Con frecuencia es más fácil destruirnos los unos a los otros que resolver nuestras diferencias. ¡Es la ironía cósmica de la naturaleza humana!
MADRE COMANDANTE MURBELLA, notas en Casa Capitular
A fin de recoger sus raciones escasas pero desesperadamente necesarias de melange, la Cofradía enviaba regularmente cargueros a Casa Capitular. Las naves llevaban consigo suministros, reclutas para la Nueva Hermandad e información recogida por las naves exploradoras en sus lejanos viajes. Murbella tenía vigilados los enclaves rebeldes de las Honoradas Matres y se preparaba para la próxima ofensiva a gran escala de sus valquirias.
Seis horas antes de la llegada prevista del carguero de la Cofradía, una nave de menor tamaño entró en el sistema. Desde el momento en que salió del espacio plegado, empezó a emitir una señal de emergencia.
La pequeña nave de la Dispersión tenía un diseño oval inusual, motores Holtzman y un campo negativo propio que funcionaba de forma intermitente. Sus tubos de escape expulsaban altos niveles de radiación y seguramente habían resultado dañados durante el precipitado viaje hasta allí. Se acercó con maniobras erráticas.
En cuanto se le notificó su presencia, Murbella corrió al centro de comunicaciones de la torre de Central, temiendo que se tratara de otra nave de guerra de las Honoradas Matres procedente de algún lejano lugar fuera del Imperio Antiguo. En la pantalla, la imagen chisporroteaba y estaba cubierta de estática, así que apenas podía distinguir el contorno impreciso de un piloto. Finalmente, cuando la nave quemó el combustible que le quedaba para situarse en una órbita mínimamente estable, la resolución de las imágenes mejoró notablemente y Murbella vio el rostro de una sacerdotisa del Culto a Sheeana, enviada por la Missionaria Protectiva para propagar su disparatada religión.
—¡Madre comandante, traemos noticias terribles! Una advertencia urgente.
Murbella veía otras figuras en la atestada cabina oval, pero la hermana no había utilizado ninguna palabra en clave que indicara que la estaban coaccionando o que estaba prisionera. Consciente de que aquellas otras personas escuchaban, eligió bien sus palabras tras identificar a la joven.
—Sí… Iriel. ¿De dónde venís?
—De Gammu.
Las imágenes adquirían nitidez por momentos. Murbella veía a cinco mujeres en la cabina de piloto. Varias llevaban ropa tradicional de Gammu. Aquellas personas inquietas se veían magulladas y abatidas; tenían sangre seca en las mejillas y la ropa. Y, al menos dos, parecían muertas o inconscientes.
—No tuvimos elección… ninguna oportunidad. Teníamos que arriesgarnos.
Murbella habló bruscamente a la mujer que tenía más cerca en el centro de comunicación.
—Enviad una nave de rescate. Traed a esa gente aquí sana y salva… ¡ahora!
—No queda tiempo —transmitió la sacerdotisa; toda ella se sacudía de puro cansancio—. Debemos avisaros. Escapamos de Gammu antes de que el carguero de la Cofradía partiera, pero las rameras casi nos matan. Saben que las hemos descubierto. ¿Cuándo esperáis al carguero?
—Aún nos quedan unas horas —dijo Murbella tratando de sonar tranquila.
—Quizá sean menos, madre comandante. Lo saben.
—¿Qué es lo que saben? ¿Qué habéis descubierto?
—Destructores. Las Honoradas Matres de Gammu aún conservan cuatro destructores. Han recibido órdenes de su madre superiora Hellica, en Tleilax. Y vienen hacia aquí en el carguero de la Cofradía. Vienen a destruir Casa Capitular.
— o O o —
Aunque no estaba gravemente herida, la sacerdotisa Iriel estaba agotada y medio muerta de inanición. Había agotado todas sus reservas corporales para ayudar a escapar a la pequeña nave. Tres de sus compañeras murieron antes de que pudieran recibir atención médica. Las otras fueron llevadas a la enfermería de Central.
Antes de descansar, Iriel insistió en terminar su informe ante la madre comandante, aunque apenas se tenía en pie. Murbella pidió que trajeran potentes infusiones de melange y el estimulante la reanimó temporalmente.
Iriel le habló del infierno que había pasado en Gammu. Hacía ya años que la habían asignado a aquel planeta, con la orden de preparar a la gente para el conflicto inminente. Iriel había predicado la palabra de Sheeana y defendido la necesidad de plantar cara al Enemigo Exterior, y sus seguidores eran entusiastas y fanáticos. Cuanto más preocupada estaba la gente de Gammu por el peligro exterior, más interés demostraban por el mensaje de esperanza de Iriel.
Pero las Honoradas Madres rebeldes también tenían uno de sus enclaves más importantes en Gammu. Conforme el culto se extendía, las rameras empezaron a atacar y perseguir a los seguidores de Sheeana. Curiosamente, la persecución reforzó la determinación y la fuerza de los cultistas. Cuando Iriel les pidió ayuda para sustraer aquella información vital y escapar de Gammu, no le costó encontrar voluntarios. Quince de sus bravos seguidores murieron antes de que la nave pudiera salir del planeta.
—Has hecho lo que debías, Iriel. Has entregado el mensaje a tiempo. Ahora ve a recuperarte. —En sus manos, Murbella tenía las láminas de cristal riduliano que la sacerdotisa había robado a las Honoradas Matres.
Y en ese preciso momento, el carguero llegó… dos horas antes de lo previsto.
Iriel miró a la madre comandante con expresión de connivencia.
—El trabajo apenas acaba de empezar.
Murbella habría querido disponer de más tiempo, pero tampoco fue ninguna sorpresa. Una hora antes, lanzadores propulsados por suspensores habían colocado cientos de minas espaciales de Richese de nuevo diseño en órbita. Ocultas mediante campos negativos individuales, flotaban en las zonas orbitales donde los cargueros de la Cofradía solían atracar.
Ya había dado instrucciones para la batalla y, en cuanto apareció la gigantesca nave, los miembros de la Nueva Hermandad se pusieron manos a la obra. Su hija Janess dirigiría uno de los principales grupos de ataque, pero la madre comandante estaba decidida a luchar junto a ella. No quería convertirse en una simple burócrata.
Según había explicado la sacerdotisa, las Honoradas Matres habían sobornado a la tripulación del carguero para que las llevaran a Casa Capitular, y eso era una violación flagrante de las normas de la Cofradía. Otro ejemplo de cómo hacía la vista gorda cuando le convenía. Pero ¿estaba el navegante al corriente de la presencia de los destructores en la fragata de las Honoradas Matres? Por mucho que quisieran castigar a la Nueva Hermandad por retener la melange, Murbella no creía que fueran tan estúpidos para permitir que el planeta se convirtiera en otra bola calcinada. Allí tenían su única fuente de especia, su última oportunidad.
Murbella decidió que un soborno merecía otro soborno, aunque solo fuera para demostrar a la Cofradía que las Honoradas Matres jamás podrían competir económicamente con la Hermandad. Con las soopiedras, los stocks de melange y los gusanos del cinturón desértico, podían superar cualquier oferta… y acompañarla además de una bonita amenaza.
Antes de que las compuertas del gran carguero pudieran abrirse para vomitar las naves de la CHOAM o de las Honoradas Matres que llevara ocultas, Murbella transmitió una llamada insistente. Su expresión era implacable.
—Atención, carguero de la Cofradía. Vuestros sensores os confirmarán que he colocado un enjambre de minas richesianas alrededor de vuestra nave. —Dio una señal y los campos negativos que rodeaban las minas se desactivaron. Cientos de explosivos móviles y relucientes aparecieron a la vista, como muescas de diamante en el espacio.
—Si abrís las compuertas o dejáis salir alguna nave, haré que las minas choquen contra vuestro casco y os conviertan en polvo.
El navegante trató de protestar. Los administradores de la Cofradía hablaron por el comunicador, indignados. Pero Murbella no contestó. Muy tranquila, envió copia de las láminas de cristal riduliano que Iriel le había entregado y dejó un par de minutos para que absorbieran la información. Luego dijo:
—Como veis, tenemos toda la razón del mundo para destruir vuestro carguero, para evitar que soltéis a los destructores, y también como castigo. Las minas harían el trabajo sin necesidad de que exponga la vida de mis hermanas.
—Os lo aseguro, madre comandante, no sabemos nada de ningún arma atroz a bordo…
—Incluso una guardiana de la verdad aficionada detectaría vuestras mentiras, hombre —dijo atajando sus protestas. Le dio unos instantes para recuperarse y ser más razonable y le habló en un tono más asequible—. Hay una alternativa mucho más recomendable, puesto que no se perderían las vidas inocentes de los pasajeros que lleváis, y es que nos dejéis subir a bordo para capturar a las Honoradas Matres y los destructores. De hecho —se pasó un dedo por los labios—, seré generosa. Si cooperáis sin mayor dilación y no insultáis nuestra inteligencia defendiendo vuestra inocencia, os concederemos dos medidas enteras de especia… cuando la misión haya culminado con éxito.
El navegante vaciló unos momentos, luego aceptó.
—Identificaremos las fragatas de la cubierta de carga que provengan de Gammu. Presumiblemente es donde viajan las Honoradas Matres y los destructores. Tendréis que encargaros de esas mujeres vosotras mismas.
Murbella le dedicó una sonrisa predatoria.
—No quisiera que fuera de otro modo.
— o O o —
Cansada y resentida, pero entusiasmada y orgullosa, la madre comandante estaba junto a su hija en la cámara de carga cubierta de sangre de una de las naves sin distintivos de las Honoradas Matres. Once de las rameras yacían en el suelo, con las mallas rotas, los cuerpos quebrantados. Murbella no esperaba que ninguna se dejara capturar con vida. Seis de sus hermanas habían muerto en el combate cuerpo a cuerpo.
Por desgracia, una de las Bene Gesserit caídas era la valiente sacerdotisa Iriel, que había suplicado que la dejaran intervenir a pesar del cansancio. Movida por el fuego de la venganza, había matado a dos rameras antes de que un cuchillo le acertara entre los omóplatos. Antes de que muriera, Murbella había compartido con ella para absorber sus conocimientos sobre Gammu y la infestación de rameras allí.
La amenaza era mayor de lo que imaginaba. Tendría que ocuparse inmediatamente.
Equipos de obreros masculinos retiraron los destructores de aspecto ominoso con ayuda de paletas suspensoras. Dos en las escotillas que había bajo cada una de las fragatas de las Honoradas Matres. Aquellas rebeldes salvajes habrían destruido un planeta entero con todos sus habitantes solo para decapitar a la Nueva Hermandad. Había que castigarlas.
—Tenemos que estudiar estas armas —dijo Murbella entusiasmada ante la perspectiva de duplicarlas—. Y recrear esta tecnología. Las necesitaremos a miles cuando llegue el Enemigo.
Janess miró con expresión sombría al cadáver de la sacerdotisa y las rameras masacradas que yacían como muñecas por los pasillos de la nave. La ira tiñó sus mejillas de color.
—Tal vez tendríamos que utilizar uno de esos destructores contra Gammu y eliminar de una vez por todas a esas mujeres.
Murbella sonrió por la expectación.
—Oh, sin duda, nuestro próximo objetivo será Gammu, pero será un ataque mucho más personal.