantes, ni qué los había hecho huir de la Dispersión. Como siempre, a él nadie le decía nada.
— o O o —
Cuando los navegantes de la Cofradía se presentaron ante Hellica y sus rebeldes atrincheradas en Tleilax con una propuesta, Uxtal supo que su pesadilla estaba a punto de empeorar.
Un mensajero llegó a Bandalong desde un carguero que esperaba en órbita. Hellica en persona fue a buscar a Uxtal para escoltarlo ante las miradas recelosas de Ingva y los trabajadores apocados del laboratorio.
—Uxtal, tú y yo viajaremos para reunirnos con el navegante Edrik. Nos espera en el carguero de la Cofradía.
Uxtal se sentía confuso y asustado, pero no podía discutirle. ¿Un navegante? Tragó saliva. Nunca había visto ninguno. Ignoraba por qué le habrían elegido para algo tan importante, pero no podía ser nada bueno. ¿Cómo había sabido el navegante de su existencia? ¿Mediante la presciencia? ¿Tendría alguna oportunidad de escapar, o de conseguir un indulto… o le cargarían con alguna otra tarea imposible?
Cuando ya estaban en el carguero, aunque nadie podía oírles en la cámara acorazada, Uxtal seguía sin sentirse seguro. Permaneció en pie, en silencio, temblando, mientras Hellica caminaba pavoneándose delante del gran tanque blindado. Del otro lado de las paredes curvas de plaz, envuelta en la bruma, la figura de Edrik le pareció tan peculiar que no habría sabido decir si su voz filtrada llevaba una amenaza implícita.
El navegante parecía hablarle a él, no a la Madre Superiora, y eso seguro que la irritaba.
—Los antiguos maestros tleilaxu sabían crear melange con los tanques axlotl. Tú redescubrirás el proceso para nosotros. —El rostro inhumano y distorsionado del navegante flotaba detrás del cristal.
Por dentro Uxtal gimió. Ya había demostrado que no era capaz de hacerlo.
—Yo ya le he dado esa orden —dijo Hellica aspirando—. Durante años me ha fallado una y otra vez.
—Entonces debe dejar de fallar.
Uxtal se retorció las manos.
—No es una tarea sencilla. Mundos enteros de maestros tleilaxu trabajaron durante los tiempos de la Hambruna para perfeccionar ese complejo proceso. Yo soy un hombre solo, y los antiguos maestros no compartieron sus secretos con los tleilaxu perdidos. —Volvió a tragar. Sin duda la Cofradía ya lo sabía, ¿no?
—Si tu gente es tan ignorante, ¿cómo es posible que crearan unos Danzarines Rostro tan superiores? —preguntó el navegante. Uxtal se estremeció, porque (ahora) sabía que su gente no había creado ni a Khrone ni a su raza superior de cambiadores de forma. Por lo visto, se los habían encontrado en la Dispersión.
—No me interesan los Danzarines Rostro —espetó Hellica. Siempre le había parecido que estaba en malos términos con Khrone—. Me interesan los beneficios de la melange.
Uxtal tragó.
—Cuando todos los maestros murieron, sus conocimientos murieron con ellos. He trabajado con diligencia para recuperar esa técnica. —No mencionó que las Honoradas Matres eran responsables de la pérdida de aquellos secretos. Hellica no se tomaba muy bien las críticas, ni siquiera las veladas.
—Entonces enfoca el asunto de otra forma. —Edrik soltó las palabras como un golpe—. Trae a uno de ellos de vuelta.
La idea sorprendió a Uxtal. Ciertamente, podía utilizar un tanque axlotl para resucitar a alguno de los maestros, siempre y cuando tuviera células viables.
—Pero… están todos muertos. Incluso en Bandalong, los maestros fueron asesinados hace muchos años. —Pensó en el joven barón y en Hellica alimentando alegremente a los sligs con miembros de sus cuerpos—. ¿Dónde encontraremos células para un ghola?
La Madre Superiora dejó de andar arriba y abajo como un tigre y se volvió hacia él como si quisiera asestarle una estocada fatal.
—¿Eso es lo único que necesitabas? ¿Unas pocas células? ¿Trece años y no me has dicho que solo necesitabas unas cuantas células para resolver el problema? —Las motas naranjas de sus ojos se encendieron como ascuas.
Él se encogió. Nunca se le había ocurrido.
—¡No pensé en esa posibilidad! Los maestros desaparecieron…
Ella le rugió.
—¿Es que nos tomas por estúpidas, hombrecito insignificante? Jamás prescindiríamos de algo tan valioso. Si me garantizas que el plan de los navegantes puede funcionar, si podemos crear melange y vendérsela a la Cofradía, te daré las células que necesitas.
La enorme cabeza de Edrik se movió arriba y abajo detrás de las paredes de plaz, y sus ojos saltones miraron furiosos al investigador tembloroso.
—¿Aceptas el proyecto?
—Lo aceptamos. Este tleilaxu perdido trabaja para nosotras, y si vive es solo porque nosotras queremos.
Uxtal aún estaba aturdido por la revelación.
—Entonces… ¿alguno de los antiguos maestros sigue con vida?
La extraña sonrisa de Hellica le asustó.
—¿Con vida? En cierto modo. Con la bastante vida para proporcionarte las células que necesitas. —Hizo la reverencia de rigor ante Edrik y cogió a Uxtal del brazo—. Te llevaré hasta ellos. Debes empezar enseguida.
— o O o —
Mientras bajaba con la Madre Superiora al nivel inferior del palacio expropiado de Bandalong, el hedor era cada vez más intenso. Iba dando traspiés, pero ella lo arrastraba como si fuera una muñeca de trapo. Aunque las Honoradas Matres se ataviaban con coloridas telas y adornos estrafalarios, no eran especialmente limpias ni escrupulosas. A Hellica no le molestaba el hedor que salía de las sombrías cámaras que había allí delante; para ella solo era el olor del sufrimiento.
—Aún están vivos, pero no conseguirás nada de sus mentes, hombrecito. —Con el gesto, Hellica le indicó que pasara delante—. No los conservamos para eso.
Con paso vacilante, Uxtal entró en la sala oscura. Oía sonidos barboteantes, el susurro rítmico de respiraciones, sonido de bombeo. Le recordaba la guarida ruidosa de alguna bestia repulsiva. Una luz rojiza se filtraba desde los paneles de luz situados cerca de la puerta y el techo. Mientras sus ojos se adaptaban a la escasa claridad, trató de respirar superficialmente para evitar las arcadas.
Y vio a veinticuatro pequeños hombres, o lo que quedaba de ellos. Contó con rapidez, antes de fijarse en otros detalles, buscando un significado numérico. Veinticuatro… tres grupos de ocho.
Aquellos hombres de piel grisácea tenían los rasgos característicos de los antiguos maestros, los líderes de las castas superiores de Tleilax. Con los siglos, la segregación genética y la consanguinidad habían dado a los tleilaxu perdidos una apariencia muy definida; para alguien de fuera, aquellos pequeños hombres eran todos iguales, pero Uxtal veía enseguida las diferencias.
Todos estaban atados a mesas planas y duras, como si fueran estanterías. Aunque las víctimas estaban desnudas, tenían tantos sensores y tantos tubos conectados que apenas veía sus figuras deterioradas.
—Los maestros tleilaxu tenían la desagradable costumbre de crear continuamente gholas de sí mismos de repuesto. Como si regurgitaran la comida una y otra vez. —Hellica se acercó a una de las mesas y miró al hombre de rostro flácido que yacía allí—. Estos son gholas de uno de los últimos maestros, cuerpos sueltos y que se podían intercambiar cuando se hacían demasiado viejos. —Señaló—: Este se llamaba Waff y tenía tratos con las Honoradas Matres. Lo mataron en Arrakis, creo, y no tuvo la oportunidad de despertar a su ghola.
Uxtal se sentía reacio a acercarse. Perplejo, miró a todos aquellos hombres silenciosos e idénticos.
—¿De dónde salieron?
—Los encontramos almacenados y conservados cuando ya habíamos eliminado a todos los otros maestros. —Sonrió—. Así que destruimos químicamente sus cerebros y les dimos un mejor uso.
Los veinticuatro equipos zumbaban y siseaban. Unos tentáculos y tubos sinuosos que subían hasta la entrepierna de los gholas inconscientes empezaron a bombear. Los cuerpos atados se sacudían, y la maquinaria emitía un fuerte sonido de succión.
—Ahora solo sirven para proporcionar esperma, por si alguna vez decidimos utilizarlo. Y no es que valoremos particularmente el decepcionante material genético de tu raza, pero parece que aquí en Tleilax andáis escasos de hombres decentes. —Se volvió, frunciendo el ceño, mientras Uxtal miraba horrorizado. La mujer parecía estar ocultando algo; sí, Uxtal intuía que no se lo había contado todo.
—En cierto modo, son como tus tanques axlotl. Un buen uso para los machos de tu raza. ¿No es eso lo que los tleilaxu habéis hecho con las mujeres durante milenios? Estos hombres no merecían nada mejor. —Lo miró con suficiencia—. Seguro que estarás de acuerdo.
Uxtal trató de disimular su aversión. ¡Cuánto deben de despreciarnos! Hacer algo así a los machos —incluso a un maestro tleilaxu, que para él eran enemigos— era una monstruosidad. Las palabras de la Gran Creencia dejaban muy claro que Dios había creado a la mujer con el único propósito de procrear. Una hembra no podía servir mejor a Dios que convirtiéndose en un tanque axlotl; su cerebro no era más que tejido externo. Pero pensar en los varones en términos similares era inconcebible. ¡De no haber estado tan aterrorizado, le habría dicho a Hellica un par de cosas!
Sin duda aquel sacrilegio acarrearía sobre ellas la ira de Dios. Antes Uxtal ya despreciaba a las Honoradas Matres. Ahora estaba casi por desmayarse. Las máquinas seguían exprimiendo a los hombres sin cerebro de las mesas.
—Date prisa y toma las muestras celulares —espetó Hellica—. No tengo todo el día, ni tú tampoco. Los navegantes no serán tan comprensivos contigo como yo.