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Llevamos nuestro grial en nuestra mente. Sujétalo con suavidad y reverencia si alguna vez aflora a tu conciencia.

MADRE SUPERIORA DARWI ODRADE

El aire olía a especia, basta, sin procesar, con el aroma acre de la mortífera Agua de Vida. El aroma del miedo y el triunfo, la Agonía que toda Reverenda Madre en potencia debe afrontar.

Por favor, pensó Murbella, que mi hija sobreviva a la prueba, como hice yo. No sabía a quién le estaba rezando.

Como madre comandante, tenía que demostrar fuerza y seguridad, independientemente de cómo se sintiera por dentro. Pero Rinya era una de las gemelas, una última y débil conexión con Duncan. Las pruebas habían demostrado que estaba cualificada, que tenía talento y que, a pesar de su juventud, estaba preparada. Rinya siempre había sido la más agresiva de las gemelas, siempre tenía un objetivo, siempre buscaba lo imposible. Quería convertirse en Reverenda Madre tan joven como cuando Sheeana lo hizo. ¡Con catorce años! Murbella admiraba a su hija por aquella fuerza, y temía por ella.

En un segundo plano, oía la voz profunda de Bellonda, Bene Gesserit, discutiendo acaloradamente con su homóloga, la honorada matre Doria. Algo habitual. Aquellas dos estaban riñendo en el pasillo de la torre de Central de Casa Capitular.

—¡Es joven, demasiado joven! No es más que una niña…

—¿Una niña? —dijo Doria—. ¡Es la hija de la madre comandante y Duncan Idaho!

—Sí, sus genes son fuertes, pero sigue siendo una locura. Arriesgamos demasiado al presionarla de esta forma a una edad tan temprana. Dejadle otro año.

—Una parte de ella es Honorada Matre. Por sí solo eso tendría que bastar para que pasara la prueba.

Todas se volvieron a mirar cuando las supervisoras, ataviadas con túnicas negras, llegaron desde una antesala con Rinya. Como madre comandante y Bene Gesserit, se suponía que Murbella no debía mostrar favoritismo hacia sus hijas. De hecho, en la Hermandad la mayoría de las niñas no conocían la identidad de sus padres.

Rinya había nacido unos minutos antes que su hermana Janess. La joven era un prodigio, ambiciosa, impaciente, y estaba indudablemente dotada; su hermana tenía esas mismas cualidades, solo que con un toque de cautela. Rinya siempre tenía que ser la primera.

Murbella había visto cómo sus hijas gemelas sobresalían en cada desafío, y por eso accedió a la petición de Rinya. Si alguien tenía un potencial superior, era ella… al menos eso quería creer.

Los momentos actuales de crisis obligaban a la Nueva Hermandad a asumir mayores riesgos que de costumbre, a arriesgarse a perder hijas para conseguir las tan necesitadas Reverendas Madres. Si Rinya fallaba, no habría una segunda oportunidad para ella. Ninguna. Murbella tenía un nudo en el pecho.

Con movimientos mecánicos, las supervisoras sujetaron los brazos de Rinya a una mesa para evitar que en medio de los dolores de la transición pudiera golpearse. Una de ellas dio un tirón demasiado fuerte a la correa de su muñeca izquierda y la joven hizo una mueca y le lanzó una fugaz mirada de disgusto… ¡un gesto tan típico de una Honorada Matre! Pero Rinya no se quejó. Sus labios se movieron levemente, formando unas palabras, y Murbella las reconoció: la antigua Letanía Contra el Miedo.

No debo temer…

¡Bien! Al menos no era tan arrogante para ignorar la dureza de lo que tenía por delante. Murbella aún se acordaba de cuando ella pasó por la prueba.

Murbella miró un instante hacia la puerta, y vio que Bellonda y Doria finalmente habían dejado de picarse. La segunda gemela entró en la sala. Janess, que debía su nombre a una mujer de la antigüedad que había salvado al joven Duncan Idaho de los Harkonnen. Duncan le había contado la historia una noche, después de hacer el amor con ella, pensando sin duda que Murbella lo olvidaría. Él mismo jamás se había aprendido los nombres de sus hijas: Rinya y Janess, Tanidia, que acababa de iniciar su instrucción como acólita, y Gianne, que solo tenía tres años y nació justo antes de que Duncan huyera.

Janess parecía reacia a entrar en la habitación, pero no quería dejar a su hermana sola durante aquella prueba. Se apartó el pelo negro y rizado de la cara, dejando al descubierto la mirada de temor de sus ojos. No quería pensar en lo que podía pasar cuando Rinya ingiriera el veneno. Agonía de Especia. Incluso las palabras evocaban algo misterioso y terrorífico.

Murbella miró a la mesa y vio que su hija musitaba la Letanía otra vez: El miedo mata la mente…

No parecía consciente de la presencia de Janess ni de ninguna de las otras mujeres que había en la sala. El aire tenía el aroma intenso y embriagador de la canela y las posibilidades. La madre comandante no podía intervenir, ni tan siquiera debía tocar la mano de la joven para reconfortarla. Rinya era fuerte y decidida. Y el ritual no tenía nada que ver con sentirse tranquila, se trataba de demostrar la capacidad de adaptación y supervivencia. Era una lucha contra la muerte.

El miedo es la pequeña muerte que acarrea la aniquilación total…

Analizando sus emociones (¡como una Bene Gesserit!), Murbella se preguntó si temía perder a Rinya como Reverenda Madre potencial para la Hermandad o como persona. ¿O quizá temía perderla porque era uno de los pocos recuerdos tangibles que le quedaban de su largamente perdido Duncan?

Rinya y Janess tenían once años cuando la no-nave desapareció con su padre. En aquel entonces las gemelas eran acólitas, y estaban recibiendo un estricto adoctrinamiento Bene Gesserit. Y en todos aquellos años, antes de que Duncan partiera, no se había permitido que las pequeñas lo conocieran.

La mirada de Murbella se cruzó con la de Janess, y una llamarada de emoción pasó entre ellas como volutas de humo. Se dio la vuelta y se concentró en la joven que estaba sujeta a la mesa, reconfortándola con su presencia. La tensión que veía en el rostro de su hija avivaba las llamas de sus dudas.

Bellonda entró en la sala sofocada, perturbando sus meditaciones solemnes. Echó un vistazo al rostro de Rinya, que de forma tan imperfecta ocultaba su ansiedad, y luego miró a Murbella.

—Todo está preparado, madre comandante.

—Tendríamos que empezar enseguida —apuntó Doria, muy cerca, detrás de la otra.

Rinya levantó la cabeza a pesar de las ataduras y miró a su gemela, luego a su madre, y luego dedicó a Janess una sonrisa tranquilizadora.

—Estoy lista. Tú también lo estarás, hermana mía. —Volvió a recostarse, se concentró en su prueba y siguió musitando la Letanía.

Afrontaré mis miedos…

Sin decir palabra, Murbella se acercó a Janess, que estaba visiblemente alterada y apenas podía contenerse. La sujetó por el antebrazo, pero ella no se inmutó. ¿Qué sabía que no supiera ella? ¿Qué dudas se habían contado las gemelas entre ellas en sus búngalos de acólitas por la noche?

Una de las supervisoras sujetó una jeringa oral, la colocó en posición y abrió la boca de Rinya ayudándose con los dedos. La joven dejó la boca flácida.

Murbella sintió ganas de gritar, de decirle a su hija que no tenía que demostrar nada. No hasta que estuviera preparada. Pero, incluso si tenía dudas, Rinya no cambiaría jamás de opinión. Era tozuda, y estaba decidida a pasar por aquello. No podía intervenir. En aquellos momentos no era una simple madre, era la madre comandante.

Rinya cerró los ojos en un gesto de aceptación, atrapada en aquella dura prueba. La línea de su mandíbula era firme, desafiante. Murbella había visto aquella expresión en el rostro de Duncan muchas veces.

De pronto Janess saltó, incapaz de seguir conteniéndose.

—¡No está preparada! ¿Es que no lo veis? Ella me lo dijo. Sabe que no puede…

Sobresaltada por la interrupción, Rinya volvió la cabeza, pero las supervisoras ya habían activado las bombas. Un fuerte olor a productos químicos impregnó el aire cuando Janess trató de sacar la jeringa de la boca de su hermana.

Con una rapidez sorprendente teniendo en cuenta su volumen, Bellonda empujó a Janess con el cuerpo y la derribó.

—¡Janess, basta ya! —exclamó Murbella con tanta autoridad como pudo. Al ver que su hija seguía debatiéndose, utilizó la Voz—. ¡Basta! —­

Y con esto, involuntariamente los músculos de la joven quedaron paralizados.

—Estáis desaprovechando el potencial de una hermana insuficientemente preparada —gritó Janess—. ¡Mi hermana!

Con voz mordaz, Murbella dijo:

—No debes interferir en la Agonía. Estás distrayendo a Rinya en un momento vital.

Una de las supervisoras anunció.

—Hemos logrado el objetivo, a pesar de las interferencias. Rinya ha tomado el Agua de Vida.

El veneno empezó a actuar.

— o O o —

Una euforia mortífera le quemaba en las venas, desafiando su capacidad celular. Rinya veía su propio futuro. Como Navegante de la Cofradía, su mente podía negociar un camino seguro a través de los velos del tiempo, evitando obstáculos y cortinas que tapaban la vista. Se veía a sí misma en la mesa, y a su madre y su hermana, que no podían disimular la preocupación. Era como mirar a través de una lente borrosa.

Permitiré que pase sobre mí, a través de mí…

Luego, de forma incontestable, como si hubieran abierto unas cortinas para dejar paso a una luz cegadora, Rinya contempló su propia muerte… y no pudo hacer nada para evitarla. Tampoco Janess, que gritó. Y Murbella se dio cuenta: Ella lo sabía.

Atrapada en su cuerpo, Rinya sintió una punzada de dolor que iba de lo más hondo de su cuerpo hasta el cerebro.

Y cuando haya pasado de largo, volveré mi ojo interior para ver su camino. Cuando el miedo haya pasado ya no habrá nada. Solo yo permaneceré.

Rinya había recordado la Letanía entera. Y después ya no sintió nada.

Rinya se sacudía en la mesa, tratando de liberarse de las ataduras. El rostro de la adolescente se había convertido en una máscara convulsa de dolor, terror. Sus ojos estaban vidriosos… casi se había ido.

Murbella no podía gritar, no podía hablar. Estaba totalmente inmóvil, mientras en su interior una tormenta la sacudía. ¡Janess lo sabía! ¿O era ella quien lo había provocado?

Por un momento, Rinya se apaciguó, sus párpados aletearon, y entonces profirió un grito terrible que atravesó la sala como un cuchillo.

Con movimientos muy lentos, Murbella se acercó a su hija muerta y tocó su mejilla aún caliente. En un segundo plano, oyó el grito angustiado de Janess, junto con el suyo propio.