El lenguaje Fremen implica gran concisión y un preciso sentido de la expresividad. Está inmerso en la ilusión de los absolutos. Sus premisas son un terreno fértil para las religiones absolutistas. Además, los Fremen son propensos a moralizar. Afrontan la terrible inestabilidad de todas las cosas con declaraciones de principio. Dicen: «Sabemos que aún existe una suma de todo el conocimiento asequible; esto es un atributo de Dios. Pero cualquier hombre puede aprender, cualquier hombre puede conservar lo que ha aprendido». Del doble filo de esta aproximación al universo los Fremen extraen una fantástica creencia en los signos y en los presagios y en su propio destino. Este es uno de los orígenes de su leyenda del Kralizec: la guerra en los límites del universo.
Informes Privados de la Bene Gesserit/folio 800881
—Lo tienen en un lugar seguro —dijo Namri, sonriéndole a Gurney Halleck a través de la cuadrada estancia de piedra—. Puedes informar de esto a tus amigos.
—¿Dónde es ese lugar seguro? —preguntó Halleck. No le gustaba el tono de Namri, sintiéndose como se sentía forzado por las órdenes de Jessica. ¡Maldita bruja! Sus explicaciones no tenían sentido, excepto la advertencia de lo que podía ocurrir si Leto fracasaba en dominar sus terribles memorias.
—Es un lugar seguro —dijo Namri—. Esto es todo lo que se me permite decirte.
—¿Cómo lo sabes?
—He recibido un distrans. Sabiha está con él.
—¡Sabiha! Pero si apenas acaba de dejarlo escap…
—No esta vez.
—¿Pretendes matarlo?
—Eso ya no depende de mí.
Halleck hizo una mueca. Distrans. ¿Cuál era el alcance de aquellos condenados murciélagos de las cavernas? A menudo los había visto sobrevolando el desierto con ocultos mensajes sobreimpresos en sus estridentes gritos. Pero, ¿cuán lejos podían llegar en aquel infernal planeta?
—Debo verlo por mí mismo —dijo Halleck.
—Eso no está permitido.
Halleck inspiró profundamente para calmarse. Habían pasado dos días y dos noches esperando los informes de la búsqueda. Ahora era ya otra mañana, y sentía como su papel allí se disolvía a su alrededor, dejándolo desnudo. Nunca le había gustado mandar a nadie. Los que mandaban debían permanecer siempre esperando, mientras los demás hacían las cosas interesantes y peligrosas.
—¿Por qué no está permitido? —preguntó. Los contrabandistas que habían organizado aquel sietch-fortaleza habían dejado demasiadas preguntas sin respuesta, y ya no estaba dispuesto a consentirle lo mismo a Namri.
—Hay alguien que piensa que has visto demasiado en este sietch —dijo Namri.
Halleck captó la amenaza, se relajó en la engañosa apacibilidad del luchador entrenado, la mano cerca pero no apoyada en su cuchillo. Hubiera deseado un escudo, pero había tenido que prescindir de él desde el principio a causa de su efecto sobre los gusanos y por su poca vida en presencia de las cargas estáticas generadas por las tormentas.
—Estos secretos no forman parte de nuestro acuerdo —dijo Halleck.
—Si yo lo hubiera matado, ¿hubiera formado eso parte de nuestro acuerdo?
De nuevo percibió Halleck la presencia de invisibles fuerzas sobre las cuales Dama Jessica no le había advertido. ¡Aquel maldito plan suyo! Quizá fuera cierto que uno no debía fiarse de las Bene Gesserit. Inmediatamente se sintió desleal. Ella le había explicado el problema, y él había aceptado su plan con la convicción de que, como todos los planes, iba a necesitar ajustes posteriores. Además, ella no era ninguna Bene Gesserit: era Jessica de los Atreides, que siempre había sido para él una amiga y una aliada. Sin ella, Halleck sabía que se hubiera encontrado a la deriva en un universo más peligroso que aquel que habitaba ahora.
—No puedes responder a mi pregunta —dijo Namri.
—Tú debías matarlo tan sólo si mostraba evidencias irrefutables de estar… poseído —dijo Halleck—. De ser una Abominación.
Namri apoyó su puño en su oreja derecha.
—Tu Dama sabía que tenemos pruebas para tales gentes. Fue juicioso por su parte dejar esta decisión en mis manos.
Halleck apretó frustradamente los labios.
—Has oído las palabras que me dirigió la Reverenda Madre —dijo Namri—. Nosotros los Fremen comprendemos a tales mujeres, pero vosotros, habitantes de otros planetas, nunca las habéis comprendido. Las mujeres Fremen mandan a menudo a sus hijos a la muerte.
Halleck habló entre apretados labios:
—¿Acaso estás diciéndome que lo has matado?
—Vive. Está en un lugar seguro. Continúa recibiendo la especia.
—Pero yo debo escoltarlo de vuelta con su abuela si sobrevive —dijo Halleck.
Namri se limitó a alzarse de hombros.
Halleck comprendió que aquella iba a ser toda la respuesta que recibiría. ¡Maldición! ¡No podía regresar al lado de Jessica con tales preguntas sin responder! Agitó la cabeza.
—¿Por qué haces preguntas sobre algo que no puedes cambiar? —dijo Namri—. Estás siendo bien pagado.
Halleck miró ceñudo al hombre. ¡Fremen! Creían que todos los extranjeros estaban influenciados totalmente por el dinero. Pero Namri estaba hablando más allá de los prejuicios Fremen. Había otras fuerzas allí, y era obvio que había sido adiestrado en la observación por una Bene Gesserit. Todo aquello olía a una finta en otra finta en otra finta…
Utilizando la insultante forma familiar, Halleck dijo:
—Dama Jessica puede encolerizarse. Puede enviar ejércitos contra…
—¡Zanadiq! —increpó Namri—. ¡Tú, mensajero de oficio! ¡Tú estás fuera del Mohalata! ¡Me complaceré en poseer tu agua para el Noble Pueblo!
Halleck permaneció con una mano apoyada en su cuchillo, preparando la pequeña sorpresa que había colocado en su manga izquierda para los agresores.
—No veo ningún agua derramada aquí. Quizá te haya cegado tu orgullo.
—Todavía vives porque deseaba que supieras antes de morir que tu Dama Jessica no enviará ejércitos contra nadie. No vas a entrar placenteramente en el Huanui, escoria de otro mundo. Yo pertenezco al Noble pueblo, mientras que tú…
—Yo tan sólo soy un siervo de los Atreides —dijo Halleck, con voz tranquila—. Nosotros somos la escoria que ha arrancado el yugo Harkonnen de vuestros malolientes cuellos.
Namri mostró sus blancos dientes en una mueca.
—Tu Dama está prisionera en Salusa Secundus. ¡Los mensajes que creías suyos provenían de su hija!
Con un supremo esfuerzo, Halleck consiguió mantener su voz tranquila.
—No importa. Será Alia quien…
Namri extrajo su crys.
—¿Qué es lo que sabes del Seno del Cielo? Yo soy siervo, puta macho. ¡Es por orden suya que tomo tu agua! —y se lanzó a través de la estancia en un temerario asalto.
Halleck, sin dejarse engañar por una tan obvia torpeza, alzó su brazo izquierdo, sacando de su manga el largo extra de resistente tela que había mantenido oculta allí, dejando que el cuchillo de Namri se enredara en él. Con el mismo movimiento, Halleck echó la tela alrededor de la cabeza de Namri, y lanzó el cuchillo contra ella, apuntando directamente al rostro. Sintió la punta del arma alcanzar su destino en el mismo momento en que el cuerpo de Namri lo golpeaba con la dura superficie de una armadura metálica oculta bajo sus ropas. El Fremen lanzó un ultrajado alarido, rebotó hacia atrás, y cayó. Quedó tendido allí, con la sangre manando abundantemente de su boca mientras sus ojos contemplaban furiosamente a Halleck y empezaban a velársele.
Halleck expelió el aire entre sus apretados dientes. ¿Cómo podía creer aquel estúpido de Namri que nadie se daría cuenta de la presencia de la armadura bajo sus ropas? Halleck se dirigió al cadáver mientras se soltaba la tela extra de su manga, limpiaba con ella el cuchillo y lo enfundaba.
—¿Cómo crees que hemos sido adiestrados nosotros los siervos de los Atreides, estúpido?
Suspiró profundamente, pensando: Bien, y ahora, ¿de quién soy la finta? Había algo de verdad en las palabras de Namri. Jessica prisionera de los Corrino, y Alia trazando sus tortuosos planes. La propia Jessica lo había puesto sobre aviso respecto a lo que podía esperarse de Alia como enemiga, pero no había previsto que ella misma pudiera ser hecha prisionera. De todos modos, tenía unas órdenes que debía obedecer. Primero estaba la necesidad de huir rápidamente de aquel lugar. Afortunadamente, un Fremen embozado se parecía mucho a cualquier otro Fremen embozado. Hizo rodar el cuerpo de Namri hasta un rincón, apiló almohadones sobre él, movió una alfombra para cubrir la sangre. Cuando hubo hecho esto, Halleck ajustó los tubos de nariz y boca de su destiltraje, se colocó la máscara como lo hubiera hecho cualquiera que se preparara para el desierto, se echó la capucha hacia el rostro, y salió al largo pasillo.
El inocente se mueve sin precauciones, pensó, adaptando sus pasos a un caminar desenvuelto. Se sentía curiosamente libre, como si se estuviera alejando de un peligro y no avanzando hacia él.
Nunca me gustaron sus planes para con el chico, pensó. Se lo diré a ella, si consigo verla alguna vez. Sí. Porque si Namri había dicho la verdad, ahora debía afrontar el más peligroso plan alternativo. Alia no iba a dejarle vivir mucho tiempo si conseguía echarle la mano encima. Pero siempre quedaba Stilgar… un buen Fremen lleno de buenas supersticiones Fremen.
Jessica se lo había explicado:
—Hay una muy delgada capa de comportamiento civilizado sobre la naturaleza original de Stilgar. Y lo único que tienes que hacer para arrancársela es…