53

Los límites de la supervivencia son fijados por el clima, ese lento fluir de los cambios que muchas veces no pueden ser apreciados por una generación. Y son los extremos del clima los que fijan los modelos. Aislados, los limitados sentidos de los seres humanos pueden observar tan sólo provincias climáticas, fluctuaciones anuales del tiempo y, ocasionalmente, pueden observar cosas tales como «Este es el año más frío que jamás hayamos conocido». Tales cosas son perceptibles. Pero los seres humanos son raramente conscientes de los lentos cambios que se producen a lo largo de un enorme número de años. Y es precisamente teniendo consciencia de estos lentos cambios que los seres humanos pueden sobrevivir en un planeta. Deben aprender a conocer el clima.

Arrakis, la Transformación, según HARQ AL-ADA

Alia permanecía sentada con las piernas cruzadas sobre su lecho, intentando calmarse recitando la Letanía Contra el Miedo, pero burlonas risas resonaban en su cráneo, bloqueando todos sus esfuerzos. Podía escuchar la voz, controlando sus oídos, su mente.

—¿Qué tontería es ésta? ¿De qué tienes miedo?

Los músculos de sus pantorrillas se contrajeron cuando sus pies intentaron echar a correr. Pero no había ningún lugar adónde correr.

Iba vestida tan sólo con una túnica dorada de la más pura seda paliana, que revelaba una obesidad que había empezado a hinchar su cuerpo. La Hora de los Asesinos acababa de pasar; el alba estaba cerca. Los informes relativos a los últimos tres meses estaban esparcidos ante ella en el cubrecama rojo. Podía oír el zumbido del acondicionador de aire y la débil brisa agitando las etiquetas de las bobinas de hilo shiga.

Sus ayudantes la habían despertado hacía dos horas, atemorizadas, trayéndole noticias del último ultraje, y Alia había pedido que le trajeran todos los informes, intentando encontrar un esquema comprensible.

Interrumpió la Letanía.

Aquellos ataques tenían que ser obra de los rebeldes. Obviamente. Cada vez más y más de ellos se revolvían contra la religión de Muad’Dib.

—¿Y qué es lo que hay de equivocado en ello? —preguntó la burlona voz en su interior.

Alia agitó ferozmente la cabeza. Namri le había fallado. Había sido una estúpida confiando en un instrumento de doble filo tan peligroso como aquél. Sus ayudantes susurraban que el culpable era Stilgar, que Stilgar era en secreto un rebelde. ¿Y qué había sido de Halleck? ¿Se había ocultado entre sus amigos contrabandistas? Probablemente.

Tomó una de las bobinas. ¡Y Muriz! El hombre era un histérico. Aquella era la única explicación posible. De otro modo no tenía más alternativa que creer en los milagros. Ningún ser humano, y mucho menos un niño (ni siquiera un niño como Leto) podía saltar de la alta escarpadura de la colina rocosa de Shuloch y sobrevivir para huir a través del desierto en saltos que lo llevaran de cresta en cresta de las dunas.

Alia sintió la frialdad del hilo shiga bajo su mano.

¿Dónde estaba Leto, entonces? Ghanima se negaba a creer que no estuviera muerto. Una Decidora de Verdad había confirmado su historia: Leto había caído bajo las garras de un tigre laza. Entonces, ¿quién era el niño que habían informado Namri y Muriz?

Se estremeció.

Cuarenta qanats habían sido destruidos, su agua esparcida por la arena. Los Fremen leales, y los rebeldes también, eran todos una pandilla de supersticiosos. Sus informes estaban repletos de historias de misteriosos acontecimientos. Las truchas de arena saltaban a los qanats y se fragmentaban en una multitud de pequeñas réplicas de sí mismas. Los gusanos se ahogaban deliberadamente. La sangre se derramaba de la Segunda Luna y caía sobre Arrakis, despertando a los grandes gusanos. ¡Y la frecuencia de las tormentas estaba aumentando!

Pensó en Duncan incomunicado en el Tabr, inquieto por las restricciones que ella le había impuesto a través de Stilgar. Él e Irulan no hacían otra cosa que hablar del real significado que se ocultaba tras todos aquellos presagios. ¡Estúpidos! ¡Incluso sus espías evidenciaban estar influenciados por aquellas absurdas habladurías!

¿Por qué insistía Ghanima en su historia del tigre laza?

Alia suspiró. Sólo uno de los informes en las bobinas de hilo shiga la tranquilizaba. Farad’n había enviado un contingente de sus guardias personales «para ayudaros en vuestros problemas y para preparar el camino para el Rito Oficial del Compromiso». Alia sonrió para sí misma y compartió la risotada que resonó en su cráneo. Aquel plan, al menos, permanecía intacto. Se habían encontrado explicaciones lógicas para disipar todas aquellas estúpidas supersticiones.

Mientras tanto, había utilizado a los hombres de Farad’n para que la ayudaran a cerrar Shuloch y a arrestar a todos los disidentes conocidos, especialmente entre los Naibs. Había dudado en actuar también contra Stilgar, pero la voz interior la había advertido al respecto.

—Todavía no.

—Mi madre y la Hermandad poseen aún un plan propio —había susurrado Alia—. ¿Por qué están adiestrando a Farad’n?

—Quizás eso la excite —había dicho el Viejo Barón.

—No a alguien tan frío como ella.

—¿Quizás estás pensando en pedirle a Farad’n que te la devuelva?

—¡Sé los peligros que eso representaría!

—Muy bien. Mientras tanto, hay ese joven ayudante que Zia te ha traído recientemente, creo que su nombre es Agarves… Buer Agarves. Si lo invitaras aquí esta noche…

—¡No!

—Alia…

—¡Está a punto de amanecer, viejo estúpido insaciable! Hay una reunión del Consejo Militar esta mañana, y los sacerdotes…

—No confíes en ellos, querida Alia.

—¡Por supuesto que no!

—Muy bien. Ahora, con respecto a ese Buer Agarves.

—¡He dicho que no!

El Viejo Barón permaneció silencioso en ella, pero Alia empezó a sentir el dolor de cabeza. Un lento dolor empezó a crecer desde su mejilla izquierda y a penetrar en su cráneo. Ya una vez la había obligado a doblegarse, echando a correr por los pasillos, con aquel truco. Esta vez decidió resistir.

—Si insistes, tomaré un sedante —dijo.

Él se dio cuenta de que estaba hablando en serio. El dolor de cabeza empezó a disminuir.

—Muy bien —dijo, petulante—. Lo dejaremos para otra vez, entonces.

—Exacto —asintió ella—. Lo dejaremos para otra vez.