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Ni siquiera el campo negativo de nuestra nave puede protegernos de la presciencia de los navegantes de la Cofradía que sondean el cosmos. Solo los genes agrestes de un Atreides pueden velar completamente la nave.

MENTAT BELLONDA ante un grupo de acólitas

Con la mente entumecida después del enfrentamiento verbal entre las Bene Gesserit, Duncan Idaho realizó una ronda de ejercicios en la sala de entrenamientos. Necesitaba aclararse, y tuvo el impulso de ir a aquel lugar tan familiar donde tantas horas agradables había pasado. Con Murbella.

Trató de controlar sus músculos y nervios, y eso le hizo más consciente de sus fallos. Siempre había recordatorios. Haciendo uso de sus capacidades de mentat, notó que fallaba ciertos movimientos avanzados prana-bindu por apenas un suspiro. Muy pocos habrían reparado en estos errores, pero él los veía. Todo aquel asunto de los nuevos gholas pesaba sobre su corazón y le desestabilizaba.

Una vez más, siguió los pasos rituales. Con una espada corta en las manos, trató de alcanzar la relajación propia del prana-bindu, una serenidad interior que le permitiera defenderse y golpear con la velocidad del rayo. Pero sus músculos se obstinaban en no obedecer a los impulsos de la mente.

La lucha es una cuestión de vida o muerte… no de estados de ánimo. Gurney Halleck se lo había enseñado.

Duncan respiró hondo un par de veces, cerró los ojos y entró en un trance mnemotécnico que le permitió organizar los datos implicados en el dilema. Con el ojo de su mente vio un extenso arañazo en una pared adyacente que hasta entonces había escapado a su atención.

Es curioso que nadie lo hubiera reparado en todos aquellos años… y más extraño aún que él no se hubiera fijado.

Hacía casi quince años Murbella había resbalado en aquel lugar durante una sesión de entrenamiento en lucha con cuchillo con él… y estuvo a punto de morir. Ella cayó, a cámara lenta, y la mano con la que sujetaba el cuchillo giró de tal forma que se le habría clavado en el corazón. En su mente de mentat, Duncan vio todos los desenlaces posibles. Vio las diferentes formas en que podía morir… y las pocas en que podía salvarse. Y, antes de que tocara el suelo, asestó una fuerte patada que hizo saltar el cuchillo y arañar la pared.

Un rasguño en la pared, inadvertido y olvidado hasta entonces.

Momentos antes de aquella casi tragedia, él y Murbella habían hecho el amor en el suelo. Fue una de sus colisiones coitales más memorables, sus capacidades masculinas potenciadas por su adiestramiento Bene Gesserit frente a las técnicas de sometimiento sexual que ella conocía como Honorada Matre. Un semental sobrehumano frente a una tentación de cabellos ambarinos.

Después de casi cuatro años ¿seguiría pensando en él?

Duncan no dejaba de encontrar cosas que le recordaban a su amor perdido en la no-nave, en su camarote, en las zonas comunes. Antes de la huida, estaba demasiado concentrado en los preparativos secretos con Sheeana, ocultando los elementos necesarios en la nave, haciendo subir a escondidas a los peregrinos voluntarios, el equipamiento, las provisiones, siete gusanos de arena… estaba tan ocupado que por un tiempo pudo olvidar a Murbella.

Pero en cuanto la no-nave se alejó de la pareja de ancianos y su red, Duncan se encontró con demasiado tiempo libre y demasiadas oportunidades para topar con minas emocionales en las que antes no había reparado. Encontró algunas de las cosas de Murbella, ropas suyas de entrenamiento, objetos de tocador. Duncan era un mentat, no podía olvidar los detalles, y sin embargo, el hecho de encontrar aquellos objetos le afectó, como bombas de relojería en su recuerdo, más mortíferas que los explosivos que en otro tiempo rodeaban la no-nave en Casa Capitular.

Para salvaguardar su propia lucidez, finalmente Duncan reunió cada pequeño objeto, la ropa arrugada de ejercicio, apelmazada por el sudor seco, las toallas sucias que había utilizado, su bolígrafo favorito… y lo arrojó todo en uno de los bidones de almacenaje sin usar de la no-nave. El campo de nulentropía los conservaría tal y como estaban para siempre, y la cerradura los mantendría aparte. Hacía años que estaban allí.

Duncan no necesitaba volver a verlos, no necesitaba pensar en Murbella. La había perdido, y nunca podría olvidar.

Sí, quizá Murbella se habría ido para siempre, pero la cápsula de nulentropía de Scytale podía devolverle a sus viejos amigos: Paul, Gurney, Thufir, e incluso el duque Leto.

En aquellos momentos, mientras se secaba, sintió una oleada de esperanza.