El Veterinario me llama para decirme que el cuerpo encontrado en la Costa Brava no es el de su hijo. Yo no sé si de una noticia así hay que alegrarse o no. Parece una buena noticia, le digo. Él me dice que está muy desconcertado ante sus sentimientos, porque por una parte está la esperanza, pero por otra está el alargar la incertidumbre, el no saber. Es como volver a no saber nada, o sea, a ser un niño de pecho, pero con conocimiento, dice.
He cambiado, dice. Ahora me fijo mucho en los animales de mi clínica. Los veo vivir, y los veo morir. Un perro, por ejemplo, su corazón late y en ese instante en que late, el perro es perro, y continúa siéndolo al instante siguiente y al siguiente y al siguiente hasta el definitivo aunque no parezca razonable que se produzca un instante que no traiga otro consigo. La interrupción total es difícil de comprender porque sólo se vive en la continuidad y se comprende en la continuidad. Sólo así tiene sentido la supervivencia de una especie que piensa. En el caso de que la vida de mi hijo hubiese concluido, él no existiría ni yo comprendería. Por eso quiero reflexionar, razonar y comprender, para que Eduardo no deje de ser.
No creo que nada de lo que se me pueda ocurrir le interese al Veterinario más que sus propios pensamientos, conclusiones o lo que sean. Así que me limito a decirle que me llame siempre que quiera hablar conmigo. Luego pienso en Tania, en su voz, que es la voz de una caliente tarde de verano que viene de muy lejos cruzando el pensamiento y llenándolo de un sol que me hace cerrar los ojos. El recuerdo eterno del sol de una tarde de verano. Eduardo junto a la piscina en bañador, con su cuerpo flaco y las gafas de sol. Se le veía un poco el esqueleto porque se le notaban mucho las costillas, y tenía algo de caderas lo que, no en una mujer, pero sí en un hombre, hace ridículo. Por tanto, costillas y caderas bajo un bañador que se ajustaba con un cordón blanco, colgante y lacio. Había bastantes aspectos de él que me desagradaban, así que no sé por qué me hice tan amigo suyo. Un viento cálido levantó la falda de Tania. Estaba lavando al perro con la manguera, y no retiré la vista de las bragas blancas que se le arrugaban ligeramente entre los muslos, mientras la música dibujaba círculos en el aire transparente.