Nuestras motivaciones son tan importantes como nuestros objetivos. Utiliza esto para comprender a tu enemigo. Si conoces sus motivaciones puedes derrotarle o, mejor aún, manipularle para convertirlo en tu aliado.
BASHAR MILES TEG, Memorias de un comandante de batalla
Entre los navegantes la crisis era tan grave que Edrik pidió una audiencia con el Oráculo del Tiempo.
Los navegantes utilizaban la presciencia para guiar las naves que plegaban el espacio, no para observar acontecimientos humanos. La facción del administrador les había engañado, los había dejado al margen. Aquellas criaturas esotéricas nunca habían dado importancia a las actividades y deseos de la gente ajena a la Cofradía. ¡Qué necedad! La desaparición de la especia y la poca accesibilidad de los únicos proveedores que quedaban habían cogido a la Cofradía Espacial totalmente por sorpresa. Ya había pasado un cuarto de siglo desde la destrucción de Rakis; y, para acabar de empeorar las cosas, las Honoradas Matres habían exterminado hasta el último de los maestros tleilaxu, que sabían cómo producir melange a partir de los tanques axlotl.
Y ahora que había tantos grupos desesperados por conseguir especia, los navegantes estaban al borde del abismo. Quizá el Oráculo le mostraría una salida. En su entrevista anterior, había insinuado que tal vez había una solución. Y Edrik estaba seguro de que no incluía sistemas de navegación informáticos.
Ante aquella difícil situación, Edrik ordenó que llevaran su tanque al recinto gigante y antiguo que albergaba al Oráculo del Tiempo siempre que decidía manifestarse en el universo físico. Edrik se sentía intimidado en su presencia, y había dedicado mucho tiempo a planificar el encuentro y ordenar sus pensamientos, aunque sabía que sería inútil. Con su presciencia infinitamente superior y expansiva, el Oráculo seguramente ya había visto la entrevista y conocía hasta la última palabra que Edrik pudiera decir.
Apocado, miró a través de su tanque curvado a la estructura translúcida del Oráculo. Tiempo atrás, se habían grabado en sus paredes símbolos arcanos… coordenadas, diseños hipnóticos, runas, misteriosas señales que solo ella podía entender. Aquel recinto le recordaba una catedral en miniatura, y él se sentía como un suplicante.
—Oráculo del Tiempo, nos enfrentamos a la situación más grave desde los tiempos del Tirano. Vuestros navegantes necesitan especia pero incluso los administradores maquinan a nuestras espaldas. —Estaba tan furioso que se estremeció. ¡Aquellos hombres necios e inferiores creían que podían resolver el problema con sistemas de navegación mecánicos! Copias inferiores. La Cofradía necesitaba especia, no compiladores matemáticos artificiales—. Os lo ruego, mostradnos el camino para la supervivencia.
Edrik intuía pensamientos tempestuosos y una gran preocupación en aquella mente que se ocultaba entre penachos brumosos. Cuando el Oráculo contestó, Edrik sintió que solo le estaba dedicando una fracción minúscula de su atención, porque estaba concentrada en asuntos de mucha mayor trascendencia.
—Veo siempre un hambre insaciable de especia. Es un problema pequeño.
—¿Pequeño? —dijo Edrik con incredulidad. Todos sus argumentos se vinieron abajo—. Nuestros stocks están casi agotados, y la Nueva Hermandad solo nos da una pequeña parte de lo que necesitamos. Los navegantes podríamos extinguirnos. ¿Puede haber un problema más grande?
—Kralizec. Volveré a convocar a mis navegantes cuando los necesite.
—Pero ¿cómo podremos ayudaros si no tenemos melange? ¿Cómo vamos a sobrevivir?
—Encontraréis la forma de obtener especia… lo he visto. Una forma olvidada. Pero debéis descubrirla por vosotros mismos.
El repentino silencio que se hizo en su mente le dijo a Edrik que el Oráculo había dado la conversación por terminada y había vuelto a sus importantes meditaciones. Se aferró a aquellas palabras sorprendentes: ¡Otra fuente de especia!
Rakis ya no existía, la Nueva Hermandad se negaba a repartir sus stocks y los maestros tleilaxu estaban todos muertos. ¿En qué otro sitio podían buscar? Pero, puesto que el Oráculo había pronunciado las palabras, Edrik confiaba en que había una solución. Mientras flotaba, dejó volar su pensamiento. ¿Es posible que hubiera otro planeta con gusanos de arena? ¿Otra fuente natural de especia?
¿Y si había una nueva forma —o una forma redescubierta— de producir melange? ¿Qué se les estaba pasando por alto? Solo los tleilaxu sabían crear especia artificialmente. ¿Habría alguna forma de redescubrir ese saber? ¿Quedaba todavía con vida alguien que conociera la técnica? La información había quedado enterrada hacía mucho tiempo por obra y gracia de las Honoradas Matres. ¿Cómo sacarla de nuevo a la luz?
Los maestros se habían llevado sus secretos a la tumba, pero con frecuencia ni siquiera la muerte puede enterrar los conocimientos. Los ancianos de los tleilaxu perdidos, una mera sombra de los grandes maestros, no sabían cómo crear melange, pero sí cómo crear gholas. ¡Y a los gholas se les despiertan sus recuerdos!
De pronto Edrik supo la respuesta, o creyó saberla. Si resucitaba a alguno de los viejos maestros, podría recuperar la técnica. Y una vez más la detestable Hermandad perdería su ventaja.