Al día siguiente, el sol se levantó en un cielo despejado. El joven se desperezó y abandonó el camastro para dirigirse a la fuente. Una vez allí, se restregó la cara tras colmar las palmas de sus manos con aquel agua casi helada que lo resucitaba de inmediato cada mañana.
Fue ella la que le sugirió acercarse al granero. Detrás, el corral estaba vacío. La mayor parte de las aves habían sido sacrificadas en los últimos días. Fue ella quien cerró la portezuela del corral. Las líneas de sol escapaban del entramado de maderos desvencijados que apresaban aquella estructura. Sonreía ampliamente cuando se levantó la falda y le enseñó la parte más secreta de su cuerpo con tal naturalidad, que Widukind, sin saber nunca por qué, extendió sus dedos y la acarició suavemente.
—¿A que nunca lo habías visto?
Widukind sólo logró negar con la cabeza, parpadeando mientras su mirada iba de los ojos de ella a su suave secreto. Swanhild acarició la frente de su compañero de juegos, e introdujo su mano derecha lentamente entre las piernas del muchacho. Ahora era ella quien miraba fijamente hacia abajo, sin apartar sus ojos de lo que se ocultaba bajo sus pantalones. Entonces Swanhild abrazó a Widukind y él la rodeó con sus brazos, poco viriles y temerosos, y sintió algo extraño y grande que nunca antes había sentido, que crecía en la base de su pecho y que se propagaba hasta sus sienes como el calor que emana de una fragua, sofocando los sentidos de quienes se acercan a ella.
—Siempre estaremos juntos, ¿verdad Widukind?
—Siempre —dijo él, apretándola con fuerza.
—No quiero a ninguno de esos niños, quiero que sigamos estando juntos, tienes que hablar con tu padre y que hable con mi madre.
—Tengo que hacerlo —prometió él de nuevo, nervioso, y se dio cuenta de que había hecho una promesa al viento, y por un instante la explicación que le dio el hechicero ynglingo volvió a sus oídos y escuchó la voz del misterioso brujo, asegurándole que aquel poderoso viento algún día volvería para recordarle lo que había prometido, exigiéndole que cumpliese su palabra.
En ese momento, la portezuela del corral se abrió bruscamente como si hubiese sido descabezada del golpe. Un brazo fuerte tiró de los cabellos de Swanhild, separándola de Widukind. Acto seguido ella gritó. Lo siguiente que Widukind recordaba es que un golpe muy fuerte había alcanzado su cabeza, y después un negro silencio.
Al despertarse, estaba tendido en un camastro próximo a la cámara de su padre. Warnakind lo miraba seriamente. Angus asistía a la escena con más comprensión de lo que hubiese creído ser capaz de concebir. El agua fría había despertado a Widukind por segunda vez aquel extraño día, ahora para recordarle que aquello no había sido un sueño, pues el golpe comenzó a martillarle la cabeza con terrible dolor. Su madre se inclinó sobre él y le aplicó un paño frío.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la dura voz de su padre, sin inmutarse ante los gemidos de dolor de su hijo.
—No lo sé…
—¿Que no lo sabes…?
—¡Han estado a punto de matarlo y lo tratas así! —estalló su madre con un espasmo de ira.
—¡Cállate!
—¡Cállate tú! No van a matar a mi hijo a golpes y me voy a quedar callada como si nada hubiese pasado…
—Trato de saber qué es lo que ha pasado… —Warnakind parecía inseguro, era la primera vez que Angus lo veía así.
—Creía que te habías conformado con la versión de ese animal…
—El hermano de Swanhild defendía la dignidad de su estirpe…
—¿La sedujiste, hijo? Dime, ¿la sedujiste? —le preguntó Gunilda, mirándolo fijamente a los ojos.
Widukind no salía de su asombro. Angus estaba seguro de que todo había sido una treta del hermano de la joven.
—Yo… no. Ella y yo fuimos al corral, y allí, ella…, ella me abrazó —algo en su interior le dijo que eso era todo lo que debía decir—. Y yo la abracé a ella…
—¿Nada más? ¿No la tocaste?
—No…, no, no lo hice. Ella me abrazó y yo la abracé a ella. Entonces su hermano vino, la sacó a la fuerza y de pronto no recuerdo nada más…
—Claro que no recuerdas nada más, han estado a punto de matarte… por mi vida que por poco te abren la cabeza —juró Gunilda.
—¡No debiste ir con ella a ese lugar, Widukind! ¡Y tú! —Warnakind se volvió hacia Angus con repentina ira—, ¿dónde se supone que estabas? Tenías que seguirlos a todas partes, ¿no es así?
—Widukind a veces juega, a veces se ausenta, siempre ha sido así… —miró a Gunilda— y no creo que fuese merecedor de ese golpe en la cabeza. Lo que pasó entre ambos fue con consentimiento de ella…
—¡Son juegos de niños! —estalló Gunilda—. ¿O me dirás que tú y yo no jugamos antes de conocernos mejor? —inquirió la madre, indignada ante la indiferencia de su marido.
—No tiene nada que ver…
—Es lo mismo, con la salvedad de que ninguno de mis hermanos trató de matarte cuando yo misma consentí en esos juegos.
—Hablaré con la madre de Swanhild.
Warnakind tenía otros planes para Widukind: su esposa ya había sido elegida mucho tiempo atrás, y no era precisamente Swanhild. Era posible que el hermano de ella lo supiera, y consciente de todo no quiso que su hermana sólo fuese un juguete del hijo del duque, una experiencia pasajera a pesar del consentimiento de ella. Quizás el propio hermano deseaba comerciar con la virginidad de Swanhild, esperando obtener tierras a cambio de su matrimonio, del mismo modo que Warnakind obtenía algo a cambio del matrimonio de su hijo: la alianza de sangre con el reino danés. En el fondo, pensó Angus, no se trataba de lo sucedido, sino de la inconveniencia de lo sucedido, y eso no era justo para los jóvenes. Pero la justicia no existía salvo ante los ojos del Altísimo, pensaba Angus al presenciar silenciosamente los acontecimientos, y el Juicio Final era así necesario, una compensación universal a cuanto había sucedido en manos de los intereses pecaminosos de los hombres y mujeres mortales, siempre pasando por encima de los verdaderos preceptos de la vida cristiana.
Swanhild tenía un hermano y carecía de padre. Tras la muerte de su esposo, su madre había venido desde Angria, uno de los cuatro territorios sajones, a la casa de su hermana. Su padre había fallecido en un encuentro con guarniciones francas al sur de Eresburg. Se habían escuchado muchos rumores e historias, pero los francos cada vez se adentraban más en los territorios de los sajones, y los sajones emprendían misiones de castigo, emboscadas y furiosas embestidas, como aquel jabalí salvaje que había alcanzado y desgarrado a Angus en los bosques de Nordalbingia. El hermano de Swanhild era unos años mayor que Widukind, y gozaba de cierta potestad sobre su madre. Aquella tarde, su hermano vino a Wigaldinghus a recoger a su familia, y los separó.
Swanhild quiso quedarse allí, en Wigaldinghus, pero algo había cambiado. Su hermano habló de Hessi y de otras tierras que ahora le pertenecían, y así quedó justificada la partida. Era de suponer que ella se habría quedado si Widukind y su padre hubiesen pedido la mano de la joven, pero en aquel momento quedó clara otra intención: el viaje de Widukind a tierras danesas se acercaba, y no podía elegir a mujer alguna hasta que su formación hubiese acabado. Ésa fue la excusa que puso Warnakind.
Widukind se enfureció en silencio y se enfrentó a su padre, pero no había vuelta atrás.
Si Widukind hubiese sido sólo un poco mayor, aquello no habría resultado de ese modo, y aunque el deseo de independencia filial llegaba en edad temprana, Widukind no fue capaz de oponerse a su padre. A regañadientes, conteniendo su frustración e ira, la vio partir junto a su familia.
Widukind lo notó en el aire que corría entre las casas, frío y húmedo, mientras el crepúsculo se cernía en el horizonte. Algo había cambiado en Swanhild desde la última vez que la viera. Era más alta, acaso más esbelta, se movía como un pájaro torpe que ha crecido sin darse cuenta, o como un ser que de pronto descubre sus alas sin saber qué hacer con ellas. No supo cómo acercarse a ella de otro modo, y cuando aquellos juegos empezaron, fue el hermano de ella el que impidió a Widukind que se aproximase a la que cautivaba su corazón.
Acaso ya no eran niños, y él aún no lo sabía, ni encontraba la diferencia. Cuando se apartaba, cogida del brazo de su hermano, Swanhild se volvió y lanzó una mirada a Widukind que él nunca había visto en aquellos ojos tan claros y luminosos. El extraño momento permaneció suspendido en su alma durante el crepúsculo entero. Luego llegó una de las noches más frías que había conocido.
Swanhild había tocado su alma antes de marcharse.