La mente consciente no es más que la punta del iceberg. Bajo la superficie yace una masa ingente de pensamiento inconsciente y capacidades latentes.
El manual del mentat
Cuando Duncan Idaho estaba prisionero en el puerto espacial de Casa Capitular, en la no-nave había suficientes minas para destruirla tres veces. Odrade y Bellonda las pusieron por toda la nave, para hacerla estallar si Duncan trataba de huir. Supusieron que las minas serían suficiente disuasión. A las hermanas leales jamás se les habría ocurrido pensar que Sheeana y sus aliadas conservadoras desactivarían las minas y robarían la nave para sus propios propósitos.
En teoría, los pasajeros que viajaban a bordo del Ítaca eran de fiar, pero Duncan, con el apoyo inamovible del Bashar, seguía diciendo que aquellas minas eran demasiado peligrosas para dejarlas sin protección. Solo él, Teg, Sheeana y otras cuatro personas tenían acceso directo al armamento.
Durante su comprobación rutinaria, Duncan abrió la cámara de seguridad y examinó la amplia variedad de armas. Le tranquilizaba ver que tenían tantas alternativas, saber que, si era necesario, el Ítaca podía responder de tantas formas distintas a un ataque. Intuía que el anciano y la anciana no habían dejado de buscar, aunque ya hacía tres años que no topaban con la red centelleante. No podía bajar la guardia.
Inspeccionó hileras de pistolas láser modificadas, rifles de impulsos, pistolas de dardos y lanzaproyectiles. La violencia potencial que veía en aquellas armas le recordaba a las Honoradas Matres. Las rameras no querían armas que aturdieran al enemigo de lejos; ellas preferían causar un daño extremo de cerca, para poder ver la sangre y sonreír. Ya se había hecho una idea bastante aproximada de sus gustos cuando descubrió la cámara de torturas. ¿Qué otras cosas habrían escondido aquellas horribles mujeres a bordo?
Mientras él estuvo prisionero en la no-nave, aquellas armas habían estado allí, a buen recaudo, y aun así al alcance de la mano.
De haber querido, sin duda podría haber entrado en la sala de armas y haberlas robado. Le sorprendía que Odrade le hubiera subestimado de esa forma… o quizá solo confiaba en él. Al final, le había planteado lo que la historia llamaba «elección Atreides», le explicó las consecuencias y le permitió decidir si quería o no seguir en la no-nave. Confiaba en su lealtad. Cualquiera que lo conociera, personalmente o a través de la historia, sabía que Duncan Idaho era sinónimo de lealtad.
En aquellos instantes, pensó en las minas selladas y compactas que se colocaron para hacer estallar la no-nave. Un mecanismo de seguridad.
—Esas no son las únicas bombas de relojería que llevamos a bordo. —La voz le sobresaltó, y se dio la vuelta, adoptando de forma instintiva una postura defensiva. La figura austera y de pelo ensortijado de Garimi estaba en la escotilla. A pesar de su experiencia con ellas, a Duncan le seguía sorprendiendo lo silenciosas que podían llegar a ser las brujas.
Trató de recuperar la compostura.
—¿Hay alguna otra armería, un arsenal secreto? —Sí, podía ser, puesto que en la nave seguía habiendo miles de cámaras que jamás habían sido abiertas ni examinadas.
—Hablaba metafóricamente. Me refería a esos gholas del pasado.
—Eso ya se ha discutido, ya se tomó la decisión. —En el centro médico, el primer ghola creado a partir de las células de muestra de Scytale no tardaría en ser decantado.
—El hecho de tomar una decisión no implica que sea la correcta —dijo Garimi.
—Siempre repites lo mismo.
Garimi levantó los ojos al techo.
—Ni siquiera tú has visto señales de tus perseguidores desde que arrojamos a nuestras cinco hermanas torturadas al espacio. Es hora de buscar un mundo adecuado y establecer una base para la Hermandad Bene Gesserit.
Duncan frunció el ceño.
—El Oráculo del Tiempo también dijo que nuestros perseguidores nos buscan.
—Otro encuentro que solo tú experimentaste.
—¿Estás sugiriendo que lo imaginé? ¿O que miento? Tráeme a la guardiana de la verdad que quieras. Te lo demostraré.
Ella farfulló.
—Aun así, hace años que el Oráculo te previno. Y durante todo este tiempo hemos evitado que nos atrapen.
Duncan la miró fríamente, apoyándose en uno de los estantes donde estaban las armas.
—¿Y cómo sabes si el Enemigo no está siendo paciente, si no se está limitando a esperar que cometamos un error? Quieren esta nave, o a alguien que viaja a bordo… yo, seguramente. En cuanto esos gholas recuperen sus conocimientos y su experiencia, podrían ser nuestra mejor baza.
—O un peligro oculto.
Duncan se dio cuenta de que nunca lograría convencerla.
—Yo conocí a Paul Atreides. Como maestro de armas de los Atreides, ayudé a educar y adiestrar a ese joven. Y volveré a hacerlo.
—Y se convirtió en el terrible Muad’Dib. Inició una yihad que acabó con la vida de trillones de personas y acabó siendo un emperador tan corrupto como los que le precedieron en la historia.
—Fue un buen niño y un buen hombre —insistió Duncan—. Y, si bien él dio forma al mapa de la historia, los sucesos que se produjeron a su alrededor le dieron forma a él. Aun así, al final se negó a seguir un camino que sabía que solo llevaría al dolor y la ruina.
—Su hijo Leto no tuvo tantos reparos.
—Leto II también se vio obligado a tomar una decisión Hobson. No podemos juzgar sus actos hasta que no conozcamos todos los hechos. Quizá aún no ha pasado tiempo suficiente para que podamos decir si hizo lo correcto o no.
Una profunda ira atravesó el rostro de Garimi.
—Han pasado cinco mil años desde que el Tirano inició su obra, mil quinientos desde su muerte.
—Una de las lecciones más importantes que nos enseñó es que la humanidad tendría que aprender a pensar a largo plazo.
Duncan, que se sentía incómodo sabiendo que aquella mujer estaba tan cerca de tantas armas tentadoras, salió con ella al pasillo y selló la entrada.
—Yo estaba en Ix, combatiendo a los tleilaxu del lado de la casa Vernius, cuando Paul Atreides nació en el palacio imperial de Kaitain. Participé en las primeras batallas de la guerra de Asesinos, que consumió las energías de la Casa de Ecaz y el duque Leto durante tantos años. Dama Jessica había sido llamada a Kaitain para pasar allí sus últimos meses de embarazo, porque dama Anirul ya sospechaba del potencial de Paul y quería estar presente en el parto. A pesar de las traiciones y asesinatos, el bebé sobrevivió y fue llevado de vuelta a Caladan.
Garimi echó a andar, visiblemente alterada.
—Según la leyenda, Paul Muad’Dib nació en Caladan, no en Kaitain.
—Las leyendas solo son eso, leyendas. A veces tienen errores, o se distorsionan deliberadamente. Paul Atreides fue bautizado en Caladan, y siempre lo consideró su planeta natal, hasta que llegó a Dune. Vosotras las Bene Gesserit escribisteis la historia.
—¿Y ahora tú quieres reescribirla con lo que nos aseguras que es la verdad, con tu precioso Paul y los otros niños-ghola del pasado?
—Reescribirla no. Queremos recrearla.
Claramente insatisfecha, viendo que seguir discutiendo no serviría de nada, Garimi se detuvo para ver qué dirección tomaba Duncan. Y entonces se volvió y se alejó en la dirección contraria.