Shatov no se mostró terco y, de acuerdo con mi nota, se presentó a mediodía en casa de Lizaveta Nikolayevna. Llegamos casi al mismo tiempo, porque yo también fui a hacer mi primera visita. Todos ellos —a saber, Liza, su madre y Mavriki Nikolayevich— estaban cenando en el salón y discutían vivamente. La madre había pedido que Liza tocase al piano cierto vals y cuando ésta empezó a tocarlo la madre dijo que no era ése el que quería. Mavriki Nikolayevich, con su buena voluntad habitual, se puso de parte de Liza y aseguró que sí lo era, con lo que la vieja rompió a llorar de irritación. Estaba enferma y apenas podía moverse. Se le habían hinchado las piernas y desde días antes no hacía más que sulfurarse y echar broncas a todo el mundo, a pesar del ligero temor que le causaba Liza. Se alegraron de nuestra llegada. A Liza se le coloreó el rostro de contento, me dijo merci evidentemente por la venida de Shatov y se acercó a él mirándole con curiosidad.
Shatov, tímido como siempre, se había quedado en el umbral de la puerta. Después de darle las gracias por su venida, Liza le condujo a su madre.
—Éste es el señor Shatov, de quien ya te he hablado; y éste es el señor G-v, gran amigo de Stepan Trofimovich y mío. Mavriki Nikolayevich ya le conoció ayer.
—¿Y quién es el profesor?
—No hay ningún profesor, mamá.
—Sí que lo hay. Tú misma dijiste que habría un profesor. Seguramente es éste —dijo señalando a Shatov con desdén.
—Nunca te dije que habría un profesor. El señor G-v es funcionario público y el señor Shatov ha sido estudiante.
—Estudiante, profesor, es lo mismo; gente de universidad. No haces más que llevarme la contraria. Pero el de Suiza tenía bigote y barbita.
—Es que mamá llama siempre profesor al hijo de Stepan Trofimovich —dijo Liza llevando a Shatov a un diván al otro extremo del salón—. Cuando se le hinchan las piernas siempre se pone así, ¿comprende? Está enferma —dijo en voz baja a Shatov sin dejar de mirar, con intensa curiosidad, el mechón en lo alto de la cabeza.
—¿Es usted militar? —me preguntó la vieja, con quien Liza me había dejado tan poco caritativamente.
—No, señora, soy funcionario…
—El señor G-v es gran amigo de Stepan —dijo Liza en voz alta.
—¿Trabaja usted con Stepan? ¿No es él también profesor?
—¡Ay, mamá! Usted por lo visto sueña de noche con profesores —exclamó Liza exasperada.
—Bastantes hay en la vida real. No haces más que contradecir a tu madre. ¿Estaba usted aquí hace cuatro años cuando vino Nikolai Vsevolodovich?
Respondí que sí.
—¿Y no había un inglés con ustedes?
—No, no estaba.
Liza se rió.
—Ya ves que no hubo ningún inglés; por lo tanto todo es mentira. Varvara Petrovna y Stepan mienten. Todos mienten.
—Es que la tía, y ayer Stepan parece que hallaron cierta semejanza entre Nikolai y el príncipe Harry del Enrique IV de Shakespeare, y por eso dice mamá que hubo un inglés —nos explicó Liza.
—Si no hubo Harry, no hubo inglés. Y Nikolai fue el único que hizo tonterías.
—Les aseguro a ustedes que mamá dice eso a propósito —Liza creyó necesario explicar a Shatov—. Sabe muy bien quién es Shakespeare. Yo misma le he leído el primer acto de Otelo. Pero es que ahora siente fuertes dolores. Oiga, mamá, están dando las doce y es hora de que tome su medicina.
—Ha llegado el médico —anunció la doncella desde la puerta.
La vieja se levantó y empezó a llamar a su perrita:
—¡Zemirka, Zemirka, vente tú al menos conmigo!
Zemirka, una perrita repulsiva, vieja y pequeña, no hizo caso y se coló debajo del diván donde estaba Liza.
—¿No quieres? Pues yo tampoco te quiero conmigo. Adiós, señor. No conozco su nombre —dijo volviéndose hacia mí.
—Antón Lavrentyevich…
—Es igual, porque me ha entrado por un oído y me ha salido por el otro. No me acompañe, Mavriki Nikolayevich, que sólo he llamado a Zemirka. Gracias a Dios, puedo valerme sola todavía y mañana saldré a dar un paseo en coche.
Salió enfurruñada del salón.
—Antón, hable usted con Mavriki. Le aseguro que los dos ganarán con conocerse mejor —dijo Liza sonriendo amablemente a Mavriki, que se puso orondo al recibir la mirada de ella. Yo no tuve más remedio que quedarme hablando con él.