Frodo apenas había tenido tiempo para replegar a ambos flancos sus caballos. La carga de los hombres de acero llegó como una tormenta. Las lanzas atravesaron algunas monturas y las grandes bestias siguieron su camino contra la defensa de escudos. Las patas se alzaron arrojando todo su peso. Al descender, las piezas de los escudos saltaron mientras los cascos de los caballos caían buscando la tierra y rompiendo huesos a su paso. Los gritos feroces de aquellas mujeres se unieron a los de los hombres cuando, sin pensar en las pérdidas ni en las espadas que los esperaban, salieron de entre los escudos apuntando con sus lanzas y sax y buscaron los animales y las piernas de los hombres. Pero había cuero endurecido revistiendo los músculos, acero alrededor de las extremidades de los caballeros, y sus hachas y espadas descendieron cortando el aire para dar muerte.
Frodo vio como una lanza atravesaba el cuello de su montura en un instante y era arrojado sobre los escudos debido a la convulsión del animal. Después, el que empuñaba aquella lanzada entró en el muro de escudos y se vio salvo de la muerte por unas pulgadas, cuando el casco de la bestia aplastaba la tierra junto a su cabeza. Trató de ponerse a seguro, y la suerte quiso que unas manos amigas lo apresasen por el cuello y tirasen de él hacia atrás, alejándolo del vuelo de una cadena de la que pendía una bola de hierro toda ella cargada de puntas mortíferas. Frodo apenas tuvo tiempo para empuñar un hacha que lanzó contra la cabeza de aquel jinete, sin éxito alguno. La oleada de muerte se había extendido alrededor y ahora un gran batallón de infantería franco volvía hacia los westfalios tratando de proteger la retaguardia de los que se habían empeñado contra el muro frontal de los sajones.
Entre las mujeres que asediaban al jinete, Frodo distinguió la figura de Sif. Apenas era capaz de reconocerla en aquel rostro cargado de ira y los ojos hambrientos de la danesa, que esgrimía un hacha a dos manos. Casi un instante después la vio servirse de un momento de distracción del caballero para asestar un golpe en la pata de la montura. Esta hazaña, que a menudo puede acabar con la muerte del valiente, por estar adiestrados los caballos para patear casi continuamente a diestro y siniestro y evitar esta clase de ataques, al tiempo que para aplastar a cuantos enemigos se aproximen a ellos, fue llevada a cabo con éxito por la danesa. Habiendo alcanzado el hueso de la gran montura, ésta retrocedió con enorme fuerza arrojando a su jinete entre los enemigos. Sin embargo, después el animal saltó hacia adelante, causando gravísimas bajas a los sajones al huir loco de pánico. Una vez con sus enemigos, el caballero, de gran fuerza física, logró dar la espalda a los golpes evitando con suerte los filos y, al volverse, extendió su guante armado con tal energía contra Sif, que ésta, al ser tocada en la cara, sangró inmediatamente por nariz y por boca, retrocediendo inmovilizada.
Frodo corrió hacia ellos apuntando al caballero con su mejor puñal. No tuvo éxito en su embestida, pues aquél supo girarse a tiempo y evitar la puñalada contra la visera. Pero una maza empuñada por un gigantesco sajón descendió sobre su hombro derecho, haciéndolo caer. Volvió a ser golpeado por la maza varias veces, hasta que, exhausto, fue sajado por la hoja de un scramasax que penetró entre gola y yelmo. Frodo había tomado a Sif en sus brazos y la alejaba del muro de escudos cuando ésta, volviendo en sí, lo rechazaba.
Y Leutfrid gritó:
—¡Widukind!