Carcassona
JULHET 1209
Las ramas y las hojas crujieron cuando Alaïs cambió de postura. Había un generoso olor a musgo, líquenes y tierra en su nariz y su boca. Algo afilado le horadó el dorso de la mano, una puñalada diminuta que en seguida empezó a escocerle. Un mosquito o una hormiga. Podía sentir el veneno destilando en su sangre. Alaïs se movió para ahuyentar al insecto. El movimiento le produjo náuseas.
«¿Dónde estoy?».
La respuesta, como un eco. Fuera.
Estaba tumbada boca abajo en el suelo. Tenía la piel viscosa y ligeramente fría por el rocío. ¿Era el amanecer o el crepúsculo? Su ropa, enredada en torno a ella, estaba húmeda. Poco a poco, Alaïs logró incorporarse hasta quedar sentada, con la espalda apoyada sobre un tronco de haya para mantenerse erguida.
Lentamente, con cuidado.
A través de los árboles, en lo alto de la ladera, podía ver un cielo blanco que contrastaba con el rosa del horizonte. Nubes achatadas flotaban como barcos al pairo. Podía distinguir los negros contornos de los sauces llorones. Tras ellos había perales y cerezos, pardos y desnudos de color por lo avanzado del verano.
Así pues era el alba. Alaïs intentó concentrarse en su entorno. Parecía muy brillante, enceguecedor, aunque no había sol. A escasa distancia se oía una corriente de agua, poco profunda y perezosa, sobre un lecho pedregoso, y a lo lejos, el grito inconfundible de un búho real, volviendo de su cacería nocturna.
Alaïs se miró los brazos, marcados con pequeñas y coléricas picaduras. Se examinó también los cortes y rasguños de las piernas. Además de las picaduras de insectos, tenía aros de sangre seca en torno a los tobillos. Levantó las manos para vérselas mejor. Los nudillos estaban amoratados y doloridos, y tenía líneas de un rojo herrumbroso entre los dedos.
Un recuerdo. De ser arrastrada sujeta por los brazos.
No, antes de eso.
«Iba andando por la plaza de armas. Había luces en las ventanas de arriba».
El miedo le aguijoneó la nuca. Pasos en la oscuridad, una mano encallecida sobre su boca y, después, el golpe.
Peligro.
Se tocó la cabeza y no pudo evitar encogerse cuando sus dedos tomaron contacto con la masa pegajosa de sangre y pelo que tenía detrás de la oreja. Cerró con fuerza los ojos, intentando suprimir el recuerdo de las manos que le habían recorrido el cuerpo como ratas. Dos hombres. El olor habitual a caballo, cerveza y heno.
«¿Habrán encontrado el merel?».
Alaïs intentó ponerse en pie. Tenía que contarle a su padre lo sucedido. Iba a salir para Montpellier, era todo lo que recordaba. Pero antes tenía que hablar con él. Trató de incorporarse, pero las piernas no la sostuvieron. La cabeza volvió a darle vueltas y otra vez se encontró cayendo y cayendo, a punto de sumirse en un sueño ingrávido. Intentó combatirlo y permanecer despierta, pero no le sirvió de nada. Pasado, presente y futuro formaban parte de un tiempo infinito que se extendía ante ella. Color, sonido y luz dejaron de tener sentido.