El futuro de la presciencia no puede ser siempre aprisionado en las reglas del pasado. Los hilos de la existencia se entrecruzan de acuerdo con muchas leyes desconocidas. El futuro presciente insiste en sus propias reglas. No se conforma al ordenamiento Zensunni ni al ordenamiento de la ciencia. La presciencia edifica una integridad relativa. Exige el desarrollo de este instante, pero siempre advirtiendo que uno no puede entretejer cada hilo en la trama del pasado.
Kalima: Las Palabras de Muad’Dib. Comentarios de Shuloch
Muriz condujo el ornitóptero por encima de Shuloch con una facilidad derivada de la práctica. Leto, sentado a su lado, notaba la presencia armada de Behaleth tras ellos. Todo iba produciéndose hasta ahora de acuerdo con el delgado hilo de su visión, con una extrema exactitud. Si algo fallaba, Allahu akbahr. A veces uno debía someterse a un ordenamiento superior.
La colina de Shuloch era impresionante en medio de aquel desierto. Su no señalada presencia hablaba de multitud de corrupciones y de multitud de muertes, de multitud de amigos en altos cargos. Leto podía ver ahora en el corazón de Shuloch un pan rodeado de escarpaduras con entrecruzados cañones ciegos conduciendo a su interior. Espesos matorrales de plantas escamosas y de sal delimitaban los bordes inferiores de aquellos cañones, con anillos interiores de palmeras abanico, indicando una abundancia de agua en aquel lugar. Toscas edificaciones hechas de troncos y fibra de especia habían sido erigidas al aire libre a una cierta distancia de las palmeras abanico. Las edificaciones eran como botones verdes esparcidos por la arena. Allí debían vivir los desheredados de los Desheredados, aquellos que ya no podían descender más abajo excepto morir.
Muriz aterrizó en el pan, cerca de la base de uno de los cañones. Una estructura aislada se erguía en la arena directamente delante del tóptero: un techo de lianas del desierto y hojas de bejato, embutidas con tejido de especia. Era la réplica viviente de las primeras toscas destiltiendas, y hablaba de la decadencia de algunos de los habitantes de Shuloch. Leto sabía que aquel lugar debía perder humedad y estar repleto de chupadores nocturnos provenientes de los cercanos matorrales. Sin embargo, allí era donde había vivido su padre. Y la pobre Sabiha. Aquel sería su castigo.
Bajo órdenes de Muriz, Leto salió del tóptero, saltó a la arena, y se dirigió a largas zancadas hacia la choza. Pudo ver bastante gente trabajando más allá, en el cañón, cerca de las palmeras. Tenían un aspecto lamentable, macilento, y el hecho de que apenas le dirigieran una distraída mirada a él y al tóptero decía mucho de la opresión que había allí. Leto pudo ver la orilla rocosa de un qanat más allá de los trabajadores, y era imposible equivocarse con respecto a la humedad que había en el aire: agua al abierto. Al rebasar la choza, Leto vio que era tan tosca como había esperado. Avanzó hacia el qanat, miró hacia la superficie, y vio los torbellinos de los peces predadores en la oscura corriente. Los trabajadores, evitando su mirada, estaban limpiando de arena las embocaduras de los cañones.
Muriz se acercó a Leto por detrás y dijo:
—Estás en el límite entre los peces y el gusano. Cada uno de estos cañones tiene su gusano. Este qanat ha sido abierto, y dentro de poco retiraremos los peces para atraer a las truchas de arena.
—Por supuesto —dijo Leto. Los criáis como ganado. Vendéis las truchas de arena y los gusanos fuera del planeta.
—¡Fue Muad’Dib quien nos lo sugirió!
—Lo sé. Pero ninguno de vuestros gusanos o truchas de arena sobrevive mucho tiempo lejos de Dune.
—Todavía no —dijo Muriz—. Pero algún día…
—No en diez mil años —dijo Leto. Y se giró para observar el torbellino que se agitaba en el rostro de Muriz. Las preguntas fluían en él como el agua en el qanat. ¿Podía leer realmente aquel hijo de Muad’Dib el futuro? Uno podía creer que Muad’Dib lo hubiera hecho, pero… ¿Cómo podía ser juzgado algo como aquello?
Tras unos instantes Muriz retrocedió, conduciéndolo hacia la choza. Abrió el tosco sello de entrada e hizo un gesto a Leto para que entrara. Había una lámpara de aceite de especia ardiendo en la pared más alejada, y una pequeña silueta acuclillada bajo ella, de espaldas a la puerta. El aceite ardiendo despedía una densa fragancia a canela.
—Han mandado a un nuevo prisionero a cuidar del sietch de Muad’Dib —ironizó Muriz—. Si sirve bien, podrá conservar su agua por un tiempo. —Se enfrentó a Leto—. Algunos piensan que es malo tomar una tal agua. ¡Esos remilgados Fremen de ahora llenan sus nuevas ciudades con montañas de basura! ¡Montañas de basura! ¿Cuándo ha visto nunca Dune montañas de basura? Cuando recibimos a alguien… —Señaló hacia la silueta junto a la lámpara—… generalmente están medio locos de miedo, perdidos para su propia raza, y ningún verdadero Fremen los aceptaría ¿Me comprendes. Leto-Batigh?
—Te comprendo. —La figura acuclillada no se había movido.
—Tú hablas de guiarnos —dijo Muriz—. Los Fremen son guiados por hombres que se han cubierto de sangre. ¿Hacia dónde nos guiarías tú?
—Kralizec —dijo Leto, manteniendo su atención centrada en la acuclillada silueta.
Muriz lo miró intensamente, con el ceño fruncido sobre sus ojos índigo. ¿Kralizec? Aquello no era simplemente una guerra o una revolución; era el Tifón Absoluto. Aquella era una palabra surgida de las más remotas leyendas Fremen: Una batalla en el límite del universo. ¿Kralizec?
El alto Fremen tragó saliva convulsivamente. ¡Aquel enano era tan impredecible como un dandy de la ciudad! Muriz se giró hacia la acuclillada silueta.
—¡Mujer! ¡Liban wahid! —ordenó. ¡Traednos la bebida de especia!
Ella vaciló.
—Haz lo que dice, Sabiha —dijo Leto.
Ella saltó de pie, girándose. Lo miró, incapaz de apartar sus ojos del rostro de él.
—¿La conoces? —preguntó Muriz.
—Es la sobrina de Namri. Ofendió a Jacurutu, y ellos te la han mandado a ti.
—¿Namri? Pero…
—Liban wahid —dijo Leto.
Ella se apresuró, pasando por su lado y cruzando el sello de la entrada. Pudieron oír el sonido de sus pies corriendo, allá afuera.
—No irá muy lejos —dijo Muriz. Se tocó un lado de la nariz con un dedo—. Una pariente de Namri, ¿eh? Interesante. ¿Cuál fue su ofensa?
—Me dejó escapar —Leto se giró y siguió a Sabiha.
La encontró inmóvil en la orilla del qanat. Se situó a su lado y miró al agua. Había pájaros en las cercanas palmeras abanico, podía oír sus llamadas y sus aleteos. Los trabajadores emitían sonidos raspantes al remover la arena. Permaneció en silencio, al igual que Sabiha, mirando hacia abajo, hacia las profundidades del agua y sus reflejos. Por el rabillo del ojo podía ver periquitos azules entre las frondas de las palmeras. Uno de ellos voló a través del qanat, y lo pudo ver reflejándose en el plateado remolino de un pez, todo ello agitándose al mismo tiempo, como si pájaros y predadores nadaran en idéntico firmamento.
Sabiha carraspeó.
—Me odias —dijo Leto.
—Me has cubierto de vergüenza. Me has avergonzado ante todo mi pueblo. Me sometieron al Isnad y me enviaron aquí a perder mi agua. ¡Todo ello por tu causa!
Muriz se echó a reír a poca distancia de ellos.
—Y ahora puedes ver, Leto-Batigh, que nuestro Río del Espíritu tiene muchos tributarios.
—Pero mi agua fluye en tus venas —dijo Leto, girándose—. Ella no es un tributario. Sabiha es el destino de mi visión, y yo la he seguido. He huido a través del desierto para hallar mi futuro aquí en Shuloch.
—¿Tu y…? —Muriz indicó a Sabiha, echó atrás la cabeza y soltó una risotada.
—No ocurrirá como tú crees —dijo Leto—. Recuerda esto, Muriz. He hallado las huellas de mi gusano. —Se dio cuenta de que había lágrimas en sus ojos.
—Está dando agua a los muertos —susurró Sabiha.
Entonces, Muriz lo miró casi con reverencia. Los Fremen nunca lloraban, a menos que su alma estuviera anegada en el más profundo dolor. Casi embarazado, Muriz cerró sobre su boca la máscara del destiltraje y echó sobre sus ojos su capucha djeballa.
Leto miró más allá del hombre y dijo:
—Aquí en Shuloch aún se invoca al rocío en el borde del desierto. Ve, Muriz, e invoca a Kralizec. Te prometo que acudirá.