El tratamiento de una herida puede llegar a doler más que la herida en sí. No permitas que una llaga se infecte por miedo al dolor momentáneo.
DOCTORA SUK BENE GESSERIT FLORIANA NICUS
Murbella paseaba con Janess —ahora reverenda madre Janess— por los restos pedregosos de los jardines moribundos que rodeaban la torre de Central. Estaban en pie junto al lecho seco de un arroyo, que había perdido su humedad a causa de los drásticos cambios en el clima de Casa Capitular. Las piedras lisas eran un doloroso recordatorio de las aguas que en otro tiempo habían fluido por el canal.
—Ya no eres mi hija, ahora eres mi teniente. —Sabía que sus palabras sonarían duras, pero Janess no se inmutó. Las dos sabían que a partir de ahora debían mantener un apropiado distanciamiento emocional, que Murbella debía ser la madre comandante, no su madre—. Tanto las Bene Gesserit como las Honoradas Matres han tratado de prohibir el amor, pero solo pueden prohibir la manifestación de este, no el pensamiento o la emoción. Entre las hermanas, la madre superiora Odrade fue considerada una hereje porque creía en el poder del amor.
—Comprendo, madre… comandante. Cada una de nosotras debe renunciar a algo por el bien del nuevo orden.
—Te enseñaré a nadar arrojándote a las aguas turbulentas, una metáfora que, me temo, aquí ya no sirve. Espero que avances más deprisa que ninguna de las dos facciones. Han sido necesarios seis años de lucha, atrayendo a ambos lados hacia el centro, para que las mujeres aprendan a convivir. Es posible que pasen generaciones antes de que haya cambios verdaderamente significativos, pero hemos dado importantes pasos.
—Duncan Idaho lo llamó «compromiso a punta de espada» —citó Janess.
Murbella arqueó las cejas.
—¿En serio?
—Si quieres, puedo mostrarte el registro histórico.
—Una descripción muy apropiada. La Nueva Hermandad todavía no funciona con la suavidad que yo esperaba, pero he convencido a las hermanas para que dejen de matarse entre ellas. Al menos a la mayoría.
Por un momento pensó en la antigua enemiga de Janess, Caree Debrak, que desapareció de los barracones de las alumnas unos días antes de someterse a la Agonía; Caree anunció que la conversión era un lavado de cerebro y huyó en mitad de la noche. Muy pocas la echarían de menos entre las hermanas.
—En circunstancias normales —siguió diciendo Murbella—, podría tolerar el hecho de que algunas Honoradas Matres no acepten mi mandato. Libertad de expresión, manifestación de diferentes filosofías. Pero no ahora.
Janess se puso derecha, indicando que estaba lista para la misión que le había encomendado.
—Las Honoradas Matres renegadas todavía controlan buena parte de Gammu y otra docena de planetas. Se han apropiado de la producción de soopiedras en Buzzell y han reunido sus fuerzas en Tleilax.
Durante el pasado año, la madre comandante había reunido una fuerza de hermanas y las había entrenado vigorosamente en un estilo de combate que combinaba técnicas Bene Gesserit y de las Honoradas Matres. La unión entre ambas facciones se percibía mejor en el combate cuerpo a cuerpo.
—Es hora de que mis alumnas tengan un objetivo.
—Que dejen de entrenar y luchen —dijo Janess.
—¿Otra cita de Duncan?
—No que yo sepa… pero creo que estaría de acuerdo.
Murbella sonrió secamente.
—Sí, seguramente. Si las renegadas no quieren unirse a nosotras, habrá que eliminarlas. No puedo permitir que nos claven un puñal por la espalda cuando estamos pendientes de batallas reales.
—Han tenido años para prepararse, y no caerán sin oponer una gran resistencia.
Murbella asintió.
—Lo más preocupante en estos momentos es la presencia de disidentes aquí, en Casa Capitular. Es como tener una espina clavada en la mano. En el mejor de los casos, solo dolerá; en el peor, se infectará y propagará el daño. Pero, sea como sea, hay que sacarla.
Janess entrecerró los ojos.
—Sí, están demasiado cerca. Incluso si las disidentes de Casa Capitular no actúan abiertamente en nuestra contra, dan una imagen de debilidad a los observadores exteriores. Esta situación me recuerda otro sabio comentario de la primera vida de Duncan Idaho. En un informe que escribió cuando vivía entre los fremen de Dune, dijo: «Una gotera en un qanat es una debilidad que actúa de forma lenta pero fatal. Encontrar el agujero y taparlo es una tarea difícil, pero hay que hacerlo por la supervivencia de todos».
La madre comandante se sentía orgullosa y divertida.
—Aunque citas mucho los escritos de Duncan, no olvides que debes pensar por ti misma. Y algún día otros te citarán a ti. —Su hija pareció debatirse con esa idea, luego asintió. Murbella prosiguió—. Tú me ayudarás a taponar el agujero del qanat, Janess.
— o O o —
La Bashar de las principales fuerzas de la Nueva Hermandad, Wikki Aztin, dedicaba su tiempo y buena parte de sus recursos a entrenar a Janess para su primera misión. Wikki tenía mucho sentido del humor, y una historia para cada ocasión. Era una mujer cargada de espaldas y de rostro enjuto, con una energía poco habitual, y sufría un defecto congénito de corazón que impedía que pasara por la Agonía. Por tanto, Wikki no había podido convertirse en Reverenda Madre, y había sido asignada a las operaciones militares de la Hermandad, entre cuyas filas había ido ascendiendo.
En el exterior del refugio de la madre comandante, en los campos aislados de entrenamiento, los focos iluminaban los tópteros de combate que Janess estaba preparando para su vigoroso ataque al día siguiente.
«Limpieza doméstica», así lo había llamado Murbella. Aquellas rebeldes la habían traicionado. A diferencia de las extranjeras, que no sabían nada de las enseñanzas de la Hermandad, o de mujeres que no conocían la amenaza inminente del Enemigo. Murbella detestaba la resistencia que oponían las Honoradas Matres en Buzzell, Gammu y Tleilax, pero aquellas mujeres no conocían otra cosa. Sin embargo, estas disidentes… su traición era mucho peor. Era una afrenta personal.
Cuando Janess estaba ocupada y no podía oírla, Murbella se acercó a la Bashar.
—¿Sabíais que algunas de las hermanas están haciendo apuestas en contra de vuestro cachorro, madre comandante? —dijo Wikki.
—Me lo imaginaba. Piensan que le he dado una responsabilidad excesiva demasiado pronto, pero eso sólo hace que se esfuerce más.
—Veo que se ha puesto con una gran determinación, quiere demostrar que se equivocan. Tiene vuestro espíritu, y adora a Duncan Idaho. Sabe que todos los ojos están puestos en ella, y está deseando una oportunidad para destacar, para dar ejemplo a las otras. —Wikki miró a la noche—. ¿Estáis segura de que no queréis que os acompañe al ataque de mañana? Será muy cerca de casa, un ataque discreto, pero es importante. Un ejercicio real sería… gratificante.
—Necesito que te quedes aquí a vigilar. Alguien podría intentar dar un golpe mientras me ausento de Central.
—Pensé que habíais conseguido hacerles superar sus diferencias.
—Es un equilibrio inestable —susurró Murbella—. A veces me gustaría que el verdadero Enemigo atacara… así se verían obligadas a luchar todas del mismo bando.
— o O o —
A la mañana siguiente, Murbella y su escuadrón partieron y sobrevolaron la superficie del planeta. Janess iba a su lado en el tóptero de cabeza. A pesar de su entrenamiento y de la confianza que su madre había puesto en ella, Janess aún estaba verde, no estaba del todo preparada para asumir el mando.
Durante años la madre comandante había hecho la vista gorda, pero no podía seguir tolerando la presencia de desertoras y descontentas. Aun en las regiones más remotas, aquel asentamiento era un defecto demasiado grande, un imán para posibles saboteadores, además de un punto de apoyo para una fuerza mayor de Honoradas Matres renegadas que vinieran de fuera.
Murbella no tenía dudas sobre lo que había que hacer, ni compasión. La Nueva Hermandad necesitaba desesperadamente luchadoras competentes, por tanto, invitaría a las desertoras a volver al redil, pero no tenía muchas esperanzas al respecto. Aquellas mujeres cobardes y quejumbrosas ya habían mostrado sus verdaderos colores. ¿Qué habría hecho Duncan en una situación semejante?
Cuando el escuadrón se acercaba a las coordenadas del campamento, Janess informó que habían interceptado señales de calor y transmisiones. Sin esperar, ordenó a las naves que activaran sus escudos por si las rebeldes les disparaban con armas robadas de los arsenales de Casa Capitular.
Sin embargo, cuando Janess y sus oficiales tácticas escanearon la zona en un primer barrido de altura, no detectaron la presencia de vehículos aéreos ni equipamiento militar en las proximidades, tan solo unos cientos de mujeres con armamento ligero que intentaban ocultarse en el denso bosque de coníferas. Los tramos nevados provocaban importantes variaciones en el mapa térmico de la zona, pero los cuerpos humanos seguían resaltando como hogueras.
Tras pasar a imagen visual, Murbella fue repasando los rostros de las desertoras y reconoció a muchas de ellas. Algunas hacía años que habían huido, incluso antes de que ejecutara a una de sus líderes, Annine.
A través de los altavoces del tóptero, se dirigió a las rebeldes.
—Os habla la madre comandante Murbella, y vengo a ofreceros una rama de olivo. Tenemos tópteros de transporte en la retaguardia de la formación, listos para llevaros de vuelta a Central. Si entregáis las armas y cooperáis, os concederé la amnistía y una oportunidad para volver a iniciar vuestro aprendizaje.
Vio a Caree Debrak en el suelo. Aquella mujer amarga apuntó un rifle farzee que escupió diminutos puntos de fuego contra ellas. Los proyectiles impactaron de forma inofensiva contra los escudos del tóptero.
—Tenemos suerte de que no sea una pistola láser —dijo Murbella.
Janess parecía perpleja.
—Las pistolas láser están prohibidas en Casa Capitular.
—Hay muchas cosas prohibidas, pero no todas siguen las normas. —Moviendo la mandíbula con furia, Murbella volvió a hablar por el altavoz, esta vez con tono más duro—. Habéis abandonado a vuestras hermanas en momentos de crisis. Dejad vuestras divisiones atrás y regresad con nosotras. ¿O es que sois unas cobardes y teméis enfrentaros al verdadero Enemigo?
Caree volvió a disparar el rifle farzee, lanzando un nuevo surtido de proyectiles contra los escudos del tóptero.
—Al menos no hemos sido las primeras en disparar. —Janess miró a su madre—. Madre comandante, en mi opinión negociar con ellas es una pérdida de tiempo. Con dardos sedantes podríamos desarmarlas y obligarlas a volver a Central, y una vez allí tratar de recuperarlas. —Abajo, muchas otras cogieron sus armas y dispararon inútilmente contra la fuerza de asalto de la Hermandad.
Murbella meneó la cabeza.
—Jamás lograremos hacerlas entrar en razón… ya no podemos confiar en ellas.
—Entonces, ¿debemos intentar un enfrentamiento militar limitado para asustarlas? Así nuestro nuevo escuadrón adquiriría cierta práctica en la lucha. Podemos hacer desembarcar a nuestras soldados para que ataquen y humillen a la resistencia. Si no podemos derrotar a ese puñado de rebeldes en combate cuerpo a cuerpo, no tendremos ninguna posibilidad contra las rameras de verdad, que han tenido años para preparar sus defensas planetarias.
Viendo que las descontentas les disparaban con sus rifles, Murbella sintió que su ira iba en aumento. Su voz sonó como cristal roto a sus propios oídos.
—No. Eso solo serviría para arriesgar la vida de otras hermanas leales. No pienso perder ni a una sola guerrera aquí. —Y se estremeció al pensar en el daño que podrían hacer aquellas mujeres si fingían rendirse y se dedicaban después a propagar su veneno desde dentro—. No, Janess. Ellas han decidido. No podemos confiar en ellas. Nunca más.
Los ojos de su hija destellaron, porque comprendió.
—No son más que insectos. ¿Debemos exterminarlas?
Abajo, cada vez había más disidentes que salían de entre los árboles cargadas con armas pesadas.
—Desactivad escudos y abrid fuego —gritó Murbella por el comunicador que conectaba con las otras naves—. Utilizad bombas incendiarias para quemar el bosque. —Desde uno de los tópteros una de las oficiales protestó por considerarlo una respuesta excesiva, pero Murbella la hizo callar—. No habrá debate.
Su escuadrón escogido abrió fuego y el deslumbrante baño de sangre no dejó supervivientes. La madre comandante no disfrutó con aquello, pero había demostrado que si la provocaban se defendería como un escorpión. Esperaba que eso acabara con el descontento y la oposición.
—Que esto sea un ejemplo para todas —dijo—. Tener al enemigo entre nosotras puede hacer tanto daño como el Enemigo Exterior.