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La paz exige soluciones, pero nunca llegamos a alcanzar soluciones vivas; tan sólo trabajamos en su dirección. Una solución fija es, por definición, una solución muerta. El problema con la paz es que tiende a castigar los errores, en lugar de premiar los logros.

Las Palabras de mi Padre: una crónica de Muad’Dib, reconstruida por HARQ AL-ADA

—¿Lo está adiestrando? ¿Está adiestrando a Farad’n?

Alia miró furiosamente a Duncan Idaho, con una deliberada mezcla de rabia e incredulidad. El cargo de la Cofradía había entrado en órbita en torno a Arrakis al mediodía local. Una hora más tarde el transbordador había depositado a Idaho en Arrakeen, sin anunciarlo, en una forma casual y abierta. Unos minutos después un tóptero lo dejaba en la cúspide de la Ciudadela. Avisada de su imprevista llegada, Alia lo había recibido allí, fríamente formal ante sus guardias, pero ahora estaban en sus aposentos privados de la parte norte. Él acababa de entregarle su informe, conciso, exacto, enfatizando cada dato a la manera mentat.

—¡Ha perdido el sentido! —dijo Alia.

Él evaluó aquella afirmación como un problema mentat.

—Todos los indicios señalan que se halla bien equilibrada, sana de juicio. Me atrevería a decir que su índice de cordura era…

—¡Ya basta! —restalló Alia—. ¿Qué es lo que piensa hacer?

Idaho, que sabía que su propio equilibrio emocional dependía ahora de su capacidad de ampararse en la frialdad mentat, dijo:

—Computo que se trata de algo relacionado con el compromiso de su nieta. —Sus rasgos permanecieron precavidamente impasibles, una máscara que ocultaba el acerbo dolor que amenazaba con engullirlo. Aquella mujer que tenía allí delante no era Alia. Alia estaba muerta. Por un tiempo había mantenido a una Alia mítica ante sus sentidos, alguien creado para sus propias necesidades, pero un mentat podía mantener este autoengaño tan sólo por un tiempo limitado. Aquella criatura de apariencia humana estaba poseída; una psique demoníaca la guiaba. Sus acerados ojos con su miríada de facetas disponibles reproducían en sus centros de visión una multiplicidad de míticas Alias. Pero cuando las combinaba para formar una sola imagen, Alia desaparecía. Sus rasgos se movían según otras exigencias. Era tan sólo una concha en cuyo interior se habían cometido terribles ultrajes.

—¿Dónde está Ghanima? —preguntó.

Ella barrió la pregunta con un gesto de la mano.

—La he enviado con Irulan a los dominios de Stilgar.

Un territorio neutral, pensó él. Ha sido otra negociación con las tribus rebeldes. Está perdiendo terreno y no quiere reconocerlo… ¿o quizá sí? ¿Acaso existe otra razón? ¿Se ha pasado Stilgar a su lado?

—El compromiso —musitó Alia—. ¿Cuáles son las condiciones en la Casa de los Corrino?

—Salusa pulula con parientes de todas clases, todos ellos trabajándose a Farad’n con la esperanza de conseguir algún beneficio con su retorno al poder.

—Y ella lo está adiestrando a la manera Bene Gesserit…

—¿Acaso no es el marido más adecuado para Ghanima?

Alia sonrió para sí misma, pensando en la fría furia de Ghanima. Que Farad’n se adiestrara. Jessica estaba adiestrando a un cadáver. Todo iría como estaba previsto.

—Debo considerar esto largamente —dijo—. Estás muy silencioso, Duncan.

—Espero tus preguntas.

—Entiendo. ¿Sabes? Estaba muy irritada contigo. ¡Llevarla a Farad’n!

—Me ordenaste que lo hiciera de forma que pareciera real.

—Me vi obligada a difundir un comunicado diciendo que ambos habíais sido hechos prisioneros —dijo ella.

—Obedecí tus órdenes.

—A veces eres tan literal, Duncan. Casi me asustas. Pero si no hubieras conseguido, bueno…

—Dama Jessica está ahora lejos del peligro —dijo él—. Por el bien de Ghanima debemos estarle agradecidos de que…

—Extremadamente agradecidos —admitió ella. Y pensó: Ya no puedo confiar en él. Esa maldita lealtad suya a los Atreides. Tengo que encontrar una excusa para apartarlo de aquí… y hacerlo eliminar. Un accidente, por supuesto.

Rozó su mejilla.

Idaho se obligó a sí mismo a responder a su caricia, tomando su mano y besándola.

—Duncan, Duncan, qué triste es todo esto —dijo ella—. Pero no puedo tenerte aquí conmigo. Están ocurriendo muchas cosas, y son tan pocas las personas en quienes puedo confiar enteramente.

El soltó su mano y esperó.

—Me vi obligada a enviar a Ghanima al Tabr —dijo Alia—. Aquí ocurren cosas inquietantes. Incursores de las Tierras Accidentadas han abierto brechas en los qanats en la Depresión Kagga y han esparcido toda su agua en la arena. El agua está racionada en Arrakeen. La Depresión pulula de truchas, que enquistan toda el agua que encuentran. Estamos luchando contra ellas, por supuesto, pero nuestra situación es delicada.

Idaho había notado ya cuán pocas amazonas de Alia montaban guardia en la Ciudadela. Y pensó: Los Maquis del Desierto Profundo seguirán poniendo a prueba sus defensas. ¿Cómo no se da cuenta de ello?

—Tabr sigue siendo un territorio neutral —dijo ella—. Las negociaciones prosiguen allí. Javid está allí con una delegación de los Sacerdotes. Pero me gustaría que tú también estuvieras en el Tabr para ver lo que hacen, especialmente Irulan.

—Ella es una Corrino —asintió él.

Pero vio en los ojos de Alia que en realidad ella lo estaba alejando. ¡Qué transparente se había vuelto aquella criatura-Alia!

Ella agitó una mano.

—Ahora vete, Duncan, antes de que me enternezca y te retenga aquí conmigo. Te he echado tanto de menos…

—Yo también a ti —dijo él, dejando que todo su dolor fluyera en su voz.

Ella lo miró, sorprendida por su tristeza.

—Hazlo por mí, Duncan —dijo. Y pensó: Tanto peor, Duncan. Tras lo cual añadió—: Zia te llevará al Tabr. Necesitamos el tóptero aquí.

Su amazona preferida, pensó él. Tendré que cuidarme de ella.

—Entiendo —dijo, tomando de nuevo su mano y besándola. Miró a aquella querida carne que antes había sido la de su Alia. No pudo conseguir mirarla directamente al rostro cuando salió. Alguien distinto lo estaba mirando desde aquellos ojos.

Mientras subía a la plataforma de aterrizaje en el tejado de la Ciudadela, Idaho tuvo la inquietante sensación de que había muchas preguntas sin respuesta. El encuentro con Alia había sido tremendamente difícil para el mentat que ocupaba parte de su ser y que seguía recogiendo instintivamente datos. Aguardó junto al tóptero con una de las amazonas de la Ciudadela, mirando hoscamente hacia el sur. La imaginación llevó su mirada más allá de la Muralla Escudo, hasta el Sietch Tabr. ¿Por qué debe ser Zia quien me lleve hasta el Tabr? Regresar un tóptero vacío es un trabajo servil. ¿Y por qué se retrasa? ¿Acaso está recibiendo instrucciones especiales?

Idaho miró a la atenta guardiana, luego subió al puesto del piloto en el tóptero. Se inclinó hacia afuera y dijo:

—Comunícale a Alia que devolveré inmediatamente el tóptero con uno de los hombres de Stilgar.

Antes de que la guardiana pudiera protestar, cerró la puerta y puso en marcha el tóptero. Vio a la amazona que lo miraba, indecisa. ¿Quién podía contradecir las acciones del consorte de Alia? El tóptero estaba en el aire antes de que la mente de la amazona pudiera tomar una decisión acerca de lo que tenía que hacer.

Entonces, a solas en el tóptero, consintió que su dolor se desahogara en grandes y estremecidos sollozos. Alia se había ido. Para siempre. Las lágrimas brotaron de sus ojos tleilaxu, y susurró:

—Dejad que todas las aguas de Dune fluyan en la arena. Nunca podrán igualar a mis lágrimas.

Aquel era un exceso no-mentat, de todos modos, y lo reconoció como tal, obligándose a sí mismo a una evaluación más lógica de sus actuales necesidades. El tóptero exigía su atención. La tensión del pilotaje le proporcionó algo de alivio, y recuperó el control de sí mismo.

Ghanima está de nuevo con Stilgar. Y con Irulan.

¿Por qué había sido designada Zia para acompañarlo? Estudió el problema a la manera mentat, y la respuesta lo heló. Habían previsto un accidente fatal.