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Somos la fuente de la supervivencia humana.

MADRE COMANDANTE MURBELLA

Las exploradoras de Murbella regresaron con expresión macilenta de un reconocimiento por las coordenadas que habían encontrado en la nave fugitiva de las Honoradas Matres. En su viaje a un lejano sistema estelar, mucho más allá de los límites conocidos de la Dispersión, encontraron evidencia de una gran carnicería.

Cuando Murbella tuvo las grabaciones, las visionó en su habitación, en compañía de Bellonda, Doria y la vieja Madre de Archivos Accadia.

—Totalmente exterminados —dijo la exploradora, una antigua Honorada Matre llamada Kiria, joven y ardiente—. A pesar de su potencia militar y su agresividad… —La mujer seguía sin acabar de creerse lo que estaba diciendo, lo que había visto. Colocó un rollo de hilo shiga en el proyector y los hologramas aparecieron en medio de la habitación—. Podéis verlo por vosotras mismas.

El planeta sin identificar, una tumba calcinada, era obviamente un antiguo centro de población de Honoradas Matres; los reductos de docenas de grandes ciudades presentaban la distribución típica. Toda la población había muerto, los edificios se veían ennegrecidos, había secciones enteras de las ciudades convertidas en cráteres vidriosos, infraestructuras fundidas, puertos espaciales cubiertos de grietas, y una atmósfera que era como un caldo de hollín y vapores venenosos.

—Esto es aún peor. —Profundamente turbada, Kiria pasó a otras imágenes, que mostraban un campo de batalla espacial. Esparcidos por la zona orbital, flotaban los restos de miles de naves enormes y con pesados blindajes. Naves fuertemente armadas, la poderosa flota de las Honoradas Matres… destruida en su totalidad, y formando un amplio anillo—. Hemos escaneado los restos, madre comandante. Todas las naves presentan un diseño similar al de la que encontramos aquí. Y no había naves destruidas de otro tipo. ¡Es increíble!

—¿Cuál es el significado de todo esto? —preguntó Bellonda.

Kiria contestó con voz brusca.

—Significa que las Honoradas Matres fueron aniquiladas (miles de sus mejores naves de guerra) y que no consiguieron destruir… ¡ni una sola de las naves enemigas! —Golpeó la mesa con el puño.

—A menos que el Enemigo retirara sus naves dañadas para mantener en secreto su forma de operar —dijo Accadia, aunque la explicación no parecía muy plausible.

—¿No habéis encontrado ninguna pista sobre la naturaleza del Enemigo? ¿O de las Honoradas Matres? —Una vez más, Murbella había tratado de buscar en las Otras Memorias, de adentrarse en su pasado, pero solo había encontrado misterios y callejones sin salida. Su mente solo podía remontarse a través de los linajes Bene Gesserit, siguiendo una vida tras otra, hasta los días de la Vieja Tierra. Pero por las líneas de Honoradas Matres no encontraba prácticamente nada.

—He reunido la suficiente información para estar asustada —dijo Kiria—. Se trata claramente de una fuerza a la que no podemos derrotar. Si una cantidad tan grande de Honoradas Matres ha sido destruida, ¿qué esperanza tiene la Nueva Hermandad?

—Siempre hay esperanza —dijo la vieja Accadia sin ninguna convicción, como si estuviera citando un tópico.

—Y ahora también hay un incentivo y una dura advertencia —dijo Murbella. Miró a sus consejeras—. Convocaré una reunión inmediatamente.

— o O o —

Casi un millar de mujeres fueron convocadas desde todos los confines del planeta y hubo que modificar sustancialmente la sala de asambleas para el evento. El trono de la madre comandante y todos los símbolos de su cargo se retiraron; muy pronto el significado de aquel gesto quedaría a la vista de todas. Ordenó que se cubrieran todos los frescos y decoraciones de las paredes y los techos abovedados para dar a la sala un aire utilitario. Una señal de que debían concentrarse en importantes asuntos.

Sin explicar el porqué, la Odrade-interior le recordó a Murbella un axioma Bene Gesserit: «Toda vida es una sucesión de tareas y decisiones aparentemente insignificantes, que culminan en la definición del individuo y su propósito en la vida. —Y siguió con otro—. Cada hermana es parte de un organismo humano más grande, una vida dentro de otra vida».

Murbella pensó en el descontento que bullía entre las diferentes facciones, incluso allí, en Casa Capitular, y entendió por qué lo decía.

—Cuando nuestras hermanas se matan entre ellas, mueren más que simples individuos.

Recientemente, durante una comida, un altercado había terminado con una Bene Gesserit muerta y una Honorada Matre en un coma profundo. Murbella había decidido convertir a la que estaba en coma en tanque axlotl como castigo ejemplar, pero ni siquiera eso era suficiente para castigar aquella continua y descarada actitud de desafío.

Mientras andaba arriba y abajo por la sala de conferencias, la madre comandante se obligó a recordar los avances que había logrado en los pasados cuatro años, desde la fusión forzada. Ella misma había necesitado años para hacer el cambio, para aceptar las enseñanzas de base de la Hermandad y ver los defectos de los métodos violentos y los objetivos a corto plazo de las Honoradas Matres.

Tiempo atrás, cuando estuvo presa entre las Bene Gesserit, incluso ella había asumido ingenuamente que su fuerza y sus capacidades serían más fuertes que las de las brujas. ¡Cuánta arrogancia! Al principio maquinó para destruir a la Hermandad desde dentro, pero cuanto más aprendía del saber y la filosofía Bene Gesserit, más comprendía —y detestaba— los defectos de la organización a la que había pertenecido. Ella fue la primera conversa, el primer híbrido entre Honorada Matre y Bene Gesserit…

La mañana de la reunión, las representantes tomaron asiento en los lugares que les habían asignado, sobre cojines verde oscuro dispuestos en una serie de círculos concéntricos, como pétalos de una flor que se abre. La madre comandante puso su cojín entre los de sus hermanas, en lugar de alzarse por encima de todas desde su trono.

Murbella vestía un sencillo traje negro de una pieza que le permitía una libertad total de movimiento, pero sin los llamativos colores, sin la capa ni la ornamentación que tanto gustaban a las Honoradas Matres; también evitaba las túnicas amplias con que las Bene Gesserit ocultaban sus formas.

Mientras veía a las representantes formar un tapiz de colores y ropajes inconexos, Murbella decidió imponer un código en el vestir. Tendría que haberlo hecho hacía cosa de un año, tras la refriega que se saldó con la muerte de varias acólitas. Ya habían pasado cuatro años, y sin embargo aquellas mujeres seguían aferrándose a su antigua identidad. No habría más bandas en los brazos, ni colores o capas chillonas, no más túnicas de cuervo. A partir de ahora, un sencillo traje negro de una sola pieza serviría para todas.

Las dos partes tendrían que aceptar cambios. Murbella no buscaba compromiso, sino síntesis. Porque el compromiso solo podía llevar a los dos extremos del círculo a una media inaceptable y débil. No, cada grupo debía tomar lo mejor del otro y descartar el resto.

Intuyendo la inquietud de las presentes, Murbella se incorporó sobre las rodillas y miró a las mujeres. Había oído hablar de nuevos grupos de antiguas Honoradas Matres que habían huido para unirse a las forajidas de la región del norte. Otros rumores —que ya no parecían tan absurdos— sugerían que algunas incluso se habían unido al grupo de rebeldes más importante, liderado por la madre superiora Hellica, en Tleilax. A la luz de lo que acababan de descubrir sobre el Enemigo, no podía tolerar más distracciones.

Sabía que muchas de las hermanas allí reunidas se opondrían automáticamente a los cambios que quería imponer. Ya estaban resentidas por los altercados que había provocado en el pasado. Durante un espeluznante momento, se sintió como Julio César ante el senado, cuando quiso proponer reformas monumentales que habrían beneficiado al Imperio. Y los senadores votaron con sus dagas.

Antes de hablar, Murbella realizó un ejercicio de respiración Bene Gesserit para tranquilizarse. Y de pronto notó un cambio en las corrientes de aire de la sala, algo intangible. Entrecerrando los ojos, se fijó en todos los detalles, en el lugar que ocupaba cada mujer.

Tras conectar el sistema de sonido de la sala con una señal de la mano, Murbella habló a través de un micrófono que descendió sobre un suspensor y quedó delante de su cara.

—Soy distinta a cualquier líder que las Honoradas Matres hayan podido tener. No es mi propósito complacer a todo el mundo, sino forjar un ejército que tenga una oportunidad, por pequeña que sea, de sobrevivir. Se trata de nuestra supervivencia. No podemos permitirnos perder el tiempo con cambios graduales.

—¿Y podemos permitirnos realmente algún cambio? —dijo una Honorada Matre con tono gruñón—. No veo que nos hayan beneficiado en nada.

—Dices eso porque tú no ves. ¿Piensas abrir los ojos o regodearte en tu ceguera? —Los ojos de la otra mujer relampaguearon, aunque las motas naranjas habían desaparecido hacía tiempo por la falta de un sustituto de especia.

Una Bene Gesserit llegó por detrás, tarde. Descendió por un estrecho pasillo, escudriñando la zona, como si buscara su asiento. Pero todas las presentes conocían el lugar que se les había asignado. La recién llegada no tendría que haber ido por aquel lado.

Murbella la veía en su zona periférica de visión, pero siguió hablando, como si no hubiera notado nada extraño. Aquella mujer de pelo oscuro y pómulos altos no le era familiar. No la conozco.

Mantuvo la vista al frente, contando los segundos, mientras seguía mentalmente los avances de la recién llegada. Y entonces, sin mirar atrás, utilizando los reflejos adquiridos gracias a su adiestramiento como Bene Gesserit y Honorada Matre, se puso en pie de un salto y giró en el aire para ver de cara a la otra y, antes de que sus pies tocaran el suelo, su cuerpo se dobló hacia atrás, porque en un único movimiento, la atacante se sacó algo del bolsillo de la túnica y atacó. Blanco lechoso y afilado como cristal… ¡una antigua daga crys!

Los músculos de Murbella respondían sin necesidad de un pensamiento consciente. Se agachó, con una palma extendida, y golpeó hacia arriba contra la muñeca. Un hueso delgado crujió con un sonido como de madera seca. Los dedos de la aspirante a asesina se abrieron y el crys cayó, pero lo hizo tan despacio que fue como si estuviera suspendido, como una pluma. Cuando la mujer levantó el otro brazo para evitar un segundo golpe, Murbella le asestó un puñetazo en la garganta, y le destrozó la laringe sin darle tiempo ni a gritar.

La adversaria de Murbella se desplomó, el crys cayó al suelo y la hoja se hizo añicos. En cierto modo, Murbella se sintió complacida al ver que tanto las hermanas como las Honoradas Matres saltaban instintivamente de sus cojines por si había otras implicadas en el intento de atentado. En sus movimientos, Murbella reconocía la verdad, igual que había visto la falsedad en los movimientos de la atacante.

La gorda Bellonda y la enjuta Doria saltaron sobre la caída para sujetarla. ¡Estaban actuando en colaboración! Aún de pie, Murbella escudriñó la sala y catalogó los rostros que veía para asegurarse de que no había más intrusas, más amenazas.

Aunque la atacante solitaria se sacudía, tratando de respirar, o quizá de morir, Bellonda le oprimía la garganta con la mano para mantener la vía de aire y evitar que muriera. Doria pedía a gritos un doctor suk.

El crys quebrado yacía en el suelo, junto a la mujer moribunda. Murbella lo evaluó con una mirada y comprendió. Un arma tradicional… métodos antiguos. El simbolismo del gesto estaba claro.

Murbella utilizó la Voz, con la esperanza de que la mujer estuviera demasiado débil para utilizar las defensas habituales contra la orden.

—¿Quién eres? ¡Habla!

Con una voz rota y quebrada que raspaba su garganta, la mujer contestó. Parecía contenta, desafiante.

—Soy tu futuro. Otras como yo surgirán de entre las sombras, caerán del techo, se abalanzarán sobre ti salidas de la nada. ¡Y tarde o temprano te mataremos!

—¿Por qué queréis matarme? —Las otras Bene Gesserit de la sala habían caído en un profundo silencio y trataban de oír lo que decía la atacante.

—Por lo que le has hecho a la Hermandad. —La mujer consiguió volver la cabeza hacia Doria, símbolo de las Honoradas Matres. De haber tenido fuerzas, quizá le habría escupido—. Eres la madre comandante, y estás provocando la alarma por un Enemigo Exterior, y sin embargo dejas que el verdadero enemigo se instale entre nosotras. ¡Necia!

Con el ceño ligeramente fruncido, Bellonda dijo el nombre de la agresora tras rebuscar en su mente de mentat.

—Es la hermana Osafa Chram. Una de las trabajadoras de los huertos, recién llegada del otro lado del planeta.

Una Bene Gesserit ha tratado de matarme. Ya no se trataba solo de Honoradas Matres sedientas de poder que trataban de usurpar su puesto.

—Sheeana hizo bien al huir… ¡y dejar que nos pudriéramos aquí! —Osafa Chram miró a las hermanas, luego dedicó una última mirada furibunda a Murbella, y entonces reunió el valor y se obligó a morir.

Cuando vio que la asesina empezaba a sacudirse, Murbella gritó.

—¡Bellonda! ¡Comparte con ella! ¡Debemos averiguar lo que sabe! Hasta qué punto está extendida la conspiración.

La Reverenda Madre reaccionó con una rapidez y gracia inesperadas, apoyó las palmas en las sienes de la mujer y unió su frente a la de ella.

—¡Se resiste a mí incluso en la hora de su muerte! No deja que su pensamiento fluya. —Bellonda pestañeó, luego se apartó—. Se ha ido.

Doria se inclinó sobre la mujer e hizo una mueca.

—¿Oléis eso? Shere, y mucho. Se ha asegurado de que no pudiéramos liberar su pensamiento ni siquiera con una sonda mecánica.

Las hermanas presentes murmuraban con inquietud. Murbella se preguntó si no sería mejor someter a todo el mundo a un interrogatorio con las guardianas de la verdad. Pero, si aquella hermana Bene Gesserit había tratado de matarla, ¿podía confiar realmente en sus guardianas de la verdad?

Tratando de concentrarse, señaló el cadáver con un gesto de desdén de la mano.

—Lleváosla. Las demás, volved a vuestros asientos. Una asamblea es algo muy serio, y ya nos hemos salido del programa.

—¡Estamos con vos, madre comandante! —gritó una joven entre el público. Murbella no sabía quién.

Doria regresó con discreción a su asiento, mirando a Murbella con envidia y respeto. Algunas de las antiguas Honoradas Matres que había en la sala estaban claramente sorprendidas —indignadas unas, con cara de suficiencia otras— porque el ataque hubiera venido de las pacifistas Bene Gesserit.

El cuerpo fue retirado a toda prisa, y Murbella no le dedicó más que una mirada molesta.

—He evitado intentos de asesinato otras veces. Tenemos un importante trabajo que hacer. Hemos de aplastar estas estúpidas rebeliones en nuestro seno, eliminar todo vestigio de nuestros conflictos pasados.

—Para eso haría falta una amnesia colectiva —dijo Bellonda en son de mofa.

Una ligera oleada de risas se extendió por la sala y se apagó enseguida.

—Yo la impondré —dijo Murbella con mirada furiosa—, no me importa las cabezas que tenga que golpear para lograrlo.