¿SER VIOLENTO PARA CONSIDERARSE VASCO?
A muchos de los adolescentes y jóvenes nacionalistas que han sido militantes de ETA les acuciaba la necesidad de afirmarse como vascos. Esto es, de afirmar su adhesión individual a una identidad colectiva definida según lo establecido por el nacionalismo vasco étnico y excluyente. De hecho, para bastantes de ellos, ésa era su principal motivación cuando optaron por ingresar en la organización terrorista. Se hicieron violentos para considerarse vascos ellos mismos y para ser considerados así por los demás. Bajo el franquismo y durante los turbulentos prolegómenos de la transición democrática, reaccionaban con agresividad ante la imposibilidad de expresar en público los atributos más característicos de esa identidad colectiva que percibían como genuinamente vasca. Después, ya con la nueva democracia española consolidada y el autogobierno vasco en desarrollo, la perentoriedad de afirmarse violentamente como vascos, siempre según determinados cánones nacionalistas, ha sido inducida entre quinceañeros ya predispuestos por razones de edad a la búsqueda de una identidad e insertos en la subcultura del nacionalismo radical.
Al margen del tipo de régimen político imperante, quienes se incorporan a ETA creyendo que ésa es la manera idónea de presentarse como vascos anteponen una demanda de independencia en abstracto a la consecución de una convivencia democrática. Actualmente, impedir esta convivencia mantiene en vigor las expectativas que desde la izquierda abertzale se generan respecto a aquella reclamación soberanista. Por tanto, más que la consecuencia de un contencioso no regulado entre españoles y vascos, el terrorismo de los pistoleros etarras se utiliza desde los años ochenta, combinado con la kale borroka desde mediada la década de los noventa, tratando de producir y reproducir antagonismos políticamente irresolubles si no es cediendo al chantaje que plantean los dirigentes de la banda armada. De aquí que la distinción entre nosotros, los vascos, y los otros, los españoles, propia de ese nacionalismo excluyente que niega la posibilidad de identidades compatibles entre sí, se haya mantenido a lo largo del tiempo entre las actitudes comunes a un número nada desdeñable de adolescentes ansiosos por demostrar mediante la militancia en ETA su adscripción al concepto de pueblo que estipula ese ideario abertzale[34]. Militancia que, en un contexto donde la xenofobia y el racismo a que aboca esa dicotomía no han dejado de hacerse patentes, ofrece también a jóvenes inmigrantes el señuelo de una integración social aparentemente más fácil.
Pero ¿en qué medida se ven afectados los objetivos políticos del nacionalismo vasco por la necesidad de afirmar una identidad colectiva, tal y como puede observarse en muchos de los que en algún momento de sus todavía tempranas vidas decidieron incorporarse a ETA? ¿Cuáles son los componentes de esa identidad colectiva cuya exaltación ha llevado hasta el asesinato a esos adolescentes socializados en el nacionalismo vasco? ¿Dónde radican tanto la mentalidad como las conductas xenófobas e incluso racistas que han incidido en su relación con los inmigrantes y, por extensión, con todo lo tenido por español? ¿Por qué hay inmigrantes que se han integrado en una organización terrorista que proclama tener como propósito la independencia de Euskadi? ¿Qué ha hecho de ETA la banda armada que muchos jóvenes percibieron como la referencia imprescindible para considerarse ellos mismos vascos y ser así reconocidos por los demás?
Una primera característica común a los militantes de ETA cuya prioridad al ingresar en esa organización terrorista era la de afirmarse como vascos es que sus objetivos políticos se hacen mucho más imprecisos y difusos de lo ya observado para el conjunto de los patriotas de la muerte. Aunque reiteran con énfasis aspiraciones genéricamente independentistas, la finalidad de su eventual materialización parece agotarse en sí misma. Aunque han llegado a matar invocando esa independencia, no se sentían capacitados para enunciar algunos de sus propósitos específicos. Tampoco para asociarla a un tipo concreto de régimen político o forma de gobierno, al margen de alusiones al socialismo tan ocasionales como pedestres. En todo caso, de acuerdo con las propias palabras de antiguos miembros de la banda armada, parecía darse por descontado que el logro de la independencia era percibido como algo obligado y previo a la resolución de cualesquiera problemas tuviese la sociedad vasca, que quedaban así subordinados a otras prioridades.
Los testimonios que se incluyen a continuación, correspondientes a tres periodos sucesivos, ponen de manifiesto la continuidad de esas actitudes en distintos estadios de la militancia. Se abren con el de un varón guipuzcoano que ingresó en la organización terrorista apenas iniciado el posfranquismo, al cual se añade el de otro varón, vizcaíno, que se incorporó en los años de la transición democrática, para concluir con otro vizcaíno que fue reclutado durante la segunda mitad de los ochenta. El primero de ellos alude en su relato a un esquemático documento conocido como Alternativa KAS, siglas de la denominada Koordinadora Abertzale Sozialista, elaborado inicialmente en 1976. Dicho texto, fue redactado de nuevo dos años más tarde incluyendo las condiciones exigidas por los dirigentes de ETA(m) para que cesaran sus actividades violentas y se mantuvo como referencia obligada e incuestionable del nacionalismo vasco radical hasta 1995, siendo entonces sustituido por otro de contenidos más maximalistas:
Yo lo que quería es que esto fuese una nación, una nación, sin tener que vivir a cuenta de Madrid. Y que nos dejarían gobernarnos a nosotros mismos. O sea, era prácticamente eso. Y eso estaba dentro de la Alternativa KAS. Pues bueno, vamos a ver… uno de los puntos era mejoras para los trabajadores. Bueno, si nosotros somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos, eso ya lo arreglaremos. El euskera, bueno, si nosotros somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos, el euskera es nuestro idioma, ya lo arreglaremos también. El que la policía y el ejército salgan de aquí, bueno, mientras tengamos el poder de gobernarnos a nosotros mismos, no nos hacen falta estas policías y este ejército sino que nosotros seremos capaces de hacer una policía. Y ejército no sé si nos haría falta, pero bueno, también. Entonces prácticamente se concretaba en eso, en que nos dejasen a nosotros gobernarnos, sin tener que depender de otra nación. ¿Bajo un régimen socialista? No lo sé. ¿Bajo un régimen democrático cristiano? Pues no lo sé. Eso no me importaba. Simplemente, que nosotros pudiésemos decidir lo que queríamos en cada momento. (Entrevista número 33)
Nosotros queríamos ser independientes, ser nosotros mismos, pelearnos el tema con los franceses para recuperar Iparralde y tal; y de ahí para adelante. Sin tener, yo al menos, y la gente que me rodeaba a mí tampoco, definido el modelo. Éramos más independentistas, pues muy de costumbres arraigadas, de tradición, de folclore, muy de lo vasco, pero sin darle una definición política concreta. (Entrevista número 32)
El objetivo era simplemente la independencia. A mí me hubiera gustado una mejora de condiciones para… toda la gente… para los obreros y tal, ¿no? Pero eso ya lo veía como una cosa que tenía que decidir la gente cuando seríamos independientes. Si Euskadi decidiría ser socialdemócrata, pues muy bien. O quería ser falangista, pues falangista. Pero bueno, ya seríamos independientes, ¿no? Yo, lo primero era la independencia […]. ¿El socialismo? Si la gente quería, muy bien. Y si no, pues también. Pero ya… ya éramos un pueblo ya. (Entrevista número 39)
Conceder prioridad al logro de la independencia, como si la estatalidad fuese el único modo de adquirir la consideración de pueblo y buscando con ello construir una nación culturalmente uniforme, es algo que, como ya ha sido apuntado, se encuentra en consonancia con los planteamientos de un nacionalismo vasco étnico y excluyente, de pasamontañas y txapela. Un nacionalismo al cual le importa más la reivindicación de pretendidos derechos colectivos que el establecimiento de una comunidad política en la que queden garantizados los derechos individuales y las libertades públicas de todos los ciudadanos. Es decir, un patriotismo soberanista que antepone la construcción nacional a la democracia liberal o, dicho de otro modo, que es propenso a aceptar el deterioro de un régimen democrático o su ausencia siempre que ello facilite la instauración de una entidad nacional configurada de acuerdo con ortodoxos criterios etnonacionalistas. De aquí que, aun cuando existan indudables excepciones, entre los valores habitualmente compartidos por quienes ingresaron como militantes de ETA, tanto bajo el franquismo como después, sea a menudo perceptible este menosprecio de la democracia asociado a los anhelos de independencia. Si su persistente recurso a la violencia no lo evidenciara por sí mismo, cabría reiterar que hablar de los miembros de esa organización terrorista es hacerlo fundamentalmente de nacionalistas vascos, pero desde luego no de demócratas.
Atiéndase, si no, al terminante razonamiento de dos antiguos etarras, ambos procedentes de familias de clase trabajadora asentadas en localidades de tamaño medio, cuyos miembros se expresaban habitualmente en vascuence y en las cuales había tradición política nacionalista. El primero, facilitado por un varón de origen vizcaíno que ingresó en la organización terrorista con unos veinticinco años de edad y trabajando entonces como obrero sin cualificación, a inicios de los setenta. El segundo, ofrecido por un guipuzcoano incorporado a la facción militar de dicha banda armada, a la edad de diecisiete años y siendo obrero especializado de la industria, a finales de esa misma década, avanzado ya el proceso de transición democrática:
Yo, además, nunca he sido demócrata. Yo no he sido antifranquista. O sea, ETA no es ni ha sido nunca antifranquista. Ni ha luchado por la democracia española. ETA es un grupo nacionalista que lucha por la liberación de Euskadi y punto. (Entrevista número 20)
Lo que pasa es que a mí me da igual que me oprima la democracia o que me oprima Franco. Yo lo que he querido es que Euskadi sea independiente. (Entrevista número 35)
En suma, la indefinición de los objetivos políticos —al margen de vehementes aspiraciones independentistas a las que se concede preferencia sobre el establecimiento de una convivencia cívica acorde con principios y procedimientos democráticos— facilita que la aceptación de los métodos violentos se asocie a la formación de una nación vasca y a la demarcación como pueblo diferenciado de la propia sociedad de referencia. Es decir, aquella en relación con la cual los terroristas aducen llevar a cabo sus actividades aunque, como es sabido, lleven veinte años sin asumir que la inmensa mayoría de los hombres y las mujeres de Euskadi rechaza esa violencia[35].
Sin embargo, eso es lo que parecen dar a entender los siguientes testimonios, ofrecidos por tres varones de procedencia guipuzcoana, que fueron militantes de ETA, cuando tratan de explicar por qué decidieron incorporarse a la organización terrorista. El primero, de origen baserritarra y euskaldun desde niño, con antecedentes nacionalistas en la familia, lo hizo a inicios de los setenta, con dieciocho años de edad, mientras cursaba estudios superiores. El segundo, nacido en una familia urbana de clase trabajadora, castellanohablante y sin tradición política alguna, fue reclutado por la facción militar de aquella banda armada en el inmediato posfranquismo, a la edad de veinte años, estando entonces empleado como obrero especializado de la industria. El tercero, crecido en una familia de clase media baja, en la que se hablaba vascuence, pero tampoco existían antecedentes nacionalistas, ingresó en esa misma facción durante el periodo de la transición democrática, a los diecisiete años de edad, cuando cursaba estudios de formación profesional:
Yo quería salvar a mi pueblo. Salvar bien nacionalmente el problema que era nacional y como clase también yo iba… quería una independencia y un socialismo, una sociedad igualitaria, libertad […]. Creía que había que hacer un retén militar y que el desarrollo del frente militar llevaría a la creación de un ejército vasco. Y en una guerra prolongada que nos llevaría al triunfo, porque la razón la teníamos nosotros. (Entrevista número 44)
Se entiende que cuando tú vas a dar un paso de ésos y quieres introducirte ahí, pues tú ya tienes, si no todo estudiado y mamado por así decir, sí cuatro cosas que son las que te llevan a ello, ¿no? Hombre, yo tenía claro que quería hacer de mi país una nación. Y bueno, pues el método de lucha no era pues hablar en las tabernas y en las calles y hacer proselitismo. Es decir, el método de lucha, de cara a luchar contra el estado opresor, pues era la lucha armada. Y di los pasos para entrar ahí. (Entrevista número 37)
Para mí era lo más grande, ser militante de ETA. Porque… no sé, creo que ha sido el compromiso más fuerte. Aparte de que tenía bastante claro, creo que nos hemos movido mucho políticamente y, bueno, siempre palo tras palo, ¿no? Y entonces, pues quieras o no pues estaba, yo creo así, impulsado a coger las armas. Pues porque si tenía el concepto claro de que quería ayudar a mi pueblo, es que no me quedaban otras salidas, porque todo era en contra de lo vasco y legalmente no podías hacer nada. (Entrevista número 36)
Estos antiguos miembros de ETA se incorporaron a dicha organización terrorista convencidos, ante todo, de estar contribuyendo a lo que, influenciados por las ideas etnicistas propias del nacionalismo vasco, consideraban un proceso tan necesario como inexcusable. Concretamente, el de la formación de una nación vasca. Esto es, la plasmación mediante el terrorismo de esa voluntad, expresada con un vocablo de reminiscencias religiosas trasladadas al ámbito de los ideales políticos, de salvar a mi pueblo, según los términos utilizados por uno de los entrevistados a que se acaba de hacer mención. Sólo en apariencia resultará paradójico, por tanto, el hecho de que con sus testimonios se distancien de una concepción de la política que, lógicamente, haría referencia al carácter contingente de cualquier actividad humana inmersa en la contienda por el poder dentro de una determinada sociedad. Incluso, como puede apreciarse, llegan a negar que su opción por la violencia para alcanzar fines de índole nacionalista haya tenido carácter político alguno. Ilustrativas resultan, en este sentido, las palabras transcritas de tres varones guipuzcoanos que pertenecieron a ETA(m), el primero de los cuales optó por incorporarse al entramado clandestino de la misma en el periodo del posfranquismo; el segundo, durante los años de la transición democrática; y el último, al iniciarse la década de los ochenta:
No me ha gustado nunca hablar de política. No me ha gustado, porque yo prácticamente político no soy. Entonces, si me metí en esto, fue por lo que me di cuenta. Y fue por el corazón. O sea, porque yo pensaba de que, bueno, no tenemos… somos un pueblo, somos un pueblo. No sé, yo creo que fue eso, el corazón, lo que me llevó. No la política precisamente. De hecho yo, pues eso, de política… (Entrevista número 33)
Bueno, igual… y más en los pueblos, además… la gente que ha entrado en ETA, más que ideologizada ha entrado porque el corazón le dice eso, ¿no? Supongo yo que pasará que si vives en Bilbao o así, pues igual es más la… yo qué sé, la lucha obrera o el rollo de la explotación social y todo eso. Pero en un pueblo pequeño, más que la ideología es lo que llevas en el corazón. Eso es. (Entrevista número 35)
Porque a mí prácticamente la política no me gusta. Es un tema que no lo veo. Te quiero decir que yo nunca me he considerado ni marxista ni he defendido unas posturas políticas. Primero porque no entiendo de política ni me gusta. O sea, a mí lo mismo me daba que estuviera en el gobierno vasco un señor de izquierda que de derechas. O sea, a mí lo que me importaba era Euskadi. Y punto. (Entrevista número 31)
Afirmar una identidad colectiva equivale al enaltecimiento de sus elementos constitutivos. Todas las identidades colectivas están construidas sobre la base de una serie de códigos primordiales y culturales[36]. Para quienes han sido socializados en las actitudes y creencias del nacionalismo vasco ello equivale, en concreto, a ratificar públicamente su adhesión a un componente lingüístico objetivo, el euskera, y a otro de carácter simbólico que forma parte del imaginario patriótico más reverenciado, la ikurriña. Éstos son, de hecho, los dos ingredientes fundamentales de la identidad nacional vasca subrayados reiteradamente por quienes llegaron a convertirse en militantes de ETA. Que el uso del vascuence fuese impedido y la exhibición de la enseña penalizada durante el periodo de la dictadura franquista contribuyó sobremanera no sólo a asentar los fundamentos emocionales para la progresiva radicalización del nacionalismo vasco, sino también a estimular la militancia en aquella organización terrorista en numerosos adolescentes y jóvenes deseosos de ser considerados como auténticos abertzales.
Por eso no es inusual que antiguos miembros de la misma, reclutados durante aquellos años e incluso tiempo después, al detallar los propósitos de su implicación personal, aludan expresamente a la lengua vernácula y la bandera tricolor, esta última de factura genuinamente nacionalista. Como es el caso de una mujer de procedencia guipuzcoana, cuya familia generalmente hablaba vascuence, que ingresó en ETA en la primera mitad de los setenta y, con ella, el de un varón también guipuzcoano, en cuya casa se hablaba castellano, que optó por incorporarse a la facción militar de la banda armada en los primeros años de la década de los ochenta:
Vivíamos en un… vamos, en un fascismo. De que nada de lo que fuera vasco podía sonar. Ni, vamos, ni lo de la lengua ni lo de la bandera ni ninguna otra manifestación de tipo cultural, ¿no? Y un poco era ése el objetivo, ¿no? De que se te reconociera. De que estás aquí y de que tú también tienes algo que decir, ¿no? (Entrevista número 8)
O sea, el tema del euskera, que ahora se plantea y dicen, bueno, es que de aquí a dos o tres generaciones pues hablarán la generalidad de la gente euskera, que además hoy en día se está viendo que la gente tampoco va a poder, pero bueno, en aquella época lo veías, lo querías para mañana. O sea, el que no hable euskera pues que se vaya de aquí y que se entiendan. Y si no, pues que pongan cursillos intensivos. Pues lo veías como una cosa primordial, pues porque estaba centrado en algo como una… en eso, como una identidad cultural. O sea, aparte de los militantes que estudiaban mogollón y que eran euskaldunes, era de alguna manera el signo de identidad de este pueblo. Te ceñías todo a ideas muy elementales. Luego lo que pasa es que son quizás las que más te llevan a posturas más intransigentes, ¿no? O sea, no te ponías a meditar, por ejemplo, concretamente pues un tema social o un tema de… sino que entrabas en temas puramente sentimentales y elementales. O sea, lo que es la nación, la ikurriña… O sea, tú podías ver una ikurriña y te emocionabas como un loco. Que hoy en día puede parecer ridículo la cantidad de gente que ha muerto por colocar una ikurriña o por quitarla. (Entrevista número 31)
Para los militantes de ETA nacidos y crecidos en hogares donde sólo se hacía uso de la lengua vernácula, en su mayor parte residentes en pequeñas y medianas localidades de Guipúzcoa, el deseo de preservar y promover el euskera constituye la principal de sus referencias cuando tratan de dar cuenta de las motivaciones que les llevaron a ingresar en ETA. Aludiendo de este modo al idioma, evidencian la importancia que tuvo la afirmación de una identidad colectiva —acomodada al diseño etnicista adoptado por el nacionalismo vasco desde sus inicios— en la decisión de hacerse miembros de la organización terrorista. Algo que queda convenientemente ilustrado en los siguientes testimonios, proporcionados por dos varones, uno de los cuales es de origen baserritarra y cursaba estudios superiores cuando se incorporó a la banda armada hacia principios de los setenta, mientras que el otro nació en el seno de una familia de clase trabajadora y disponía de un empleo como obrero sin cualificación en el momento de ser reclutado por la facción político militar de ETA en los años del inmediato posfranquismo:
Pues yo veía que el euskera iba a desaparecer. Entonces había que luchar para que no desapareciese. Es que yo entendía que los castellanoparlantes y muchos vascos nativos que eran castellanoparlantes no habían tomado conciencia de lo… en que se encontraba nuestro pueblo. Entonces se hablaba en castellano, que eran gente alienada. Entonces yo entendía que nosotros, y mis compañeros de comando, habíamos tomado conciencia de la situación en que estábamos viviendo y que eso había que llevar al resto y entonces que tomarían conciencia y a la hora de tomar conciencia que estaría ya el problema resuelto. Pero para eso habría que hacer una guerra muy larga y no sé qué, una lucha en distintos frentes, en el frente cultural, político, obrero, no sé qué. (Entrevista número 44)
Yo soy una persona que viene del mundo nacionalista y… ¿mis objetivos? Que el euskera, que es la lengua que he vivido yo, joder, sea nuestra lengua. Y que, joder, no le pongan intendencias, ¿me entiendes? Y bueno, son objetivos al final un poco más sentimentales que… más que políticos, vamos. (Entrevista número 18)
Pero, si durante los años sesenta y setenta el vascuence corría el riesgo de desaparecer o se encontraba en una situación de penuria, tal y como lo perciben estos futuros etarras, ¿de dónde provenía la amenaza? ¿Qué o quién era responsable de su precariedad? Sorprendería desde luego que no hubiesen imputado la culpabilidad debida al franquismo, a la represión desatada por esa dictadura empeñada no sólo en impedir la existencia de oposición política alguna, sino también en imponer agresivamente un nacionalismo estatal tan grotesco como sin duda igualmente excluyente que el de origen sabiniano. Además de penalizar el uso del euskera por considerarlo entre los hechos lingüísticos diferenciales que cuestionaban el ideal falangista de una patria española unitaria y culturalmente uniforme, ese régimen —que fue totalitario primero y devino autoritario con el paso del tiempo, a medida que el cambio social y las transformaciones económicas iban quebrando su consistencia— intentó transmitir, mediante la propaganda oficial y a través de los programas escolares, la ridícula idea de que el vascuence era un mero dialecto del castellano, cuando en realidad se trata de idiomas con orígenes bien distintos. Sin embargo, lo importante es subrayar que, junto a sus alusiones a la represión franquista, quienes han militado en ETA movidos ante todo por la perentoria necesidad de afirmar una identidad colectiva en la que reflejarse como vascos, acusan también del menoscabo padecido por los componentes primordiales y simbólicos propios de la misma a los inmigrantes que llegaron a Euskadi procedentes de regiones españolas mucho menos favorecidas económicamente.
Esa inmigración a la cual aluden los antiguos etarras, cuyo mayor contingente se registró durante los años sesenta, se encuentra entre los corolarios más visibles del desarrollo industrial iniciado la década anterior en Vizcaya y Guipúzcoa, extendido poco después a Álava y más tarde a Navarra, gracias en buena parte a los privilegios fiscales de que se beneficiaban ambos territorios forales. Esta nueva industrialización supuso también un marcado aceleramiento en el desigual proceso de urbanización para entonces en curso, que en algunas localidades y suburbios se hizo rampante. Así, al comenzar el decenio de los noventa, podía afirmarse que, en conjunto, uno de cada cuatro habitantes de la ya entonces Comunidad Autónoma del País Vasco había llegado a la misma entre los años cincuenta y la década de los setenta, procedente de otras provincias españolas, o era descendiente de esta población inmigrante[37].
Es así como, en la percepción que han hecho suya muchos futuros etarras, los agravios provocados por la dictadura parecen combinarse con el malestar resultante de esas súbitas alteraciones demográficas, cuya incidencia fue especialmente notoria en algunos valles interiores de las provincias costeras, precisamente aquellos donde persistían con mayor arraigo usos y costumbres propios de la cultura autóctona tradicional. El aborrecimiento del franquismo se entremezcla de este modo con la animadversión hacia los inmigrantes que, de acuerdo con los testimonios recopilados, cuyo discurso respecto al tema se encuentra en sintonía con el sostenido por el primer nacionalismo vasco, suponían un peligro para la supervivencia de la lengua vernácula y, en buena medida por ello, son caracterizados simplemente como españoles. Al menos, eso cabe deducir de lo sostenido por estas dos mujeres guipuzcoanas que se incorporaron a la facción político militar de ETA en la primera mitad de los setenta y al inicio de los ochenta, respectivamente:
Lo que pasa es que nosotros… es que no te podías poner ni una chaqueta. O sea, no podías llevar ni un cinturón rojo, blanco y verde. O sea, que es que el nivel de represión aquí era tal que entonces todo lo que significaba España tenías que destruirlo. Por tanto, si venía un andaluz era un español. Y, por tanto, representaba a Franco. Para nosotros España representaba a Franco. Pero yo no me sentía racista. Pero yo sé que mucha gente era racista. Y creo que también es un odio racista de alguna manera. Entonces eso es un condicionamiento muy grande. Te condiciona la vida y te condiciona las relaciones. (Entrevista número 14)
Porque ahora ya razonas y ves de otra manera, pero en aquel entonces… era un enfrentamiento entre los vascos y los españoles. Yo no odio a los españoles, porque los pobres no tienen ninguna culpa, pues sufrieron las consecuencias como los demás. Pero en aquel entonces yo creo que fue… Bueno, aquí vino mucha inmigración. Y de alguna manera se nos impuso, ¿no? (Entrevista número 16)
En el contenido de esos dos testimonios se observa la marcada diferencia que se establece entre el nosotros, es decir los vascos, y los otros, o sea los españoles. Una diferencia que, sobre la base del dogma etnonacionalista de acuerdo con el cual el euskera ha sido y debe ser la única lengua de los vascos, adquiere formulaciones aparentemente exageradas en boca de algún antiguo militante de ETA. Así ocurre en el caso de este varón guipuzcoano, procedente de una familia de clase trabajadora cuyos miembros se comunicaban entre sí en vascuence y dentro de la cual existía tradición política nacionalista, de nivel educativo correspondiente al de la enseñanza secundaria y que trabajaba como autónomo en el sector terciario cuando decidió incorporarse a dicha organización terrorista, con treinta años ya cumplidos, hacia finales del franquismo:
Te dabas cuenta de que, joder, de que tú no eras español. Así de claro. Decías: pero yo ¿qué chorra tengo que ver con los de Segovia, por ejemplo? Y no tengo nada en contra de los de Segovia. Pero es que yo me daba cuenta de que… decíamos: ¡pero si es que es imposible! ¡Somos totalmente distintos! Ni comemos, ni dormimos, ni nuestros excrementos son iguales. El idioma es distinto. Y yo decía, bueno, si yo veo a diez personas o a cien personas en la playa desnudas, yo no tengo ni idea quiénes son hasta que me hablan. Cuando hablan, digo: ¡joder, pues son ingleses o son lo que sea! Entonces a mí que no me digan que soy igual que uno de Andalucía, porque yo no soy igual, joder. Mis genes tienen que ser de otra forma. (Entrevista número 28)
¿Formulación aparentemente exagerada? Para muchos, tanto exclamar que somos totalmente distintos como el resto de los argumentos que acompañan a esa exaltación genética y cultural de las pretendidas diferencias entre vascos y españoles, constituye un nítido exponente del pensamiento dicotómico que subyace a un nacionalismo propenso a la xenofobia y el racismo, término este último que por cierto ya ha sido mencionado en un testimonio precedente. Xenofobia y racismo hacia los españoles que no pocos de quienes han ingresado en ETA admiten haber protagonizado o presenciado al menos en el periodo previo a su captación por dicha organización terrorista. Por ejemplo, estos tres antiguos militantes de procedencia guipuzcoana, todos ellos nacidos y crecidos en familias cuyo idioma doméstico era el vascuence, uno de los cuales trabajaba como obrero especializado en la industria mientras los otros dos cursaban estudios de formación profesional en el momento de incorporarse al entramado clandestino de ETA. El primero, que, inmediatamente antes de ingresar en ETA había pertenecido a la organización juvenil vinculada al entonces ilegal Partido Nacionalista Vasco, lo hizo a inicios de los setenta, así como el segundo. El tercero y último fue reclutado por la facción militar de dicha banda armada a finales de esa misma década, avanzado el proceso de transición democrática:
Entonces, sobre todo al principio, cuando éramos de EGI y así, sobre todo éramos bastante racistas, además. Éramos porque nos lo inculcaban de alguna forma, ¿eh? Entonces sí que nos sentíamos incómodos con esta gente porque, claro, por un lado porque esta misma gente también, pues claro, veías que venían un poco pisando lo que considerábamos que eran nuestras cosas, ¿no? Nuestra tierra, nuestro idioma y tal, ¿no? (Entrevista número 9)
Yo creo que siempre hemos hablado despectivamente, todos nosotros, de la gente inmigrante y todo eso. Desde casa, yo creo. Belarrimotza y todo eso. Solamente quiere decir oreja pequeña, pero era la forma despectiva de llamarles a la gente inmigrante, a los españoles que nos venían de abajo. Beltzas también, negros. Pero es en plan despectivo. (Entrevista número 22)
Para nosotros el inmigrante, bueno, nosotros más que inmigrantes los llamábamos españoles, ¿no? Los españoles eran una amenaza a todo lo que era nuestra cultura, nuestras costumbres. Y entonces pues todo eso te hacía pues un rechazo y que al final pues muchas veces ser un poco racista también. (Entrevista número 36)
Dadas las actitudes y creencias del nacionalismo vasco que la mayoría de cuantos después se convertirán en militantes de ETA habían interiorizado durante los años de su infancia y sobre todo en el periodo de la adolescencia, apenas sorprende que la implicación de muchos de aquéllos en las actividades de dicha organización terrorista esté tan asociada a la xenofobia y el racismo. Una y otro implican tanto el desprecio y la hostilidad hacia los inmigrantes como la excluyente demarcación entre nosotros los vascos y los otros españoles. De hecho, estas ideas y patrones de conducta parecen haber persistido relativamente al margen del régimen político existente, lo que resulta coherente con el menosprecio de la democracia al que se ha aludido en el epígrafe anterior.
Es decir, se hacen notar tanto entre los que ingresaron en la banda armada habiendo conocido durante su juventud el franquismo —lo cual ha quedado ya de manifiesto— como en aquellos cuya pubertad les sobrevino con la nueva democracia española consolidada o las instituciones vascas de autogobierno legitimadas y en funcionamiento. Estas elocuentes palabras al respecto corresponden, de hecho, a un varón de procedencia vizcaína, nacido en una familia de clase trabajadora y residente en una localidad industriosa de la llamada margen izquierda, castellanohablante aunque con antecedentes nacionalistas en su casa, que se convirtió en miembro de ETA(m) a los diecinueve años, cuando estaba para concluir la década de los ochenta. Preguntado por lo que significaba para él España, respondía de este modo:
¿España? Represión. España era la policía que tenías al lado y que te machacaba. España era el emigrante que ha venido de fuera, que no se había integrado y que encima te decía que si no sería por ellos pues los vascos comerían hierro, porque ellos habían llevado el trabajo a Euskadi. Porque los vascos, según ellos, no trabajaban; los que trabajaban eran pues los extremeños, la gente que iría para allá, ¿no? Y en vez de integrarse y yo qué sé, pues no criticar sino decir: bueno, ellos andan por este camino. Será por algo, ¿no? Ellos llevan aquí muchos más años, en esta tierra. Pues será por algo, ¿no? Lo mínimo que puedo hacer es o apoyarles o no decir nada, ¿no? Pero ya había una gente que eran españoles, que te despotricaban totalmente, ¿no? Y estabas en tu pueblo y llevabas una ikurriña y hablabas en euskera, y resulta que había un montón de gallegos al lado y te decían que a ver que andabas hablando euskera, que eso era España y que… Estamos aquí y aquí somos todos gallegos en este bar y tú estás hablando euskera. Tú no hables euskera. Eso era España, represión y negación de derechos, ¿no? (Entrevista número 39)
Euskadi, como cabe suponer, no sería para este antiguo miembro de la facción militar de la organización terrorista otra cosa que la antítesis, es decir, la patria sojuzgada que es preciso liberar. De igual manera pensaban y piensan, desde luego, los militantes de la misma banda armada a que perteneció. Una imagen que se corresponde con la definición de la situación que interiorizan en las asociaciones y agrupaciones ubicadas dentro del entramado que ofrece cobertura y facilita sus estrategias de movilización a ETA(m), dentro de esa subcultura de la violencia en la que se inscribía en concreto Jarrai, organización juvenil de la izquierda abertzale a que pertenecía durante sus años de adolescente, antes de incorporarse a los patriotas de la muerte, el entrevistado cuyo discurso acaba de ser reproducido en el testimonio precedente.
Teniendo en cuenta ese ambiente de xenofobia y de racismo que se ha dejado sentir con mayor o menor intensidad en determinados segmentos de la sociedad vasca desde hace cuatro décadas, al igual que la existencia de una esfera pública hegemonizada hasta hace bien poco por el discurso nacionalista, es como mejor puede entenderse que el deseo de conseguir ser aceptado en ciertos círculos autóctonos de reconocimiento y sentirse así integrado dentro de la sociedad receptora haya sido una motivación decisiva, para incorporarse a ETA, tanto de algunos jóvenes traídos al norte por sus familias cuando eran todavía niños o adolescentes, como de otros nacidos en el propio País Vasco pero de padres inmigrantes.
En cualquiera de esos dos supuestos, la adquisición de una identidad colectiva en la que pudieran reconocerse a sí mismos como vascos y de igual modo ser reconocidos por los demás, sin verse obligados a demostrar que se dispone de una prolongada retahíla de apellidos vascos, de una sangre con determinados antígenos en sus glóbulos rojos o incluso de conocimientos suficientes de la lengua vernácula, constituye un incentivo compensatorio fundamental para convertirse en militantes de la organización terrorista[38]. Aun cuando el número de etarras nacidos fuera de los territorios vascos apenas supera un 6 por ciento sobre el total de miembros reclutados por la banda armada entre el inicio de los setenta y 2010, como se puso de manifiesto en el capítulo primero, se da la circunstancia de que en su mayoría residían ya en Euskadi. Se trata, muy probablemente, del elenco de militantes de ETA que más fue inducido a ser violento para sentirse vasco.
Veamos, a título de ejemplo, el significativo caso de un varón andaluz, aunque bien podría haberse tratado de un extremeño o de un gallego. Trasladado al iniciarse la década de los setenta desde su pueblo natal a una fabril localidad guipuzcoana, cuando era apenas un quinceañero, encontró empleo entre el personal no cualificado del sector de servicios. Precisamente su trabajo le puso en estrecha relación con personas de la izquierda abertzale que tenían familiares en la cárcel por actividades relacionadas con ETA, y, de este modo, no queriendo ser asociado a los guardias civiles tan denostados y que en un buen número procedían de su misma provincia de nacimiento, empezó a colaborar en iniciativas a favor de los presos hasta que, unos años después, le fue ofrecida la posibilidad de ingresar en la organización terrorista. Merece la pena reseñar que, antes de responder afirmativamente a esa propuesta, tomó en consideración, por posible analogía con el suyo, el caso de un extremeño, concretamente Juan Paredes Manot, más conocido como Txiki, que había llegado a Euskadi en 1963, con nueve años de edad, de la mano de su padre, inmigrante también. A los dieciséis años empieza a recibir charlas de formación mientras realizaba excursiones por la montaña y hacia 1973 ya se había integrado en ETA. Dos años más tarde, en las postrimerías del franquismo, fue detenido bajo la acusación de haber matado a un miembro de la policía armada y fusilado por un pelotón de guardias civiles voluntarios en septiembre de 1975, junto a un correligionario suyo, Ángel Otaegi, y otros tres activistas de la extrema izquierda republicana. Las movilizaciones de protesta, dentro y fuera de la sociedad vasca, que ya se habían llevado a cabo antes de ejecutarse la pena capital, se recrudecen con posterioridad, mientras la descomposición de la dictadura se acelera.
Igual que el Proceso de Burgos antes o, después los sucesos acaecidos en Vitoria en 1976, por ejemplo, los fusilamientos de Txiki y Otaegi quedaron impresos en la memoria de muchos jóvenes nacionalistas vascos que radicalizarán sus posiciones como consecuencia de tales acontecimientos y adquirirán motivaciones emocionales añadidas para convertirse en miembros de la banda armada. El mencionado varón de procedencia andaluza se convertirá en militante de ETA(m) a los pocos meses, con veintiún años, alegando lo que sigue:
Políticamente yo comprendía que es una opción real, que es gente que tiene razón. Claro, ya me había enterado antes de qué va el tema, ¿no? Porque no te puedes meter en esto sin saber de qué va el tema, ¿no? Luego también veías, también es que todo influye, pues Txiki y Otaegi. Ves otra gente que es como tú, foráneo, y dices, joder, ¿y este tío cómo se habrá metido aquí? (Entrevista número 41)
Aquel militante etarra de origen extremeño que fue condenado a muerte y fusilado por orden de las autoridades franquistas, Txiki, se había convertido en un verdadero héroe para los nacionalistas vascos en general y los más radicalizados en particular. Una referencia emulable, en cualquier caso, para otros adolescentes y jóvenes nacidos fuera de Euskadi, pero residentes desde hace tiempo en sus ciudades y pueblos, como el varón andaluz al cual se viene aludiendo. Adolescentes y jóvenes que pueden evitar el estigma del maketo y llegar a ser plenamente aceptados en los sectores abertzales mediante su implicación en ETA, sin necesidad de llegar a perder la vida. Ello no les obliga necesariamente a mostrarse evasivos acerca de su región de procedencia; ahora bien, al ser conscientes de la incompatibilidad entre lo vasco y lo español, consustancial a este nacionalismo excluyente que dicta las normas en el entorno dentro del cual se desenvuelven, encontrarán dificultades para acomodar el propio origen a ese imperativo, y lo común es que traten de resolverlo con alguna suerte de complicado artificio retórico. En este sentido, se transcribe a continuación otro interesante testimonio del mismo varón de procedencia andaluza ya mencionado en el párrafo anterior, que se incorporó a ETA(m) hacia finales del franquismo. Así es como juzga el impacto que la militancia en esta organización terrorista tuvo sobre su propia adscripción individual a una identidad colectiva:
Tampoco creas que lo haces simplemente por decir: oye, soy vasco, ¿no? A ver si me entiendes. Yo no voy a renegar de mis orígenes. Bueno, ¿renegar? De hecho, a mí me preguntan y no tengo ningún motivo para decir que soy andaluz, ¿no? Me siento vasco, por supuesto. Me siento, claro que sí. Y eso pues… pues en parte te reafirma más en que digas: bueno, pues soy vasco, ¿no? Yo soy andaluz y soy vasco. Y lo que te voy a decir es que no soy español, ¿me entiendes? (Entrevista número 41)
Sin embargo, este antiguo etarra de origen andaluz, después de participar muchos años en algunas asociaciones del nacionalismo radical, actuar luego como pistolero etarra y ser finalmente recluido en un centro penitenciario junto a otros correligionarios de la misma banda armada, a mediados de los noventa todavía no hablaba euskera. Y es que, salvo contadas excepciones, parece darse una circunstancia común a quienes han sido militantes de esa organización terrorista pero procedían de otras regiones españolas. Si bien lograron hacer efectivo el anhelado incentivo de la solidaridad en un entorno inicialmente distante y hasta hostil, integrándose en los sectores menos porosos y más inaccesibles de la sociedad vasca, lo cierto es que lo hicieron sobre todo asumiendo los códigos inherentes a determinadas rutinas sociales y pautas de comportamiento, incluyendo la práctica de acciones violentas. Muchos sin esforzarse demasiado, por otra parte, en hacer suyos algunos elementos objetivos de la identidad colectiva susceptibles de ser adquiridos, como el de la lengua vernácula. Ni tan siquiera se convirtieron al nacionalismo vasco hasta el punto de subordinar otro tipo de orientaciones políticas a las que, por su origen social y tradición familiar, serían en principio más afines. Ello aunque llegaran a integrarse en ETA(m), organización terrorista a la que muchos atribuyen el nacionalismo vasco menos elaborado y a la vez más exacerbado.
De este modo describe sus ideas al respecto otro varón de origen foráneo, en este caso procedente de un pequeño municipio de Extremadura, al que sus padres, inmigrantes de clase trabajadora, trajeron cuando era niño para establecerse en una localidad también guipuzcoana y de tamaño medio. Con estudios primarios, era obrero especializado de la industria en el momento de ingresar en aquella organización terrorista, a la edad de veinte años, hacia el final de los setenta:
¿El matiz de carácter nacionalista? Yo más que nacionalista he sido socialista. O sea, mi tendencia siempre ha sido, más que nacionalista, socialista. ¿Que el socialismo y el nacionalismo estaban incluidos, estaban bien unidos? Pues sí. Entonces, bueno, ahí ya te introduces más. Pero, vamos, mi tendencia general ha sido socialista. Bueno, me han tachado de comunista también. (Entrevista número 29)
Incorporarse a ETA con el propósito de afirmar una identidad colectiva es una decisión que ha sido frecuentemente tomada entre quienes corresponden a otros grupos minoritarios de militantes. Por ejemplo, los que nacieron en el País Vasco pero cuya infancia y juventud temprana ha transcurrido fuera del mismo, en especial si carecen de antecedentes nacionalistas o de otro signo en sus hogares de origen que hayan favorecido algún tipo de identificación en ese sentido. Como puede ocurrir con uno de los escasos militantes de la organización terrorista procedentes de La Rioja alavesa, una comarca donde existe poca tradición política abertzale. Concretamente, el porcentaje de los que han ingresado en la banda armada a lo largo de los últimos cuarenta años y son naturales de esa conocida zona vitivinícola es estadísticamente insignificante.
El caso que aquí se recoge es, en concreto, el de un antiguo miembro de ETA(m), que residió en una ciudad castellana con su familia de clase trabajadora hasta el inicio de la adolescencia, momento en que se trasladó a una capital vasca a fin de cursar estudios de enseñanza media. La búsqueda de identidad propia de la edad que entonces tenía coincidió así con su exposición al marco de referencia propio del nacionalismo vasco radical. Se iniciaba con ello una trayectoria personal que culminaría no mucho después en su reclutamiento por aquella organización terrorista durante los años del posfranquismo. Su propio relato subraya el descubrimiento accidental de su condición vasca, la deliberada inserción en los ambientes del nacionalismo radical que predominaban a finales del franquismo, el papel de la cuadrilla a la que pertenecía en el afianzamiento de las orientaciones políticas y la importancia de actuar de conformidad con la identidad colectiva dominante en ese grupo de pares, pretendiendo quizá finalmente ser considerado tan vasco o más que todos ellos:
Yo creo que el principio de eso fue que alguien me dijo que yo era vasco, pues porque había nacido en esa tierra y porque mis padres eran de allí también y demás. Y a raíz de entonces fue cuando empecé a crearme esa preocupación de saberme lo que era y demás, ¿no? Y ante todo, pues en el momento que me decían algo respecto a eso ya: cuidado, que soy de esto y aquí estoy yo. O sea, defenderlo sin saber muy bien incluso ni por qué ni el qué muchas veces […]. Luego, pues la inquietud esa de conocer más, de sentirte más atraído por aquello, me indujo de alguna manera a ampliar más mi círculo de amistades. Y por supuesto siempre, siempre, desde el principio, dentro del ámbito cercano a esto, a los grupos radicales, nacionalistas sobre todo. Siempre he tenido un sentido mucho más fuerte de lo que es el nacionalismo que, por ejemplo, del socialismo, ¿no? Más nacionalista. Siempre de izquierdas, un nacionalismo así, de izquierdas, pero siempre nacionalismo por encima de ello […]. Aunque no he sido de potear, pues siempre iba con la cuadrilla por ahí. Y prácticamente pues, salvo raras excepciones, siempre se toca de alguna manera, o bien por amistades o bien por alguien del pueblo o tal, pues siempre conoces o siempre acaba la conversación en lo mismo, ¿no? Tema de política y demás. Pues cómo se encuentra uno, otro que está en la cárcel, a otro que han cogido, el último atentado. Prácticamente gira en torno a todo eso. Y, vamos, yo creo que es siempre el ambiente. Y, además, como son gente muy proclives a eso, pues siempre acabas hablando de lo mismo. Entonces, de alguna manera partiendo casi del factor humano, te ves implicado ya y, por supuesto, con un sentimiento político fuerte. Pues te ves implicado ya en el tema, casi sin querer, ¿no? Y eso te va llevando ya cada vez más adentro, te sientes cada vez también con más responsabilidad dentro de ese tema y, bueno, y acabas ya pues… haciendo lo que corresponde en cada momento, ¿no? (Entrevista número 30)
Otro grupo de etarras entre los cuales no es infrecuente encontrar individuos que se convirtieron en miembros de la organización terrorista motivados sobre todo por el afán de ser considerados vascos es el que corresponde a los nacidos en Navarra. Constituyen, en concreto, cerca del 8 por ciento sobre el total de cuantos se han incorporado a la organización terrorista entre el inicio de los setenta y 2010. En Navarra, el nacionalismo vasco se encuentra en franca minoría. El conjunto de partidos que representan allí las opciones electorales del nacionalismo vasco obtiene por lo común entre el 15 y el 20 por ciento de los votos válidos emitidos en elecciones generales o autonómicas. Las formaciones en que se articula el regionalismo navarro y los partidos políticos de ámbito estatal reciben en esa circunscripción, de manera consistente, una amplia mayoría de los sufragios.
Efectivamente, alguno de los navarros que han sido militantes de la organización terrorista procedía de familias con antecedentes nacionalistas, pero eso no parece lo habitual. Sí lo es, sin embargo, que, a diferencia de los miembros de la banda armada de procedencia guipuzcoana, por ejemplo, los de origen navarro que fueron reclutados durante los años setenta definan objetivos políticos en los que el nacionalismo no se subordina al marxismo, prevaleciendo con frecuencia esta doctrina sobre aquel ideario. También es habitual entre ellos que, como en el caso del varón alavés tratado anteriormente, empiecen a interesarse por su eventual adscripción a la identidad colectiva definida por el nacionalismo vasco en general, y el nacionalismo vasco radical en particular, en un momento relativamente tardío de sus años juveniles.
Uno de esos casos es el de un varón navarro, que fue militante de ETA(m). Según su propio testimonio, descubrió lo que era Euskal Herria, es decir la tierra en que se habla el euskera, así como el sentido mismo de esta lengua vernácula, tras una serie de anécdotas ocurridas mientras hacía el servicio militar, todavía en los años del franquismo. Después, su progresivo acercamiento al nacionalismo vasco casi le lleva a afiliarse al Partido Nacionalista Vasco (PNV) durante el posfranquismo. Pero el hecho de que algo más tarde dicho partido político aceptara que Navarra quedase al margen del Estatuto de Autonomía del País Vasco, cuya elaboración se prolongó desde enero hasta julio de 1979, aunque era una decisión no deseada por los dirigentes abertzales pero condicionada por las preferencias de la opinión pública navarra, le produjo intensos sentimientos de frustración. Más aún, vivió esa situación como si de un cuestionamiento de su propia identidad colectiva se tratara. Éste es su elocuente relato:
Del PNV hubo una cosa que… ¡puf!, le tardé mucho tiempo en perdonárselo. Que fue la admisión del Estatuto sin Navarra. ¡Eso sí que no! Aquello me parecía bestial. Entiendo ciertas razones, el momento político y tal y cual, pero a pesar de todo yo creo que había que habérsela jugado. Y aparte era la única ocasión que había. Y esa discusión la mantenía con muchos, por ejemplo con guipuzcoanos, que decían, bueno, joder, ya tendréis vosotros, ya lo decidiréis. Y les digo: vamos a verlo al revés, imagínate que hacen el Estatuto sin Guipúzcoa y que a ti te preguntan si eres vasco. ¡Ah, eso no, yo soy…! ¡Ah, claro! A mí me pueden decir si quiero estar con ellos, pero lo que no me van a preguntar es si soy hijo de mi padre. Y soy hijo de mi padre le quiera o no le quiera. Otra cosa es que quiera formar una sociedad aparte de él. A mí, que no me pregunten si soy vasco porque pienso que es ofenderme. (Entrevista número 17)
Esa frustración de expectativas y una acuciante necesidad de afirmarse como vasco se combinaron para que este varón navarro optara finalmente por el ingreso en la facción militar de la organización terrorista, lo que ocurrió a la inusual edad de treinta y tres años, cuando se contaba entre el personal administrativo y comercial de una pequeña empresa, poco después de que experimentara la aflicción resultante de aquel desengaño a la vez político e identitario, concretamente en la primera mitad de los ochenta:
Para mí, el PNV ahí me decepcionó profunda, profundamente. Ésa es una espina que la tengo clavada. Creo que fue un error histórico. Para mí fue un error histórico, y que podía haber suavizado muchísimas cosas y aclarado muchas más cosas todavía. Porque, para mí, el fundamento de la lucha, inicial, de la actividad armada, se podía haber zanjado. Bueno, yo creo que ahí ya eso y otras cosas te llevan a donde te llevan, ¿eh? A… digamos a comprometerte. (Entrevista número 17)
Ahora bien, para que el hecho de adquirir o afirmar una identidad colectiva pueda ser incorporado al conjunto de motivaciones conducentes a la militancia en una organización terrorista es preciso que se den al menos dos condiciones[39]. En primer lugar, que la violencia ocupe o haya ocupado un lugar muy destacado, si no central, en la definición de esa identidad colectiva. En segundo término, que la organización terrorista de que se trate sea percibida por un segmento significativo de su población de referencia como portadora privilegiada de dicha identidad colectiva. A este respecto, cabe recordar que las actividades de violencia llevadas a cabo por ETA entre el final de los sesenta y la primera mitad de los setenta, coincidiendo con la fase conclusiva de un franquismo que responderá a ese desafío armado con extraordinarias medidas de coacción estatal, fueron fundamentales para la reproducción del nacionalismo vasco[40].
Transcurridas para entonces tres décadas de la dictadura y ante la ausencia efectiva de los actores colectivos que con anterioridad habían abanderado el ideario abertzale, las actividades violentas de aquella incipiente organización terrorista imprimieron un inequívoco sello a la redefinición radicalizada del nacionalismo vasco. Este antiguo militante vizcaíno que ingresó en ETA a principios de los setenta, procedente de una pequeña localidad costera, euskaldun desde niño y de familia de tradición política nacionalista, deja entrever, con sus palabras, no sólo el papel que durante el final del franquismo había adquirido la incipiente organización terrorista en la redefinición de un nacionalismo acomodado a la sensibilidad de los jóvenes que no habían vivido la guerra civil española, sino también el espacio que pasa a ocupar como referente del mundo abertzale, en ausencia o ante la pasividad del Partido Nacionalista Vasco, entonces ilegal y clandestino:
Entonces tampoco tenías muchas cosas donde poder integrarte. Había poquísimo. Al PNV prácticamente no se le veía. O sea, la única fuerza nacionalista con posibilidades de militar y con posibilidades de hacer cosas en aquellos años era ETA. Hombre, el PNV existía, pero luego a las generaciones más jóvenes no nos atraía excesivamente. En cuanto a que, bien, sí, contemplaba a este pueblo como nación, entendía el nacionalismo vasco como una de las expresiones que nos podían conducir a obtener nuestros objetivos, pero no se les veía, apenas hacían nada. En aquellos años, los jóvenes necesitábamos algo más. Necesitábamos algún sitio donde poder expresar nuestros sentimientos y llevarlos a cabo. (Entrevista número 26)
Desde entonces, durante los años de la transición a partir del régimen autoritario y sobre todo después, una vez consolidada la nueva democracia española, la aceptación de la violencia será uno de los elementos centrales de la identidad colectiva definida desde el nacionalismo vasco radical. Más aún, la propia ETA pasará a ocupar su propio espacio como referencia fundamental de dicha identidad colectiva. Componentes que se acumulaban así a los de carácter primordial y cultural propuestos por el nacionalismo vasco en sus orígenes. Eso sí, los novedosos ingredientes introducidos en la identidad colectiva promovida por el nacionalismo vasco radical facilitaban ahora un criterio básico de adhesión a la izquierda abertzale. Si eran aceptadas tanto ETA como su violencia, se estaba dentro de aquélla. Vocear críticas respecto de una u otra equivalía a un apartamiento más o menos ostensible de dicho entorno.
De aquí que, para muchos de cuantos se implicaron en esa trama política o ingresaron en la organización terrorista pero luego se han distanciado de ambas por unas u otras razones, haya resultado y resulte tan difícil el cuestionamiento público de la violencia o de quienes la perpetran, especialmente en las pequeñas y medianas localidades del país donde el control social es muy acusado[41]. No en vano, explicitar dicha disidencia conlleva generalmente la pérdida de esa identidad colectiva en el marco de la cual hay quienes quieren reconocerse a sí mismos y ser reconocidos por los demás, así como la expulsión no siempre deseada de la izquierda abertzale, en la medida en que no se consideren como accesibles o viables otras alternativas dentro de ese mismo sector ideológico. ETA fue percibida en el pasado —y lo es todavía hoy por una minoría cada vez más exigua y enroscada en sí misma— como depositaria de las más auténticas señas de identidad vascas. En realidad, como bien sabemos, se trata de una organización terrorista en decadencia que desesperadamente ha tratado de imponer al conjunto de la sociedad vasca un esquema político étnico y excluyente, inspirado en su atroz nacionalismo de pasamontañas y txapela.