¿QUÉ PASIONES TIENEN LOS TERRORISTAS?
Frustración y, sobre todo, un intenso odio. Éstas son las dos pasiones que más frecuentemente albergaban dentro de sí los que han llegado a convertirse en militantes de ETA. Desde luego, cuando ingresaron en esta organización terrorista, eran adolescentes o jóvenes nacionalistas agraviados por unas autoridades que toman decisiones imperativas consideradas como inaceptables y descontentos con la configuración del orden político existente, especialmente por lo que se refiere a sus aspiraciones de independencia. Pero, en un buen número de casos, estaban además verdaderamente frustrados al no haberse cumplido determinadas expectativas políticas, elevadas y además crecientes, que tenían tanto para cuando concluyera la dictadura franquista como ante el proceso de transición democrática. Ahora bien, entre las motivaciones de otros muchos se encontraba el odio. Un intenso odio resultado de haber experimentado una represión injustificada o excesiva por parte de las agencias estatales de seguridad, sin duda bajo el régimen autoritario pero también con posterioridad al mismo. Un odio que genera deseos de venganza y acaba por convertirse en odio hacia lo español. Una pasión destructiva que, con el paso del tiempo, ha estado cada vez menos relacionada con la conducta de los cuerpos policiales y cada vez más con el adoctrinamiento al que están sometidos numerosos quinceañeros vascos en el seno de la subcultura de violencia que rodea a la banda armada donde se encuadran los patriotas de la muerte.
Así pues, ¿cuáles son las expectativas políticas no satisfechas que producen una frustración susceptible de estimular, por sí misma o combinada con incentivos de otro tipo, la opción individual por la violencia como método para perseguir determinados propósitos de un nacionalismo vasco étnico y excluyente, de pasamontañas y txapela? ¿Cuáles, por su parte, los acontecimientos y las circunstancias generadoras de ese intenso odio que, sólo o junto con otras motivaciones, ha inducido e induce a la militancia en ETA? Finalmente, ¿qué emociones de índole positiva pueden también intervenir determinando la decisión individual de incorporarse a dicha organización terrorista?
Algunos estudiosos de la violencia colectiva han sugerido que la disposición individual a implicarse en formas agresivas de comportamiento con el propósito de afectar la estructura y distribución del poder es significativamente mayor entre quienes se sienten no sólo agraviados o descontentos respecto a las autoridades sino, además, frustrados como resultado de importantes transformaciones políticas anticipadas por ellos mismos pero nunca ocurridas en la realidad[26]. Es decir, que entre cuantos ingresan en una organización terrorista como ETA no resultaría nada extraño encontrar jóvenes y adolescentes frustrados porque determinadas expectativas de cambio político que previamente tenían no se vieron cumplidas, o no se vieron cumplidas a su satisfacción.
Todo parece indicar que se trata, en primer lugar, de las grandes expectativas políticas suscitadas con ocasión de la muerte de Franco, que personificó la dictadura padecida por los españoles en general y los vascos en particular durante cuatro décadas, hasta mediados los años setenta. Buena parte de los que algo más tarde se convertirían en militantes de la banda armada esperaban que, poco después de que el Generalísimo falleciera, iban a ocurrir transformaciones políticas radicales que materializaran sus objetivos nacionalistas. Elocuentes testimonios en este sentido son sin duda los que se ofrecen a continuación. El primero corresponde a un varón guipuzcoano, que ingresó en ETA(m) precisamente durante los años del inmediato posfranquismo. A éste le sigue el de una mujer, igualmente guipuzcoana, reclutada por la facción político militar de dicha organización terrorista durante el periodo de la transición democrática:
Igual pensábamos que el morir Franco, el terminarse la dictadura, iba a ser de la noche a la mañana… y ¡todos felices! Prácticamente se pensaba que con la muerte de Franco se iba a terminar la dictadura y se iban a dar grandes cambios. De hecho, ése fue uno de los motivos por los que se mata a Carrero Blanco. Se murió Franco y Franco dejó las cosas bien atadas. No cambió nada y se frustró eso, las ideas que teníamos mucha gente. Claro, sin duda alguna además, pensábamos que, bueno, se ha muerto Franco y ha terminado la dictadura, habrá una democracia pero real. O sea, llegarán a comprender los políticos, los que manden, llegarán a comprender la situación y, vamos, se terminará esta lucha. No fue así. Se dio una amnistía… bueno, amnistía la llamaron ellos. Soltaron a los presos y tal, pero vamos, la situación en la calle fue igual, absolutamente igual. Y siguió la lucha. (Entrevista número 33)
Se murió Franco y la cosa siguió. Hombre, luego ya fue cambiando, porque ya empezaron las elecciones y todo eso, pero era una continuidad. Claro, cambió poco a poco. Y ahora lo ves lógico, es lógico que cambie poco a poco, ¿no? Pero en un principio yo creo que era morir Franco y ¡pum! Esto va a reventar. Y no, no fue así, ¿no? Murió Franco y las cosas siguieron igual […]. Te desengañas, sí. Que se te rompe, porque dices: ¡ahí va, si esto sigue igual! ¿No? ¡Esto sigue igual! […]. Más de lo que se movilizó la gente para conseguir la amnistía, para conseguir todo eso, no se iba a movilizar. Más de lo que estuvo todo el pueblo organizado para algunas cosas, no se iba a organizar. Y no se consiguió nada. O sea, se murió Franco… Sí, se consiguió la amnistía, pero era una cosa lógica después de la muerte de Franco y tal. Y las cosas seguían igual. Y sí, veíamos que si queríamos conseguir algo de verdad, pues un mínimo de libertad a nivel de pueblo y tal, que tenías que usar la lucha armada. (Entrevista número 12)
Cuando una antigua militante etarra como la que acaba de ser citada exclama ¡esto sigue igual!, estaba evocando con una frase a la vez coloquial y enfática sus sentimientos de frustración por las elevadas expectativas políticas albergadas para cuando dejara de existir el dictador, que finalmente no se vieron satisfechas; al menos, no con la celeridad prevista. Pero, en segundo lugar, muy elevadas fueron también las expectativas políticas generadas en amplios sectores de la izquierda abertzale ante las primeras elecciones generales y sustancialmente libres celebradas tras el franquismo, para más señas en junio de 1977. Sin embargo, los resultados de esos comicios en el País Vasco fueron verdaderamente decepcionantes para el nacionalismo en general y para el nacionalismo radical en particular. No sólo es que los partidos de ámbito estatal lograron algo más del 60 por ciento de los votos válidos emitidos. Es que los partidos de la izquierda abertzale, en conjunto, apenas obtuvieron uno de cada diez sufragios contabilizados, pese a que la tasa de participación electoral fue ligeramente superior al 76 por ciento sobre el total del censo. Más de la mitad de los escasos votos conseguidos por las formaciones ubicadas en el ámbito del nacionalismo vasco radical los atrajo para sí Euskadiko Ezkerra, formación política entonces auspiciada por ETA(pm).
Así es como dos varones, vizcaíno uno y guipuzcoano otro, que fueron miembros de la mencionada organización terrorista, ponen de manifiesto la sorpresa y perplejidad que les causaron los resultados de aquellas primeras elecciones generales celebradas tras el franquismo. El primero, procedente de una familia de clase trabajadora, castellanohablante pero con antecedentes nacionalistas, se incorporó a ETA(pm) precisamente después de los mencionados comicios, en una decisión que, como ponen de manifiesto sus propias palabras, revela un talante claramente elitista y antidemocrático. Si las urnas no nos daban la razón, era preciso intentarlo mediante el uso de las armas, podría deducirse de sus razonamientos. Obsérvese que en este ejemplo, como en los anteriores, los sentimientos de frustración experimentados por los futuros etarras operan reforzando la percepción de esa utilidad de la violencia a que me he referido en el capítulo precedente y que muy probablemente ninguno de los entrevistados había desconsiderado. El segundo antiguo militante, por su parte, tiene sus orígenes en una familia de clase media baja, en la que el euskera era el idioma doméstico y existía tradición política nacionalista, e ingresó en ETA(m) asimismo durante los años de la transición democrática. El discurso de ambos entrevistados evidencia el modo en que sus respectivas definiciones de la situación vasca del posfranquismo estaban mediatizadas por lo acontecido en el entorno dentro del cual se desenvolvían habitualmente, así como la aparente vigencia del nacionalismo en los confines de ese espacio público, lo cual acrecentaba la distancia entre la realidad por ellos anticipada y, al menos en términos electorales, la realidad manifiesta:
Cuando llega el año setenta y siete y en las elecciones de junio ves el resultado… bueno, se había formado ya Euskadiko Ezkerra, se había currado mucho. Pues la verdad es que todo el movimiento que podía haber en el barrio, de izquierda abertzale y nacionalista, nos lo habíamos currado nosotros. Y ves los resultados y dices: ¡hostias, si hemos sacado un diputado y encima es Letamendía! Decir, ¿qué pintas aquí? O sea, los del PSOE, que no había asomado el morro en toda la dictadura. El PNV, que lo había asomado algo… Y dices, oye, que éstos se lo llevan todo, ¿no? Y es el ver que estás trabajando, que tienes ideas, capacidad y… ¡porque movilizábamos la ostra! O sea, éramos capaces de movilizar mucho. Ves que luego eso no… no trasciende nada, o sea, se queda ahí. A la gente le queda: ésos son los jóvenes, son los… de alguna manera, los locos. Sí, porque éramos los que poníamos las barricadas, ¿no? Pero sí, es todo eso lo que te hace parar y dices: bueno, vamos a ver qué es lo que pasa aquí… (Entrevista número 11)
Siempre hemos tenido la sensación de que has tenido mucha gente detrás tuyo, ¿no? Y las elecciones nos dejaron en un punto bastante… no tan importante, no sé si sería el 14 o el 15 por ciento. Y de alguna manera fue una frustración. Porque yo creo que no se reflejaba con el ambiente que había en la calle, ¿no? La gente, claro, a la hora de votar, pues se dividían los votos, ¿no? Pero el ambiente de la calle y del barrio y de la gente con que hablabas y de… yo creo que era más… más… no sé, no sé cómo explicarlo. (Entrevista número 36)
Otro antiguo militante, en este caso de ETA(pm), amplía al periodo de la transición democrática en su totalidad el intervalo de tiempo durante el cual se frustraron sus propias expectativas políticas y quizá las de otros en su misma circunstancia, de suerte que, tal y como alega en su testimonio, el uso de la violencia terminó por ser considerado necesario para reconducir el proceso de cambio de régimen en una dirección más acorde con los propósitos del nacionalismo radical. Se trata, en concreto, de las palabras de un varón guipuzcoano, procedente de una familia de clase trabajadora y asentada en una localidad de tamaño medio, que utilizaba el euskera como idioma de la casa pero en la cual no existían antecedentes nacionalistas, que se incorporó a aquella organización terrorista precisamente a inicios de los ochenta:
Veías que las expectativas que habías tenido durante los años setenta y cinco y en la transición, setenta y seis, setenta y siete, setenta y ocho, setenta y nueve, no se estaban cumpliendo, ¿no? Entonces, todas las expectativas esas, y no es que fuesen unas expectativas particulares mías, sino que había un movimiento respecto a ello, veías que no se habían dado. Y veías que, contra los poderes fácticos o las élites de los partidos o los dirigentes que habían desarrollado ese tipo de transición, traicionando todo tipo de movimientos, declaraciones constitucionales, y habían optado por el posibilismo… Habías visto que se habían dado un tipo de condicionantes para no superar ciertos límites o para no ir por un camino, por la ruptura, y sin embargo se había seguido el de la transición. Y decías: a eso hay que oponerle otro tipo de fuerza, para optar por la ruptura y no por la transición. (Entrevista número 43)
Quienes se revuelven violentamente contra algún orden político establecido suelen estar convencidos, acertada o equivocadamente, de que ciertas demandas ampliamente compartidas en una sociedad dada no son debidamente atendidas por los gobernantes. Es su definición de la situación, que de cualquier manera denota descontento. Pero, más allá de ese sentimiento, la inclinación a rebelarse por medio de las armas parece incrementarse muy significativamente también si los que ejercen el poder recurren al uso incontrolado y excesivo de la coacción física para imponer la obediencia de los gobernados, puesto que con ello generan odio y deseos de venganza entre muchos de quienes resultan directa o indirectamente afectados[27]. Salvo, claro está, que haya factores culturales que no interpreten como injusto el castigo corporal infligido por las autoridades y promuevan un sometimiento aquiescente o que exista un repertorio tradicional de acción colectiva que estimule formas no violentas de resistencia. En todo caso, cabe esperar que, entre cuantos ingresan en una organización terrorista, como es el caso de ETA, un número considerable lo hiciera tras haber padecido previamente experiencias de maltrato físico deparado por las agencias estatales de seguridad.
De hecho, los relatos de maltrato físico deparado por los cuerpos policiales son habituales entre los que después se incorporaron a aquella banda armada, en unas ocasiones referidos directamente a ellos mismos; y en otras, a personas allegadas. No resultará extraño que esas experiencias, previsiblemente generadoras de rabia y animadversión en quienes las padecieron directa o indirectamente, sean frecuentes en los testimonios de muchos militantes de ETA que ingresaron en la misma durante los años de la dictadura franquista o inmediatamente después. Así ocurre con los dos que se ofrecen unas líneas más adelante. El primero lo proporciona un guipuzcoano nacido en la década de los cuarenta, en el seno de una familia con antecedentes nacionalistas y cuyos componentes se expresaban cotidianamente en euskera, que se convirtió en miembro de ETA a finales del franquismo. El segundo es de un vizcaíno, nacido ya en la década de los cincuenta y crecido en una familia de usos lingüísticos y tradición política muy similares a los aludidos anteriormente, el cual fue reclutado por aquella organización terrorista al iniciarse los años setenta:
Yo he visto entrar a casas, entrar a casas a saco y pegar palizas. Por ejemplo, una casa que había al lado nuestro. Pues había un señor allá que debía tener también algo, porque mi difunto padre decía: no, es que éste es demasiado… no sé, debía ser un poco pues revolucionario de los de entonces, de aquellos que en los años cuarenta y cincuenta, bueno, pues eran como eran, ¿no? Y bueno, pues un día fue la Guardia Civil allá y delante de todo el mundo le dio una paliza tremenda. Y le pusieron el fusil en la cabeza. Otro le puso la pistola dentro de la boca. Les pegaron a los hijos, a las madres. Les rompieron todo lo que había por allá. Soltaron el ganado. O sea, hicieron la de Dios allí. Y no pasó nada. Cuando salió en el periódico, yo me acuerdo que, claro, que era un hombre que atentaba contra la unidad de no sé qué hostias. ¡Historias! (Entrevista número 28)
En el año setenta y uno, después de una cena de fin de curso de los alumnos del instituto, uno de los chavales pasaba por enfrente del cuartel de la Guardia Civil. Que si iba bebido, que si no iba. Tendría dieciséis, diecisiete años. Era de mi edad entonces. Bueno, pasaba por allí, que si le llama la Guardia Civil, que si no le llama… al final acabó con una descarga en todo el pecho, ¿no? Fue el primer muerto en el pueblo en enfrentamiento con… bueno, ¿enfrentamiento con la Guardia Civil? No hubo tal enfrentamiento. Simplemente hubo, pues bueno, da la casualidad de que para ir a una de las salas de fiesta, una de las primeras salas de fiesta que ha habido en esta zona, a la que acudía muchísima gente de alrededor, necesariamente tienes que pasar por enfrente de la Guardia Civil. Y ahí se han dado altercados de todo tipo, toda la vida se han dado. Y pasó lo que pasó, ¿no? Es cuando empiezas ya a pensar que eso requiere una respuesta y… Eso tal vez ha podido ser lo que… sí, me marcó… y lo que sí, me motivó a dar una respuesta inmediata… ya como militante de ETA. Motivado, primero, porque conocía a la persona y, segundo, porque le vi. O sea, yo me acuerdo que fue impresionante verle a este hombre. Porque no sólo lo balearon, sino que luego le camuflaron los balazos, ¿no? Le abrieron todo el pecho con una autopsia, vamos, que en aquellos años no entendía el porqué lo hicieron cuando la muerte estaba clara cómo fue y los hechos estaban clarísimos. Había infinidad de testigos. Ahí iba medio curso del chaval, con él, cuando sucedieron los hechos. Y fue algo que no sólo me marcó a mí, sino que me marcó a mí y a todo el entorno que yo tenía entonces. (Entrevista número 26)
A los antiguos militantes de ETA, especialmente si se trata de varones, no suele resultarles fácil reconocer y admitir el papel de determinadas emociones negativas cuando están presentes entre las motivaciones que les condujeron a ingresar en esa organización terrorista. Probablemente porque piensan que hablar de ello implica, de alguna manera, restar importancia a los objetivos políticos nacionalistas o a la afirmación de una identidad colectiva como incentivos fundamentales para incorporarse a la banda armada, lo cual es la esencia del discurso que de otro modo tienden a transmitir.
Sin embargo, hay algunos casos en los que se expresan abiertamente y sin demasiados matices los intensos sentimientos de rabia y odio resultantes de haber sufrido personalmente, o percibido en el entorno cercano, los efectos de una conducta ilegítima y brutalmente opresiva por parte de las agencias estatales de seguridad. Como ocurría en el País Vasco con incontables episodios relativos al comportamiento de la Policía Armada y la Guardia Civil, o de los agentes provocadores de extrema derecha que operaban en colusión con esos cuerpos policiales durante la dictadura y el posfranquismo. De aquí el interés que tienen afirmaciones como las de este varón alavés, procedente de una familia urbana de clase trabajadora y castellanohablante que decidió ingresar en ETA(pm) hacia finales del franquismo, tras abandonar sus estudios universitarios, con veintiún años de edad. Al reflexionar sobre las motivaciones que le llevaron a optar por la militancia en esa banda armada afirma lo siguiente:
Mucho más que los aspectos sociales y nacionalistas, era la intensidad con la que viví, por un lado, la represión propia, la de nuestro país, el franquismo. No es que a mí me maltrataran especialmente, o sea, sí, en alguna manifestación me llevé algún palo, pero nada más. Lo que pasa es que a otros los mataban o los fusilaban, o por lo menos impedían que nadie pudiera ser mínimamente libre, ¿no? Yo lo sentía así. Creo que era una expresión de rabia, de respuesta a la represión, pero más de autodefensa, o sea, yo mismo notaba que la tortura y el número de presos y eso era muy elevado. Y entonces, de alguna manera entendías la necesidad de organizarse, de acabar con la dictadura. (Entrevista número 1)
Especial relevancia adquieren en esa misma línea las, sin lugar a dudas, muy esclarecedoras aseveraciones de un guipuzcoano, cuyo origen social se encuentra en una familia urbana de clase trabajadora, euskaldun desde su infancia, que se convirtió en miembro de ETA(m) durante el inmediato posfranquismo, tras haber cursado estudios de formación profesional y mientras se encontraba trabajando como obrero especializado de la industria. Este antiguo militante se refiere en primer lugar a un incidente crítico ocurrido al inicio de su adolescencia, vigente todavía el régimen autoritario, que le dejó una profunda huella emocional. Vio como un guardia civil agredía en plena calle a una mujer que mantenía con otra persona una conversación en vascuence. El entrevistado, de alguna manera conocedor de las señas de ese agente del instituto armado, poco tiempo después, implicado ya como laguntzaile o colaborador de ETA(m), proporcionó a los dirigentes de esta banda armada los datos con que se preparó su asesinato. Así es como lo describe:
Yo he visto a un guardia civil pegarle a una mujer embarazada porque hablaba en euskera. Pasó al lado mío además, un guardia civil de Rentería. Estaba una mujer con otra hablando y estaban hablando en euskera. Y fue el guardia civil y le pegó a la embarazada porque estaban hablando en euskera. Decía que no se hablase en el idioma de los terroristas y que había que hablar el español, que estábamos en España. Y eso lo he visto yo. Hacia el setenta y uno o setenta y dos fue eso. Se me quedó muy grabado. Además, al guardia civil ese… pasé yo la información de él, además. Casualidad. Sabía donde andaba y todo, le conocía mucho. Y le odiaba a muerte. Le odiaba a muerte. (Entrevista número 33)
Es a partir de este reconocimiento del odio que tenía hacia el guardia civil causante de tan vejatorio atropello cuando el antiguo pistolero etarra, reclutado por la facción militar de la organización terrorista, decide continuar el relato con algunos comentarios más extensos sobre la importancia que una pasión tan destructiva como aquélla tuvo como determinante de su propia implicación en actividades de violencia una vez integrado dentro de ETA. Préstese atención, en este sentido, a la llamativa reiteración con que se alude al odio en este breve fragmento:
Yo creo además que a mí lo que me hacía actuar era el odio. Sin duda alguna, además. Hoy mismo, por odio igual podría hacer lo de antes, no lo sé, pero sin odio sería incapaz. Eso lo tengo clarísimo, además. Sí, sí, estuvo presente en todo momento el odio. De hecho, lo que hice fue por odio. O sea, si no es por odio no soy capaz de hacerlo. Y no he tenido además ningún remordimiento de conciencia. O sea, de decir, bueno, matas a una persona y ¡hostia…! En ningún momento. Porque actuaba en ese momento por odio. O sea, si no es el odio el que me guiaba, seguramente no sería capaz de hacerlo. (Entrevista número 33)
De hecho, el mismo entrevistado vuelve a subrayar, con otro sobrecogedor relato, la importancia que atribuye al odio en la realización del primer atentado cruento que perpetró, concluida su etapa de colaborador y ya plenamente integrado como militante en la estructura clandestina de ETA(m), al poco de iniciada la segunda mitad de los setenta:
Joder, fue algo… no sé, inexplicable o no sé. Actué de una manera que digo, bueno, pues luego digo: ¿pero cómo puedo ser yo? O sea, fuimos a por una persona, un conocido además, y en vez de dispararle desde donde estaba yo, o sea a una distancia de unos cinco o seis metros, salí corriendo hacia él. O sea, como si, no sé, como si digo: ¡joder, no le voy a dar desde aquí! Entonces salí corriendo hacia él, hasta que me acerqué a él. Y luego pensando digo: bueno, ¿cómo he podido reaccionar yo? Le odiaba tanto a esa persona, le odiaba tanto, le odiaba… era tanto el odio que tenía contra él, que digo: ¡Dios, no se me escapa! No se me escapa; y fui. Ése era un confidente. En aquel momento, o sea, el odio era el que mandaba. O sea, tenía las cosas bastante claras. Yo, después de hacer lo que hacía, me quedaba como un señor y dormía como un rey. O sea, no tenía ningún problema, ninguno. Ningún pensamiento de decir: ¡hostia!, ¡joder!, que he hecho esto y… Qué va, qué va, qué va. Hoy en día sí me lo pensaría más de una vez. Hoy en día, además, soy incapaz de pegar a un perro. Y en cambio, pues eso, si me hace algo el perro, sí lo machaco, soy capaz de arrancarle el cuello. Y hoy en día me dicen: tienes que matar a un guardia civil; y digo: ¡chst!, espera, espera un momento. Primero, a ver cómo es, luego decidir quién es, cómo. O sea, valoro otras cosas. Ya no me guiaría por el odio. (Entrevista número 33)
Aquellas experiencias de represión policial injustificada y desmedida, susceptibles de provocar la ira y el resentimiento entre los adolescentes y jóvenes que las sufrían, así como la indignación de la sociedad vasca adulta, continuaron produciéndose durante el inmediato posfranquismo. Un episodio típico de otros muchos ocurridos por entonces en numerosas localidades, especialmente guipuzcoanas y también vizcaínas, es el que rememora este antiguo militante de ETA(m), procedente de una familia de clase media que utilizaba el euskera como idioma de la casa y tenía tradición política nacionalista. Había empezado a cursar estudios universitarios cuando tomó la decisión de incorporarse a esa organización terrorista, a finales de los setenta. Sus palabras describen no sólo las circunstancias de una insensata intervención policial ocurrida dos o tres años antes, cuando todavía era casi un quinceañero, sino los malos tratos recibidos tras ser irregularmente detenido. Concluye señalando qué emociones afloran a medida que se padecen vivencias de semejante naturaleza, esas mismas que incrementarían la propensión a convertirse en miembro de una organización terrorista, lo que finalmente aconteció en su caso:
Me acuerdo que, con dieciséis años, yo estudiaba en el instituto. Era 1976 y era el día del euskera. Y tengo esto grabado en la mente, porque me detuvieron. Yo fui con la chavala a bailar, a una sala de fiestas, que ponían canciones en euskera, esto, lo otro. Bueno, canciones en euskera y en todo, ¿no? Pero de vez en cuando ponían canciones en euskera y nos gustaba, Urko y demás, oír. Íbamos allá. Y, de repente, entraron la Guardia Civil, que hicieron una carga. Una carga cuando no había ninguna manifestación de ningún tipo. Y entraron en la sala de fiestas diez jeeps. Empezaron a porrazos contra la gente. Nos apalearon a todos. De hecho perdió el ojo el hijo de un guardia civil. O sea, fue indiscriminado absoluto. Y luego pues echamos a correr cada uno por donde pudimos. Con tan mala suerte de que a mí y a otros tres compañeros, a otros tres chicos del pueblo, nos detuvieron. Yo tenía dieciséis años recién hechos. Estuve una semana en la cama de los fustazos que me dieron en la espalda. Pues tenía la espalda marcada como Jesucristo, en carne viva. Al primero le echaron en marcha por la carretera, a unos cuarenta por hora. A mí también, a bastante velocidad. Y al tercero en la autopista. Poco a poco se te va inculcando un sentimiento de… odio hacia eso, de odio, yo creo que es odio, hacia todo lo que representa eso. Pero un odio provocado por el odio que ellos te manifiestan a ti en su funcionamiento, ¿eh? El odio que produce el sentirte víctima de una serie de hechos, ¿no? Y de la mano libre y del proceder que ha tenido esta gente en lo que es el ámbito de Euskadi. (Entrevista número 34)
¿Y qué ocurre a medida que avanza la transición democrática? Lo cierto es que el comportamiento de la Policía y de la Guardia Civil a finales de los setenta, mientras se produce la instauración de la nueva democracia española y quedan legítimamente establecidas las instituciones del autogobierno vasco, registra muy pocas variaciones. Los abusos, las vejaciones y los malos tratos continuaron a la orden del día, imponiendo la desconfianza mutua en las relaciones entre agencias estatales de seguridad y población vasca. Que no se implantaran reformas en unas agencias estatales de seguridad muy ideologizadas pero deficientemente profesionalizadas, que entre sus mandos abundaran los funcionarios desleales y políticamente reaccionarios, que el conjunto de sus miembros hubiera sido socializado en una concepción autoritaria del orden público ajena al concepto de seguridad ciudadana que requieren las democracias liberales, que se careciera de medios adecuados para la lucha contra el terrorismo —en especial, de una información adecuadamente recogida y debidamente analizada—, todas estas variables explican innumerables intervenciones policiales sustraídas a un efectivo control ejecutivo y contraproducentes por lo que se refiere a erosionar las bases del notable apoyo popular de que entonces disfrutaba ETA[28].
Al llevar a cabo despliegues que a menudo atemorizaban a la población y eran percibidos por gran parte de ésta como auténticos ultrajes, controles de carretera aleatorios y en los cuales se evidenciaba un escaso respeto hacia los elementos primordiales de la cultura autóctona, así como numerosas detenciones irregulares en el curso de las cuales se aplicaban rutinariamente malos tratos y hasta torturas, la policía se convirtió, durante aquellos años de mudanza desde el régimen franquista hacia una monarquía constitucional, en un factor que contribuyó sobremanera tanto a la radicalización del nacionalismo vasco como a la reproducción de la militancia etarra. Eran unos años, los de la transición democrática propiamente dicha, en los que sin embargo ocurrían en el País Vasco sucesos como el que relata esta mujer guipuzcoana, vascohablante desde niña y residente en un entorno rural, que ingresó en la facción político militar de la mencionada organización terrorista a finales de los setenta:
Bueno, pues a nivel de ambiente en la calle, que no podías andar tranquilamente con tus amigos. Porque a lo mejor llegaban un jeep o dos de la Guardia Civil y te estaban pidiendo el carné de mala manera, poniéndote contra la pared, cacheándote. Era un ambiente, bueno, pues de represión absoluta. O sea, aquí, de medidas políticas, nada; en aquella época, por lo menos. Todo era represión. Y luego, a los militantes de ETA que iban cayendo les iban haciendo barbaridades, eso trascendía a la calle. En la calle había manifestaciones, que ocurría de todo. Gente que ha perdido un ojo por un pelotazo en Euskadi la encontrarás a patadas. Y de repente, cacheos en las casas. Yo me acuerdo que aquí, no sé qué año sería, pero de repente llegaron a la mañana, a las siete de la mañana, pues tres o cuatro autobuses de la Guardia Civil y a lo mejor cuarenta jeeps. En aquella época además era muy típico. Por ejemplo, iban dando saltos, ¿no? Hoy venían aquí y te tomaban el pueblo, desde que empieza hasta que acaba, tomaban el pueblo militarmente. Entraban en las casas, te registraban todo. Y bueno, si encontraban cualquier tontería, ¿no?, bien una ikurriña pequeña, o una insignia, o una revista que ellos consideraban subversiva, sin ir más lejos el diario Egin, fíjate, bueno, pues ya te tomaban el nombre del carné de identidad, todos los datos. Aterrorizaban a la gente de esa manera. Y a casa entraban sin ninguna autorización del juez ni nada, ¿eh? (Entrevista número 42)
Ésta y otras experiencias análogas, a las cuales se ha hecho referencia a lo largo de las páginas precedentes, ocurridas durante el franquismo y los años de la transición democrática, son percibidas por gran parte de quienes las han sufrido como una severa violación de las normas de justicia compartidas por los miembros de una comunidad. El trato de manifiesta animadversión deparado por quienes detentaban el poder en general y los abusos cometidos por las agencias estatales de seguridad en particular ocasionan, como se ha podido comprobar, indignación moral y revulsión entre los afectados, ya sea porque los consideran inmerecidos, excesivos o ambas cosas a la vez. Es entonces cuando, estrechamente asociada a los sentimientos de odio, aparece la venganza como un importante estímulo para tomar parte en actividades mediante las cuales se pretende, de alguna manera, reafirmar la dignidad individual y colectiva de cuantos han padecido los abusos de la autoridad[29]. Una venganza que puede ser explícitamente enunciada entre las motivaciones que han introducido a algunos jóvenes en la militancia dentro de ETA. En estos crudos términos lo plantea un varón vizcaíno, procedente de una familia de clase trabajadora, castellanohablante y residente en un entorno rural, con antecedentes políticos republicanos y de izquierdas —por lo que sus componentes fueron duramente represaliados durante la guerra civil española y después—, que se incorporó a la facción político militar de esa organización terrorista con veintiún años de edad, hacia finales del franquismo:
Tienes aproximadamente pues un 30 o un 40 por ciento pues de ideología. Tienes otro 20 por ciento que es pues que eres joven y, bueno, tampoco piensas que puedes tener malas historias, la aventura en sí. Y luego hay un porcentaje, por lo menos en mi caso y tampoco me cuesta mucho decirlo, de venganza. Sí, vamos, creo que había un componente de venganza importante. O sea, quiero decirte que venir de una familia represaliada políticamente y que tú en ese momento tuvieses la oportunidad, y además consideraba y considero la obligación, de vengarte en un sentido amplio de la palabra. Particularmente era el, bueno, el expresar a través de mis actos o de mi persona pues toda la mala leche acumulada por mi abuela, por mi madre o por mi abuelo o por quien sea. Entonces, joder, pues en ese momento ves que, si puedo dar la patada, la doy. Pero es que no doy la patada porque nadie me obliga o porque… no, no, es que doy la patada conscientemente, joder, sabiendo que voy a hacer daño y con una satisfacción que no veas. (Entrevista número 27)
Una venganza que consiste, así, en responder encolerizadamente a los agravios acumulados, en responder a la violencia sobrevenida con otra violencia de signo reactivo. Incluso encontrando satisfacción personal en ello, lo que constituye un incentivo adicional nada desdeñable para implicarse individualmente en su práctica. Una venganza que puede ejecutarse mejor a través de la militancia en una organización terrorista, la cual proporciona los recursos imprescindibles para llevarla a cabo. De hecho, así lo indican estos dos varones guipuzcoanos, que aluden a acontecimientos vividos ya durante el periodo de la transición democrática. El primero ingresó en la facción político militar hacia el final de los años setenta, mientras que el segundo lo hizo en la facción militar de la misma, al iniciarse la década de los ochenta. Además, el elocuente testimonio de este último resulta particularmente interesante, pues parece subrayar con sus palabras que, bajo determinadas circunstancias, pasiones de índole destructiva como el odio y los deseos de venganza pueden llegar a adquirir preferencia sobre cualesquiera objetivos políticos a la hora de inducir la militancia en ETA de jóvenes nacionalistas espoleados por un profundo resentimiento hacia las fuerzas de seguridad y los cuerpos policiales:
Cuando constantemente estás saliendo a la calle para manifestar un rechazo a determinadas medidas y eso es reprimido constantemente y sistemáticamente, pues yo creo que se va generando un odio y entonces se dice: pues aquí no hay nada que hacer. Entonces, pues como eso es normal, hay que cargárselos. (Entrevista número 3)
Tú estabas acostumbrado a ir a la calle a pedir unas reivindicaciones. Estamos hablando de una época en la cual pues una manifestación proamnistía o una manifestación proderechos de lo que fuera en Euskadi, pues podía ser totalmente multitudinaria. Y la respuesta pues podía ser que te machacaran a palos. A la tercera o cuarta vez que te sacuden pues ya dices: joder, yo también quiero sacudir. A eso de poner siempre aquí la cara, para nada. Porque además es que veías que se había convertido en una dinámica totalmente asumible por el gobierno. O sea, eso de sacar a la policía a darte cuatro leñazos. Y que, bueno, que eso de alguna manera teníamos que hacer algo. Cuando me he cansado yo de recibir, también quiero dar, ¿no? […] Entonces sigues también dentro de una dinámica en la cual, pues bueno, piensas que lo que quieres no es que te den una serie de cosas, sino que quieres que el ejército español se vaya de aquí, que la Guardia Civil se vaya de aquí. Y sueñas con… sueñas con el ejército vasco como la venida de Dios a la tierra. O sea, de alguna manera, una victoria militar sobre el ejército español. (Entrevista número 31)
Es más, una persona que experimente una profunda aflicción, a consecuencia de interacciones agresivas tan ofensivas como las descritas en los párrafos precedentes, puede mostrarse dispuesta a alterar los términos en base a los cuales discurren sus interacciones sociales cotidianas y mostrarse dispuesto a diferir, al menos temporalmente, gratificaciones derivadas de otras posibles vivencias familiares, recreativas, educativas o laborales, por ejemplo, a fin de revolverse primero contra lo que considera el origen de su tormento[30]. Como efectivamente parece apuntar con su razonamiento este antiguo militante guipuzcoano de ETA(pm), al que ya se ha hecho referencia poco antes. Su testimonio es la conclusión de un pormenorizado relato en el que recuerda, entre otros encuentros desagradables que tuvo con la Guardia Civil, uno ocurrido en los primeros años del posfranquismo. Se encontraba de paso, con otros tres amigos, en la localidad de Lasarte, próxima a San Sebastián, donde según parece se había celebrado una manifestación de la cual no estaban enterados. A la salida de una cafetería, varios guardias civiles les apuntaron con sus metralletas, instándoles a dirigirse a las afueras del pueblo. Allí fueron golpeados y encañonados con pistolas en sus cabezas. Luego obligados a abandonar deprisa ese lugar. ¿Qué recuerda haber sentido después este futuro miembro de la organización terrorista, a cuyo entramado clandestino se incorporó apenas dos años después de ese suceso?
Odio total, odio total. Ahí no había ninguna justificación. Hombre, si te coge la Guardia Civil, te hace todas esas cosas, pues tú lo que estás esperando es, si tuvieses oportunidad, de darles, devolverles la pelota. Devolverles la pelota, además, en plan bestia, claro. Hombre, a mí nunca me ha parecido que golpear a una persona… yo prefería inmensamente darle un tiro antes que divertirme, recrearme en el sufrimiento, ¿no? (Entrevista número 3)
Odio total, odio total, por tanto. Esa misma intensa pasión que suscita deseos de destrucción, sentimientos de venganza. Sentimientos de venganza que, por cierto, pueden renovarse con cierta facilidad mientras dura el compromiso militante individualmente adquirido con la organización terrorista, en especial si se ha sido detenido y sometido a malos tratos, torturas incluso, o por otra parte cuando simplemente se tiene la experiencia más o menos prolongada de permanecer internado en un centro penitenciario. Un varón de procedencia vizcaína, nacido en una familia urbana de clase trabajadora, castellanohablante y con antecedentes nacionalistas, que se integró en ETA(m) a finales de los ochenta, rememora en este sentido los comentarios de ciertos antiguos correligionarios que cumplen condena y con los cuales ha coincidido en alguna de las prisiones en que él mismo ha estado también recluido:
Hay presos que… yo lo he oído, ¿no?, que decían: cuando alcancemos la independencia, quiero ser carcelero y quiero… como son aquí. Y quiero ser policía, para torturar a los que me torturaron a mí, ¿no? Lo dicen, lo dicen así de claro. Son los duros, digamos, dentro del colectivo de presos. (Entrevista número 39)
Haber sido objeto de malos tratos y torturas constituye, de hecho, una experiencia bastante común entre los militantes de ETA que fueron detenidos en algún momento de su trayectoria clandestina como pistoleros. Al conocerse esos hechos a través de los afectados y sus compañeros de centro penitenciario, y transmitirse a los medios de comunicación afines al nacionalismo radical por medio de los abogados y las asociaciones que, dentro de ese sector ideológico, se dedican a la atención y el control de los miembros de la banda armada recluidos en prisión, tales episodios han contribuido a difundir la imagen de una persistente violencia estatal frente a la cual estaría justificada una violencia de carácter defensivo como la que sistemáticamente ejecuta aquella organización terrorista.
Hace tiempo, eso sí, que la denuncia de la tortura se ha convertido en una consigna retórica de la izquierda abertzale. Cuando, en noviembre de 2008, se detuvo al máximo responsable de las actividades terroristas de ETA, Garikoitz Aspiazu, de sobrenombre Txeroki, su ordenador personal contenía un documento con instrucciones a los pistoleros que pasaran por su misma experiencia, en el cual podía leerse lo siguiente: «siempre hay que denunciar torturas, y nunca ratificarse ante el juez». En enero de ese mismo año fue prendido otro conocido etarra, Mattin Sarasola, a quien la Guardia Civil le intervino un texto impreso con instrucciones de los dirigentes de la organización terrorista para hacer frente a la detención, en el que se resume de este modo la manera de actuar en esas situaciones y lo que se debe hacer ante la autoridad judicial: «todo lo declarado en dependencias policiales es mentira. Son declaraciones hechas bajo tortura». Empero los testimonios recogidos en las entrevistas con antiguos militantes de ETA sugieren que su práctica, sin duda habitual durante los años del franquismo y la transición democrática, ha persistido mucho más allá en el tiempo, vulnerando ocasionalmente los fundamentos del Estado de derecho y cualesquiera principios democráticos. A punto de concluir 2010, concretamente el 30 de diciembre de este año, la Audiencia de Guipúzcoa hizo pública una sentencia en la que se condenaba a cuatro guardias civiles por haber maltratado a dos etarras entre el momento de su detención y el traslado al cuartel de Intxaurrondo, en San Sebastián. El lector juzgará en este sentido los siguientes testimonios, que corresponden a tres antiguos etarras detenidos en momentos bien distintos —al menos por lo que se refiere a la situación política general— de los últimos decenios, aun cuando resulte lacerante la aparente continuidad que revelan respecto a la conducta de un colectivo de funcionarios destinados en las agencias estatales de seguridad interior, lo cual habría sido una verdadera desgracia para el interés general de los ciudadanos de la democracia española y las necesidades de una eficaz lucha contra el terrorismo. El primero de los militantes de ETA cuyos testimonios se transcriben a continuación fue detenido a inicios de los setenta; el segundo, a inicios de los ochenta; y el tercero, a inicios de los noventa:
Yo estuve detenido seis días. Fui muy golpeado. El grupo aquel de gente en aquel momento no dormimos prácticamente nada. No nos dejaron dormir. Estuvimos seis días sin dormir. Y eso de alguna forma te desafía, ¿no? Y luego, aparte de eso, estás viviendo amenazas constantes, pistolas en la cabeza, en el estómago y en todas partes. La sensación más importante que yo… o sea, estás totalmente aislado del mundo. O sea, es como si estarías en un agujero negro, negro, oscuro y grande, y metido profundamente, y estás que te puede manipular una serie de gente, ¿no? Ésa es la sensación que yo me acuerdo mucho. O sea, de los golpes y tal, bueno, eso se pasa. De las amenazas, se pasa. Del sueño, bueno, te recuperas. No comíamos nada tampoco. Ya te digo, esos seis días no sé cómo… Entonces, quiero decir que la gran sensación que me queda a mí es eso, o sea, que el estar detenido en esos momentos supone el estar metido en un agujero negro terrible, y la sensación de soledad, de que estás totalmente en manos de ellos. Y hacen lo que quieren contigo. (Entrevista número 20)
A mí me detuvieron en casa, en la cama. Me llevaron al monte. Estuve toda la noche colgado hasta el día siguiente. Colgado con una capucha. En una viga. Y estuve allí toda la noche, pues como un saco de boxeo, recibiendo puñetazos y demás. Te ahogabas. Luego pues fuimos a la comisaría. Recibimos de todo. Yo estuve meando sangre bastante tiempo después de entrar en prisión. Estuve seis meses con un collarín de acero en la espalda. Porque con una funda de volante, a mí y a mi compañero nos ataron a un árbol, ya desnudos, completamente arrodillados. Y con un bate de béisbol nos batearon la espalda. Electrodos, bañeras… Nos llegaron a meter a unos del comando en las casetas de perros de la Guardia Civil, que tenían unas casetas de perros que se llamaban, en el cuartel, Txiki y Otaegi. Las mujeres de los guardias civiles nos pegaron pero buenas palizas. A mí me ha pegado bofetadas hasta un niño de doce, trece años, no tendría más. Nos hacían cantar el Cara al Sol. Teníamos una parafernalia para presentarnos delante de cualquier guardia civil, si no nos inflaban, que era: se presenta el gudari asesino, fulanito tal, tal, tal, alias tal, arriba Franco, viva España y las Vascongadas, que han sido y serán siempre España, arriba la Guardia Civil. Estuvimos nosotros detenidos dieciséis días, con la ley antiterrorista aplicada, porque el décimo día salió el tema de la goma dos y nos ampliaron. Pues los dieciséis días así. Consecuencia de ello, pues la cárcel nos pareció un cielo cuando entramos, un cielo. Hay que sufrir mucho para que la cárcel te parezca un cielo, ¿eh? (Entrevista número 34)
En la misma casa me empezaron a insultar. Pues hijo de puta, etarra, que te vamos a matar, que te vas a enterar, ahora vas a ver, no sé qué, tal. Y me llevaron esposado. Empezó ahí el calvario. Me llevaron a Bilbao. Me desnudaron, me pusieron contra la pared y me dieron una paliza. Después me llevaron a Madrid. Iba contento, iba contento porque tenía la intención de no decirles nada. Llevaban igual dos o tres años sin torturar a nadie. Caía un comando, pues caía. Pero no pasaba nada, no les torturaban ni nada, ¿no? Entonces yo contaba con eso. Bueno, por mucho que hayan dicho de mí, yo no voy a decir nada, porque no me van a tocar, ¿no? Pero ¡qué va! Justo con el comando Vizcaya pues se abrió la veda otra vez. Estuve cinco días allá. Además, me pusieron electrodos, me hicieron la ducha, me dieron un montón de palizas. Bueno, empezaron los interrogatorios. Me pusieron la bolsa. Perdía el conocimiento. Se asustaban. Me volvían a recuperar. Yo creo que cinco tíos, todos los cinco días con un antifaz. Yo no comí nada durante esos cinco días. Tenía miedo a que me envenenarían. Bueno, increíble, increíble, increíble. Y hasta en la misma Audiencia Nacional, el día que me llevaron a declarar al juez, en los mismos calabozos, allí también me pegaron. Me dieron otra paliza, me pusieron la pistola en la cabeza, me dijeron que me iban a matar allí mismo. Esposado, en un rincón, en una posición fetal, ahí, en una esquina, me pusieron la pipa en la cabeza. (Entrevista número 39)
Cabe preguntarse cómo se conducen luego, en su militancia dentro de una organización terrorista, en la práctica directa de la violencia, los que han vivido experiencias de acoso policial, represión generalizada, malos tratos y torturas como las descritas a lo largo de este epígrafe. Es decir, qué ocurre con los violentados cuando se transforman en violentantes. Cuando se hacen terroristas. Más concretamente cómo se conducen y qué piensan, por ejemplo, los que hacen estallar coches bomba en lugares céntricos de las grandes ciudades ocasionando matanzas indiscriminadas, un tipo de atentado utilizado por los patriotas de la muerte con asiduidad desde mediada la década de los ochenta. Cabrían no pocos testimonios al respecto, pero el que se reproduce líneas más abajo es suficientemente aleccionador. Lo proporciona un antiguo miembro de ETA(m), varón de origen vizcaíno, que se incorporó a la banda armada con ventisiete años de edad, a inicios de los ochenta, acumulando después abundante experiencia en la comisión de atentados extraordinariamente cruentos en distintas ciudades espanolas, siempre fuera del País Vasco. Además de subrayar el menor riesgo que corren los propios terroristas con acciones ejecutadas mediante control remoto, comparadas con los asesinatos a mano armada y a corta distancia, explica cómo justificaban estas atrocidades él mismo y quienes le acompañaban en la preparación y perpetración de los atentados. De este modo se expresa:
Cuando pones una bomba simplemente pones una bomba, esperas a que pase, le das al botoncito y… eso. Y no hay ningún tipo de riesgo en este tipo de acciones. Donde hay un tipo de riesgo es en la otra, que te pueden salir disparando desde cualquier lado, ¿no? En este caso vas con una cosa pequeñita, le das al botón y sabes que no hay ningún enfrentamiento. El poner una bomba, el meter cincuenta o cien kilos en un coche y hacerlo explosionar, pues era la cosa más sencilla del mundo. Cualquier tonto lo podía hacer. Aparte, a nosotros en primer lugar no nos daban ni pie a pensar que si habíamos hecho bien o habíamos hecho mal. Simplemente hacíamos una acción y ya estábamos pensando en la siguiente acción […] La única obsesión que teníamos era crear el máximo miedo y daño posible a los madrileños […] Solíamos ir por las calles y oíamos, o en los bares, solíamos oír hablar a la gente, que decía, joder, es que yo acepto cualquier postura política, pero es que la violencia es una cosa que yo no puedo aceptar. Y nosotros nos reíamos. Y decíamos, joder ¿la violencia? la violencia es la que hacéis vosotros. A pesar de que matáramos a un montón de gente, la cosa era justa y la culpa la tenéis vosotros. Y la violencia la generáis vosotros, luego cualquier cosa que hagamos nosotros era buena. (Entrevista número 40)
El odio al que he venido haciendo referencia a lo largo de estas últimas páginas, resultante de la represión policial que recayó sobre muy amplios segmentos de la sociedad vasca durante los años del franquismo y la transición democrática, así como de los malos tratos y torturas que las agencias estatales de seguridad aplicaron asiduamente a los detenidos por su presunta vinculación con ETA desde el final de los años sesenta hasta quizá entrados los noventa, ha terminado por traducirse en un odio genérico a lo español. Aunque ésta es una cuestión que será también abordada en el próximo capítulo, parece oportuno introducir aquí dos expresiones nítidas del modo en que la aversión derivada de castigos físicos considerados improcedentes o desproporcionados por los adolescentes y jóvenes nacionalistas vascos que los padecen se torna, en un primer momento, en aborrecimiento de los cuerpos y fuerzas policiales que los infligen, para finalmente manifestarse en un acendrado odio hacia lo español. Ambas las proporcionan sendos varones guipuzcoanos, antiguos militantes de ETA y de su facción militar, respectivamente, a los cuales se ha hecho ya referencia en este mismo epígrafe:
Yo, cuando fui a la mili, por ejemplo, entonces pues era horrible ver aquello. Una bandera que dices: bueno, y a mí qué me cuentan, ¿no? Yo iba con bastante odio. Y yo, cuando había que jurar la bandera, yo ni juré la bandera ni la besé ni nada. (Entrevista número 28)
Era odio hacia el uniforme, hacia lo que representaba ese uniforme, además. Y luego era odio personal también. Porque ha habido personas que he conocido personalmente, ¿no? Entonces era odio personal también. Y luego era odio, pues eso, hacia el uniforme. Y luego he visto que no son todos iguales. Luego he podido comprobar que son personas, que debajo de ese uniforme hay una persona y dices: ¡hostias! Y éste… este tío es majo y aquél qué hijo de puta es, que cabrón y qué malo es. Y luego he diferenciado, conociéndole a la persona. O sea, con el trato con él en una conducción o en lo que sea. Un guardia civil, estoy hablando en este caso. Y, en cambio, por odio entonces al uniforme, a lo que representa ese uniforme, a lo que representa esa persona, representa a un Estado que me está machacando a mí, entonces por ese odio fui capaz de actuar. Y conociéndole personalmente, igual no. (Entrevista número 33)
Cosa bien distinta es que, para llegar a interiorizar semejante odio hacia lo español, sea imprescindible haber experimentado, directamente o en la persona de algún allegado, una represión policial indebida o malos tratos incalificables. De hecho, aunque puedan detectarse prácticas de tortura todavía en la primera mitad de los noventa, el comportamiento de la Policía Nacional y de la Guardia Civil para con los ciudadanos del País Vasco se modificó significativamente desde el final de los años ochenta, al igual que su eficacia contraterrorista, acomodada de manera paulatina a los imperativos que la legalidad impone en el marco de un Estado de derecho y bajo un régimen democrático. Este cambio se relaciona con su progresivo repliegue y el paulatino despliegue de la Ertzaintza o policía autónoma vasca, con competencias que teóricamente abarcan desde la seguridad ciudadana hasta la lucha contra el terrorismo.
Cierto que el remanente acumulado de odio hacia lo español es suficiente como para mantenerse durante mucho tiempo en sectores concretos de la población vasca. Pero no es menos cierto que, desde hace ya tres décadas, ese odio viene siendo inculcado deliberadamente a niños y adolescentes vascos que, curiosamente, nacieron tras el retorno de la democracia en España y el establecimiento de las instituciones autonómicas en Euskadi. Niños adoctrinados por sus propios padres y los docentes de algunas ikastolas, unos y otros incondicionalmente adheridos al nacionalismo vasco radical.
Muchos de esos adolescentes, por su parte, están estrictamente tutelados por la organización juvenil creada en los años ochenta dentro del entorno etarra y conocida como Jarrai, que en abril de 2000 y tras haberse fusionado con su equivalente en la zona vascofrancesa, pasó a denominarse Haika. En ese contexto, decididamente sectario, se estipulan los periódicos que pueden leerse, los programas radiofónicos que deben seguirse, la estética del desaliño crispado que se adopta como atuendo y la música que merece la pena escucharse; por lo común, el llamado rock radical vasco, cuyas letras rezuman agudos sentimientos de frustración y tienen en la crítica más acerba a la policía uno de sus temas predilectos. Como ejemplo de lo que esos jóvenes han venido escuchando desde mediados de los años ochenta valga reproducir el estribillo de una canción titulada “Okupados” del grupo Piperrak, bien conocido en esos ambientes durante la década de los noventa. Es de su álbum Los muertos de siempre y reza como sigue:
Ocupados, ocupados,
oprimidos, oprimidos,
torturados, torturados,
por el gobierno español
por el gobierno español.
Por el gobierno de esa puta nación
por el gobierno español.
Insertos así en una subcultura donde se justifica el uso de la violencia y hasta se practica impunemente, es dentro de este ámbito cada vez más cerrado en sí mismo donde muchos quinceañeros son fanáticamente persuadidos de que su patria imaginada está cerca de lograr algo que llaman soberanía, mientras se les inocula un intenso odio hacia todo lo español. Expectativas de éxito inducidas a través de la propaganda y emotividad igualmente manufacturada. Una combinación de frustración potencial y rencor perecedero con la que se ha creado un limitado pero sin duda inquietante elenco de adolescentes y jóvenes, varios centenares de ellos dispuestos a llevar a cabo los escasamente costosos atentados terroristas de fin de semana que denominan kale borroka y, eventualmente, predispuestos a convertirse en pistoleros de ETA.
Sorprendentemente quizás para muchos, la decisión individual de convertirse en militante de una organización terrorista puede estar influenciada no sólo por pasiones de signo negativo sino también por emociones que tienen una cualidad bien distinta, una cualidad positiva. En concreto, determinados ligámenes con familiares o amigos, ya inmersos en el entramado clandestino o próximos al mismo, pueden tener la capacidad suficiente como para definir las opciones personales a ese respecto. Por lo común, añadiendo consideraciones de índole afectiva a otro tipo de motivaciones basadas en criterios de racionalidad como los analizados en el capítulo precedente o incluso incidiendo al margen de los objetivos políticos declarados y hasta de los métodos violentos propios de una banda armada como ETA.
Tal cual reflejan estos testimonios, ofrecidos por antiguos miembros de su facción militar pero a buen seguro representativos de una mayoría de los casos, el reclutamiento pasa casi siempre por la relación con alguien que ha tomado previamente la decisión o que se encuentra muy cercano a la organización terrorista. El primero, de un alavés que ingresó en la misma durante el posfranquismo; y el segundo, de un vizcaíno, que ya ha sido mencionado en un par de ocasiones a lo largo de este capítulo, el cual fue reclutado a finales de los ochenta y, como puede apreciarse, tras haber cumplido una condena en prisión por incendiar un concesionario de automóviles de marca francesa cuando pertenecía a Jarrai:
De alguna manera sí, fue decisión mía. Decisión mía, pero siempre ahondada pues porque… Pues tenía familiares y los amigos además, que veías… que andaban ahí cercanos. Siempre procurabas aproximarte más a la gente que hablaba de esos temas y demás. Y pues me tocó. Tenía precisamente un hermano de mi madre, que es el padrino mío, que yo creo que era el único además de la familia que hablaba de estos temas, ¿no? Y siempre procuraba estar más cerca de él. Y luego, pues más que nada, la gente que conocía, amistades. Vas viviendo un poco… pues gente que ves que ha caído, caer me refiero a detenerles, o que habían muerto y demás. Y no sé, lo sientes de una manera muy especial ¿no? Te toca la fibra esa. Dices, joder, pues si esta gente, conociéndola como la conoces, o la imagen que tienes de ellos, gente superamable, humana y demás, ha sido capaz de dar esto por… pues por esta causa, joder, yo no voy a ser menos. O sea, yo creo que tengo que aportar algo, ¿no?, también. Por eso más que nada. (Entrevista número 30)
Cuando menos me lo esperé, me paró un día un amigo de toda la vida: ¡coño! ¿Qué tal? Y dice: oye, que hace falta que estés aquí. Oye, que acabo de salir de la cárcel, que soy un tío quemado, ¿no?, soy un problema para la militancia, estaré controlado y tal. No, no, pues por eso mismo, porque eres un tío quemado, la policía no se va a pensar que estás metido hasta este nivel en toda la movida, ¿no?, en el nivel de militancia y tal. Bueno, pues tienes razón y tal, no sé qué. Y nada más salir de la cárcel, ahí empecé a militar en ETA, con diecinueve años. Al mes siguiente de salir de la cárcel. No me dieron tiempo a nada. Me liaron la manta pero totalmente. (Entrevista número 39)
De aquí la importancia que adquieren las redes sociales basadas sobre todo en vínculos interpersonales de amistad, canalizando el proceso de reclutamiento también por lo que se refiere a las organizaciones terroristas[31]. En el caso de ETA, esas redes sociales adquieren singular relevancia cuando se combina el denso mundo asociativo existente en la sociedad vasca con las cuadrillas, esos grupos de pares tan característicos del país, como ya se ha desarrollado en el capítulo segundo. De aquí que, si alguna de dichas cuadrillas se encuentra no sólo alineada con el nacionalismo vasco sino, además, mayoritariamente posicionada en favor de la banda armada, resulte especialmente conducente al reclutamiento individual o colectivo en el seno de la misma. Ilustrativas son, en ese sentido, las palabras de este varón de origen vizcaíno, crecido en una familia de clase media dentro de la cual se hablaba euskera y donde existían antecedentes nacionalistas, que se convirtió en militante de ETA al iniciarse la década de los setenta:
Yo creo que lo nuestro era un poco intuitivo… y más empujados por lo que… no sé, por lo que nos marcaba el entorno. Entonces la estructura de ETA o la estructura de los comandos y la estructura de la gente que colaboraba directamente en la organización armada yo creo que más que nada solía ser por influencia de cuadrillas. Y como yo estaba aquí en una cuadrilla de veinte o veinticinco personas, pudiese haber uno que, vamos, que porque ha tenido un contacto pues con alguna otra persona tiene acceso a información, tiene acceso a la estructura y tiene acceso a poder organizar. Y si esa persona la tienes cerca, si es de tu cuadrilla, si es algún amigo tuyo, yo creo que eso surgía por naturaleza propia. Porque evidentemente en tiempos de clandestinidad no acudes hacia una persona que, bueno, que… es decir, que tienes referencias de que es maja pero que nada más, ¿no? Entonces acudes al amigo, acudes a la persona más inmediata, a la que más cerca tienes, a la que sabes que, si bien no te va a acompañar en el proyecto, por lo menos tampoco lo va a ir piando por ahí. Yo creo que ésas eran las claves que más se valoraban. (Entrevista número 26)
Así pues, en muchos casos, el reclutamiento como colaborador o militante de la organización terrorista solía ocurrir por influencia de cuadrillas, de la orientación política y las relaciones afectivas de amistad que predominaban en el interior de las mismas. Eso explica que, desde que se produjo la escisión entre ETA(pm) y ETA(m) —entre peemes y milis—, hasta que la primera de esas facciones se autodisolvió a inicios de los ochenta, buena parte de los que optaban por integrarse en una u otra lo hacían más en función de la adscripción de los intermediarios de confianza que actuaban como contactos de las respectivas facciones, que de acuerdo con sus diferentes formas de estructurarse o las estrategias de movilización adoptadas. Así lo reconoce, entre otros, este guipuzcoano, citado ya algunas páginas más atrás en este mismo capítulo, que se incorporó a ETA(m) durante los años de la transición democrática:
Bueno, la verdad es que fue un poco casualidad, de alguna manera. La cuestión era, bueno, cómo coger las armas. Y entre peemes y milis, pues yo creo que más fue la casualidad. En aquella época, si antes me hubiera dicho un peeme igual hubiera sido un peeme. Al principio la cuestión era coger las armas. Un conocido me vino y me dijo a ver si quería militar en ETA y le dije que sí. (Entrevista número 36)
Por otra parte, algunos investigadores han sostenido durante mucho tiempo que quienes se implican en procesos de violencia colectiva son generalmente personas socialmente aisladas y desarraigadas con respecto a su entorno comunitario[32]. Bien al contrario, sin embargo, los militantes de ETA estaban por lo común muy bien integrados en sus respectivas localidades o barrios de origen antes de ingresar en dicha organización terrorista. Buena muestra de ello son las numerosas asociaciones de que formaban parte durante sus años de adolescencia, así como el hecho de pertenecer a las correspondientes cuadrillas. De cualquier manera, estos dos sucintos testimonios corroboran aún más esta evidencia, en detrimento de otras visiones que puedan tenerse sobre los que en algún momento de su vida se han incorporado a la banda armada. El primero es de una mujer alavesa que a inicios de los ochenta se integró en ETA(m). El segundo es de un varón guipuzcoano, el cual optó por convertirse en militante de esa misma facción de la banda armada hacia finales de los setenta:
Y en el pueblo sí tuve contacto con… pues con grupos de montaña y aparte del scout. Luego, cuando fui ya un poco mayor, trabajamos con niños, hicimos una banda de, bueno, una especie de charanga con chavalitos. Participamos en una comisión que organiza fiestas y esto. Un poquitín eso, ¿no? Sí, pues yo era una chica de mi pueblo, nada más. (Entrevista número 7)
Sí, en el club de montaña ya solíamos andar. Éramos socios del club del pueblo. Y siempre, todos los domingos, íbamos al monte. Y después, así… trabajos sociales. Igual los sábados a la tarde, entre la cuadrilla, cogíamos a los subnormales y toda esa gente que suele estar… Íbamos a casa con los coches, los cogíamos, los llevábamos a Loiola y solíamos andar allí con ellos. Más que nada, para sacarles de la familia, porque de ellos tienes que estar pendiente todo el día, para sacarles de ese ambiente familiar y para que se abrieran ellos, más que nada. (Entrevista número 35)
En base al fundado supuesto de que los varones son especialmente propensos a protagonizar conductas violentas y a la evidencia de que las mujeres constituyen una minoría en el seno de las organizaciones terroristas conocidas en el mundo contemporáneo, se ha formulado una interesante hipótesis[33]. De acuerdo con ella, las mujeres tienden a comprometerse como miembros de una banda armada de manera más bien descreída, movidas ante todo por el deseo de ser aceptadas y queridas por algún varón ya militante, que es quien las incita al ingreso y procede a la captación efectiva. A este respecto, en el capítulo primero de este libro se analiza e ilustra, precisamente, lo habitual que resulta, para las mujeres que llegaron a convertirse en miembros de ETA, el haberlo hecho atraídas por algún varón previamente inserto en el entramado clandestino y con el cual venían manteniendo una estrecha relación sentimental. No es oportuno reiterar aquí tales contenidos, si bien cabe recordar que dicha evidencia constituye una constatación adicional del modo en que los vínculos afectivos pueden determinar —y de hecho han determinado— la decisión de incorporarse a aquella organización terrorista. Se añaden así a otras emociones positivas que sustentan las redes sociales a través de las cuales tiende a canalizarse el reclutamiento. Y, por supuesto, a los sentimientos de frustración y de odio, que constituyen las pasiones negativas más frecuentemente albergadas por quienes han militado entre los patriotas de la muerte.