El mal se puede detectar por el olor.
PAUL MUAD’DIB, el original
Khrone recibía informes sobre los progresos del barón de los muchos Danzarines Rostro que tenía en Bandalong. Al principio había pedido la creación del ghola por curiosidad, pero para cuando el pequeño cumplió los dos años, ya tenía muchos planes para él.
Planes de Danzarín Rostro.
Barón Vladimir Harkonnen. Qué interesante elección. Ni siquiera él sabía cómo los antiguos maestros habían logrado preservar las células de aquel villano de la antigüedad, perversamente brillante.
Pero ya tenía sus propias ideas para el ghola.
Sin embargo, primero había que educar al niño y buscar sus talentos especiales. Aún tendría que pasar una década antes de que pudieran despertar los recuerdos latentes de su vida original. Una nueva tarea para Uxtal, si es que el hombrecito lograba mantenerse con vida.
Durante décadas, o incluso siglos, muchos de los componentes de su plan global se habían ido superponiendo. Khrone veía como esas piezas iban encajando, igual que los pensamientos de la miríada de los Danzarines Rostro. Podía discernir los patrones pequeños y los más grandes, y a cada paso él desempeñaba el papel que le correspondía. Nadie más en el vasto escenario del universo —ni el público, ni los directores ni sus compañeros de reparto— era consciente de hasta qué grado los Danzarines Rostro lo controlaban todo.
Con la satisfacción de saber que todo estaba bajo control en Bandalong, Khrone se dirigió a Ix para otro importante compromiso…
— o O o —
Cuando el preciado ghola de Vladimir Harkonnen nació, la primera y difícil tarea del desventurado Uxtal quedó completada. Y sin embargo, la opresión no disminuyó.
El investigador tleilaxu perdido no había defraudado a los Danzarines Rostro. Y, lo más sorprendente, durante casi tres años había conseguido mantenerse con vida entre las Honoradas Matres. Y había tachado cada uno de aquellos días del improvisado calendario que tenía en sus alojamientos.
Vivía en un continuo estado de terror, siempre tenía frío. Se pasaba las noches temblando, sin dormir apenas, pendiente siempre de cualquier sonido, temiendo que alguna de las Honoradas Matres entrara para cumplir la amenaza de someterlo sexualmente. Miraba debajo de la cama por si algún Danzarín Rostro se había escondido allí.
Él era el único de los suyos que seguía con vida. Todos los ancianos de los tleilaxu perdidos habían sido suplantados por Danzarines Rostro, y los antiguos maestros habían sido asesinados por las Honoradas Matres. Y él, Uxtal, aún respiraba, que es más de lo que podía decir de todos los otros. Aun así, se sentía terriblemente desdichado.
Uxtal deseaba que los Danzarines Rostro se llevaran al pequeño Vladimir. ¿Por qué no le liberaban al menos de esa carga? ¿Durante cuánto tiempo se suponía que debía responsabilizarse del mocoso?
¿Qué más querían? ¡Siempre pedían más, más, más! Seguro que cualquier día cometía un error fatal. No podía creerse que hubiera logrado salir adelante durante tanto tiempo.
Uxtal tenía ganas de gritar a las Honoradas Matres, a cualquiera que se cruzaba en su camino, con la esperanza de que fuera un Danzarín Rostro disfrazado. ¿Cómo podía hacer aquello? Pero se limitaba a apartar la mirada y trataba de aparentar que estaba trabajando con ahínco. Sentirse desdichado era con diferencia preferible a estar muerto.
Sigo vivo. Pero ¿cómo lo haré para seguir así?
— o O o —
¿Tenía siquiera la Madre Superiora idea de cuántos cambiadores de forma vivían entre su gente? Lo dudaba. Seguramente Khrone tenía sus propios planes insidiosos. Quizá si los descubría y exponía las maquinaciones de los Danzarines Rostro ante las Honoradas Matres, Hellica se sentiría en deuda con él y le recompensaría…
Pero él sabía perfectamente que eso no iba a pasar.
A veces, la madre superiora Hellica llevaba visitas al laboratorio de torturas y se pavoneaba ante aquellas otras Honoradas Matres que, por lo visto, gobernaban mundos que seguían resistiéndose a los intentos de la Nueva Hermandad de asimilarlos. Hellica les vendía la droga amarilla que Uxtal producía en grandes cantidades. Con los años, el tleilaxu había perfeccionado la técnica para recoger la adrenalina y los neurotransmisores de catecolamina, dopamina y endorfinas, un cóctel que se utilizaba como precursor del sustituto de especia.
Con voz de superioridad, Hellica explicaba:
—¡Somos Honoradas Matres, no esclavas de la melange! Nuestra versión de la especia es un resultado directo del dolor. —Ella y las observadoras miraban al sujeto que se retorcía—. Algo más apropiado a nuestras necesidades.
Aquella aspirante a reina alardeaba (como hacía con frecuencia) sobre sus programas de laboratorio, exagerando la realidad, del mismo modo que Uxtal exageraba sus cuestionables capacidades. Y, cuando ella decía sus mentiras, Uxtal siempre asentía dándole la razón.
Dado que la producción del sustituto de la melange se había ampliado, ahora Uxtal supervisaba el trabajo de una docena de ayudantes de casta inferior, junto con una Honorada Matre algo pasada y de piel curtida llamada Ingva, que actuaba más como espía y chivata que como ayudante. Casi nunca le pedía a aquella arpía que hiciera nada, porque ella siempre fingía ignorancia o ponía alguna excusa. A ella no le gustaba recibir órdenes de ningún macho, y él temía exigirle nada.
Ingva iba y venía sin un horario fijo, sin duda para desestabilizar a Uxtal. En más de una ocasión, se había puesto a aporrear la puerta de sus alojamientos en mitad de la noche bajo los efectos de alguna droga. Y, dado que la Madre Superiora no lo había reclamado para ella, Ingva le amenazaba con someterlo sexualmente, aunque no se atrevía a desafiar a Hellica abiertamente. Inclinándose sobre él en la oscuridad, la vieja Honorada Matre pronunciaba amenazas que le helaban la sangre.
En una ocasión, Ingva había consumido tanta especia artificial robada de los suministros frescos del laboratorio que estuvo a punto de morir. Sus ojos delirantes se pusieron totalmente naranjas, sus constantes vitales eran débiles. Uxtal se moría de ganas de dejarla morir, pero le dio miedo. La muerte de Ingva no habría solucionado sus problemas; habría hecho recaer sospechas sobre él, y quién sabe las consecuencias terribles que eso habría tenido. Y a lo mejor en su sitio habrían puesto a otra peor.
Así que, tras pensar con rapidez, Uxtal le había administrado un antídoto y le salvó la vida. Ingva nunca le dio las gracias, nunca reconocía ningún favor. Pero claro, tampoco le había matado. Ni le había sometido sexualmente. Algo es algo.
Sigo vivo. Sigo vivo.
El ghola de Vladimir Harkonnen vivía en una cámara-guardería vigilada, en los terrenos de los laboratorios. El pequeño conseguía prácticamente cuanto pedía, incluidas mascotas con las que «jugar», muchas de las cuales no sobrevivían. Desde luego, era el barón auténtico.
Su vena mezquina divertía mucho a Hellica, incluso cuando el pequeño volvía su rabia contra ella. Uxtal no entendía por qué la Madre Superiora le prestaba atención, ni por qué se preocupaba por los planes de los Danzarines Rostro.
Al pequeño investigador le inquietaba dejar a Hellica a solas con el niño; temía que pudiera hacerle daño y luego dejar que él, Uxtal, cargara con las culpas y fuera castigado. Pero no tenía forma de impedir que hiciera lo que ella quisiera. Solo con insinuar una queja, Hellica lo habría fulminado con la mirada. Por suerte, parece que el pequeño monstruo le gustaba. Y veía sus interacciones con él como un juego. En la granja vecina de sligs, los dos daban alegremente miembros humanos a aquellas criaturas lentas e inmensas, que los masticaban hasta convertirlos en una pasta que posteriormente digerirían con sus múltiples estómagos.
Viendo que la vena cruel ya empezaba a manifestarse en el pequeño Vladimir, Uxtal se alegró de que las otras células de la cápsula de nulentropía del maestro hubieran sido destruidas. ¿Qué otras bestias habían salvado los herejes tleilaxu de la antigüedad?