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El vasto espacio inexplorado al que los humanos huyeron durante la Dispersión era un territorio inhóspito, lleno de trampas inesperadas y bestias peligrosas. Los que sobrevivieron quedaron endurecidos y cambiados de una forma que no podemos asimilar plenamente.

REVERENDA MADRE TAMALANE, archivos de Casa Capitular, proyecciones y análisis de la Dispersión.

Sheeana estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo del arboreto, mientras los cuatro futar merodeaban a su alrededor.

Utilizaba técnicas Bene Gesserit para ralentizar su ritmo cardíaco y la respiración. Después de que el futar llamado Hrrm la viera bailar entre los gusanos, el respeto que aquellos hombres-bestia sentían por ella hacía que estuviera segura allí dentro. Y, aunque controlaba los olores que emanaban de su cuerpo, no evitaba sus ojos.

La mayor parte del tiempo los futar caminaban erguidos, pero de vez en cuando volvían a las cuatro patas. Y estaban inquietos, siempre estaban inquietos.

Sheeana llevaba minutos sin moverse. Los futar se sobresaltaban cada vez que pestañeaba, y luego seguían rondando inquietos. Hrrm se acercó y la olfateó. Ella alzó el mentón y lo olfateó a él.

A pesar de la violencia potencial de aquellas criaturas, era importante que estuviera allí con ellas. Después de un prolongado estudio, estaba convencida de que podían revelar mucha más información, solo tenía que encontrar la forma de cribarla.

En las profundidades de la Dispersión, habían sido creados por los «adiestradores» con la misión específica de cazar Honoradas Matres. Pero ¿quiénes eran los adiestradores? ¿Sabían de la existencia del Enemigo? Quizá a través de ellos podría entrever la clave del origen de las rameras y la naturaleza del anciano y la anciana que Duncan decía que les perseguían.

—Más comida —dijo Hrrm, andando en círculos muy cerca. El vello de su cuerpo era tieso y tupido, y su aliento olía a carne parcialmente digerida.

—Hoy ya habéis comido. Si coméis demasiado os pondréis gordos. Y entonces os volveréis lentos a la hora de cazar.

—Hambre —dijo uno de los futar.

—Siempre tenéis hambre. La comida llegará más tarde. —Los futar sentían el impulso biológico de comer continuamente y sus captoras, las Honoradas Matres, les habían tenido al borde de la inanición. Sin embargo, las Bene Gesserit tenían para ellos un saludable programa de comidas.

—Háblame de los adiestradores. —Había hecho la misma pregunta cientos de veces, tratando de sacarle alguna palabra nueva a Hrrm, otro pequeño pedacito de información.

—¿Dónde adiestradores? —preguntó el futar, con un repentino interés.

—No están aquí, y no puedo encontrarles si no me ayudas.

—Futar y adiestradores. Amigos. —Hrrm estiró los músculos, respirando ruidosamente. A los otros se les erizó el pelo y flexionaron sus músculos como si estuvieran orgullosos de su apariencia física.

Por lo visto, cuando los futar estaban concentrados en algo, era difícil llevar su atención a otros asuntos. En cualquier caso, Sheeana había convencido a Hrrm (y en menor medida a los otros tres) de que las Bene Gesserit no eran como las Honoradas Matres. Hrrm ya había olvidado que años atrás había matado a una supervisora.

Pero, aunque las hermanas no eran sus esperados adiestradores, habían acabado por aceptar que no había que matar y comerse a aquellas mujeres como hacían con las Honoradas Matres. Al menos eso esperaba Sheeana. Lentamente, descruzó las piernas y se puso en pie.

—Hambre —repitió Hrrm—. Quiere comida ahora.

—Tendrás tu comida. Nunca hemos dejado de alimentaros, ¿verdad?

—Nunca —confirmó Hrrm.

—¿Dónde adiestradores? —preguntó otro futar.

—Aquí no. Muy lejos.

—Quiere adiestradores.

—Pronto. En cuanto nos digáis cómo encontrarlos.

Y dejó el recinto, mientras los futar saltaban inquietos entre los árboles artificiales, buscando algo que nunca encontrarían en el Ítaca. Se aseguró de cerrar con llave la cámara.