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CAPÍTULO 6

¿DEJAR ETA SIGNIFICA ARREPENTIMIENTO?

A lo largo de su historia, son centenares los militantes de ETA que han dejado de ser terroristas. En algunos casos, ello se debió a que fallecieron, bien en el curso de tiroteos con las fuerzas de seguridad, como consecuencia de episodios atribuibles a la llamada guerra sucia contra la organización terrorista, al estallarles los artefactos explosivos que manipulaban para acabar con la vida de otros, en accidentes de tráfico mientras desarrollaban tareas propias de la militancia etarra, o incluso asesinados por sus propios compañeros de banda armada. También hay, por supuesto, quienes fueron expulsados de esta última por los propios dirigentes de la misma. Pero la gran mayoría de los que concluyeron su pertenencia a ETA optaron por ello de manera consciente y voluntaria, en ocasiones contra el parecer de sus líderes. Unas veces, las menos, mientras se encontraban en activo como pistoleros de la organización terrorista, otras huidos en Francia o establecidos en algún país latinoamericano y las más estando recluidos en prisión.

Antes de haber estado recluido en un centro penitenciario durante largo tiempo, es infrecuente que, sobre todo desde mediados los años ochenta, haya etarras que abandonen voluntariamente su organización terrorista. Una carta, escrita al finalizar la década de los noventa por Gregorio Vicario, conocido miembro de la misma que por aquel entonces se encontraba escondido en territorio francés, nos permite entender mejor las circunstancias en que un pistolero de ETA puede sentirse poco o nada apremiado a abandonar su condición de militante. Y es que en dicha misiva, dirigida a una mujer igualmente relacionada con la banda armada, pueden leerse, pese a las faltas de ortografía y las deficiencias en la sintaxis de que adolece el texto, párrafos tan ilustrativos como el siguiente:

Bueno, te cuento lo que echo [sic] hoy: a la mañana, Ángel (el compañero que está conmigo) y yo hemos estado jugando a ‘Babilton’ (es como el tenis) y luego a la tarde he estado aprendiendo ha [sic] andar un poco con el ordenador, jodé! Qué burriko que soy! Pero bueno, ya se cómo se enciende! Ahora me voy a preparar la cena […] no veas con todo lo que me gustan las alubias, seguro que voy a disfrutar y luego echan una película divertida en la tele! O sea que fenómeno! Mañana me voy a París! Haber [sic] si tengo suerte y veo a alguien! […] Ahora me ha dado por escribir cuentos. Son muy malos pero me lo paso muy bien cuando los escribo!

Un etarra que habla en semejantes términos sobre su vida cotidiana pese a estar en situación de busca y captura, quien a buen seguro se tiene a sí mismo por un verdadero nacionalista vasco y por un gudari, que es muy posible tenga allegados que lo jalean recurrentemente como si fuese un héroe y cuyo rostro aparecía glorificado en alguna calle o plaza de Euskadi, que probablemente albergaba también expectativas de que el Gobierno español, sea cual fuere el partido que lo forme, acabará negociando políticamente con los dirigentes de la banda armada a la cual pertenece y que cubre sus necesidades económicas, siente escasa o ninguna inclinación a cuestionarse su militancia. A un miembro de ETA cuyo día a día discurre entre juegos deportivos, placeres del estómago, aprendizaje de informática, visionado de películas, viajes y redacción de historietas, suele traerle cuenta seguir formando parte de la organización terrorista.

Por otra parte, dejar de modo consciente y voluntario la militancia etarra no necesariamente va acompañado de una modificación en el parecer que se tiene del terrorismo. Es más, lo habitual ha sido salir de ETA y continuar ensalzando su pasado o justificando su presente; frecuentemente ambas cosas. Incluso es posible dejarla para incorporarse a alguna de sus entidades cómplices y encubridoras. Ahí están quienes, tras dejar de ser miembros activos de la banda armada, se integraron en Herri Batasuna o sus sucesivas denominaciones legales o ilegales. Un caso sobradamente conocido es del de Arnaldo Otegui, quien fue militante de ETA político militar primero, de ETA militar después y, finalmente, líder de aquella formación proetarra. En tales supuestos estamos ante un desenganche respecto a ETA pero no ante el término de un proceso de desradicalización, ya que se continúa justificando el uso de la violencia política. Sin embargo, puede dejarse una organización terrorista rechazando al tiempo el uso de las armas. Entonces es cuando la salida, el desenganche, coincide con una efectiva desradicalización[42].

Pero ¿qué circunstancias de índole estructural, organizativa o personal llevan a un nacionalista de pasamontañas y txapela a concluir por decisión propia su militancia terrorista? ¿Cuándo abandonan? ¿Cuáles son los factores que facilitan o inhiben el abandono voluntario de ETA? ¿En qué medida cabe esperar que dejar atrás la banda armada implique repudiar la violencia y signifique además arrepentimiento?

NO TENÍA SENTIDO

Hasta mediados los años ochenta, la opción individual de abandonar la militancia en ETA estuvo muy especialmente relacionada con la percepción subjetiva de cambios en el entorno político y social. Más concretamente, aunque no sólo, con la apreciación de los procesos de democratización y descentralización territorial que tuvieron lugar en España tras el final del franquismo. ETA se había formado como organización terrorista en el contexto de ese régimen autoritario, y quienes por entonces se incorporaron a ella solían referirse a la dictadura y a la inexistencia de otros medios a través de los cuales intervenir en la vida política para justificar su reclutamiento. No resultará pues extraño que haya habido etarras cuya decisión de abandonar la clandestinidad tuviese que ver con el reconocimiento de aquellas transformaciones. Es lo que sugiere el testimonio de esta mujer guipuzcoana, que ingresó en la banda armada en 1973 para concluir su militancia en 1976:

Intuía que las cosas habían cambiado, que no se daban circunstancias objetivas, ¿no?, para estar militando. Se percibía que comenzaba una nueva era en Euskadi, y en el Estado español. El fascismo se había acabado con Franco y había un clima totalmente de apertura, vamos, de que, bueno, mis ideas podían estar… ¿no? Todo lo que me había llevado a estar militando empezaba por lo menos a cambiar. (Entrevista número 8)

Tampoco sorprenderá que el desarrollo de los acontecimientos en aquel tiempo, con la definitiva aprobación del Estatuto de Autonomía para Euskadi y la celebración de las primeras elecciones al Parlamento Vasco, suscitase motivos de reflexión en no pocos de quienes en su día aceptaron incorporarse a ETA, incluso tras la muerte de Franco, motivados por una común adhesión tanto a ideas y creencias nacionalistas como al convencimiento de que la violencia era un medio adecuado para lograr propósitos políticos. Aun si el nuevo autogobierno para las tres provincias vascoespañolas quedaba lejos de aquella Euskadi unificada e independiente a la cual aspiraban en el momento en que se convirtieron en pistoleros etarras. Así lo expresan dos antiguos militantes, el primero navarro y el segundo guipuzcoano. Ambos salieron de ETA(pm), la facción político militar de la banda armada, en 1982, en uno y otro caso después de cinco años en la misma:

Hombre, indiscutiblemente, ya veías que el país no era como nos habíamos pensado, ¿eh?, que empezaba a haber aquí unos cambios, ¿no?, no sólo en los políticos, en la gente, en cosas que tú las veías lejanas, joder, veías que estaban llegando, ¿no? Entonces, lógicamente, tú te planteabas, dices, bueno, ¿y nosotros aquí qué hacemos? (Entrevista número 49)

Lo que ocurre es que una vez de que estamos en el Estatuto de Autonomía, ya se van produciendo las diferentes elecciones, pues yo decía: pues hemos estado peleando por el Estatuto de Autonomía y ¿ahora qué? ¡Si ya lo tenemos! Y ahora, ¿por qué vamos a seguir pegando tiros o poniendo bombas? Ahí se produce una reflexión… como que al final te quedan muchos menos argumentos para empezar a explicar el porqué, el porqué de la lucha armada […]. Entonces se va produciendo una evolución tanto de la reflexión política como desde la propia reflexión humana, ¿no? Al fin y al cabo, en una discusión de ideas tú no puedes imponer las ideas por medio de la lucha armada cuando que el principio de la represión es la reacción contra aquellos que te aplastan mientras que al final es la reacción ¿contra qué? Si el propio pueblo tuyo se está… creando o dotando de unos medios de… de participación, de… de desarrollo, etcétera, etcétera. Entonces, ahí se produce toda esa reflexión. Ahora, otros seguían diciendo que nuestro primer objetivo desde que empezamos a optar por la lucha armada era la independencia. Pues quizás sí, quizás sí, pero… pero bueno, la independencia no la logran cuatro energúmenos y menos cuatro energúmenos además que, después de haberlos conocido a muchos de ellos, pues… muy poquito, muy poquito se puede andar. (Entrevista número 3)

En situaciones así, un incidente político decisivo puede actuar precipitando la renuncia a la violencia y el abandono de la militancia terrorista. Diríase que, para un significativo número de los etarras que, por sus antecedentes y motivaciones, estaban más predispuestos a reconsiderar su compromiso con la organización clandestina a la cual pertenecían en los años de la transición democrática, ese suceso por antonomasia fue la tentativa de golpe de Estado ocurrida el 23 de febrero de 1981. Así es como lo manifiesta este varón guipuzcoano, que se incorporó a ETA(pm) también en el posfranquismo, poco antes de las primeras elecciones generales de 1977, para dejarla en 1982:

Fue el 23-F estando yo en la cárcel y a partir de ahí yo creo que ahí ya… Ya estaba el Gobierno, el Gobierno Vasco, ya había los procesos de las Autonomías, se empiezan a crear las Administraciones, ya había… Entonces de alguna forma paré, o me pararon. Y entonces tuve tiempo de hacer… mis ejercicios espirituales, ¿no? […] Pues quién iba a decir en el setenta y seis que íbamos a tener un Rey demócrata, que iba a haber un Gobierno Vasco en el que estuvieran pues todo el espectro político, tal. O sea, pues que habían cambiado objetivamente las condiciones, ¿no? […] Lo de la lucha por las armas pues era, bueno, pues porque no había otra manera y era una prueba de… de la voluntad del pueblo y, bueno, esto, ¿no? Pero ahí ya empecé a verlo de que no, que no tenía sentido y que no. (Entrevista número 50)

No tenía sentido. Estas palabras resumen el examen que de la violencia y la participación en ETA, infundido por los cambios políticos en curso, revelan el último testimonio y los inmediatamente precedentes. No es casual que los tres provengan de individuos que formaron parte de ETA(pm). Esas y otras valoraciones fueron hechas sobre todo por miembros de esta facción etarra. Ello tiene una explicación. Desde que, en 1974, ETA se escindiera en dos, los líderes e integrantes de la facción militar, ETA(m), pasaron a considerarse la vanguardia del nacionalismo vasco radical, de modo que el resto de las entidades de su mismo movimiento independentista, progresivamente configuradas a iniciativa de los que mandan en esa subdivisión de la banda armada, han permanecido sometidas a su dictado. En contraste, los dirigentes e integrantes de la facción político militar, ETA(pm), adoptaron una lógica de retaguardia, subordinando el uso de la violencia a la acción política mediante un partido afín creado con este propósito, Euskadiko Ezkerra[43].

Esta última lógica, asumida de manera aparentemente generalizada por los integrantes de ETA(pm), favoreció no sólo renuncias individuales al uso de las armas entre sus miembros, a medida que progresaba la transición democrática y los vascos, como el resto de los españoles, eran sucesivamente convocados a las urnas para elegir a los componentes de las instituciones representativas nacionales y autonómicas. También propició decisiones colectivas de abandono de las armas, como la que una mayoría de sus dirigentes tomó en 1981, no sin que antes la organización terrorista hubiese perpetrado atentados que contradecían los supuestos sobre el uso de la violencia que aducía sostener. Así lo relata alguien que precisamente se encontraba entre esos líderes:

Nosotros habíamos llevado una actividad muy intensa, del setenta y siete al ochenta. Mucho, mucho. Y a finales del ochenta de alguna manera se acusó la situación, de que el Estatuto no tenía competencias, de que con el Estatuto los presos a casa… Hicimos una campaña, no se qué. Y toda aquella situación se la adjudicamos políticamente a la UCD, y la organización decidió atacar a la UCD. Había habido ese mismo verano una serie de bombas en la costa, y una mala decisión de la organización decidió poner unas bombas de una manera bastante irreflexiva en las estaciones de Atocha y Chamartín, con el resultado de varios muertos de gente normal. Eso en la organización provocó un enfrentamiento muy fuerte, fortísimo. Eso… unido a los atentados por primera vez contra políticos de la UCD. Entonces, en la organización enseguida se marcaron dos tendencias, muy fuertes, que provocaron que en noviembre aproximadamente del ochenta hiciéramos una conferencia de cuadros. Debatimos la necesidad de hacer una tregua. De alguna manera de acuerdo también un poco, o debate, o reflexión ideológica con la Euskadiko Ezkerra de entonces. Y decidimos por mayoría absoluta hacer una tregua. Pero la parte dura de la organización consiguió decidir que hiciéramos un periodo de disuasión anterior a la tregua, para fortalecer nuestra capacidad negociadora. La parte dura consiguió meter aquel periodo de disuasión anterior a la tregua, lo que provocó que se hicieran atentados en el cuartel de Berga, de Cataluña, atentados con bomba… incluso una cruz románica se rompió en un atentado de esos… o sea, con bastante desastre y con la detención de bastantes militantes. Y, además, cuando la organización tenía secuestrados a tres cónsules, se produjo el 23-F. Aunque habíamos decidido la tregua antes, no la hicimos pública hasta el 24-F, después del 23-F. Y ahí ya nos decantamos totalmente. No solamente hicimos la tregua sino que, en la organización, una tendencia se decantó absolutamente hacia la necesidad de parar la lucha armada, aprovechar las vías políticas que se habían abierto a través del Parlamento, etcétera, para participar en ese proceso y, sobre todo, contribuir a consolidar la democracia que había estado gravemente en peligro, como lo demostró el 23-F. (Entrevista número 1)

Como complemento a ese tipo de consideraciones relativas al cambio político, algunos otros antiguos militantes de ETA(pm) otorgan una especial importancia a la percepción de modificaciones en las actitudes y los comportamientos de su población de referencia, es decir de la población vasca, como un acicate más para iniciar el proceso que les llevaría a renunciar definitivamente a la violencia. En el siguiente testimonio, esa revisión de la trayectoria personal como efecto de la transición y de las aludidas reacciones sociales se plantea, una vez más, desde el internamiento en un centro penitenciario, como relata este vizcaíno, captado por ETA(pm) en 1975 y que decidió poner fin a su condición de militante en 1984:

Empiezas a ver cómo está reaccionando la sociedad. Si tú eres una carga o realmente puedes hacer algo. Si matar a un guardia civil o veinte guardias civiles cada quince días vale para algo, para… para la ulsterización de Euskadi, como era la teoría de los milis en una época. Decían: ulsterizar Euskadi para que esto esté lleno de soldados y para ver las contradicciones del poder… y del opresor y tal. Dices, yo nunca he estado de acuerdo con esas teorías. Nosotros teníamos claro, mientras duraba la transición, que la lucha armada se iba a practicar o la íbamos a practicar para que la transición tomase una forma determinada. Y teníamos claro que una vez que se terminase ese proceso íbamos a abandonar la lucha armada. Siguiendo esta línea de análisis, al final acabas en la conclusión de qué cojones haces tú en la cárcel, ¿no? (Entrevista número 13)

A medida que avanzaban tanto la transición democrática como el concomitante proceso de descentralización territorial, las reacciones sociales opuestas a la violencia empezaron a dejarse sentir con una intensidad que se incrementó al concluir esa transformación del sistema político español e iniciarse su fase de consolidación. Lo cual no escapó a la apreciación de algunos etarras que por entonces se encontraban en la clandestinidad, provocando la reflexión que les llevaría al abandono del terrorismo. Dos antiguos pistoleros de ETA(pm), el primero de ellos un navarro que salió de la banda armada en 1977 mientras que el segundo, guipuzcoano, lo haría en 1983, lo reflejan en sus respectivos testimonios que, distanciados entre sí aproximadamente cinco años, coinciden sin embargo en aludir a su presencia en una misma ciudad:

Mira, en Pamplona veías una especie de… de nubes, ¿no? O sea, pues la sociedad contraria. Lo que pasa es que sí, la gente de la izquierda en general, de la izquierda abertzale, teníamos como tomada la parte vieja de Pamplona. Entonces nos creíamos que toda Pamplona, y toda Navarra, eran así. Y era un espejismo. (Entrevista número 24)

Cuando me detuvieron a mí yo llevaba aquí en Pamplona dos o tres meses. Bueno, había venido a hacer un poco de infraestructura y ese tipo de cosas. Y estaba palpando… A todo el mundo que le entraba… así como dos años antes todo el mundo te ofrecía su casa, su tal, su cual, estaba palpando todo lo contrario. Nadie te la ofrecía, todo el mundo ponía excusas. Ahí es cuando yo empiezo verdaderamente a palpar todo el… (Entrevista número 18)

Este rechazo de la violencia que esos y tantos otros etarras pudieron notar en la sociedad del País Vasco y en la de Navarra fue creciendo, tal y como han constatado sucesivos sondeos de opinión pública[44]. Así fue como se revirtieron progresivamente el influjo de las expresiones de apoyo popular y el incentivo de prestigio social que con anterioridad habían determinado las motivaciones individuales para que algunos adolescentes o jóvenes adheridos a un nacionalismo vasco étnico y excluyente optaran por incorporarse a los patriotas de la muerte. Ahora bien, el punto de inflexión en el mantenimiento del compromiso militante puede estar relacionado no sólo con la constatación de determinadas actitudes y conductas de la población de referencia en su conjunto, sino en concreto de las del segmento social correspondiente a la propia izquierda abertzale. Es a lo que se refiere este varón vizcaíno, que aceptó la militancia etarra al finalizar el franquismo para concluirla en 1982, en un testimonio en el cual menciona las siglas en euskera de un partido proetarra —Partido Socialista Revolucionario del Pueblo— que existía en aquellos años:

Porque yo que estoy aquí, estoy jugándome el tipo, estoy viendo a la gente en los bares con la insignia aquella de HASI, con unos cuba libres como una casa de grandes, unas copas de champán, jugando con las máquinas tragaperras, gastándose igual en cinco minutos mil duros y tal… Digo: esa sociedad no es la que yo quiero, ni por la que estoy luchando. Entonces, esto… esto no sirve para nada. […] Y luego pues el cerco social de lo que era la lucha armada que se estaba haciendo, ¿no? Ya era la gente de la calle la que protestaba las acciones, ya estaba empezando, todavía muy tímidamente y tal, pero ya veías que había gente que decía: buah, eso no está bien, ¿no? Y entonces, no sé, desde dentro tú mismo analizas las cosas y dices: ¡si es que esto no sirve para nada! (Entrevista número 45)

Lo que este antiguo etarra exterioriza no es otra cosa que una decepción. Una insatisfacción con los resultados de la violencia y de la propia implicación en su práctica por parte de la organización terrorista. En lo que se refiere al cuestionamiento individual de la militancia y de las justificaciones para el uso de las armas, su afirmación de que esto no sirve para nada es a la percepción de reacciones sociales lo que la frase no tenía sentido, reproducida algunas páginas atrás como parte del testimonio de otro etarra, al reconocimiento de transformaciones políticas.

Pero ni las reacciones sociales ni las transformaciones políticas, cuando son tomadas en consideración por alguien que pertenece a una organización terrorista, llevan necesariamente al abandono de la misma y la renuncia al uso de las armas por razones de principio o de cariz normativo. Uno y otra pueden obedecer a estimaciones situacionales o de oportunidad, lo cual suele implicar que se sale de aquella o se desiste de recurrir a su repertorio de acción sin repudiar la doctrina de la violencia cuya aceptación propició la entrada. Prima entonces un criterio de utilidad. Así es, literalmente, como se refiere a su salida de ETA(pm) en 1976 este vizcaíno, quien argumenta que su alternativa a continuar con la militancia en dicha banda armada, tras dos años en prisión y beneficiarse de una amnistía, no era dejarla y denunciar sus tácticas. Era dejarla e implicarse, dadas sus circunstancias y habilidades, en otras tareas relacionadas con una estrategia a la vez política y violenta, como era la de la facción político militar en aquel momento:

Entonces buscas la utilidad. En un principio, cuando salgo pues, bueno, están los grupos para montar los partidos, porque todavía no está nada claro lo de los partidos políticos y todo esto, ¿no? Y entonces hace falta montar un partido, y para montar un partido hay que empezar por las bases, ¿no? Y como estábamos acostumbrados a hacerlo, por grupos pequeños para después montar reuniones con grupos más grandes y demás, entonces esa era una labor que había que hacer. Era muy ingrato, desde luego, ¿no? Pero había que hacerla. Y entonces dices, joder, ¿qué es más útil?, ¿qué nos vayamos al otro lado o que sigamos esto? Y entonces es un poco la dinámica que te lleva a tomar un camino u otro, ¿no? Y además, pues bueno, todo el mundo decía: bueno, los que están quemados, o sea, legalmente no puedes hacer nada, o sea, como comando legal, ¿no? Entonces, o tomas la decisión de pasarte al otro lado y exiliarte y seguir en esto, seguir en la lucha armada, o sigues aquí y empiezas a trabajar de otra forma. Al otro lado, la organización no estaba falta de militantes a nivel militar. (Entrevista número 10)

Utilidad es asimismo el criterio sobre el cual descansa la decisión de abandonar la violencia según el siguiente nuevo testimonio, esta vez de un varón guipuzcoano que fue pistolero de ETA(m), en cuyas filas ingresó hacia 1977 y permaneció hasta 1989. Esta decisión, en la que no obstante incidieron también desacuerdos con el modo en que se dirigía la organización terrorista —asunto este que anticipa los contenidos en que se centra el próximo epígrafe— no estuvo precedida de una cavilación sobre cambios políticos y sociales observados en el entorno, menos aún sobre disquisiciones éticas o morales, sino únicamente sobre el hecho de que el uso de las armas estaría constituyendo un obstáculo para que los partidos y coaliciones del nacionalismo vasco aunaran esfuerzos en pos de unos fines compartidos que este antiguo miembro de la facción militar consideraba deseables y asequibles:

Me voy dando cuenta… me voy dando cuenta de que si políticamente, políticamente se quiere llegar a un acuerdo, se puede lograr. O sea, si en realidad, si los nacionalistas en Euskadi llegasen a un acuerdo entre ellos, se podrían lograr muchas cosas. Pero tienen que llegar a un acuerdo entre ellos. ¿Qué les separa? Uno es la violencia, una de las cosas que les separa. Y otras cosas, pues diferentes matices, diferentes puntos que tienen, de que yo soy de izquierdas, tú eres de derechas. El PNV de derechas, HB de izquierdas. Esas cosas en las que nunca van a llegar a entenderse pero, bueno, que serían salvables para conseguir un fin común. Pero está la violencia por medio. (Entrevista número 33)

Con todo, quizá no haya mejores ilustraciones del modo en que una ponderación de la utilidad esperada de la violencia y la viabilidad de una organización terrorista pueden encaminar al abandono de la militancia en la misma que los razonamientos de quienes fueron otros dos destacados etarras. En el primer caso, un vizcaíno que en 1983 dejó de pertenecer a ETA(pm), entonces en vías ya de desaparición, pero no quiso incorporarse a ETA(m) porque, como dice, consideraba más que improbable su persistencia. Lo que este individuo preveía era un viraje en la complacencia de las autoridades francesas hacia los miembros de dicha banda armada establecidos en su territorio. Sin ignorar que el apoyo social a la misma había ya decaído, pero tampoco que el Partido Nacionalista Vasco se mostraba entonces ambivalente respecto a la violencia política ante los propios terroristas, el aludido individuo sopesa las condiciones, anticipa una cooperación policial y judicial hispano-francesa, en aquellos años todavía muy limitada, y concluye que continuar con la militancia en esas circunstancias carecía de sentido:

Yo llegué a una conclusión: Francia, el Estado francés, había tolerado… bueno, el hecho es que Euskadi norte era la retaguardia, la logística y una parte fundamental de la organización. En el momento en que existieran unas relaciones entre el Estado francés y el Estado español que superaran los personalismos de las figuras del socialismo o de la socialdemocracia europea… o sea, era claro que, con un Estado español integrado en el mercado común europeo, con una serie de condiciones objetivas en contra de la pervivencia de la organización, como organización no podía subsistir. En el momento que quisiera, el Estado francés podría acabar con el cincuenta o el sesenta o el setenta por ciento de la organización en una noche. Entonces, si te quedas sin organización, ves que el apoyo social en… en la zona de conflicto se va reduciendo… ves que ya, que no, que se ha acabado, que la violencia política en Euskadi se acaba, se acaba. O sea, que no hay salidas, ni condiciones objetivas. O sea, la violencia política es una rémora para el desarrollo de lo que pudiera ser el Estado vasco, ¿no? O sea, a pesar de estar en manos de ti y de quien pudiera estar, a pesar de que… bueno, de movidas con el PNV, que siempre ha habido, peticiones del PNV pues para actuar, ves que no. No, no había solución. En mi opinión, no había solución. (Entrevista número 11)

El segundo testimonio no es menos interesante para entender cómo la anticipación de constreñimientos a la subsistencia de ETA(m) y la falta de resultados pueden conducir a un cuestionamiento por definición utilitario de la militancia terrorista. Corresponde a un varón vizcaíno que se integró en dicha banda armada en 1981 y permaneció en ella hasta 1995, cuando se encontraba confinado en un país de América Latina. Sus palabras evocan, aludiendo a quien a mediados de los ochenta era un prominente líder de ETA(m), la misma inquietud del testimonio precedente ante la eventualidad de que la policía francesa dejase de mirar para otro lado. Esta contingencia se hace más acuciante, según las palabras de este individuo, ante la falta de otros resultados, como muy posiblemente la consecución a tiempo de un arreglo negociado entre su banda armada y el Gobierno español, a juzgar por la referencia que hace a los años 1989 y 1990. En conjunto, esas consideraciones le llevaron a cuestionarse si funcionaba o no lo que la organización terrorista hacía y por ende lo que él mismo hacía en ella. A cuestionarse, en definitiva, su propia militancia:

Ya Txomin Iturbe, en el año ochenta y cinco, decía que había que solucionar el conflicto con el Gobierno español. Él veía venir cierta unificación de Europa, veía que la organización podía perderse, veía los problemas que nos podían venir encima cuando Francia verdaderamente pusiera freno a lo que hacíamos, porque Iparralde era para nosotros… bueno, era una bicoca, ¿no?, o sea, la policía francesa miraba para otro lado. Y entonces ese tipo de cosas ya las decía Txomin Iturbe en el ochenta y cinco y en el ochenta y seis. Decía: cuidado, cuidado, que hay que solucionar todo esto, que no podemos estar toda la vida pegando tiros y tal. Y, bueno, esas cosas se te van quedando poco a poco en el subconsciente, ¿no? Y llega el ochenta y nueve y no se soluciona la cosa, y llega el noventa y no se soluciona la cosa. Y entonces ya… estaba bastante cansado. No cansado en el aspecto de militar en ETA, sino simplemente cansado en el aspecto de decir, bueno, esto no funciona, ¿no? ¿Entiendes? Y entonces llegan las famosas preguntas: ¿funciona lo que haces? ¿Darías la vida por ello? Entonces yo ni veía que funcionaba ni daba mi vida por ello. Entonces ahí empecé a cambiar un poco de idea. Digo, bueno, pues posiblemente pueda estar hasta equivocado en este tipo de cosas, esto no funciona. (Entrevista número 40)

Estamos de nuevo ante palabras que expresan una decepción previa al abandono de la organización terrorista. Pero el hecho de que unos etarras, no sin trayectorias criminales sanguinarias en buena parte de los casos, lleguen a reflexionar sobre el sentido de su militancia, teniendo en cuenta las previsibles dificultades que antes o después harían más que complicada la supervivencia de la propia ETA, supone además una inversión de las motivaciones basadas en la utilidad de la violencia y las expectativas de éxito que ellos mismos, como tantos otros adolescentes o jóvenes vascos adoctrinados en actitudes y creencias inherentes a un nacionalismo étnico y excluyente, atribuían a la banda armada o a cualquiera de las dos facciones en que estuvo temporalmente dividida, sobre todo entre mediados los años setenta y entrada la década de los ochenta, llevándoles a convertirse en terroristas.

¿A QUIÉN TENEMOS AL MANDO?

Además de la percepción del cambio político y de las reacciones sociales, entre los etarras que decidieron abandonar su militancia hicieron frecuentemente mella problemas relacionados con la propia organización terrorista a la que pertenecían. Incluyendo entre esos problemas el malestar con su funcionamiento interno o el desacuerdo con las acciones ordenadas por los dirigentes de la banda armada. Aunque este tipo de circunstancias suelen estar asociadas con las decisiones individuales de salir de ETA a lo largo de toda su historia, todo indica que adquirieron una prominencia relativa a partir de los ochenta, al tiempo que los nacionalistas de pasamontañas y txapela, crecientemente socializados en el seno de una subcultura de violencia autosostenida y cerrada en sí misma, se mostraban cada vez más indiferentes a los avatares de su entorno.

En general, llegar a estar tan severamente contrariados con el comportamiento de los líderes de ETA o las reglas de conducta impuestas a sus miembros como para que algunos dejen la banda armada es algo que ocurre tras un periodo de militancia más o menos prolongado. Pero no es inusual que, al poco de haber ingresado en la organización terrorista y adquirir un cierto conocimiento de sus entresijos, muchos militantes modifiquen la imagen a menudo idealizada que tenían de ella antes de ser reclutados. Antiguos pistoleros etarras, como un guipuzcoano al cual se ha hecho ya referencia en este mismo capítulo, terminaron por formarse juicios así de contundentes:

Joder, si la gente supiese lo que es ETA, nos pegarían dos hostias y nos mandarían a casa a tomar por el culo. De verdad. (Entrevista número 18)

Hubo, es cierto, un elenco relativamente pequeño de miembros de ETA(pm) cuyo problema con la organización a la que pertenecían es que se autodisolvió. En estos casos, el final de la militancia terrorista se debió a quedarse, muy a su pesar, sin el grupo armado en cuyas filas se encontraban integrados y negarse, por unas u otras razones, a ingresar en ETA(m). Así queda de manifiesto en estos dos testimonios, el primero de una guipuzcoana que se integró en aquella facción político militar en 1978 y no dio por concluida su militancia hasta 1986, y el segundo de un vizcaíno que fue reclutado en 1976 y se consideró militante hasta su excarcelación en 1987. Una y otro hubieran preferido continuar con su pertenencia a la organización terrorista, lo que en sí mismo indica que su abandono no coincidía con una desradicalización:

[…] porque tú, imagínate, decides un día meterte en la organización y luchas y te arriesgas y lo das el todo por el todo y después, al cabo de unos años, bueno, pues ves que todo eso se derrumba, ¿no? Y es muy doloroso. Otra cosa es que tú optes por abandonar la organización. Pero ese no fue nuestro caso. Nosotros nos quedamos totalmente solos. (Entrevista número 42)

Cuando acabé la condena, estaba claro que no había organización ni posibilidades de… pero tres años antes sí y… O sea, en la medida en que hubiera habido organización sí, lo que no implica que de haber seguido militando luego igual hubiera luchado dentro de la propia organización para, digamos, replantearse la actividad, sobre todo armada. Pero sí, sí hubiera seguido. Sí que estoy convencido de que hubiera seguido militando, aunque hubiera planteado, digamos, un replanteamiento de la actividad de la organización. Pero con los milis eso no es posible, entonces… no es mi organización y no ha sido nunca mi organización. Y en este momento es que no me puedo plantear la militancia en los milis, no. Ahí también se juntan varias cosas. Por un lado la trayectoria vital, la experiencia de… incluso las relaciones personales con los milis y, por otro, el que todavía política, táctica y estratégicamente no se está de acuerdo. (Entrevista número 48)

Pero la decisión de abandonar una militancia terrorista sólo en ese raro supuesto estuvo relacionada con la desaparición no deseada de un grupo armado y el que los individuos afectados por ello desconsideraran otras alternativas de continuidad disponibles. Por lo común, el estímulo para tomar la decisión de dejarla ha sido un gran malestar con el funcionamiento interno de ETA, un serio desacuerdo con las acciones ordenadas por sus dirigentes, o una mezcla de ambas cosas. En ocasiones, el descontento se expresa en términos genéricos y parece conllevar una acumulación de desavenencias. Otras veces se refiere a experiencias o hechos específicos. Un ejemplo de acusado malestar genérico, que propició el abandono de la propia banda armada, al margen de cualesquiera otros factores estructurales o personales capaces de intervenir en la decisión, es el que manifiesta este varón vizcaíno, unido a ETA(pm) en 1975 para dejarla a inicios de los ochenta:

Pues el marcharme, bueno, pues porque estaba… estaba hasta el gorro de la organización, más que por haber tenido un cambio político o por haber tenido un cambio de otro tipo. Quiero decirte que no, que yo estaba hasta el gorro de la organización. Y por eso me marché. (Entrevista número 27)

Sin embargo, las quejas que conducen a vocear el desacuerdo e incluso a plantearse dejar la organización terrorista suelen basarse en hechos específicos sobre cuestiones relacionadas con su funcionamiento interno. En este sentido, los etarras que dejaron de serlo aluden, sobre todo, a asuntos tales como que la banda armada estaba trastocando sus objetivos originales, a experiencias desagradables como militantes en activo que generaron desconfianza hacia el grupo y hacia quienes se encontraban al mando del mismo, al igual que a lo que entendían era la imposición de un control excesivo sobre los militantes recluidos en prisión. Así, conviene en primer lugar detenerse en dos testimonios de sendos antiguos miembros de ETA(m), quienes insisten, por separado, en que lo que les llevó a dejar esa banda armada es que, según ellos entendían, se estaba alejando de los fines que proclamaba cuando ingresaron en ella a finales de los setenta, o los estaba modificando sustancialmente. Estas son las palabras de un vizcaíno reclutado en 1977 y que concluyó su militancia en 1992, cuyo argumento introduce además la sensación de un respaldo social decreciente al uso de la violencia política, seguidas de las de un guipuzcoano incorporado en 1978 para salir en 1990, el cual precisa algo más sobre la supuesta desviación en los objetivos de dicha organización terrorista:

Llegué al convencimiento, en base a las apreciaciones que percibía y demás, de que nos estábamos alejando de los objetivos. Por dos razones fundamentales. Porque la lucha no tenía el arraigo popular que debería tener, entre otras cosas porque este proceso tenía que haber finalizado en 1980 o 1982 como muy tarde. Porque era un proceso corto, idealizado para un proceso corto de consecución de los objetivos y demás, la famosa alternativa KAS. Y, segundo, pues porque empiezas a captar una reconducción del proceso hacia otro tipo de objetivos que no son aquellos por los cuales tú has empezado a pelear en 1977. (Entrevista número 34)

Ante todo es la evolución que había llevado la misma organización. Se estaba anteponiendo el rollo social al nacional. […] El problema para mí no es quién esté gobernando en Madrid, sino que nos den o no nos den la independencia. (Entrevista número 35)

Todavía respecto a los problemas en el funcionamiento interno de una organización terrorista que empujaron al abandono entre sus militantes, es preciso referirse, en segundo lugar, a vivencias particularmente enojosas de los pistoleros en el desempeño de las tareas que les habían sido encomendadas. Adversidades de las que culparon a otros correligionarios e incluso a los propios dirigentes etarras. Dos ejemplos bien ilustrativos corresponden a los testimonios de una antigua militante de ETA(pm) y un antiguo miembro de ETA(m). Aquella, que dejó de ser miembro de la facción político militar en 1982, relata lo ocurrido durante un secuestro que llevó a cabo y revela no sólo que la banda armada a la que pertenecía puso en entredicho su proceder, sino que acabó temerosa de que los responsables de la misma maniobraran subrepticiamente para propiciar su detención por parte de la policía:

Empecé a tener miedo de la organización. Pues rollos de… de que estás con un secuestrado igual, y como se creía que aquella persona tenía más dinero del que en realidad tenía, y que se pensaba sacar no sé cuánto, no sé cuánto dinero. Y resulta que no se podía sacar tanto, el que la organización te diga: no, no, es que ya no nos fiamos de vosotros y vamos a bajar a otra persona, de la que tiene todo nuestro apoyo y tal, a ver qué pasa con ése. Cuando baja aquella persona y ve cómo está la cosa, dice: no, no, no, si éstos tienen razón y tal, que es verdad que este tío no tiene tanto dinero y tal. O sea, yo por esas cosas no podía pasar. Decía, bueno, ¿a qué estamos jugando? O sea, no os fiais de mí, yo estoy aquí metida, me metéis otra persona de la que os fiais y luego me volvéis a dejar con el tío, y ahora os volvéis. O sea, cosas de esas que a mí no me gustaron, que dije, bueno, esto no… así no se puede funcionar. Teniéndole aún secuestrado, yo le decía al otro que estaba conmigo: aunque sea le agarro al secuestrado cuando le tengamos que soltar y salgo con él. Porque no me fiaba de que… de que no cayésemos, de que no nos detuvieran. No me fiaba de la organización. Por cosas que había habido, de malos rollos, de que si no nos fiamos de ti, que si aquél no sé qué. Entonces yo intuía que había algo, no sabía qué. Y no me fiaba de la organización. Entonces dije: no, así no se puede seguir. Yo no me puedo estar jugando la vida por el morro. O sea, si no juegan limpio conmigo, yo no quiero jugar con ellos. Me voy y ya está. (Entrevista número 12)

El otro antiguo militante de ETA(m) aludido permaneció encuadrado en sus filas entre el inicio de los ochenta y mediada la misma década. Su testimonio, relativo al tipo de instrucciones que él y otro miembro de su misma partida de pistoleros recibían de la dirección de aquella organización terrorista, evidencia la asombrosa ligereza con que los líderes de ésta podían ordenar el asesinato de una persona. Al hilo del episodio que describe, de sus palabras se deduce que tener un mejor conocimiento de las deficiencias del liderazgo etarra fue lo que le llevó a plantearse su salida de la banda armada:

Sobre todo y en gran parte la falta de confianza en la dirección, a raíz del tema este, de lo del muchacho este que era… que decían que era traficante de droga y que, bueno, pues que si nosotros pensábamos que sí que era, pues que le pegáramos un tiro. Se le comentó dos o tres veces, y se nos contestó diciendo que si nosotros pensábamos que sí, que podía tener relación, pues que le diéramos. O sea, que vas a ir a matar a un señor, pues que te digan que si tú piensas que sí, pues vale. O sea… si haces una cosa de ese tipo, pues tienes que estar convencido o confiado en que los que te están mandando tienen la suficiente cualificación como para no hacer una barbaridad. Aparte que no nos convencía nada, ni al otro chico ni a mí, pues el tema de meternos en una dinámica pues tanto de chivatos como de tema de tráfico de drogas y demás. Pues aunque sea un tema que, bueno, pueda tener sus justificaciones, no entraba dentro de la visión militar que teníamos entonces de ETA. Si me iban a mandar a hacer una cosa de este tipo, ¿a quién tenemos al mando? Y es cuando, pues de alguna manera te planteas el hecho de abandonarlo, ¿no? Lo que pasa es que ya veías que la gente se cuestionaba las cosas. Antes estaba incuestionable todo, desde que si ETA mataba a un señor, algo habría hecho y desde luego estaba bien matado. (Entrevista número 31)

¿A quién tenemos al mando? El interrogante, que aquí aparece como un cuestionamiento de los dirigentes de ETA(m), bien podría ser aplicado al testimonio precedente sobre los líderes de ETA(pm). Igualmente sintetiza el que en buena medida han formulado tantos otros etarras, inquietos por lo que percibían como una reorientación de los objetivos de su organización o un malfuncionamiento interno de la misma.

Pero es también una pregunta cuyos términos resuenan en las palabras de quienes, hallándose cumpliendo condena en centros penitenciarios, optaron por plantearse dejar la banda armada a consecuencia del modelo de control social que se les trataba de imponer en las prisiones. Este es, precisamente, el tercero y último asunto al que prestar una singular atención dentro del análisis de los problemas con el funcionamiento interno de la organización terrorista que condujeron al abandono de no pocos etarras. Léanse, en este sentido, las manifestaciones de un vizcaíno, que a finales de los ochenta dejó atrás más de diez años de pertenencia a ETA(m), mientras cumplía condena en la cárcel. A renglón seguido, las de un navarro, que hasta inicios de los noventa fue igualmente un notorio pistolero de esa misma organización terrorista, de la que se apartó harto, entre otras cosas, de que se le impidiera, como al resto de los reclusos de dicha banda armada, acogerse a determinados beneficios, contemplados en la correspondiente normativa en vigor, que mejoraran su situación penitenciaria:

Ahí es donde empiezas a descubrir, en el día a día, al vivir años con la gente, el auténtico semblante, ¿no?, la personalidad de la gente que ha tenido cierto poder en la organización, que ha sido ilegal, que ha estado en comandos serios. Y ahí empiezo a descubrir cantidad de cosas de la trastienda que no me gustan […] Bueno, aparte de los jefes hay gente que está muy pasada de rosca, y que han confundido las cosas y… empezamos a entrar en matices mucho más ideológicos, empieza a haber control, empieza a haber una serie de presiones, de cosas extrañísimas. Y para un tío como yo… Aunque era un militante superdisciplinado, yo me hubiera tirado por cualquier barranco, es decir, hubiera sido kamikaze. Pero ya cuando me empiezan a matizar y a entrar en terminologías, en ideologías, en funcionamientos de asambleas, cómo tiene que ser, cómo no tiene que ser, porque es que un militante debe ser así o no debe ser así, yo ya entraba en contradicción, ¿no? Porque empezaban a anular parte de mi personalidad, de mis instintos de… no, no me acababa de quedar claro, ¿no? Y, vamos, cuando ya empiezas a descubrir eso… sigues siendo organización dentro de la cárcel, evidentemente, y empiezas a ver el talante que tienen algunos, ya te empieza a dar vueltas la cabeza y dices, bueno, estos, si así y conmigo que soy de su equipo hay este trato y piensan de esta manera, si ganamos esta guerra, estos locos… esto es grave, ¿no? Empiezas a reflexionar y dices: esto, esto es grave. Que esta gente, aparte de no tener ni gota de preparación ideológica, que yo no tenía, la poca que tenían se la tomaban como el catecismo, muy poco reflexivos. Y oía cosas extrañísimas de… pues eso, de ser pequeños fascistas en potencia. O sea que… ¿estamos locos? Nosotros que andamos por ahí que libertad para arriba, libertad para abajo, y ahora me vienen a mí que recorte y control. Todo el día tienes que estar informando de lo que haces, de lo que no haces, si hablas, si no hablas, con ese puedes hablar, con este no puedes hablar. ¿Estamos locos? O sea, yo tengo mi personalidad y mientras se acople en la organización estaremos de acuerdo, mientras no, a casa. (Entrevista número 32)

Llega un punto en que te vas porque quienes dicen hablar en nombre de la organización te dicen que esto es así y que no te puedes salir de ahí, y que no te puedes acoger a ningún beneficio penitenciario. Y entonces, dices: señor mío… Otra serie de personas y yo les decimos; bueno, como no queremos interrumpir, vamos, ni queremos lesionar… esa dinámica con la que no estamos de acuerdo, y ya lo sabéis hace tiempo, pues, mira, para no extorsionaros nosotros nos damos de baja y punto. Pero se habían producido entre tanto otra serie de… de elementos. Ahí ya habría que entrar muy de lleno, y habría cosas que preferiría por prudencia no comentarlas. (Entrevista número 17)

A buen seguro que, entre esas otras cosas a las que alude este antiguo miembro de ETA(m), habría que incluir aquellos atentados perpetrados por dicha organización terrorista que conmocionaron incluso a integrantes de la misma, aunque ciertamente no a todos y probablemente ni siquiera a una mayoría. También habría que incluir otras acciones violentas y diversas prácticas de la banda armada que suscitaron la crítica y hasta el repudio de una porción de los militantes, estimulando entre ellos el abandono. Un guipuzcoano, que ingresó en ETA poco antes de la escisión ocurrida en 1974 y mantuvo su condición de militante hasta inicios de los noventa, explica por qué comenzó a discrepar de los atentados o ekintzas llevados a cabo por su propia organización terrorista desde mediados los años ochenta:

Cuando determinadas ekintzas se hicieron sin una planificación muy adecuada. Cuando empezaron las movidas y a echar a gente. Cuando empieza a morir demasiada gente que no tenía por qué haber muerto. Y no me voy a referir a ninguna. Fue… el comportamiento que estaba tomando la dirección de ETA y lo que de ello se deriva… en comportamientos violentos, en ekintzas que se hacían, pues yo empezaba a no estar de acuerdo, ¿no? (Entrevista número 28)

Pero ¿en qué consistían esas actividades de ETA que terminaron por suscitar dudas y provocar abandonos entre los militantes? ¿Cuáles son los atentados e incidentes que constituyen un mejor ejemplo de tan controvertidas prácticas? Un varón vizcaíno ya mencionado en este mismo epígrafe, que dejó su militancia en ETA(m) a fines de la pasada década de los ochenta, mientras se encontraba en prisión, al hablar de las circunstancias que terminaron por precipitar su ruptura con la organización terrorista, además de aludir a una estrategia de la banda armada que en sí misma le producía descontento, lista una serie de episodios bien conocidos:

Son dos cosas muy concretas, ¿eh?, que a mí en la cárcel terminan por decidirme a no callarme ni un minuto más. Aunque nunca me he callado, pero a veces en la vida, en cualquier circunstancia, uno por prudencia no debe decir las cosas, porque aunque se tenga razón por prudencia se calla. Pero ya no quise ni ser ni prudente. Hubo circunstancias como fue lo de Yoyes, el tema Hipercor, el tema Zaragoza, el tema de Argel… que empiezas a descubrir que no están las cosas claras, que aquí se está jugando con dos barajas: una, lo que se está vendiendo a la militancia y, otra, el objetivo final, la estrategia. Y la estrategia no le gustaba a mucha gente nada. No había juego limpio ahí. (Entrevista número 32)

Lo de Yoyes se refiere, como es sabido, al asesinato, el 10 de septiembre de 1986, a cargo de pistoleros de la propia ETA(m), de Dolores González Catarain, que fue dirigente etarra y posteriormente abandonó la militancia y decidió finalmente acogerse a las medidas de reinserción, mientras paseaba con un hijo de corta edad por su localidad natal de Ordizia, a la que había regresado después de haber residido un tiempo en México. El tema Hipercor no es otra cosa que el atentado más cruento de cuantos ha perpetrado ETA a lo largo de su historia. Fue cometido el 19 de junio de 1987 en un centro comercial de Barcelona, mediante una potente bomba oculta dentro de un coche, ocasionando veintiún muertos y casi cincuenta heridos. El tema Zaragoza alude a otro acto de terrorismo de la misma banda armada, el 11 de diciembre de ese mismo año, contra una casa cuartel de la Guardia Civil situada en la capital aragonesa, como resultado del cual perdieron la vida doce personas, de las que cinco eran niñas. El tema Argel es una mención a los contactos y las conversaciones que en esa capital norteafricana mantuvieron, entre 1987 y 1989, delegados del Gobierno español, entonces formado por el PSOE, y dirigentes de ETA(m).

Un antiguo pistolero de ETA(m), guipuzcoano, que ingresó en la organización terrorista en 1978 y permaneció como miembro de la misma durante once años, comenta precisamente el atentado de Hipercor en unos términos que permiten discernir con claridad que una cosa es haber dejado la banda armada y otra muy distinta repudiar la violencia terrorista, en otras palabras, haberse desradicalizado:

Fue bastante fuerte. Yo, mi planteamiento era que eso era totalmente, pues no sé, fuera de tiesto, ¿no?, que nuestro enemigo era otro y las formas de utilizar tenían que ser directas, no tan… tan indiscriminadas. Y, bueno, la otra gente opinaba que, bueno, pues que eso también les influía mucho, ¿no?, al Estado, y que donde les dolía había que darles, claro. Donde les duele también les duele a la gente de la calle, y si a la gente de la calle les duele tú te vas a quedar sólo. Donde hay que darles es directamente a ellos. Limpia, lo más limpio posible. Claro, si te vas salpicando todos los días, al final te quedas solo […]. No miro con malos ojos la lucha armada. Pero, ya te he dicho también, con el paréntesis muy fuerte de que sea una lucha armada justa y… y real, ¿no?, no indiscriminada ni nada de eso, ¿eh? Todo pueblo tiene derecho a defenderse, pero hay que saber defenderse. (Entrevista número 36)

Respecto a las conversaciones de Argel entre interlocutores del Gobierno español y representantes de ETA, un vizcaíno citado algunos párrafos más arriba y que puso fin a su militancia en ETA(m) al poco de fracasar esas tratativas, critica de este modo el comportamiento de los líderes de la organización terrorista a la que aún pertenecía en esos momentos:

En el caso de Argel lo único que se monta es una pantomima. Cuando había una oferta seria de diálogo y de cierre, ETA rompe aquellas conversaciones. Por un quítame allá esas pajas, por una estupidez, por una chorrada. Por donde dije digo, digo Diego. En un punto que no tenía ninguna clase de importancia, pues cojo y mando tres o cuatro paquetes bomba y se rompen las negociaciones. Luego posteriormente se nos reconoce que la dirección ha decidido que no estaba preparada ideológicamente, que no había cuadros suficientes para asumir esa negociación y que había que romperla. Claro, y descubres que no estaba preparada y que ideológicamente no había cuadros para llegar a aquella negociación porque sus vistas están mucho más lejos que las tuyas. Es decir, no estamos hablando de un proyecto de autodeterminación y que sea lo que Dios quiera: o socialdemocracia o nacionalismo moderado, o lo que venga. No, no, no, estaban pensando ya en un proyecto mucho más de corte soviético. Por eso no interesaban aquellas conversaciones, eso es así de claro. A mí me quedó clarísimo, clarísimo. Aquello fue un fracaso buscado, una encerrona en la que nos metieron, y salieron como pudieron, salieron con cuatro paquetes bomba. (Entrevista número 32)

En conjunto, el desacuerdo con los dirigentes de la organización terrorista, ya sea por las acciones que ordenan o por el modo en que actúan, trátese tanto de los atentados apenas mencionados como de otros posteriores igualmente cruentos, sea debido a las conversaciones con emisarios gubernamentales indicadas como a otras no menos malogradas que han tenido lugar después, acumula un malestar con la banda armada que a un significativo número de etarras les ha llevado, en las últimas décadas, a tomar la decisión de salir de la misma, según un patrón similar al que relata este varón guipuzcoano, miembro de ETA(m) entre 1977 y 1990, cuya decisión se precipitó al recalar en un centro penitenciario del norte de España:

Nada más llegar yo dije: no, se terminó. Había llegado ya a una conclusión ya elaborada… O sea, poco a poco iba dándome cuenta yo de cosas que se veía, ¿no? Digo: hostias, que esto no es así, que esto… ¿Ahora quién manda? ¿Ahora quién esto? ¿Y por qué ha pasado esto? ¿Por qué le han hecho esto? Iba viendo cosas… Iba viendo cosas yo que no… ya no me cuadraban. Entonces llegué a la conclusión ya de que no era mi organización aquella. Y que no pintaba nada. (Entrevista número 33).

¿Ahora quién manda? De nuevo una pregunta, en boca de un antiguo etarra, casi idéntica a otra anteriormente transcrita y también a la que da título a este epígrafe, ¿a quién tenemos al mando? Indicativas todas ellas de malestar, entre militantes etarras, con el funcionamiento interno y las prácticas emprendidas por la banda armada. Eso sí, como en otros testimonios previos en este mismo sentido, en el replanteamiento individual que conduce al abandono de la organización terrorista no hay apreciación alguna de las condiciones políticas existentes y apenas observaciones secundarias sobre la sociedad circundante.

TAMBIÉN VIVIR UN POCO

Quienes han sido pistoleros de ETA y deciden dejar de serlo sin el consentimiento de sus dirigentes ni la aceptación del entorno proetarra que conforman los grupos del nacionalismo vasco radical inician un tránsito que no suele discurrir sin rigores. Así es como lo argumenta este alavés, integrado en ETA(m) entre mediados de los setenta y mediados de los ochenta. Pero su testimonio introduce una nueva motivación para el abandono que es preciso explorar con algún detenimiento. Según apunta, los terroristas que comienzan a preguntarse por el sentido de su militancia e incluso terminan por dejarla atrás, pueden atribuir su tribulación no sólo a cambios estructurales y organizativos sino asimismo a mudanzas de índole estrictamente personal. Véase:

Cuando te empiezas a plantear el dejarlo ya es muy duro. Es muy duro plantearse que algo por lo que has llegado incluso a ofrecer tu vida y que ves que está cambiando de rumbo, ¿no?, o que empiezas a pensar diferente tú. Te llegas a plantear eso, si en realidad está cambiando el organigrama de la organización o la marcha de la organización, o eres tú, que estás cambiando de idea, ¿no? Hasta llegar a la conclusión… no por ti mismo, sino que empiezas a ver que hay más gente que opina como tú. Te empiezas a apoyar en ellos también, a hablar. Que es muy difícil llegar a eso, por el temor que sientes a hablar y que te digan: joder, ¿tú, qué pasa?, ¿estás cambiando, te estás arrepintiendo o… no sé? Entonces es muy duro ese momento. Hasta que puedes analizar un poco más fríamente y objetivamente que efectivamente están cambiando las dos cosas. Estás cambiando tú como persona, pero a raíz de que ves que está cambiando la situación social y de la organización, por supuesto. (Entrevista número 30)

Para el antiguo miembro de ETA(m) al cual corresponden estas palabras, si al iniciarse un cuestionamiento de la pertenencia a una organización terrorista hay cambios de naturaleza personal es porque los ha habido en la banda armada y también en su población de referencia. Pero ¿acaso no cabe pensar en cambios personales que propician dejar atrás el terrorismo y cuya causa sea diferente o no necesariamente dependa de esos otros factores?

Siempre ha habido militantes de ETA que la han abandonado por cuestiones personales. No por haber percibido cambios políticos o transformaciones sociales que les llevaran a repensar su implicación en la banda armada, ni por lo que consideraban como malfuncionamiento de esta o una reiteración de errores en sus prácticas de violencia. Para empezar, muchos etarras, quizá en conjunto una mayoría de los que en algún momento, a lo largo de las últimas cuatro décadas, lo han sido, dejaron su militancia tras haber actuado como terroristas primero y cumplir condena después por los delitos cometidos. Transcurridos los años, especialmente en prisión, el orden personal de preferencias de quien hasta entonces se encontraba bajo la disciplina de la organización terrorista puede modificarse. Como efecto del paso del tiempo, de nuevas relaciones afectivas o del deseo de tener una vida diferente.

Los siguientes tres testimonios son bien elocuentes respecto al modo en que ese orden personal de preferencias puede modificarse después de una prolongada militancia terrorista, con frecuencia buena parte de ella en prisión. Primero se transcribe el de un guipuzcoano, antiguo miembro de ETA(pm) hasta 1982. Luego, el de una mujer guipuzcoana que permaneció en la facción político militar durante ocho años, hasta dejarla en 1986, aunque sin haber estado en prisión. Finalmente se reproducen las de un individuo nacido en un pueblo de Andalucía, pero inmigrante en el País Vasco con cerca de veinte años, que fue reclutado por ETA(m) en 1975 y la abandonó a mediados de los noventa, al ser excarcelado tras haber cumplido condena. Todos ellos explican por qué no continuaron su militancia, pero el último revela con claridad lo que continúa pensando sobre la banda armada, poniendo de manifiesto lo que también se intuye en los otros casos, es decir, que su salida nada tuvo que ver con una desradicalización:

Dices, joder, tengo que hacer mi vida porque se me está escapando. Por narices. Y, bueno, y los primeros pasos por eso fue. (Entrevista número 16)

Porque es como que tú ya has dado lo que tenías que dar. Y ya prefieres una vida más tranquila. (Entrevista número 42)

Ya te digo, para mí sigue siendo lo mismo. Lo único que ahora cambia por diversos motivos es que, bueno, pues que ahora ya, digamos, ya tienes otra edad, que, bueno, que en mi caso concreto te vas a casar. Entonces ya no… no dependes de ti solo. Pero yo sigo pensando que la razón de ser de ETA, que es válida, que tiene que seguir existiendo. Pero bueno, siempre, bueno, pues un relevo, ¿me entiendes? Y no porque estés cansado, sino porque ya las circunstancias cambian. No es que haya cambiado el tema en sí, ¿no?, sino las circunstancias personales de uno. Esas ya van cambiando. Ya tienes cerca de cuarenta años, te vas a casar el año que viene y, dices, bueno, joder, yo ahora a coger la pipa, pues me sería un poco… Porque ya tienes… joder, también vivir un poco. E igual será un poco egoísta, ¿no?, cuando otros están en el agujero, ¿no?, pero también tienes que vivir un poco, ¿no? (Entrevista número 41)

También vivir un poco. Una expresión afín a la de hacer mi vida o a la de prefieres una vida más tranquila. Para esos antiguos etarras, la fase de sus vidas en que estuvieron volcados hacia la acción pública, como militantes de una organización terrorista de orientación etnonacionalista, ha concluido y desean dedicarse a su vida privada, aunque por motivos distintos a la decepción o la insatisfacción con su trayectoria previa[45]. Uno de ellos, de hecho, habla de contraer matrimonio, algo que, tal y como lo ve, resulta incompatible con volver, casi a los cuarenta años, a «coger la pipa», es decir, a ir de nuevo armado con una pistola. Pero ni está contra ETA ni condena la violencia. En otras palabras, es un ejemplo más de abandono sin desradicalización.

El establecimiento de fuertes ligámenes afectivos, en concreto de relaciones sentimentales de noviazgo o de pareja, es por sí misma una circunstancia capaz de alterar el orden personal de preferencias de un etarra, tanto si se encuentra en activo como si está encarcelado. Este testimonio, que procede de un varón navarro que ingresó en ETA(pm) a mediados de los setenta y se enamoró de una integrante de su misma organización terrorista, revela cómo el hecho de conceder prioridad a esta relación afectiva fue lo que, en contra de sus deseos, le obligó a dejar la banda armada en 1980:

Bueno, ella y yo trabajábamos en el mismo aparato, ¿no?, yo era el responsable de un aparato determinado y ella trabajaba conmigo. Estábamos muy enamorados. Y hubo una propuesta, de determinada gente del ejecutivo, de que ella se vaya a otro aparato. Eso suponía que ella pasaba a un aparato que no era de intervención mientras que yo seguía en un aparato de intervención. Nosotros creíamos que eso iba a generarnos dos dinámicas de vida totalmente diferentes y pensábamos que eso, en nuestro caso, iba a suponer nuestra separación afectiva, ¿no?, pues porque tu vida gira mucho alrededor de lo que es tu militancia y del ritmo que te marca el tipo de vida de que dependes. Y nosotros personalmente pensábamos, correcta o incorrectamente, pero nuestra postura era que eso iba a traer nuestra separación afectiva y que no queríamos, que queríamos seguir viviendo juntos, ¿no? Entonces hubo un encontronazo con determinada gente, sobre todo del ejecutivo. Decían que había que supeditar las relaciones personales a la organización. Y yo decía que no, que había que conjugarlas. Y presenté la dimisión. Presentamos la dimisión los dos, vamos. Nos quedamos fuera de la organización, sin curro y muy colgados de pelas, de todo… (Entrevista 51)

Esta vez es un vizcaíno, antiguo pistolero de ETA(m), incorporado a esta organización terrorista a finales de los ochenta, quien en sus propias palabras da cuenta de cómo, tras una inesperada sentencia judicial que redujo a un año de prisión los once de condena que esperaba, modificó su orden personal de preferencias, anteponiendo los lazos con su novia a la militancia en la banda armada. De este modo, puso fin a la misma en 1991, aunque sin variar de ideas sobre la violencia política ni, por cierto, expresar sentimiento alguno de pesar por las víctimas que sus actividades hubieran ocasionado —bien al contrario—, a diferencia del lamento con que se refiere a los disgustos que esa misma implicación clandestina ocasionaron a algunos de sus allegados:

A la vuelta me di cuenta de que hacía mucho daño a la gente, ¿no?, con mi militancia en ETA. Hacía daño siempre a las personas que estaban al lado, ¿no? Por mi cabezonería de militante, siempre conllevaba más el ser militante a mi vida personal, ¿no?, o al estar con mi novia o con mi familia, ¿no? […] Dije: no puedo seguir yo así, toda la puta vida haciendo daño a la gente que tengo al lado, ¿no? Esto es como una segunda oportunidad. Esto no pasa nunca. Yo he vuelto porque de once años se me ha quedado en uno. Y esto es como una segunda oportunidad en mi vida, ¿no? Y ahí ya empecé a plantearme ya… Y al año siguiente ya dejé… dejé todo. Mira, yo sigo con la misma idea de la lucha armada, sigo con la misma idea política, pero yo he hecho mi labor, tres años de mi vida los he echado como militante, he renunciado siempre a mi vida personal, yo he hecho daño a un montón de gente. Y no era por la gente a la que habré podido perjudicar con mis actividades, porque eso es una lucha política, ¿no? Yo no sentía nada por esos. Siempre he estado jodiendo a mi familia, mi madre, un montón de rebotes, ¿no? Y a esta chica pues ya era… pues eso, de decir, joder, yo no puedo andar así toda la vida, ¿no? Fui reflexionando más. De decir, oye, Miren, en un corto plazo, igual a largo plazo, me voy a plantear el dedicarme sólo a nosotros y no dedicarme más a esta historia, ¿no? ¿Y cuándo vas a dejar? ¿Y cuándo vas a no sé qué? ¿Y cuándo vas a decirles que te vas? ¿Y cuando vas…? Pues ya les diré, pues ya les diré. Hasta que les dije. (Entrevista número 39)

Un factor añadido al de estas relaciones afectivas que, especialmente en el caso de etarras que han estado en prisión un largo periodo de tiempo, suele incidir con especial intensidad en la decisión de abandonar su organización terrorista, o de no volver a la clandestinidad tras cumplir condena, es el de convertirse en padre. Tanto si la paternidad ha llegado antes de ser confinado en un centro penitenciario como si sobrevino durante la reclusión en el mismo, es habitual que opere como un estímulo para dejar la banda armada al terminar la condena e incluso romper antes con las normas que rigen en el colectivo de presos a través del cual los dirigentes controlan a los militantes encarcelados, en particular con las que prohíben acceder individualmente a beneficios penitenciarios. Estas son las transcripciones de dos testimonios al respecto, correspondientes a sendos varones guipuzcoanos que dejaron ETA(m), respectivamente, en 1989 y 1993:

Bueno, me había casado en la cárcel. Tuve un hijo en la cárcel, que tenía tres años ya cuando salí. Entonces, dije ¡hostias! Digo, yo ahora mismo no estoy convencido de que tengo que estar con esta organización, yo no estoy convencido de que tengo que estar en la cárcel ya. Digo, bueno, tengo esta oportunidad, que me pertenece por derecho y por ley, por las leyes que me han condenado y por todo, me pertenece. Y digo, adelante. Tengo a mi hijo ahí con tres años, que… sí, me conoce de las visitas, pero, vamos, no he convivido con él. Digo, tengo una mujer ahí y tengo una familia que tengo que sacar adelante, tengo que trabajar por ellos. Y digo, venga, a la calle. Entonces tenía mis cosas a favor y mis cosas en contra, y valían mucho más las que estaban a favor que las que estaban en contra. O sea, que decidí dar el paso. (Entrevista número 33)

Bueno, la compañera quedó embarazada y luego hubo el nacimiento del crío. Y entonces ahí es donde tuve yo digamos la crisis. Y, bueno, puse en la balanza qué interesaba más, si… seguir en la movida o empezar a disfrutar de… y cambiar los valores de mi interés, ¿no? […] Bueno, ya había pasado mucho tiempo, llevaba muchos años, iban pasando los años… Todos pensábamos que esto se iba a arreglar realmente, que no íbamos a pasar tantos años en la cárcel. Eso es lo que todo el mundo pensábamos, ¿no? Pero va pasando el tiempo y todavía sigue… el problema, sigue latente y los presos siguen en la cárcel. Y, unido a eso, pues, bueno, pasa eso, que los años pasan, que vamos a buscar el niño o la niña, que viene ya. Y entonces, ¿qué pasa? Que lo vas a conocer a través de esa situación o… Pues he decidido que, bueno… que ya vale. Que yo ya he llegado hasta aquí y… (Entrevista número 37)

Además de lo antedicho, hay asimismo antiguos etarras cuya opción de no mantener su compromiso militante se debió principalmente a experiencias tales como la monotonía o el miedo. En ninguno de estos supuestos la decisión individual de dejar la banda armada tiene por qué estar acompañada de una condena del uso de la violencia política. De la monotonía que le llevó al abandono de ETA(pm) da cuenta un vizcaíno que tomó la decisión después de haber huido a Francia. A renglón seguido, un antiguo militante de ETA(m) nacido en Extremadura, pero crecido en Guipúzcoa, habla del miedo que le indujo a salir de la organización terrorista. Ambos fueron reclutados a finales de los setenta y cesaron voluntariamente como miembros de sus respectivas partidas de pistoleros etnonacionalistas en 1980:

Se me hacía la vida un poco monótona. Quería hacer algo. Ya que no había estudiado, quería seguir estudiando. Y veía alguna otra cosa que… que no voy a comentar, ¿no? Pues dije, no, no, no, esto no, no, no es para mí ¿no?, no, no es para mí. Y, bueno, yo me quería ir. O sea, me quería ir. Quería dejar la organización, quería… pues, bueno, yo… no sé cómo decirte. Vamos, que no tenía nada ideológicamente ni nada… Pensaba que estaba perdiendo el tiempo y… bueno, pues que yo tenía la vida por delante y que no me quería quedar ahí como un… (Entrevista 48)

Tuve una experiencia muy mala, y la verdad es que pillé miedo. Y una persona con miedo en un lugar así no puede estar. Poco a poco empecé a sentir miedo. Y entonces se lo comuniqué a los otros, les dije: oye, yo tengo miedo, me estoy acojonando. Y digo: en esta situación, lo mejor es… yo me marcho. Os dejo a vosotros seguir si queréis y yo me pierdo por ahí. Cogí y me abrí del… kiosko. Me entró miedo y me marché. (Entrevista número 29)

Llegados a este punto, es menester introducir ejemplos, relacionados o no con casos como esos, que permitan igualmente entender cómo determinadas crisis personales, capaces de afectar a los militantes etarras mientras permanecen bajo la disciplina de su organización terrorista, pueden constituir el preludio de su salida de la banda armada. Esta mujer guipuzcoana, antigua integrante de ETA(pm), abandonó la banda armada al finalizar la década de los setenta, tras varios años de militancia y haber eludido su detención por parte de la Policía y la Guardia Civil. Su decisión parece haber sido un corolario del cansancio y de cierta crisis existencial:

El año setenta y siete, setenta y ocho, ya dejé la organización. Mientras estuve liberada decidí dejar la organización. Coincidió con una crisis personal, ¿eh? Yo me estaba cuestionando mi vida. No tenía una vida. No tenía un sitio donde estar. Nunca he tenido nada. No podía. Es que no tenías nada… digo de casa, de estar en algún sitio. Ni amigos. No podías tener absolutamente nada. Yo me sentía cansada, a nivel personal. (Entrevista número 14)

Pero otras crisis personales previas a dejar la organización terrorista, determinantes a la hora de abandonar la militancia etarra, adquieren una especial singularidad. Son los casos en que esas crisis adquieren las características propias de una conversión religiosa, en paralelo a la cual se produce un desistimiento del terrorismo por razones de principio. Es probable que el ejemplo mejor conocido de un antiguo miembro de los patriotas de la muerte que terminó fuera de la banda armada a que pertenecía tras una conversión religiosa sea el de José Luis Álvarez Santa Cristina, conocido por el apodo de Txelis, quien llegó a ser un destacado líder de ETA(m). Su proceso de conversión religiosa tuvo lugar al poco de ser detenido en marzo de 1992 en la localidad de Bidart e internado en una prisión francesa. En noviembre de 1999 fue extraditado a España. El 29 de octubre de 2009, desde el centro penitenciario de El Dueso, hizo llegar a las autoridades judiciales de nuestro país una larga y densa carta manuscrita, en la que pueden leerse extractos como estos:

[…] los primeros meses inmediatos a mi encarcelamiento los dediqué a tiempo completo a indagar metódicamente, ayudado de lecturas escogidas, acerca de mis presupuestos y dudas filosófico-existenciales, éticas y político-sociales. Cuando me hallaba inmerso en esa tarea sentí el impulso y la necesidad de releer los Evangelios. Y de releerlos más allá de las cuestiones crítico-exegéticas al uso. Aún hoy no sé decir qué me impulsó a ello, aunque no albergo duda alguna de Quién fue, aun cuando en aquel momento ni tan siquiera lo imaginaba.

La relectura pausada, sin ánimo académico alguno, de los Evangelios no me impactó en exceso al principio, pero conforme fui avanzando en su lectura, ésta fue paulatinamente transformándose en auténtica escucha atenta de las palabras de Jesús de Nazaret y, poco a poco, en meditación y en oración balbuceante y semiconsciente, para dar paso poco más tarde a un auténtico reconocimiento de la figura y presencia (histórica, actual y REAL) de Jesús, Hijo de Dios. Gracia de Dios fue el conducirme a una verdadera y profunda conversión (metanoia). Fruto de esta mi conversión a la figura de Cristo Jesús y a su Palabra (Evangelio) fue el decidir finalmente cambiar mi vida y actuar en consecuencia.

No se me ocultaba que mi adhesión al Evangelio implicaba no sólo un sincero arrepentimiento sobre todas aquellas conductas pasadas contrarias al mismo (y muy en particular aquellas derivadas de mi militancia anterior en ETA en la medida en que afectaban de algún modo, fuera indirectamente, a la vida y a la integridad de las personas), sino también la inmediata determinación de manifestarme, fuera cual fuera el precio, en contra de todo atentado contra la vida y la integridad de las personas, y consiguientemente defender el respeto íntegro de todos los derechos humanos sin excepción, tanto individuales como colectivos […] [Subrayados y mayúsculas en el original].

Entre finales de 1992 e inicios de 1993, el autor de esta misiva solicitó a la dirección de ETA(m) el abandono de las armas e hizo pública su posición. En agosto de 1997, después de que esa organización terrorista secuestrara y asesinase a Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en la localidad vizcaína de Ermua, criticó lo sucedido y, mediante un documento suscrito junto a otros individuos igualmente presos por delitos relacionados con su militancia etarra, pidió a la banda armada un alto el fuego permanente. ETA lo expulsó formalmente al año siguiente. Empero, no fue hasta noviembre de 2009 cuando Txelis decidió apartarse del denominado Colectivo de Presos Políticos Vascos, casi un año después del atentado perpetrado en la terminal T4 del aeropuerto de Barajas, poniendo fin a la pretendida tregua que ETA(m) había declarado en marzo de 2005. En su caso, la salida de la organización terrorista y el alejamiento de los círculos carcelarios afines a la misma coincidieron pues con un proceso de desradicalización.

Txelis, en su escrito, habla por fin de arrepentimiento. Pero dejar ETA no necesariamente significa estar arrepentido. Ello es de por sí muy improbable en el caso de aquellos antiguos militantes etarras que, cuando abandonaron la banda armada a la que pertenecían, ni abogaban por su desaparición ni renunciaban a justificar la violencia como medio para lograr los objetivos inherentes a un nacionalismo vasco étnico y excluyente. Es en el siguiente epígrafe donde se aborda esta cuestión del arrepentimiento, no sin antes tratar algunos factores cuya incidencia parece facilitar o inhibir el que un miembro de ETA deje voluntariamente la organización terrorista, en particular cuando dicha salida no está consentida por sus dirigentes.

LO VOLVERÍA A HACER

Conscientes de que los abandonos críticos pueden debilitar sus estructuras y erosionan la imagen que se esfuerzan por preservar entre su población de referencia, los dirigentes de ETA tienden a obstaculizar que los militantes dejen la organización terrorista o tratan de impedirlo si no responde a situaciones consentidas por ellos mismos. Permiten, por ejemplo, la salida de quienes son excarcelados y por unas u otras razones deciden no regresar a la disciplina de la organización terrorista pero sin manifestar expresiones críticas hacia la misma e incluso implicándose en las entidades de su entorno cómplice y encubridor. ETA(m) no ha aplicado esta anuencia a terroristas reinsertados, hacia quienes la banda armada se ha mostrado siempre extraordinariamente hostil y por otra parte no eran bien recibidos en los grupos que articulan la base social de ETA(m), pero sí a algunos que han recibido indultos, como en el llamativo caso de este varón guipuzcoano, cuya militancia etarra concluyó en 1990 sin traza alguna de desradicalización, pues aprovechó para incorporarse a una coalición proetarra:

Escuché estando en la cárcel, por la televisión, el que había habido un indulto. Entre los cuatro esos estaba mi nombre. Yo salí de la cárcel con los mismos convencimientos que tenía cuando entré. Salí, me integré en lo que era mi vida anterior en el pueblo, con mi familia, otro tipo de gente. Y lo que sí hice fue empezar a militar políticamente en la organización que yo creía que mantenía los presupuestos más cercanos a los que yo defendía. Hoy en día soy concejal de Herri Batasuna en mi pueblo. (Entrevista número 43)

A menudo fue más fácil decidir dejar ETA, o cualquiera de las dos facciones en que se mantuvo dividida unos cuantos años, cuando la decisión se adoptaba en compañía de otros militantes que cuando se tomaba de modo aislado. Aun cuando sólo sea por una simple razón de apoyo mutuo como la que evoca este antiguo pistolero de la facción político militar, de origen alavés, respecto al periodo, en la primera mitad de los años ochenta, durante el cual decidió, junto a otros miembros de su misma organización terrorista, renunciar definitivamente al uso de las armas e incluso disolver la propia banda armada:

[…] pues, no sé, por ponerte un ejemplo, en mi casa en un momento dado vivíamos diez y todos esos diez pues estábamos en la misma posición, ¿no? Y te permitía, pues bueno, trabajar o… o hacer cenas o llevar los problemas con mucha más tranquilidad, ¿no? (Entrevista número 1)

Es sabido que el abandono de la violencia por parte de un importante sector del directorio de ETA(pm) a partir de 1981 y la subsiguiente renuncia de varios centenares de sus miembros durante los años posteriores se vio facilitada por unas medidas gubernamentales de reinserción social negociadas con la propia banda armada y los entonces parlamentarios Juan María Bandrés y Mario Onaindía, ambos de Euskadiko Ezkerra. A diferencia de los indultos del posfranquismo, gracias a los cuales muchos etarras fueron excarcelados sin que ello impidiera que gran parte de los mismos se reincorporara a la clandestinidad, los miembros de la facción político militar beneficiados por las medidas de reinserción no volvieron a empuñar las armas ni a colocar bombas. Acaso importe que la oferta de reinserción, a cambio únicamente de renunciar a la violencia, se produjera una vez completado el doble proceso de democratización del sistema político español y establecimiento de las instituciones vascas de autogobierno. Es decir, reducía el coste de dejar el terrorismo cuando la percepción de cambios políticos y sociales había revertido en buena medida las motivaciones para pertenecer a la organización terrorista basadas en criterios de racionalidad.

Con todo, resulta interesante que muy pocos miembros de ETA(pm), más allá del pequeño grupo de dirigentes que decidió renunciar a la violencia para hacerse candidatos a los indultos individuales que conllevaban aquellas medidas acordadas con el entonces ministro del Interior, Juan José Rosón, confiaran inicialmente en la posibilidad de presentarse ante las autoridades españolas y retornar a sus lugares de origen sin ser detenidos y recluidos en prisión. Muchos de ellos, en realidad, esperaron a ver qué pasaba con la suerte de sus antiguos compañeros de banda armada y si efectivamente podían comprobar que el coste de tomar la decisión de dejar la militancia etarra se reducía tanto como para optar por emprender el camino de vuelta[46]. Entre ellos estaba este varón vizcaíno, que relata aquella situación del siguiente modo:

A pesar de que Rosón echó el tejo con las negociaciones, oye, que se vuelve, que tal y que cual… yo te puedo asegurar que no nos lo creíamos ninguno. O sea, por lo menos la mayoría de la gente que yo conocía no nos lo creíamos. Cuando ves que va el primero y dices: ¡hostias! Y que van dos más, y que van cuatro más… Dices: joder, parece que… el tema va. (Entrevista número 11)

De lo que parece no caber duda, a la vista de testimonios como el que sigue, proporcionado por un alavés ya antes citado, quien fuera destacado miembro de ETA(pm) y se acogió a las medidas de reinserción al poco de ser adoptadas al iniciarse la década de los ochenta, es de que en su implementación se afanaron, cuando menos más allá de lo ordinario, distintas instituciones del Estado, incluido —bien puede deducirse de la llamativa anécdota que rememora— el Poder Judicial:

Yo volví en las navidades del ochenta y tres. Ahí… en realidad fue una amnistía, ¿no? Fue una negociación con amnistía porque, por un lado se sobreseyeron sumarios y, por otra parte, en los sumarios que no estaban sobreseídos salió la gente en libertad. Yo mismo tuve sumarios y tuve que declarar en uno de ellos. Y fue magnífico porque yo pensaba que sabía todo lo que tenía que decir, entonces estuve en el juicio, delante del juez, y Bandrés me dijo: tú no hables porque yo ya he hablado con él y, vamos, voy… ya está todo hablado. Entonces el tío sacó el sumario y empezó a decir: porque tú, en compañía de fulano y mengano, fuiste, tal, hiciste, no sé qué… Y ya así, de pronto, un ujier le llama a Bandrés y sale, no sé para qué. El caso es que acaba la declaración, me mira el juez, además… con cara de tan buena voluntad, me mira así y le digo: pues sí, todo es verdad. Y le mira al secretario y le dice: aquí, evidentemente, vamos a poner que no. (Entrevista número 1)

Eso sí, hubo no pocos miembros de ETA(pm) que rechazaron acogerse a las medidas de reinserción y un considerable número de los mismos, en trance de desaparecer esta facción, tomaron la decisión de incorporarse a ETA(m) e incluso accedieron a posiciones de mando. Pese a lo cual, o precisamente por ello, los dirigentes de esta última organización terrorista, la que ha persistido desde mediados los ochenta hasta nuestros días, criticaron acerbamente desde entonces a los reinsertados, tratando de estigmatizarlos como despreciables y traidores, instigando así el rechazo social, a través del entorno proetarra, en las localidades a las cuales volvían para establecerse. Un acoso que resultaba más fácil en comunidades rurales o poblaciones de pequeño tamaño que en las áreas urbanas y metropolitanas. En línea con esa visión que de los antiguos miembros de la facción político militar reinsertados existe y se ha promovido, en el seno de ETA(m) y entre sus seguidores, esta mujer guipuzcoana, que durante años perteneció a una partida de pistoleros de esa banda armada, se refiere a ellos con estas palabras:

Yo creo que les falta dignidad. Yo creo que en la vida, en cualquier sector de la vida y en cualquier campo de la vida, hay algo que se llama dignidad, que para mí es muy importante. Una cosa es autocriticarse, otra cosa es perder la dignidad en nombre de un programa de un provecho cortoplacista y de un provecho individual. Y para mí hay una cosa que es sagrado y es: yo no puedo nunca traicionar a mis compañeros y compañeras. Pero tampoco a mí. Por eso yo hablo de dignidad. Para mí no son personas dignas. (Entrevista número 7)

Además de desprestigiar a los reinsertados, los dirigentes de ETA(m) trataron asimismo de elevar el coste de aceptar las medidas de reinserción y, en general, de dejar la banda armada de un modo que consideran afrentoso, advirtiendo de sanciones y amenazando con represalias[47]. Para mantener su reputación como jefes de los patriotas de la muerte y en relación a las medidas de reinserción, ordenaron el ya mencionado asesinato de una antigua líder etarra que se había reinsertado, Dolores González Catarain. Los testimonios reproducidos a continuación, ambos correspondientes a dos guipuzcoanos que fueron pistoleros etarras hasta 1982 y 1989, respectivamente, son elocuentes respecto a la amenaza de represalias por abandonar la banda armada. El primero se refiere a las amenazas que recibía en Iparralde tras haber aceptado las medidas de reinserción y el segundo comenta el sentido que para ETA tuvo matar a Yoyes:

Yo paseaba desde Bayona y de repente estaba cruzando el puente y se te paraba un cochito así, con cuatro milis dentro, y te decían: ¡hijo de puta! ¡Te vamos a matar! Terminé mi exilio con las pistolas en mi casa. Habíamos abandonado la lucha y todo eso, pero yo tenía material en casa. Yo siempre decía: hombre, yo no tengo que hacer nada ya con estas cosas, pero lo que no voy a permitir es que de aquí venga un listo de éstos y se pegue una pasada. (Entrevista número 3)

Entonces viene lo de Yoyes. Precisamente eso indica la debilidad de la organización, que tiene que estar matando a un militante que se va porque si no va a haber una riada de gente que se va, para dar una lección. Eso quiere decir que tiene miedo de que se le vaya la gente. (Entrevista número 15)

En suma, alejarse de ETA mediante la aceptación de beneficios penitenciarios, o dejarla acogiéndose a la oferta de reinserción social, resulta más fácil si no se otorga credibilidad a la amenaza de represalias proferidas desde la propia organización terrorista o sus entidades afiliadas del nacionalismo vasco radical, que si son tenidas por verosímiles. En cualquier caso, parece obvio que tanto los beneficios penitenciarios como las medidas de reinserción deben ser lo debidamente condicionadas en su aplicación a individuos procesados por delitos de terrorismo como para que actúen fomentando la desradicalización y reduciendo, sin impunidad, el coste de salir voluntariamente de la banda armada, pero no como una variable constante que en última instancia opere aminorando el coste de incorporarse a la misma.

Además de las sanciones coactivas y comunitarias que se ciernen sobre los militantes que hagan públicas sus desavenencias con los líderes etarras o dejen de manera no consentida la banda armada, el modo en que tanto los dirigentes como el colectivo que articula a los terroristas presos toman decisiones grupales constituye en sí mismo un obstáculo fundamental para que los militantes inclinados a abandonar la banda armada a que pertenecen puedan en la práctica dejarla, individual o colectivamente. Para mejor entender esto, léase el modo en que un vizcaíno que perteneció diez años a ETA(m) explica cómo se decidían las cosas entre los miembros de la organización terrorista que, como él, se encontraban recluidos en el mismo centro penitenciario español:

Se hacía todo de modo asambleario, ¿no? Decían: joder, es que pensamos… Y les decía yo: ¿por qué?, a ver, ¿por qué me tienes tú que controlar a mí, o me tienes que decir… o por qué tengo que votar en una asamblea con la mano alzada? Que eso era el dogma de fe. Hasta que un día se me ocurrió decir: oye, ¿no pensamos que el voto sería mejor secreto? Y me llamaron de todo allí. Y yo lo dije así precisamente porque era una cosa tan evidente que la gente estaba votando en contra de lo que pensaba… Mira, los sociólogos con esto no podéis hacer nada. Porque el debate es falso. O sea, la única manera de que un tío pueda decir en conciencia lo que piensa es en un papelito y en una urna. Porque el que levanta la mano tiene la mirada del colega de al lado, tiene la mirada del otro. Y las miradas… Yo lo he visto en la cárcel durante años: eso no vale para nada. No vale para nada. Es una forma de presión, de… de control. (Entrevista número 32)

Es decir, en ausencia de decisiones grupales adoptadas mediante votación secreta, casi nadie se atreve a vocear ante los responsables del colectivo de presos etarras una opinión que disienta de la de los líderes de la banda armada y muy pocos asumen los costes que la organización terrorista impone a quienes optan por del abandono no autorizado. Aun en la hipótesis de que una mayoría de los implicados estuviese a favor de aceptar beneficios penitenciarios o incluso de renunciar a la violencia, el método de votación a mano alzada haría que por fuerza —nunca mejor dicho— la decisión colectiva adoptada no fuese coherente con las preferencias racionales de los miembros que constituyen el grupo.

Por otra parte, es menester subrayar que resulta más fácil decidir individualmente poner de manera voluntaria fin a la militancia etarra cuando se cuenta con el beneplácito de familiares y amigos que en ausencia de ese acompañamiento. Los vínculos afectivos basados en relaciones de amistad y parentesco, fundamentales para explicar el ingreso en ETA, pueden de igual modo ser determinantes para canalizar o bloquear el abandono de la organización terrorista. En este sentido, estos dos ejemplos revelan los problemas que pueden afrontarse a la salida, incluso si se ha producido en ausencia de desradicalización. A las sorprendentes palabras de un varón guipuzcoano, que perteneció a ETA(m) hasta que en 1989 decidió aceptar un tratamiento penitenciario expresamente prohibido por los dirigentes de la banda armada, contrariando también a sus propios progenitores, siguen las de un vizcaíno que salió voluntariamente de la misma en 1991 pero fue rechazado en su cuadrilla:

Mis padres no aceptaban esto, lo del tercer grado. No sabían nada, no se enteraron hasta el día que salí. Porque sabía que no lo aceptaban. De hecho no lo aceptaron. Tuve dos años donde no nos hablábamos ni nada. Pero ahora, bueno, poco a poco, poco a poco, estoy relacionándome otra vez. Pero, vamos, las relaciones son muy frías. Somos contrarios políticamente. (Entrevista número 33)

Mis amigos me han dejado de hablar. Me consideran un arrepentido. Y yo en ningún momento he dicho que me he arrepentido. Yo he querido cambiar de vida, con mis consecuencias, como cuando entré. Quiero cambiar ahora y ser uno como ellos, de los que están poniéndome verde en la calle, como uno de ellos. Si yo… estoy por la independencia de Euskadi, por esto, por lo otro, pero no me pringo en más, ¿no? Quiero ser uno como ellos, ¿no?, vivir una vida tranquila. Ellos me dejaron de hablar. Me pusieron verde. Me amenazaron de muerte, cosa que no entiendo. (Entrevista número 39)

Todo ello sin olvidar un par de cosas importantes. Una, que cabe imaginar circunstancias extraordinarias que hagan reversible la decisión individual de abandonar la militancia en ETA. Otra, que la disposición individual a dejar la organización terrorista tiende a retraerse si los militantes entienden que hay fundadas expectativas de negociación política con el Gobierno. Para mejor entender la primera de esas cautelas, que alude a un factor que ha sido fuente de motivaciones emocionales para el ingreso en la banda armada, valga el testimonio de este varón vizcaíno, antiguo miembro de la facción político militar, que optó por poner fin a su militancia etarra en 1976 pero llegó a reconsiderar su decisión cinco años después, debido a un conocido episodio de la llamada guerra sucia contra ETA, concretamente un atentado cometido en un bar de Hendaya, que según relata pudo haber acabado con su vida y la de unas personas cercanas:

Luego estuve a punto de volver otra vez en el ochenta y uno, estuve a punto de volver otra vez a la rama militar. La cuestión que me hizo casi, casi volver fue que el día del atentado del Hendayais yo estaba allí, en el Hendayais. Estábamos mi mujer, yo y dos amigos. Y no estuvimos dentro porque eso fue a las siete menos diez y a las seis y media habíamos quedado con un amigo allí y llegamos a las siete menos cuarto, llegamos tarde. ¡Buah, estará en el puerto! Y bajamos al bar del puerto y mientras tanto pues pasó todo eso, ¿no? Barrieron a todos los que estaban dentro, ¿no? Hubo no sé si cinco o seis muertos y, vamos, la tira de heridos. Y entonces, pues bueno, si nosotros hubiéramos estado de pie en la barra pues nos hubiera… Y fue una casualidad terrible el que no pasara aquello. Pues, por eso, pues por la casualidad de que, bueno, pues este no está, estará en el de abajo, ¿no? En vez de esperarle allí, pues eso. Y a él le pasó lo mismo, que como nosotros tardábamos dijo, ¡buah, pues estos se han retrasado y están todavía donde habíamos quedado a comer! Entonces fue allí y nos libramos todos, de esta forma, ¿no? Si somos puntuales pues nos acribillan a todos allí. Y esa fue una cosa que a mí me indignó bastante, sobre todo porque estabas allí y sobre todo porque la policía de frontera dejó pasar al coche. Y, vamos, sí me indignó bastante el tema. Pero, bueno, ya estaba casado, estaba mi mujer embarazada y… o sea, no fue a más. (Entrevista número 10)

Según la segunda de las reservas aludidas, cabe razonablemente esperar que un miembro de ETA cuya tesitura personal le haya llevado a reflexionar sobre la posibilidad de abandonar la militancia, contraviniendo las directrices de sus dirigentes y quizá también desafiando a su entorno familiar o comunitario, tienda a retraerse si percibe que a corto o incluso medio plazo hay expectativas de negociación política entre la banda armada y el Gobierno español. Ante la mera perspectiva de una solución colectiva y personalmente poco o nada gravosa a su situación, un etarra dubitativo preferirá mantenerse silencioso y a ojos de los demás leal a la organización terrorista, antes que incurrir en los costes que supone salir de ella sin consentimiento de sus líderes o mandos en prisión[48]. En este sentido, el testimonio de este antiguo terrorista, que se mantuvo en distintas facciones de la banda armada desde su ingreso en 1972 hasta que la dejó a finales de 1989, referido a las conversaciones de Argel, es suficientemente aleccionador:

Bueno, entonces en el año ochenta y nueve yo digo; bueno, todavía hay una opción a la negociación. Los milis están hablando de negociación y esa es la salida de toda… la problemática, ¿no? Porque nosotros planteábamos siempre: la solución tiene que ser global, no puede ser individual. Ése era el planteamiento que hacíamos. Sin embargo yo estaba sometido a una estrategia con la cual no estaba de acuerdo, ¿eh? Pero había presos. Entonces esta solidaridad me lleva a mí a plantearme una cosa, dije: bueno, si yo sigo aquí, indirectamente estoy dando mi apoyo a ETA militar, cosa que no quiero. Pero hay una oportunidad a la negociación. Esa oportunidad la veía como de fecha límite el año noventa y dos, en realidad yo la veía hasta el verano: que si Quinto Centenario, que si las Olimpiadas y que si tal. Y veía, bueno, si… todavía en el noventa y en el noventa y uno puede pasar, pero en el noventa y dos se jodieron. España tiene que tener interés en negociar para que las cosas pasen… en calma, para que no pase a ser un país bananero España, con esa problemática a cuestas y tal. Sabíamos las negociaciones de Argelia y todo eso. Y entonces, digo: bueno, pues yo, hasta el noventa y dos. Yo era un señor individual. Los agentes históricos son ETA y el Gobierno. Pues les voy a dar una opción para que arreglen esto, ¿no? Hasta entonces, yo me mantengo aquí, porque hay una posibilidad de arreglo. Si no hay una posibilidad de arreglo, yo en el noventa y dos me largo. Eso yo me planteé. Y me di tres años más, para que veas. Porque había habido algunos movimientos, algunas cosillas todavía, que daban a entender que había alguna posibilidad de algo. Entonces ya llega la ruptura de Argel y todo eso, y dije yo: a tomar por el culo. (Entrevista número 15)

Este individuo decidió dejar atrás la pertenencia a ETA. Como tantos otros pistoleros etnonacionalistas, que tomaron la misma decisión después de haber apreciado cambios en las condiciones políticas y las reacciones de la sociedad vasca, tras mantener desavenencias con la propia organización terrorista, al ver alterados sus órdenes personales de preferencias, o debido a alguna combinación variable de estas tres categorías de factores. Etarras que además estimaron los costes y los beneficios de abandonar la militancia, concediendo mayor peso a los segundos que a los primeros. Unos dejaron atrás su pertenencia a ETA pero no se desradicalizaron. Otros abandonaron la organización y se desradicalizaron. Hora es de elucidar en qué medida dejar ETA significa arrepentimiento.

Pues bien, ninguno de los entrevistados para este libro mostró estar arrepentido de su militancia en ETA. Y ello aun cuando se trata de más de cincuenta individuos, de muy distintos rasgos sociológicos y variada procedencia, que se incorporaron a la organización terrorista y salieron de ella en diferentes momentos del tiempo. Al contrario, lo habitual es que, al margen de cuándo y cómo dejaron de ser militantes de la banda armada, insistan —literalmente— en no arrepentirse de haber formado parte de la misma. A continuación se concatenan siete testimonios que hablan por sí mismos y son una prueba contundente. Los dos primeros corresponden a sendos individuos que pusieron fin a su militancia en ETA en 1976 y 1977, respectivamente. Tras ellos, otros dos de antiguos integrantes de ETA(pm) que abandonaron en 1980 y 1981. Finalmente se incluyen los de tres ex miembros de ETA(m) que dejaron la banda armada, por su parte, en 1985, 1992 y 1994:

Yo no me arrepiento absolutamente de nada de lo que hice. O sea, no me arrepiento de lo que he hecho. O sea, si tuviese que volver a repetirlo, lo repetiría perfectamente pero… con una forma más radical. (Entrevista número 10)

Totalmente convencido de lo que he hecho en todo momento. No me arrepiento de nada. Y en todo caso puedo arrepentirme de no haber hecho más cosas. (Entrevista número 20)

Todo eso que se dice de arrepentimiento y tal, ¿no?, eso es una cosa que no existe, vamos. No sé si alguien se arrepentirá, porque yo no me arrepiento absolutamente de nada. Y estoy muy contento con toda mi historia, ¿eh?, y muy satisfecho. ¡Y esa sensación de haber vivido, bueno, una gran aventura! (Entrevista número 51)

Para nada me he arrepentido, ¿eh? De nada, además, de lo que he hecho. No, no renuncio a nada. No me arrepiento de nada. Al revés. (Entrevista número 19)

Vamos, no me arrepiento en absoluto de lo que he hecho. Creo que si… si se darían las mismas circunstancias y el mismo momento, cosa que es imposible, pero vamos… si llegaría a ocurrir, haría lo mismo prácticamente. Yo no me tengo que arrepentir de nada, ni me arrepiento de nada. (Entrevista número 30)

Yo lamento que haya habido una época de la historia de este país que haya hecho que gente de este país haya tenido que practicar la lucha armada convencida de que ése era el mejor medio para conseguir sus objetivos, los objetivos de aspiración social de este país. Yo creo que en aquél momento mayoritarios, por ejemplo cuando yo tomé la determinación. En cuanto a eso no me arrepiento nada, en el sentido de arrepentimiento de eso. En el aspecto humano me duele, porque me dolió en su momento tener que matar a gente, ¿no? (Entrevista número 34)

Hombre, yo lo único que tengo, que te queda eso, decir: caí, ¿no? Y son trece años que te has tirado pues a la sombra, ¿no? Entonces, bueno, es una etapa que te ha tocado vivir, pero que no tengo nada de qué arrepentirme. Orgulloso pero cien por cien de haber sido de ETA. (Entrevista número 41)

No me arrepiento de nada, se asevera textualmente en tres de esos testimonios. Yo no me arrepiento absolutamente de nada, puede leerse en otros dos. Al igual que afirmaciones como yo no me tengo que arrepentir de nada o no tengo nada de qué arrepentirme, que se reproducen en las demás transcripciones, todas estas frases de sentido idéntico denotan una actitud ampliamente generalizada, si no prácticamente uniforme, entre quienes han militado en ETA y dejaron de hacerlo, ya fuese de manera consentida o contraviniendo las reglas impuestas por los dirigentes de la banda armada. Ponen de manifiesto, sea como fuere, que abandonar la organización terrorista sólo excepcionalmente ha supesto arrepentimiento por el hecho de haber estado integrado en la misma y contribuido a sus actos de terrorismo.

Algunos de aquellos antiguos militantes etarras, implicados en actividades terroristas durante los años finales del franquismo, introducen en su razonamiento ciertos matices diferenciales relativos al contexto político y al significado que atribuyen a esa forma de violencia colectiva, sin por ello arrepentirse. Como hacen estos dos varones, vizcaíno uno y guipuzcoano el otro, con un discurso especialmente cargado de ambigüedades. Ambos concluyeron su militancia a finales de los setenta:

Yo arrepentirme no me arrepiento. Ten en cuenta que mi militancia fue en la época franquista. Y las muertes que anduvimos cerca nosotros pues… pues era gente que había reprimido, reprimido mucho. Entonces, pues ese cargo de conciencia pues no existe. Aunque pienso que quizá en este momento pues que no hay justificaciones para acabar con una vida ni por nacionalismo ni por ideales. (Entrevista número 6)

Hombre, yo ahora mismo soy muy crítico con la lucha armada, ¿no? Y por ejemplo con la lucha armada de ETA muy crítico. Me he enfrentado estos años directamente con eso, personalmente, y la experiencia es dura. Ahora, ¿arrepentirme? No sé, no me gusta el concepto. No sé, yo viví aquello y lo viví con una intensidad y una cosa… claro, luego pues… pues los destrozos o los males que hayas podido causar ahí están, eso no tiene vuelta de hoja, ¿no? Pero arrepentirme tampoco. […] Yo lo que creo sí creo es, dejando aparte consideraciones, eh, morales o éticas e incluso hasta políticas, que no es lo mismo estar en ETA en el setenta y cinco que en el noventa y cuatro. En el setenta y cinco me parece un acto, ya te digo, es un acto creativo, para mí lo fue. Es una forma de crear… claro, de crear, no sé, visto hoy, de crear un disparate. Visto hoy, de crear un disparate porque esto no nos va a llevar… no nos está llevando a ningún sitio y hemos creado una cultura de la violencia y esto, que tiene muchísimas cosas negativas. Que yo esto en el setenta y cinco no lo veía. Yo en el setenta y cinco veía que estábamos haciendo… creando una cosa hermosa y una cosa que merecía la pena y… pensando que estábamos creando un hombre nuevo, ¿no? Claro, cuando dejas de creer eso no tiene… y yo percibo hoy que hoy en ETA saben que no están creando un hombre nuevo. Entonces, ¿a qué están? O sea, hay un momento que si tú te lo crees, pues mira, el integrismo y esto, si tú vives eso como… como esto, bien, pero si hay un momento de tu vida que dices: oye, chicos, hasta aquí hemos llegado o… pues ten la valentía de… de… no sé, de cambiar o de virar o de dejar o… o no sé. Yo así lo veo, ¿no? Yo, entonces, yo, desde el momento que percibí que seguir por ese camino no era una cosa muy creativa ni… sino es insistir un poco en la rutina… Y, claro, luego empiezas a darte cuenta de las cosas malas que tiene eso. Yo cuando empecé a pensar en las cosas malas que tenía eso pues fue en el setenta y ocho. Yo hasta entonces me estaba fijando en las cosas bonitas, que también tiene. (Entrevista número 2)

Los antiguos integrantes de ETA que no niegan expresamente estar arrepentidos suelen sin embargo referirse a su pasada condición de miembros de la banda armada utilizando otros vocablos a los cuales es común una consideración favorable al compromiso militante otrora adquirido y que distan mucho de transmitir sentimiento alguno de aflicción por, entre otras consecuencias sociales de la violencia etnonacionalista, haber ocasionado o contribuido a ocasionar muertos y heridos. Léase, si no, la valoración que de la propia experiencia en el seno de la organización terrorista hace un antiguo miembro de ETA(pm) que abandonó en la década de los ochenta, quien mucho después mantiene la justificación del uso de las armas y hasta se pone a sí mismo nota como militante, seguida de la de otro individuo que perteneció a ETA(m) hasta su salida en los noventa, aceptada por los líderes, cuyas actividades continúa definiendo como útiles y apropiadas para el País Vasco:

Lo volvería a hacer. Y por desgracia creo que se volverán a dar las situaciones en las que tendremos que volver a utilizar la fuerza. De todas las formas yo… creo que ahora estoy mucho más preparado para practicar… Es lo de siempre, el volver a tener dieciocho años, saber lo que sé ahora con dieciocho años. Lo habría hecho mucho mejor, ¿no? Pero creo que lo hice bien. Para la preparación y la capacidad que tenía creo que lo hice muy bien. Me doy un siete. Soy muy generoso. (Entrevista número 13)

Yo asumo plenamente lo que he hecho. O sea, yo creo que viví un momento histórico en el que yo debía hacer eso y lo hice. Entonces yo, en un momento determinado, era consciente de que la lucha armada era una estrategia válida para este país y consideraba que yo no me podía mantener al margen de esa estrategia, ¿no? Yo, desde luego, si tendría que hacer un balance de mi vida a ese nivel, no lo haría negativo. O sea, con todos los dramas que me ha tocado vivir, con compañeros muertos, con amigos muertos en enfrentamientos y tal, pero bueno, yo creo que eso era un precio que tenía que pagar este país, que lo está pagando desgraciadamente, pero que, vamos, yo no tengo ningún reparo en hacer eso, ¿eh? Al contrario, creo que he sido y sigo siendo coherente, que yo hago lo que pienso, que es bueno para este país, aunque eso a niveles personales tenga, pues bueno, muchos costes. Y ese es el balance que yo hago. Tengo un balance positivo. (Entrevista número 4)

Sea como fuere, si arrepentimiento es pesar de haber hecho algo, entre los antiguos militantes de ETA entrevistados para la elaboración de este libro no había ninguno que estuviese arrepentido de haberlo sido. A finales de 2010, los arrepentidos de haber formado parte de los patriotas de la muerte, al margen de la manera en que salieron de aquella banda armada, constituían una minoría entre numéricamente exigua y estadísticamente insignificante. Una minoría constituida básicamente por etarras presos que, al menos de modo formal, afirmaban estarlo, por escrito y en alguna ocasión también por imperativo legal, ante el Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria, para solicitar beneficios y permisos. Pero, salvo alguna muy rara excepción, sin proclamarlo de viva voz y en público. Al igual que las decisiones de dejar la militancia etarra o de condenar la violencia, quizá esas expresiones individuales de arrepentimiento aumenten en función de una derrota de la organización terrorista sin condiciones ni concesiones que sea reconocida por sus miembros en prisión, abocados al cumplimiento íntegro de sus condenas y sin esperanza alguna de ser conjuntamente excarcelados como gudaris.