¿INDEPENDENCIA O INTERESES PRIVADOS?
Quienes han militado en ETA lo hicieron principalmente por el hecho de ser nacionalistas vascos. Pero no sólo por eso, aunque en su inmensa mayoría se inspiraran en las ideas de un nacionalismo étnico y excluyente, que enfatiza pretendidos derechos colectivos en menoscabo de los derechos humanos individuales, proclive en fin a las actitudes intolerantes y los comportamientos agresivos. Como revela este capítulo, antes de incorporarse a los patriotas de la muerte, los futuros militantes habían llegado también al convencimiento de que la violencia era un método eficaz y hasta imprescindible para conseguir objetivos políticos, en concreto el de la independencia. Es decir, aplicaron criterios de racionalidad, sopesando la adecuación entre medios y fines, a dichos objetivos políticos.
Aun así, para aceptar finalmente el reclutamiento, muchos de ellos además debieron de estar persuadidos de que la cantidad de recursos y el apoyo popular de que entonces disponía la organización terrorista garantizaban que su estrategia tendría el esperado éxito. Pese a esto, es probable que un buen número de los ya predispuestos a integrarse se hubiera inhibido de no haber existido el conocido santuario francés, donde fue posible encontrar un refugio accesible y seguro durante demasiado tiempo, lo que atenuaba los riesgos y costes percibidos en la militancia. Finalmente, incentivos selectivos como la adquisición del prestigio social conferido a los miembros de ETA por algunos sectores de la población vasca y una calculada estimación individual del modo en que la pertenencia a la organización podía satisfacer ciertos intereses privados han determinado también, muy significativamente, la opción individual por el terrorismo.
Así pues, la adhesión a los objetivos políticos ambicionados por una organización terrorista es sin duda relevante para inducir al ingreso en ella, como ocurre con otras formas de acción colectiva que pretenden afectar a la estructura y distribución del poder en una determinada sociedad[18]. Ahora bien, rara vez constituye un estímulo suficiente; y lo habitual es que se combine con consideraciones instrumentales y pragmáticas adicionales. Por tanto, además de haber asumido algunos postulados esenciales del nacionalismo vasco, ¿cómo terminaron por aceptar la utilidad de la violencia para alcanzar propósitos generalmente independentistas quienes luego se convertirán en miembros de ETA? ¿De qué manera atribuían expectativas de éxito a su estrategia? ¿Qué circunstancias han incidido sobre la percepción de los riesgos y costes que aparentemente conlleva la decisión de pasar a la clandestinidad? ¿Cuáles son los intereses privados que también han podido constituir motivaciones individuales para la militancia? ¿En qué medida se han modificado a lo largo del tiempo las bases de esta serie de razonamientos utilitarios eventualmente conducentes al reclutamiento en aquella organización terrorista?
Los ex militantes de ETA se refieren habitualmente, de forma implícita o explícita, a la utilidad de la violencia como procedimiento para hacer realidad determinados objetivos políticos del nacionalismo vasco; en particular, la independencia. Sin embargo, en cuanto al sentido atribuido a dicha utilidad, se observan ciertas diferencias según el periodo en que tuvo lugar el reclutamiento. Por una parte, entre aquellos que se incorporaron a la organización terrorista en la fase final del franquismo; y por otra, entre los que ingresaron en ella durante la transición democrática o incluso después. Los primeros aluden de manera recurrente a la eficacia de la violencia, pero considerándola sobre todo como el único método posible de intervención política en el contexto de un régimen autoritario. Algunos de los testimonios recogidos a este respecto resultan especialmente elocuentes. Transcribo a continuación el de un vizcaíno, de origen baserritarra, es decir, nacido y crecido en el ambiente rural de un caserío, que adquirió su condición de militante apenas iniciada la década de los setenta, a la edad de veinticuatro años:
¿Entrar en ETA? Es que yo, en cierta forma no… no me lo planteé. O sea, mi problema era que la única forma de hacer política era atacando al régimen violentamente, porque no había otra forma de hacer política. Y entonces estaba de acuerdo en que había que… actuar mediante la lucha armada contra… el régimen. (Entrevista número 6)
Algo semejante ocurre con el testimonio de un guipuzcoano, criado en el seno de una familia de clase trabajadora, pero con acendrada tradición nacionalista, en cuyo hogar incluso se prohibía el uso del castellano. Tras haber pertenecido durante algún tiempo a Eusko Gaztedi —la entonces clandestina organización juvenil auspiciada desde el exilio por los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco—, optó por incorporarse a ETA, también a principios de los setenta, al igual que otros muchos de sus compañeros. Sin embargo, además de justificar el uso de métodos violentos como una respuesta a la naturaleza coercitiva del franquismo, pone de manifiesto con sus palabras la precariedad de las ideas políticas y la imprecisión de los fines, más allá de una reivindicación enfática de independencia, en que se sustentaba esa decisión. Circunstancia esta, según parece, muy generalizada entre quienes por aquel entonces ingresaron en la organización terrorista:
Lo que se empieza a ver es eso, pues decir ¡claro que hay que recurrir a la violencia! Pues bueno, puesto que el régimen te está reprimiendo, es un régimen violento… Claro, ellos están recurriendo a la violencia continuamente, claro, pues deteniendo, te están torturando. Pues por nada, en definitiva, por nada, ¿no? Entonces, ya eso mismo es lo que te hace pues decidirte por pasar tú ya… pues a mayores, ¿no? Ya es cuando ahí ya te integras en ETA, porque ETA te… facilita, digamos, ese camino en ese momento, ¿no? No hay una ideología, si quieres, en ese momento, una ideología por lo menos así como muy… muy construida. Pues bueno, todavía estamos funcionando pues fundamentalmente por cuestiones nacionalistas, pues por el euskera, por… Vamos, no hay una idea clara del resto de las cosas, ¿no? (Entrevista número 9)
En parecidos términos, enfatizando asimismo la orientación nacionalista de sus propias convicciones políticas, se expresa otro antiguo militante, igualmente un guipuzcoano procedente de la clase trabajadora y de origen urbano, que también ingresó en la organización armada clandestina estando todavía vigente la dictadura. Su testimonio alude, además, al que se considera el primer asesinato premeditado llevado a cabo por miembros de ETA, en la localidad fronteriza de Irún el 2 de agosto de 1968. En concreto, el del policía Melitón Manzanas, entonces jefe de la Brigada Político Social de Guipúzcoa, un funcionario bien conocido en los ámbitos de la oposición antifranquista debido a las torturas que aplicaba personalmente a cuantos detenía u ordenaba detener por actividades contrarias al régimen autoritario. Éstas son las palabras del que se convertirá en militante etarra pocos años después de ese suceso:
A mí, por ejemplo, pues el tema ETA, pues me parecía que era muy válido, era muy válido. Pues yo, a raíz de que se le mata a Manzanas, que yo todavía no estaba metido en ETA, mi simpatía era total y veía que era el único camino que había. En Euskadi no había otro camino nada más que… bueno, pues… pues las armas. Había que defenderse de alguna forma y a esa gente había que echarla de allá como fuese, ¿no? Pero siempre desde un planteamiento pues nacionalista. […] En principio, mi entrada en ETA fue por eso, porque yo pensaba que… en fin, que era necesario dar ese terrible empujón. (Entrevista número 28)
Otros testimonios, recogidos asimismo entre militantes que ingresaron en el grupo armado clandestino durante el franquismo, ponen de manifiesto que sobre su aceptación de la violencia como método eficaz de acción política, sobre su conformidad con ese terrible empujón tenido incluso por necesario, no sólo influyó la represión propia de la dictadura entonces existente. También lo hizo la información que recibieron sobre campañas insurreccionales desarrolladas, con resultados aparentemente satisfactorios, en distintos países árabes o latinoamericanos durante los años cincuenta y sesenta. Más incluso de lo que pudo haber influido el marxismo como doctrina de la violencia, pese a que algunos rudimentos de dicha ideología política eran combinados, sobre todo en los inicios de la organización terrorista, con el nacionalismo predominante dentro de ella. Aunque, como es obvio, aquellas campañas se desarrollaban en realidades socioeconómicas o culturales muy diferentes a la propia y no siempre manifestaban conflictos de carácter nacionalista, fueron percibidas como referencias oportunas, en la medida en que proporcionaban modelos reconocibles y eventualmente emulables de oposición armada a un orden establecido. De este modo lo verbaliza una mujer guipuzcoana, de clase trabajadora y entorno urbano, que decidió incorporarse a ETA a finales del periodo franquista:
Es que ellos utilizaban la violencia. Es que, en una situación de dictadura como… la que era el franquismo… Es que, si ellos… su forma de relacionarse con nosotros era la violencia. Y además, bueno, luego incluso leías y buscabas argumentos defensores de las armas. Bueno, el rollo de Argelia, el rollo de tal, de Bolivia, del Che. (Entrevista número 14)
Estos modelos foráneos de violencia colectiva son una referencia habitual entre quienes se involucraron activamente en el proceso de formación de las organizaciones terroristas contemporáneas —como las que hemos conocido en las sociedades industriales avanzadas de occidente desde los últimos años sesenta— o se adhirieron a alguna de ellas en los estadios iniciales de su evolución. Pero, en el caso de ETA, tampoco son evocaciones inusuales entre los militantes incorporados a una u otra de las dos facciones en que para entonces estaba ya escindida dicha organización terrorista, es decir, la denominada político militar o ETA(pm) y la llamada militar o ETA(m), a lo largo de la segunda mitad de la década de los setenta. Así lo rememora este donostiarra, obrero industrial especializado y apenas veinteañero cuando fue reclutado por ETA(m) en el inmediato posfranquismo, cuya narración contiene algunos argumentos que, pese a la matización que introduce tras hablar de hacer un poco de limpieza, pueden en conjunto asociarse con los de un nacionalismo vasco excluyente:
En aquella época teníamos muy en mente la revolución argelina. Sí, la teníamos muy en cuenta. Habían echado al invasor francés y… nos mirábamos mucho en aquello. No como sociedad en el aspecto de que, bueno, pues eran musulmanes o eso, pero sí en cuanto a expulsar al enemigo y quedarte aquí. Bueno, en concreto, en lo que a mí se refiere pues era, joder, pues hacer un poco de limpieza aquí. No étnica, pero sí un poco de limpieza, de decir: bueno, nosotros tenemos un país que no es nuestro y que lo domina otra gente. Pues a hacer el país un poco a nuestra imagen y semejanza, ¿no? Y que nuestras cosas prevalezcan, independientemente de que la gente que sea de fuera pues se adapte al tema ese y… sí. (Entrevista número 37)
Para muchos de quienes ingresaron en ETA durante los años de la transición democrática española, la violencia deja de ser considerada como el único curso posible de acción política, aunque sigan insistiendo en su necesidad. En el nuevo escenario de cambio a partir de un régimen autoritario, donde las alternativas legales o toleradas de movilización política se ampliaron, la violencia continúa siendo apreciada, pero ahora ya sobre todo por su presunta eficacia en comparación con otros medios disponibles. De hecho, en las estrategias violentas del nacionalismo vasco radical durante aquellos momentos, si bien es cierto que con dos lógicas diferenciadas según la rama de que se trate, la práctica del terrorismo se combina con otras formas de agitación política e incluso de competición electoral[19].
A continuación se ofrecen dos nítidos testimonios en este sentido, ambos proporcionados por guipuzcoanos que adquirieron su condición de militantes en torno a los dieciocho años, uno en ETA(pm) y el otro en ETA(m). Las palabras del primero reflejan confianza en la utilidad de una violencia combinada con otros procedimientos de intervención política, mientras que las del segundo desvelan una profunda desconfianza hacia los métodos pacíficos y los procedimientos democráticos como forma de alcanzar objetivos de índole nacionalista:
Se hacía una transición que en principio dejaba intactos los que eran los aparatos represivos, no había ningún tipo de depuración en lo que era el Ejército, la Guardia Civil y la Policía Nacional; que mantenía en los puestos clave en la economía a la misma gente que había estado antes; y que además, pues hacer una transición de la dictadura a la monarquía con un rey determinado por Franco; y que además se sabía de antemano que la resolución del problema nacional vasco no se iba a dar por esa vía, ¿no? Entonces, decíamos: aquí la única manera… de obligar al Estado a que reconozca pues los derechos que nos asisten como pueblo es la… una estrategia político militar; o sea, lo que está claro es que convienen la dinámica política y la dinámica armada, ¿no? ¿Por qué? Pues porque el análisis que se hace es de que a lo largo de la historia del Estado español, la posición del Ejército ha sido clara siempre; o sea, los fácticos han jugado un papel determinante en la historia […]. Entonces, claro, lo que se planteaba es: bueno, aquí son los poderes fácticos los que realmente determinan cuál es la dinámica política y, por lo tanto, la única posibilidad de cambio real es desde la presión militar y política a los poderes fácticos, y eso es lo que tiene que obligar, en teoría, a éstos a reconsiderar su posición con respecto al problema de Euskal Herria. Y entonces, en esa dinámica, bueno, pues la opción armada sigue estando vigente, en esa perspectiva, ¿no? (Entrevista número 4)
Lo que está claro es que ningún país del mundo ha conseguido la independencia, ningún país del mundo ha llegado a ser independiente sin muertos y… sin violencia. No te van a dar así, por la cara. Está claro que había que luchar para ello. […] A la lucha armada llegas porque por otros medios no puedes… no te dan. O sea, todo es un proceso de… el que pega, manda; y llegas a la lucha armada. A la lucha armada llegas porque otras vías no… no hay… (Entrevista número 35)
A medida que concluye la transición política y se inicia el proceso de consolidación democrática —siendo además establecidas las estructuras e instituciones autonómicas, tras celebrarse en octubre de 1979 una consulta popular en que fueron ampliamente legitimadas—, empiezan a observarse algunas novedades en el discurso sobre la utilidad de la violencia que hacen suyo los que se incorporaron a ETA a partir de entonces. En concreto, quienes ingresan en la organización terrorista desde el inicio de los años ochenta aluden con frecuencia a determinados hechos que presentan como evidencia de los rendimientos políticos conseguidos mediante sus actividades violentas. Por ejemplo, el asesinato, en diciembre de 1973, del entonces presidente del Gobierno, almirante Luis Carrero Blanco, episodio al cual atribuyen la quiebra definitiva del franquismo. Asimismo, la amnistía concedida por el primer ejecutivo de la Monarquía en 1977, que es considerada en buena medida resultado de las continuadas acciones de violencia e incluso de una negociación entre representantes gubernamentales y dirigentes etarras. A ella se refiere, por ejemplo, este vizcaíno, entonces obrero industrial especializado, que ingresó en ETA(pm) precisamente poco después del hecho al cual alude:
Se sabía por otra parte que, bueno, el tema de la amnistía era… bueno, innegociable. Impensable que una España salida de la dictadura franquista fuera a asimilar gente que tenía trescientos, seiscientos; y dos condenas de muerte. Y eso se estuvo negociando. Sabes que se estuvo negociando en Madrid. Lo estuvo negociando Erreka con… con el correspondiente. Y sabes que Erreka, que tenía pasaporte. Si a ese tío le dan pasaporte diplomático para negociar la amnistía, quiere decir que tienes un instrumento que sirve para algo, ¿no? Que le puedes obtener una rentabilidad política. (Entrevista número 11)
También son frecuentes las alegaciones sobre la incidencia que, según aducen, tuvo el terrorismo, tanto en la propia consecución del Estatuto de Autonomía del País Vasco, en vigor desde diciembre de 1979, como en la posterior implantación de lo establecido en su articulado. Igualmente aluden al hecho de que en 1982 llegaran a detenerse las obras de una central nuclear que se estaba construyendo en la localidad costera de Lemóniz (Vizcaya). La central ya nunca entraría en funcionamiento, tras una prolongada serie de atentados, iniciados unos cinco años antes, contra instalaciones de la empresa adjudicataria, algunos de los cuales ocasionaron la muerte a trabajadores y directivos de la misma. Respecto a uno y otro asunto, resultan de interés los siguientes puntos de vista, emitidos por dos antiguos miembros de ETA(m). Al primero se refiere un guipuzcoano que fue reclutado durante la primera mitad de los años ochenta, a la edad de veinticuatro años, cuando trabajaba como administrativo. El segundo tema lo aborda un vizcaíno que se incorporó a finales de los setenta, con dieciocho años de edad, mientras cursaba estudios superiores:
Lo que teníamos clarísimo es que el Gobierno español por las buenas no iba a soltar nada. Bueno, y creo que pasa en todos los niveles. O sea, la gente por las buenas, una vez que tiene algo, no lo suelta. Suelta cuando le presionas o le obligas a ello […]. Yo estoy convencido de que, si no llega a ser por el tema de la violencia, ni se hubiera conseguido el Estatuto ni se habría conseguido el desarrollo de la Ertzaintza ni se habrían conseguido muchísimas cosas. (Entrevista número 31)
Lemóniz. Lemóniz no existe. Se tomó parte en ese conflicto porque era un conflicto importante. […] Empezaron una serie de sabotajes y demás, una política de sabotajes, de marchas, esto y lo otro. Pero a pesar de todas las marchas que se hacían, el proyecto iba para adelante. Y de hecho, estaba para inaugurar. O sea, pasaban olímpicamente de la movilización popular y de la manifestación democrática de la gente del pueblo, que te decía que no. Incluso se hablaba de un referéndum para ello. Y llega un momento en que se empiezan a hacer las acciones armadas. Se puso un petardo, me parece, en el que murieron dos obreros. Y luego ya se pasó a ejecutar otro tipo de acciones más encaminadas a los intereses de la cúspide. Se mató a Ryan. Se secuestró y se mató a Ryan. De alguna manera eso fue muy impactante. Una cosa es coger… bueno, decides matar a alguien, le matas, ¿no? Pero coger, secuestrar y que aparezca muerto da una imagen muy tétrica de la situación. Pero a la vez efectiva, ¿no? A la vez efectiva, porque de hecho… el muerto, muerto está, desgraciadamente. Pero Lemóniz está parada ahora. (Entrevista 34)
Los que ya militaban en la organización terrorista cuando tuvieron lugar los hechos que a otros todavía no incorporados les terminan por convencer de que la violencia es un medio verdaderamente eficaz para conseguir determinados propósitos, pueden corroborar con su participación directa algunas de estas percepciones. Así, por ejemplo, lo hacen dos antiguos etarras de origen vizcaíno que fueron reclutados por facciones distintas y en diferentes momentos. En el primer caso, se trata de un varón que se integró en ETA(pm) a finales del franquismo, con veintiún años de edad. Tras referirse a cómo la práctica del tiro en la rodilla contra empresarios facilitó, según sus palabras, la resolución de numerosos conflictos laborales en pequeñas y medianas empresas durante los años de la transición democrática, al igual que disputas entre asociaciones de vecinos y constructores, pasa a relatar como especial indicador de la eficacia de la violencia nada menos que un episodio de 1979 en el que el presidente del Partido Nacionalista Vasco mantuvo una reunión con los dirigentes de su organización terrorista para solicitarles que pusieran fin al cese temporal de los atentados que habían declarado mientras se negociaba el Estatuto de Autonomía del País Vasco. En el segundo caso, otro varón igualmente vizcaíno, que se incorporó a ETA(m) en el inicio de los ochenta, deja muy claro, con pocas palabras, cuál fue el principal logro de esa organización terrorista mientras mantuvo su compromiso militante en la misma:
Pienso que hemos conseguido cosas con nuestras acciones. Incluso una de las cosas que me hace pensar que eso es así, o sea que nosotros hemos aportado algo, es cuando Arzallus, por ejemplo, el presidente del Partido Nacionalista Vasco, fue a Iparralde a decirnos que teníamos que romper la tregua, que teníamos que empezar a darles caña, porque las cosas del Estatuto iban muy mal, ¿no? Por cierto que el Estatuto fue una batalla muy importante que ETA político militar desarrolló y que creo que se consiguieron cosas. (Entrevista número 45)
ETA pues logró sentar a todo un Gobierno en la mesa de Argel, en la negociación. (Entrevista número 40)
Este último testimonio alude a las fracasadas conversaciones que portavoces de ETA(m) y delegados del gobierno español mantuvieron entre enero y abril de 1989, en la capital de Argelia. Los dirigentes de la organización terrorista provocaron la ruptura de tales conversaciones, en contra incluso del criterio de sus propios representantes en el país norteafricano. Sin embargo, no es menos cierto que la banda armada obtuvo con ese proceso un importante reconocimiento interno e internacional al ser aceptada como interlocutora válida por un gobierno democrático cuyas funciones asumía en aquellos momentos el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Muy probablemente era eso lo que pretendían los terroristas y, en tal sentido, lograron satisfacer su objetivo.
Tanto con relación a los modelos foráneos de insurrección armada como a las campañas endógenas de violencia con resultados tenidos por buenos para quienes las realizan, la atribución de su sentido —y con ello, de la utilidad del uso de las armas— suele realizarse en el seno de la subcultura política creada progresivamente en torno a ETA. Y ahí es donde, por lo común, se transmite a los que luego serán militantes de dicha organización terrorista. Con el tiempo, sin embargo, el sentido de esa utilidad se ha rutinizado, convirtiéndose en un postulado de observancia común, en sí mismo incuestionable y persistente al margen de cualesquiera transformaciones políticas o cambios sociales.
La aceptación de la violencia e incluso su práctica, como la de otras posibles fórmulas que componen un repertorio de acción colectiva desbaratadora, es entonces el resultado de normas interiorizadas mediante procesos formales e informales de socialización que ocurren en el seno de aquella subcultura política[20]. Procesos que constituyen, en definitiva, un verdadero aprendizaje social de la violencia e inciden especialmente sobre adolescentes cuyas primeras experiencias de movilización política se desarrollan, como ha ocurrido con tantos quinceañeros vascos a lo largo de los últimos treinta años, en grupos juveniles y movimientos sociales subordinados a una organización terrorista. Así, denotando esa justificación ya inmanente de la violencia, se expresa este antiguo miembro de ETA(m), vizcaíno y de origen urbano, que ingresó a finales de los ochenta, con apenas diecinueve años de edad; por aquel entonces, obrero no cualificado en situación de desempleo. Su testimonio alude también a casos como los referidos anteriormente, en los que la práctica de la violencia ha sido percibida como provechosa:
Se veía como un medio ¿no? Como un medio para conseguir un fin. Y ese medio, cuanto más se vería en la calle, contabas con que la gente que movía los hilos realmente de cómo podría funcionar el país se podría dar más cuenta y podría hacer más cosas a favor o en contra del… pueblo ¿no? Yo lo he vivido como un medio. No he sido un tío que… con la lucha armada vamos a conseguir la revolución, ni mucho menos […]. Los logros se habían conseguido anteriormente, ¿no? Con Lemóniz. También con la amnistía, por ejemplo, del setenta y siete. (Entrevista número 39)
Sea como fuere, llegar al convencimiento de que la violencia es necesaria o sencillamente útil para obtener determinados fines de índole política, en este caso de orientación nacionalista, hace a una persona particularmente propensa a implicarse, de uno u otro modo, en su realización efectiva con el propósito de alcanzar tales objetivos. Asimismo, el hecho de haber interiorizado la utilidad de la violencia, mostrando además conformidad con su práctica en contra de quienes sean etiquetados como adversarios o enemigos que obstaculizan el logro de aquellos objetivos políticos, facilita que se activen los mecanismos psicosociales a través de los cuales se desposee de su humanidad a las posibles víctimas del terrorismo[21]. Todo ello tiene indudables efectos sobre el modo en que aquéllos en disposición de integrarse en una organización terrorista enjuician el asesinato en nombre de alguna causa cualquiera. Como sugiere este antiguo militante, guipuzcoano, vascohablante desde su infancia, al recordar cuál era su reacción ante los atentados cruentos que ocurrían mientras cumplía el servicio militar lejos de su localidad natal, antes de ser reclutado por ETA(pm):
Cuando estaba en la mili, yo contaba… casi contaba los asesinatos. Como uno menos. Los contaba como uno menos. […] Cuando se trataba de una acción armada, violenta, en Euskadi, desde la lejanía de Córdoba, Mérida o Badajoz, me parecía uno menos. (Entrevista 3)
Pero esa reestructuración de los valores personales, en un sentido bien distinto del que en condiciones de normalidad hace suyo la mayoría de la población —hasta el punto de transformar conductas como el asesinato en un imperativo moral—, se ha hecho particularmente notoria, como cabría esperar, entre quienes finalmente llegaron a empuñar las armas en la clandestinidad y perpetraron, ellos mismos, atentados con resultado de víctimas mortales. Así lo refleja, por ejemplo, el razonamiento sobre el uso de la violencia contra personas que hace este miembro guipuzcoano de ETA(m), incorporado a finales de los setenta, entonces estudiante de formación profesional. Constituye un escueto ejemplo del modo en que opera la desinhibición individual hacia el homicidio, una vez que la previa socialización del militante en una subcultura de la violencia ha estipulado el valor de matar en pos de la independencia:
Yo creo que lo ves como enemigo, como alguien que… está reprimiendo a tu pueblo. Y tienes que darle los tiros pues por… porque es un camino de liberación y… tienes que hacerlo. Yo creo que es casi como… Aunque habrá millones de gentes que no lo entiendan, es como una obligación personal de hacerlo. Porque estás muy metido en el tema. (Entrevista 36)
Pero la deshumanización de las posibles víctimas —que, para brutalizarlas con más facilidad, son reducidas mentalmente a la condición de símbolos o despojadas de sus cualidades humanas y descritas despectivamente como animales— es una práctica cuyas dramáticas consecuencias también se pueden constatar entre quienes han sido militantes de ETA. Así, por ejemplo, éstos y su entorno de colaboradores han definido al agente de policía como txakurra, vocablo que en lengua vasca significa “perro”. En relación con todo ello, resulta especialmente aleccionador el testimonio proporcionado por un guipuzcoano que ingresó en la facción político militar de la organización armada clandestina en los años finales del franquismo, cuando apenas contaba diecisiete años y había empezado a desempeñar su oficio como obrero especializado de la industria. Relata las circunstancias en que se produjo el dramático desenlace del secuestro de un empresario vasco, que había perpetrado junto a otros dos o tres compañeros de su misma organización terrorista:
Bueno, aquello sí fue un poco fuerte. Bueno, un poco fuerte era todo, ¿no? Lo de este hombre sí fue más fuerte… probablemente, ¿no? Y luego… estuvimos con él veintitrés o veinticuatro días. Yo no estaba todo el día. Entonces uno del comando ya no trabajaba, pero yo trabajaba. Yo venía todas las noches, les traía comida y tal y me quedaba con ellos. Y luego los fines de semana también, no me acuerdo si todos, pero algunos fines de semana, pues eso, que pasas veinticuatro horas allí. Hablábamos, hablábamos de todo, porque el hombre era encima muy… como muy campechano, se hacía muy campechano. En fin, un hombre muy corriente. Nos hablaba de todo, nos contaba sus películas, no sé. Me acuerdo hasta de habernos abrazado y todo. Me acuerdo que hubo un partido de fútbol y, pues eso, estábamos cuatro allí, había dos que eran del Athletic de Bilbao… y yo y él éramos de la Real y tal. Y fue un partido de esos emocionantísimos. Y ya, vamos, te quiero decir… él nos preparaba la comida, fíjate, él preparaba la comida. Habíamos hecho planes para después de la liberación, para vernos alguna vez y tal. No sé, fue una relación con él muy… muy normal, ¿no? Eso… y muy amigable, como de bastante confianza. Bueno, por su parte qué remedio le quedaba que ser así. […] Entonces un día me llamaron y me dijeron: le tenéis que pegar un tiro. Vine… desde casa de los amigos, les llamé y tal… Oye, que saliera fuera para que él no oyera eso, claro. Yo me acuerdo que les dije: oye, me han dicho que hay que pegarle un tiro y tal. ¿Cómo lo hacemos? Supongo que lo decidimos… Supongo, no: lo decidimos en veinte segundos. Pues vamos allí, le pegamos un tiro y punto. Eh, nos inventamos una mentira, que no sé si se lo creyó porque, claro, supongo que esas cosas percibes también, ¿no? Notaría algo, probablemente. Él no dijo nunca nada. Pues nada, lo metimos a un coche, lo llevamos a un descampado, le sacamos… ¡pum! Le pegamos un tiro, nos metimos todos en el coche. […] No, no me acuerdo de ningún sentimiento ni de pena por la persona ni… ni nada de eso. Encima… ¡si no se le mata a la persona! Eso es muy curioso, igual es un poco difícil de entender, ¿no? Pero nosotros, por ejemplo, entonces estábamos matando al empresario. Incluso hoy, uno de ETA o lo que sea, cuando mata a un guardia civil, no le mata a la persona. Yo nunca vi allí un hombre tampoco, así… no sé, de carne y hueso. Estás atacando a un símbolo o tal. Y en este caso, el símbolo podía ser, o era… Pues éste era un gran empresario y en su taller estaban de huelga y tal; y entonces… pues justificas perfectamente. Y no eres capaz de ver… Yo creo que no eres capaz de ver la persona, ¿no? Y si no la ves, no sufres, claro. (Entrevista número 2)
Un informe de la Comisaría General de Información, del Cuerpo Nacional de Policía, fechado el 28 de abril de 2009 y remitido a la Audiencia Nacional, revela otro ejemplo estremecedor respecto a la deshumanización que los terroristas hacen de sus víctimas, desconsiderando incluso sus propios lazos familiares. En dicho informe se reproduce el escrito que un notorio pistolero de ETA(m) hizo llegar, tras ser detenido y encarcelado, a sus jefes en la banda armada. En ese documento, reitera a los dirigentes etarras los datos personales y las costumbres cotidianas, con horario incluido, de un policía jubilado residente en Vizcaya, contra quien quiso pero no pudo llegar a atentar. A dicho policía jubilado se refiere despectivamente, utilizando para aludir al mismo el ya aludido término con que en euskera se designa a los perros, como «el famoso txakurra de Bilbao». Pues bien, de quien se trata es de la pareja de la propia tía carnal del terrorista. Por esta razón se entenderá que eluda dejar aquí constancia de los nombres de las personas afectadas, así como el del propio terrorista que, incluso recluido en prisión, no cejó en su empeño de que fuese asesinada la pareja de quien era hermana de su propia madre.
En suma, quienes en algún momento de su vida decidieron convertirse en militantes de ETA eran generalmente jóvenes nacionalistas, pero además de eso estaban convencidos de la utilidad de la violencia como procedimiento para conseguir el propósito de la independencia. Describen dicha utilidad de la violencia bien como el único método con el cual conseguir aquel objetivo político, en los términos de ese terrible empujón que muchos creían necesario, al menos en los tiempos de la dictadura franquista, bien como un medio más, entre otras alternativas disponibles, pero recomendable por lo que entienden que es su acreditada efectividad. Dicho convencimiento procede unas veces de la información sobre campañas de violencia con resultados victoriosos para sus emprendedores —desarrolladas en escenarios foráneos, pero en cierto modo homologables al propio—; y otras veces nacen de la percepción de intervenciones violentas políticamente beneficiosas desde la perspectiva del nacionalismo radical, que van ocurriendo en la misma sociedad vasca o en relación con ella. En ambos supuestos, la aceptación de la violencia tiene lugar a través de los procesos de socialización que ocurren dentro de una subcultura de actitudes y pautas de comportamiento diferenciadas creada paulatinamente en torno a ETA. Mejor dicho, se trata, por un lado, de una auténtica contracultura —progresivamente reducida; en especial, desde los años noventa— que justifica el terrorismo como procedimiento para alterar las relaciones de poder o resolver disputas políticas; y, por otro, de una percepción deshumanizada de las posibles víctimas, a quienes de este modo se reduce a blancos propicios para la atrocidad. Todo esto es fácilmente interiorizado por los jóvenes que se desenvuelven dentro de dicha contracultura, razón por la cual resulta mucho más verosímil que sean éstos, y no otros, quienes posteriormente se han integrado como militantes de una organización terrorista que aduce perseguir aspiraciones propias del nacionalismo vasco. Quienes se han convertido, por tanto, en patriotas de la muerte.
Hacer propias las ideas fundamentales del nacionalismo vasco y estar persuadidos de la utilidad del uso de la violencia como método para conseguir objetivos políticos. Ambas condiciones bastaron sin duda para que un buen número de jóvenes vascos optasen en algún momento de sus vidas, a lo largo de las cuatro últimas décadas, por convertirse en militantes de ETA. Sin embargo, lo cierto es que para muchos otros adolescentes y veinteañeros no constituyeron motivaciones suficientes e hizo falta algo más. Concretamente ¿qué? Concretamente, fundadas expectativas de éxito[22]. Es decir, confianza en que la organización terrorista a la cual pensaban adscribirse disponía del monto de recursos y la amplitud del apoyo popular suficientes para lograr, si no todos, al menos una buena parte de sus propósitos declarados. ¿Cómo es posible constatar la impronta de esas expectativas de éxito? Por una parte, en el convencimiento que quienes aceptan introducirse en la clandestinidad demuestran acerca de la rápida realización efectiva de tales objetivos políticos. Por otra, en la percepción individual de que existía un número suficiente de personas que para entonces ya se habían movilizado como miembros, colaboradores o meros simpatizantes de ETA.
Es común que quienes se integran en la organización terrorista hayan llegado con anterioridad al convencimiento de que importantes aspiraciones políticas del nacionalismo vasco estaban a punto de hacerse realidad. Pero hubo, sin duda, un periodo de tiempo durante el cual esa creencia adquirió una especial intensidad. En concreto, el que se extiende desde la crisis del régimen autoritario hasta los primeros años del posfranquismo. Entre los que fueron reclutados en esos momentos se observa, por ejemplo, que, al referirse a la convulsionada situación que se vivía en aquellos años previos a la adquisición de su compromiso militante, vinculan con asombrosa facilidad el final de la dictadura con el inminente estallido de un proceso revolucionario y el inevitable logro de la independencia. Así aparece reflejado en los dos testimonios siguientes. El primero, de un vizcaíno cuya lengua materna es el castellano; y el segundo, de un guipuzcoano vascohablante desde niño, ambos obreros especializados de la industria cuando se integran en ETA(pm), avanzada la década de los setenta, tras haber estado varios años implicados en otras actividades de agitación política:
O sea, a mí cuando se me planteaba que Franco se moría y que bueno, que se iba a dar una salida a… la dictadura, yo realmente pensé que íbamos a formar la República de los soviets y que… íbamos a tomar… pues yo qué sé, la Diputación o el Gobierno Civil, y que las masas íbamos a salir con banderitas rojas. Nadie sabía de dónde iban a partir ni las banderitas ni las consiguientes pistolas, pero vamos… Sí, yo estaba convencido de que iba a ser así […]. Yo personalmente estaba convencido de eso. De que, bueno, íbamos a montar barricadas y… la República de los soviets. Íbamos a tomar el Ayuntamiento y la Diputación, sin derramar una gota de sangre. Y que las masas nos iban a seguir por el caminito de la verdad, ¿no? (Entrevista número 11)
Yo lo percibía como que tenía muchas ganas de que se muriera Franco; y que cuando se muriera Franco, íbamos a hacer las de Dios. Hombre, yo creo que por la cabeza mía en el momento más… más fuerte dijéramos de militancia política, o que me sentía más… más radicalizado, a todos nos parecía factible que una vez que muriera Franco se iba a conseguir la Euskadi reunificada, euskaldun, independiente, socialista, y con no sé cuántos nombres más. (Entrevista número 3)
Estas expectativas de éxito, referidas en concreto al convencimiento de que determinadas aspiraciones políticas propias del nacionalismo vasco eran realmente alcanzables, adquieren particular relevancia durante los años del posfranquismo y de la transición democrática. En ese contexto de cambio político no exento de un alto grado de incertidumbre, quienes se disponen a ingresar en ETA perciben además una coyuntura especialmente propicia al uso de la violencia como medio para alterar la estructura y la distribución del poder. Perciben, en concreto, debilidad estatal e inestabilidad gubernamental, es decir, estructuras e instituciones políticas muy vulnerables al embate terrorista. Lo cual queda de manifiesto en el calculado razonamiento de este guipuzcoano, cuyo origen social se encuentra en la clase trabajadora, nacido y residente en un entorno urbano, que se convirtió en miembro de la facción militar de aquella organización terrorista a inicios del posfranquismo:
Había que aprovechar ese momento. Pues agudizando las contradicciones del Estado. Entonces, claro, estaba un Gobierno débil, que debían crear ahí lo que ahora se disfruta, la democracia esa que dicen ellos. Y bueno, pues había que aprovechar. Y se puso toda la carne en el asador. […] Nosotros lo que teníamos en mente era que agudizando… creando los medios de presión al Gobierno débil de la transición, pues ellos, así como conseguimos la pseudoamnistía que dieron, pues pensamos que aquí había más cosas por conseguir. Porque no estaban… no eran fuertes. Los militares estaban muy ahí, todavía estaban ahí. Bueno, estaban ahí y están ahí. Y luego hicieron lo que hicieron. Se pensaba que, bueno, pues haciendo ekintzas y… dando mucha caña, dando mucha guerra… como si dijéramos: parar un poco ahora, que esto está así y tal, a ver qué se podría crear, pues un Estado… pues no sé, federal, confederal o un Estado independiente. Y crear las bases para poner ese proyecto en marcha. (Entrevista número 37)
La percepción individual, cotidiana incluso, de que existe un número suficiente de personas movilizadas de una u otra manera en favor de ETA resulta también indicativa de las fundadas expectativas de éxito que concedían a la estrategia violenta de esa organización terrorista muchos de quienes después se integraron en ella. Aunque fueran en su gran mayoría nacionalistas y justificaran el uso de la violencia como procedimiento para hacer avanzar sus propósitos, todo apunta a que, antes de convertirse en miembros de la banda armada, prestaron una muy especial atención a la cantidad de personas implicadas, a los recursos acumulados por la organización terrorista y al desarrollo de sus actividades violentas, así como también a las expresiones de apoyo popular que recibían. De aquí el interés de este testimonio, el de un guipuzcoano que, como tantos otros, ya a mediados de los setenta había pertenecido a EGAM (Euskadiko Gazteria Abertzalearen Mugimendua), una activa asociación juvenil creada en el entorno de ETA(pm) durante este mismo decenio, para pasar después a la organización terrorista, a sus veinte años, una vez juzgada insuficiente la cadencia del cambio político en curso y tras comprobar, como puede apreciarse, que el número de otros implicados había crecido muy sustanciosamente:
En todo caso, se suceden desde la muerte de Franco dos años en los que la militancia es en esas juventudes, es en esos luego taldes [grupos] ya, posteriormente taldes de autoformación, en los que ahí existe una búsqueda, pero como… vivimos del entierro de Franco, de los fusilamientos y de que esto no anda… Y de que, joder, somos más. Y que somos muchos. Y que estamos fuertes. Y que tenemos que tirar. Y bueno, la entrada por eso ya se produce en el setenta y ocho. (Entrevista número 3)
En el mismo sentido, para explicar por qué en un determinado momento tomaron la decisión de incorporarse a una organización terrorista, siendo para entonces nacionalistas y adeptos al uso de la violencia, otros subrayan también algunos aspectos de la dimensión organizativa antes mencionada, pero ahora en estrecha relación con el respaldo popular percibido. Así lo expresan dos antiguos miembros de ETA(m), ambos procedentes de hogares castellanohablantes sin tradición nacionalista y ubicados en medios urbanos. Veamos, en primer lugar, el testimonio de un alavés con nivel de estudios primarios, nacido en una familia de clase trabajadora y mecánico de profesión cuando fue reclutado, a poco de iniciado el posfranquismo. Y a renglón seguido, el de un vizcaíno de clase media que no llegó a terminar el bachillerato y que disponía de un empleo no cualificado en el momento de su ingreso en la organización terrorista, a finales de los setenta:
En esos momentos y en esa edad también, bueno, es lo más… lo más fuerte que hay ahora mismo. O lo más radical. Además, era un momento en que tenía un apoyo social muy fuerte. Entonces todo eso, ¿no? Yo creo que es un cúmulo de cosas que dices: bueno, ¿qué es lo más fuerte que hay en ese momento para luchar por lo que tú en ese momento piensas… o crees? Y dices, bueno, es lo más fuerte que hay; y lo mejor. Y luego, aparte, pues… como te he dicho antes, también ves un poco… la reacción social y demás, que entonces era superfuerte. Y de alguna manera te sientes muy apoyado y demás. (Entrevista número 30)
Al final, por tu propia inercia y por tu propia iniciativa, sabes que vas a terminar por desembocar en la punta de lanza de toda esa movida política. ¿Y cuál era la punta de lanza? ETA en ese momento. ETA cuando aquello castigaba bien. En el setenta y cinco, menos; pero en el setenta y siete y setenta y ocho, castigaba duro, no había día que no actuara, cuando aquello era una auténtica organización fuerte. Y claro, para mí era superatractivo, porque ya hablabas de una estructura de… bueno, de seriedad, y no de hacer el cabra en las barricadas y demás. Y ahí te empiezas a plantear, dices: bueno, yo, esto es lo que me gusta. Además, esta organización es formidable, esto es una maravilla, esto es un chollo. Un chollo en el sentido de que en aquellos tiempos el apoyo y el… calor que había alrededor de la organización era… vamos… era, no sé, como fichar por el Athletic hoy o así. Es decir, que era una cosa formidable. Y ahí al final te decides. (Entrevista número 32)
Superatractivo. Un chollo. Como fichar por el Athletic hoy o así. Sin duda, importantes estímulos para la militancia, aunque se trate de hacerlo en una organización terrorista. De cualquier manera, es posible interrogarse acerca de lo que hubiera ocurrido si, pese a su compartido nacionalismo y la común aceptación de la violencia, los militantes que han proporcionado estos testimonios y otros muchos que como ellos llegaron a militar en ETA hubiesen percibido que en realidad eran más bien pocos, que la organización terrorista en cuestión se encontraba menoscabada y que las reacciones sociales eran masivas pero de rechazo, como ocurre en la actualidad. Muy probablemente, las decisiones individuales habrían sido distintas. Igualmente calculadas, pero distintas. Eso explica, al menos parcialmente, que el número de militantes reclutados se haya reducido muy significativamente desde mediada la década de los ochenta.
En todo caso, las expectativas de éxito que se percibían sobre todo en los primeros años de la transición democrática explican en buena medida que sea en torno a 1978 cuando se registra el mayor número de ingresos en una y otra de las facciones en que se encontraba escindida la organización terrorista, aunque en conjunto se trata también del incremento anual más notable ocurrido a lo largo de su historia[23]. Por el indudable interés que tiene este dato, conviene atender a las afirmaciones, relacionadas con el mismo, de un antiguo miembro de ETA(pm), incorporado en las postrimerías del franquismo. Sus palabras nos recuerdan también, con acierto, en qué periodo de tiempo fueron reclutados muchos de los que todavía hoy, más de treinta años después, persisten en la práctica de la violencia y se han ido sucediendo en el directorio de la organización terrorista:
Un montón de gente, que yo creo que es mucha de la gente de ETA de ahora, viene de allí, de los años setenta y siete y setenta y ocho. Cuando nosotros, nosotros o yo, empezábamos ya a cuestionar la eficacia de la lucha armada, y la validez a nivel moral, político, estratégico, a todos los niveles, pues alguna gente yo creo que… no sé, la gente… es fácil, es normal que se suba a caballo ganador o a una cosa donde, cuando ves que hay un entusiasmo un poco desbordante y tal, es contagioso. (Entrevista número 2)
Ocurre que las expectativas de éxito, en términos tanto de los altos niveles de movilización de recursos alcanzados mediante el uso de la violencia, como de las elevadas cotas de apoyo popular que con ese procedimiento se consigan, operan sobre todo reduciendo la percepción subjetiva de los costes y de los riesgos que aparentemente conlleva la militancia en una organización terrorista. Porque si el reclutamiento en una organización terrorista es, para quienes se disponen a aceptarlo, como fichar por el Athletic hoy o así, los costes y riesgos inherentes a la militancia resultan minimizados o desconsiderados. Más aún si se espera la inminente consecución de los objetivos políticos ambicionados. Porque, entonces, a un adolescente o veinteañero, predispuesto en función de las experiencias de socialización política que haya tenido, le resultará más fácil renunciar a otras facetas de la vida consideradas por lo común como fundamentales para su desarrollo personal, con el fin de convertirse en militante de ETA, al estar persuadido de que se trata de una renuncia suficientemente acotada en el tiempo. ¿Por qué, si no, eludió detenerse demasiado a pensar sobre los costes y riesgos de la militancia, este guipuzcoano, euskaldun, estudiante de enseñanza secundaria, antes de convertirse en miembro de la rama político militar de dicha organización terrorista durante el posfranquismo? Él mismo nos da una significativa respuesta:
Yo creo que, en aquel momento, como se percibía tan… de forma tan clara que a corto, a corto, era posible, si se intensificaba la estrategia militar y si a nivel político se mantenía la convulsión social que había, que a corto, que a corto, que a tres, cuatro, cinco años, era posible… era posible cambiar de marco jurídico, romper amarras con el Estado, no te planteabas eso. O sea, decías: esto hay que hacerlo porque este momento histórico… pues hay que hacerlo y lo hacemos y punto; y aquí nos jugamos la vida, la carrera, la familia y lo que venga. (Entrevista número 4)
Hay algunas otras circunstancias que también pueden incidir sobre la estimación subjetiva de costes y riesgos que hacen, aunque desde luego no siempre, quienes pretenden convertirse en miembros de una organización terrorista. Así, por ejemplo, dichos costes y beneficios tienden a ser sopesados a la baja, e incluso ignorados más o menos deliberadamente, mediante la adquisición gradual del compromiso militante y como consecuencia del reclutamiento en bloque, algo que es bastante frecuente en el caso de ETA. Durante la adquisición gradual del compromiso militante, asimismo habitual entre quienes han ingresado en dicha organización terrorista, la percepción individual de costes y riesgos suele quedar en suspenso debido al carácter continuado de la actividad política desarrollada en los dominios del nacionalismo vasco radical. Como ha quedado de manifiesto en el capítulo precedente, dicha actividad política se inicia por lo común en la adolescencia, en el seno de asociaciones juveniles dedicadas a mantener una base de legitimación social de la violencia, lo que frecuentemente conduce a tareas de colaboración con la banda armada o, desde mediados los años noventa, a la práctica complementaria de atentados y sabotajes dentro de lo que un tanto eufemísticamente se conoce como kale borroka o violencia callejera, que en realidad no es sino una estratagema terrorista.
En muchos casos, por tanto, la incorporación a ETA sería la culminación de esta trayectoria individual, por lo que buena parte de quienes acaban convirtiéndose en militantes de dicha organización terrorista lo entienden como un proceso entre inadvertido e inexorable, resultante de un periodo más o menos prolongado de activismo previo. A partir de estas consideraciones, resulta más fácil interpretar los siguientes testimonios. El primero corresponde a una mujer navarra, sin antecedentes familiares nacionalistas, procedente de un entorno urbano y estudiante universitaria cuando se convirtió en militante de ETA(pm) a finales de los setenta. El segundo es de un guipuzcoano, procedente también de un entorno urbano y que desempeñaba su trabajo como administrativo en el momento de incorporarse, en este caso a ETA(m), al iniciarse los ochenta:
Hay una fase, entre los dieciséis y los dieciocho años, que es de integración más o menos. Bueno, y en la que ya estás como muy volcado, ¿eh? Y al final uno dice… Te empiezas a volcar cada vez más. Y bueno, al final estás pillado. No es una decisión de un día, de decir: yo, tal. Ni por el forro. Ni por el forro. Bueno y, de hecho, casi toda la militancia proviene de sectores… de la evolución, de los padres, de las vivencias que han tenido, de tal, de cual. Y bueno, en un momento dado de su vida han tenido la oportunidad de entrar, no han dicho que no y al final se han visto… (Entrevista número 19)
Lo que pasa es que la evolución te va llevando allí. Si tú vas llevando una dinámica normal de compromiso, pues porque… Yo siempre he dicho que hice lo que me dictaba mi conciencia. Entonces, igual que si hubiera visto un accidente en la carretera, mi conciencia me hubiera dictado parar, pues en este caso me decía que tenía que hacer algo. Entonces, si yo pensaba que había que hacer algo, si apoyaba que otra gente lo hiciera, pues ¿por qué no voy a hacerlo yo, si estaba plenamente capacitado para hacerlo? Y es cuando tomas la decisión. Consideras una obligación el tener que intervenir porque es que no tienes ninguna excusa para decir: no, es que yo no puedo. (Entrevista número 31)
Pero es muy probable que ninguna otra circunstancia aminore tanto los costes y los riesgos percibidos en la militancia dentro de una organización terrorista como el conocimiento fidedigno de que existe un santuario o lugar seguro y de acceso relativamente fácil al cual huir en caso de necesidad. Por lo mismo, si el acceso a ese santuario se limita de manera notable o las posibilidades de refugio se endurecen severamente, el coste de ingresar en una organización terrorista tiende a elevarse de manera extraordinaria. En relación con ETA, el principal santuario ha estado localizado, como es bien sabido, en el País Vasco francés, donde los dirigentes, militantes y colaboradores pudieron desenvolverse con asombrosa soltura e impunidad desde el final de los años sesenta hasta bien avanzada la década de los ochenta, cuando las autoridades francesas y españolas empezaron a desarrollar acuerdos bilaterales de cooperación en materia de lucha contra el terrorismo transnacionalizado. Los siguientes testimonios subrayan la importancia del santuario francés como factor que interviene a la hora de sopesar el coste de aceptar un compromiso militante. Corresponden, consecutivamente, a tres varones vizcaínos, el primero de los cuales ingresó bajo el franquismo, cuando la organización terrorista aún no se había dividido en facciones. Los otros dos lo hicieron, ya durante la transición democrática, en ETA(pm) y ETA(m) respectivamente. Sus palabras también ponen de manifiesto las facilidades que la existencia de un refugio tan cercano y franqueable ofrecía a los miembros de la organización terrorista:
Te estoy hablando del año setenta y seis, donde ir al exilio era, pues bueno, ir de aquí a unos cuantos kilómetros, pero hacer una vida relajada, aun haciendo vida de… de militante de ETA en el sentido público, ¿no? O sea, ahí donde vivía yo sabían que yo era militante de ETA. Lo que pasa es que… bueno, hacía vida normal. Y la hacía en la calle. Y me venían los amigos a visitar, me venía la familia a visitar, etcétera, etcétera. Esto en lo referente a la etapa, a la corta etapa, que estuve en el Estado francés en calidad de militante, pero casi, casi en reserva. (Entrevista número 26)
Hombre, yo lo que sí tenía claro es que una vez que entras en… en la empresa, es que tienes tres salidas: la cuneta, el mako o el exilio. Yo eso siempre lo he tenido claro. Hombre, también siempre he pensado que tengo mucha suerte y que me iba a librar. Y al final, efectivamente, pues bueno me fui a la… a la mejor de… de las tres opciones, ¿no? Sí. Pero ahora, a posteriori, piensas: ¿hubiera sido capaz yo de… de asumir el riesgo ese? Bueno, el riesgo o la responsabilidad. Lo haces. Lo haces. (Entrevista número 11)
Ahí había tres alternativas, ¿no? Estando militando podía pasar: o acabar en la cárcel, o acabar muerto, que era muy típico de aquello, o acabar en el otro lado. Bueno, pues la cárcel no le gustaba a nadie. Lo del enfrentamiento y acabar mal, en la cuneta, pues tampoco. Y lo de Iparralde se idealizaba mucho, de decir: es que allí está todo el meollo y está allí todo el asunto, ¿no? Porque al final también cuando militas en un comando, aunque estés acompañado, siempre estás en la soledad del núcleo, del comando, ¿no? Sabes que hay muchos alrededor, pero no los conoces, no te puedes identificar, eso es propio de la clandestinidad. Y sin embargo eso se rompe en Iparralde. Es decir, allí sabes que todo el que ves está contigo militando en la organización. Eso también refuerza un poco la… no sé, la seguridad. (Entrevista número 32)
Sin embargo, la realidad del santuario francés es que, si bien facilitaba extraordinariamente tanto el funcionamiento de la organización terrorista como el mantenimiento de sus militantes y colaboradores, distaba mucho de constituir un espacio de encuentro e intercambio entre éstos y la población vasca local, cuyas costumbres no eran las de quienes allí llegaban huyendo de la policía española y de los sumarios judiciales en que aparecían procesados, acusados de una amplia variedad de delitos. Un antiguo militante de procedencia guipuzcoana, vascohablante desde su niñez y con antecedentes familiares nacionalistas, incorporado formalmente a ETA durante el tramo final de la dictadura franquista y buen conocedor de lo acontecido durante muchos años en el santuario de Iparralde, reflexiona como sigue acerca de cómo discurría habitualmente la vida de los militantes y colaboradores que huyeron allí durante los años setenta y buena parte de los ochenta. A su narración se añade inmediatamente después la de un vizcaíno convertido en miembro de la facción político militar de aquella organización terrorista durante los años de la transición, que a inicios de los ochenta estuvo en el santuario francés el tiempo suficiente como para comprobar, además, lo habituales que eran los encuentros agresivos entre miembros de ETA(pm) y de ETA(m) en las calles de sus localidades:
Aparte de los responsables y aquellos que con cierta frecuencia estaban en el otro lado, los demás tenían una vida bastante suelta. Es decir, una vida inhabitual para aquí. Es decir, la gente aquí no va de poteo y cosas de ésas. Y entonces la gente, estos refugiados, importaron la costumbre de… de potear por los bares y tal […]. Aparte que hablaban en castellano y todo eso, ¿no? Entonces había mucho poteo, mucho poteo había. No es que hubiera borrachera y tal pero… bueno, más de uno sí se emborrachaba, ¿no? Pero bueno, era una vida bastante… Se pueden contar con los dedos de la mano los refugiados que vinieron y dijeron: bueno, yo voy a vivir aquí como que… como algo fijo, es decir, no estoy eventual, como algo fijo […]. Ahora, lo que sí había era la provisionalidad famosa. La inmensa mayoría de los refugiados vivían en provisionalidad aquí, ¿eh? No se planteaban el hecho de que, bueno, pues vamos a vivir. ¿Que es para siempre? Es para siempre. ¿Que es para un año? Es para un año. ¿Que es para diez? Es para diez […]. Por ejemplo, aquí han venido los refugiados. ¿Cuántos de ellos han aprendido francés? Y ha habido centenares, por no decir miles. Casi ninguno ha aprendido francés, casi ninguno […]. No se integraban. Los refugiados vivían en su… en su rollo, en… en grupo, cuatro o cinco en una casa y tal. Y cuando salían de esa casa, era para ir a otra casa de refugiados […]. Porque es Euskadi norte, pero no te creas que es igual que allá, ¿eh? Son muy diferentes, son dos mundos diferentes. (Entrevista número 15)
Con los milis era siempre estar preparado para salir corriendo o… o darles una hostia. Los milis estaban mucho más frustrados. Por la propia dinámica de ellos, mucho más frustrados de lo que podíamos estar nosotros. A pesar de que sabes que son unos bestias, yo eso sí lo tenía claro: o sea, ante cualquier provocación, en función del número de adversarios, si había puerta, puerta; y si no, a liarte de hostias con ellos […]. Normalmente eran los milis los que pretendían currar al resto. Como eran los numéricamente mayores… Yo me acuerdo que estábamos tres polimilis con un amigo de Iparralde en fiestas de Bidarray, que fuimos y, de repente, nos vimos allí en una movida. Pues eso, que había allí cuarenta o cincuenta milis con unas ganas de ahostiarnos del copón, ¿no? Y allí, o sea, no te puedes hacer el bravo tampoco. Te enfrentas hasta donde sabes que te puedes enfrentar y luego a salir por patas. Los milis han tenido mucha más, creo yo, mucha más gente desarraigada. Yo creo que tiene que ser para volverse loco que estés durante mogollón de tiempo dando bacalao, cargándote guardias civiles y policías nacionales, y ver que… que tu situación táctica no cambia en absoluto. O sea, puedes obtener esas victorias en batallitas, pero ves que no… que no se avanza, que no se avanza más. Yo sí sé de milis que se sentían realmente frustrados por eso, ¿no? O sea, gente que tenía muertos en el cuerpo. (Entrevista número 11)
Así pues, quienes llegaron a convertirse en militantes de ETA a lo largo de los últimos cuarenta años eran, en su inmensa mayoría, jóvenes nacionalistas que consideraban útil hacer uso de la violencia como método para conseguir el objetivo político de la independencia. Ahora bien, antes de aceptar el ingreso en la organización terrorista, muchos de ellos dieron también por descontado que la estrategia y los recursos a disposición de la misma le auguraban francas expectativas de éxito. Que ser reclutado resultaba para un adolescente o veinteañero vasco, en definitiva, tan atractivo como fichar por el Athletic hoy. Una circunstancia que reducía significativamente los costes y riesgos de otro modo percibidos en la incorporación a una organización clandestina especializada en el uso del terrorismo, un efecto semejante al que producen tanto la habitual adquisición gradual del compromiso militante como, muy especialmente, el conocimiento fehaciente de que existe un santuario cercano y accesible en el cual refugiarse en caso de necesidad. De aquí la extraordinaria importancia que el santuario francés ha tenido durante décadas, rebajando objetiva y subjetivamente el coste de ingresar en la organización terrorista.
¿Y qué hay de los intereses privados? ¿Acaso cabe pensar que quienes han militado en ETA lo han hecho motivados por el deseo de satisfacer algún tipo de intereses privados? ¿Recompensas materiales quizá? ¿Acaso algún otro incentivo de carácter no pecuniario? Desde luego, la mayoría de ellos negaría vehementemente cualquiera de estas posibilidades. Con afirmaciones como por ejemplo ésta, no exenta de reminiscencias diríase que religiosas, hecha por un guipuzcoano que ingresó en aquella organización terrorista al iniciarse la década de los setenta, cumplidos ya los veinticinco años:
No he ganado absolutamente nada. Es que a nadie se le ocurre venir a ETA a… Quiero decirte, es más bien una donación de una vida entera a un objetivo concreto, ¿no? Altruista, trascendental. (Entrevista número 15)
Más aún, entre quienes después se incorporarán a ETA abundan las referencias a la opinión que cuando todavía no estaban integrados tenían sobre sus predecesores en el seno de la organización. Y aseveraciones como las tres que se transcriben a continuación tampoco son en modo alguno inusuales. La primera corresponde a una mujer alavesa que con veinte años se convirtió en miembro de ETA(m) a inicios de los ochenta. Las dos siguientes, a sendos varones vizcaínos incorporados con algo menos de veinte años, aunque el primero procedía del ámbito rural y fue reclutado a finales de los setenta, mientras que el otro, nacido en un entorno urbano de la llamada margen izquierda, ingresó a finales de la década siguiente:
A mí me parecía que era gente que estaba dispuesta a dar todo. Yo creo que es como en el amor, cuando amas mucho a una persona y no sabes expresarlo, hay algo que es como que te sale, que salta, ¿no? Y a mí me parecía que la gente que estaba en ETA tenía un amor tal por el pueblo que estaban dispuestos a sacarse y a darlo todo. (Entrevista número 7)
Pues para mí eran gente con una capacidad testicular exquisita, con una capacidad de entrega absoluta. Héroes; para mí, héroes. O sea, lo tenía muy claro: alguien que es capaz de darlo todo por su patria es que es la hostia. O sea, por unos sentimientos, que es capaz de entregar e hipotecar su vida, romper con todo, me parecía que era exquisito. O sea, es que yo creo que no se le puede pedir más a una persona. (Entrevista número 34)
Para mí, significaba una gente que ha renunciado a todo por unos ideales, ¿no? Pero claro, los ves desde una perspectiva que no sabes realmente lo que es porque no estás dentro. Y los veía, pues eso, pues como una gente generosa a tope y que no les importaba nada, ¿no?, por el bien de su pueblo y de la gente. Así veía yo a la gente de ETA. (Entrevista número 39)
Que se trate de gente capaz de darlo todo por su patria, como sostiene uno de esos testimonios, es muy discutible, aunque a la vista del trato cruel e intimidatorio que han deparado y siguen deparando a tantísimos seres humanos, dentro y fuera del País Vasco, diríase que, efectivamente, son capaces de hacer de todo apelando para ello a su peculiar comunidad imaginada.
De cualquier manera, la evidencia disponible parece indicar que quienes se han integrado en ETA no fueron atraídos a la militancia mediante incentivos de carácter económico ni recompensas materiales. A diferencia, en este sentido, de lo ocurrido con otros patriotas de la muerte, es decir, aquellos que fueron reclutados como miembros —en realidad, mercenarios que esperaban pagos pecuniarios o posibles mejoras en el escalafón funcionarial a cambio de su implicación— de los denominados Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Una organización terrorista cuya actividad hacia mediados los años ochenta contribuyó decisivamente, por cierto, a que la primera renovara buena parte de sus bases sociales de sustentación y persistiera así con más facilidad a lo largo del tiempo. Ahora bien, retomando el caso de ETA, aunque no parece que los incentivos materiales o, más concretamente, monetarios hayan estado presentes en el momento de la incorporación, es verosímil que su incidencia haya sido muy importante a la hora de estimular el mantenimiento del compromiso adquirido por un gran número de militantes, quienes debieron abandonar sus domicilios y puestos de trabajo para vivir durante años en una situación de mayor clandestinidad y a sueldo de la propia organización terrorista.
Pero el ingreso en una organización terrorista puede estar motivado, en su totalidad o en parte, por beneficios individuales de carácter no material o intangible[24]. Como, por ejemplo, la adquisición del prestigio social que se confiere a los militantes en el seno de la subcultura de violencia donde se desenvuelven cotidianamente los amigos cercanos, o bien entre vecinos y familiares ubicados en sus comunidades de procedencia. Baste recordar que en muchos municipios vascos, hasta que el Partido Socialista de Euskadi accedió al Gobierno vasco en 2009, con el apoyo del Partido Popular, los miembros de ETA que cumplían condenas en prisión eran a menudo recordados como héroes y sus efigies exhibidas en fachadas de edificios públicos; y los militantes fallecidos eran ensalzados en funerales rituales e incluso nombrados oficialmente hijos predilectos de sus respectivas localidades natales. Los dos testimonios que se presentan líneas más abajo, seleccionados entre otros similares, revelan que el incentivo del prestigio social, estrechamente relacionado con la percepción individual de apoyo popular a que se hizo referencia en el epígrafe anterior, ha tenido una indudable incidencia sobre muchos de quienes en algún momento de sus jóvenes vidas decidieron convertirse en militantes de ETA.
También puede afirmarse, sin embargo, que la adquisición del prestigio social como incentivo selectivo ha operado principalmente como refuerzo de las motivaciones basadas en los objetivos políticos ambicionados, la utilidad de la violencia y las expectativas de éxito. Es decir, la racionalidad que sopesa medios y fines en términos de esos objetivos públicos se combina con una racionalidad que atiende al coste y beneficio de la decisión en términos de interés privado. Pero vayamos a los anunciados testimonios. El primero de ellos procede de un guipuzcoano que trabajaba como administrativo y tenía veinticuatro años en el momento de ser reclutado, a inicios de los ochenta. El segundo corresponde a un vizcaíno que era un empleado sin cualificación alguna cuando, a los veintidós años, se incorporó a la organización terrorista, a finales de la década precedente. Ambos carecían de tradición nacionalista en sus respectivas familias y fueron, durante periodos de muy diferente duración, miembros de ETA(m):
Aquí, en Euskadi, el señor que era militante de ETA estaba muy bien visto. O sea, tú ibas a tu casa y te comentaban: sí, pues han detenido al hijo de no sé quién y tal, con lo buen chico que era, pues trabajando, estudioso y tal. Siempre el que detenían era el mejor, el más integrado, el más… yo qué sé, la persona más… Entonces se creaba la especie de aureola, prácticamente falsa, de que el señor militante de ETA era una especie de… digamos, de lo mejorcito que había en ese entorno social. Y pienso que de alguna manera te… te afectaba también a ti, en cuanto a tu… esto, en cuanto a tu sensación del tema […]. Si tú tienes esa ideología pero ves que la sociedad que te rodea no te apoya o que no lo ve bien, pienso que, bueno, la tendrás y te la comerás de alguna manera. Pero si tienes esa ideología y el entorno social que tienes la favorece y apoya de alguna manera… Bueno, ya te digo, cuando era militante de la organización, puertas abiertas todas las noches, de cualquier ideología política. Te veía la gente por la calle y no te veía. O sea, la policía preguntaba y no habían visto, nadie había visto nada… Y no porque tuvieran miedo ni porque tal, sino porque no querían, claro. O sea, de encontrar gente en el monte armamento tuyo y, en vez de avisar a la policía, avisar a ETA. O sea, se creó un poder dentro… del mismo Estado. Y un poder realmente fuerte. (Entrevista número 31)
En la conciencia estaba clarísimo. Es decir, no es que ibas a militar en una organización en la que sabes que tarde o temprano vas a ser descubierto y lo que te va a generar el ser descubierto en tu medio ambiente iba a ser un rechazo, por ejemplo, si esa organización hubiera sido mafiosa o de tráfico de drogas. No, no, sabías que, cuando se descubriera que tú formabas parte de esa organización, lo que ibas a tener es un arrope de la familia y del entorno y de los amigos y demás impresionante. Si eso no hubiera existido, la militancia hubiera bajado muchísimo, desde luego. (Entrevista número 32)
Como quizá no podía ser de otro modo, también hay algunos para los que el mero hecho de pertenecer a una organización terrorista puede resultar, en sí mismo, lo suficientemente gratificante[25]. En cualquier caso, eso sugieren las aseveraciones de dos antiguos miembros de ETA que se citan líneas más abajo. Lo cual, también por lo que se refiere a quienes han militado en esa organización terrorista, no dejaría de constituir una decisión individual acomodada de alguna manera a criterios de racionalidad, aun cuando parezca razonable suponer que el beneficio de la satisfacción personal derivada del ingreso en dicha organización terrorista sea un complemento de otros incentivos tanto programáticos como selectivos a los que se ha prestado atención a lo largo de este capítulo. En cualquier caso, éstas son las significativas expresiones utilizadas, en primer lugar, por una mujer guipuzcoana, obrera no especializada de origen baserritarra, que se convirtió en militante de ETA(pm) hacia mediados de los setenta, a los veinte años; y en segundo lugar, por un varón, asimismo guipuzcoano, que ingresó en la organización terrorista a finales de la misma década y con una edad similar:
ETA para mí era san Dios, era… El sólo pertenecer ya me parecía algo importante. Me sentía importante de poder pertenecer. Y me parecía que, además, que… fundamental, me parecía que era lo único que aquí podía cambiar algo. (Entrevista número 5)
Ya cuando me dicen a mí: bueno, si quieres, vamos a… vamos a ver una… ¿quieres entrar con nosotros?, ¿quieres entrar a trabajar con nosotros?, y tal y cual. Yo digo que sí. Entonces, vamos a ver, te vamos a enseñar una cosa y tal. Me meten en un coche, me tengo que tumbar para no ver adónde voy, me cierran los ojos, bueno me… se me dice que cierre los ojos para que no vea y los cierro y aparezco en un caserío en el que nos metemos y empieza uno a bajar, tal. Utilizan un poco de parafernalia porque a uno de los miembros del comando sí le gustaba un poco y tal el fantasmeo y así. Pero yo automáticamente que vi las pistolas allí encima de la mesa, yo estaba feliz. Estaba feliz. Yo me sentía perfecto. (Entrevista número 3)
Finalmente, hay casos en los cuales el ingreso en una organización terrorista puede estar directamente motivado por la voluntad de eludir una situación personal que se considera aún más gravosa. Eso ocurre, por ejemplo, con aquellos militantes que optaron por incorporarse definitivamente a ETA cuando se encontraban procesados, en situación legal de libertad provisional y a la espera de sentencia, huyendo de las condenas de cárcel que anticipaban recibir o que ya les habían sido efectivamente impuestas por delitos de colaboración con banda armada o de estragos cometidos en episodios de kale borroka, por ejemplo. En estos supuestos, la predisposición a la militancia que revela el hecho de encontrarse inserto en el entorno de la organización terrorista, de haber interiorizado por tanto su orientación política y de estar tan conforme con la utilidad de la violencia como para haberla practicado ya, se combina sencillamente con un cálculo individual en términos de coste y beneficio, tendiendo a decantarse por la alternativa que evita otra considerada una penalización o que constituye lo que se percibe como mal menor. Del razonamiento subyacente a esta decisión de pasar a la clandestinidad dan cuenta estas palabras de un antiguo miembro de ETA(m), vizcaíno, que se incorporó a la misma a finales de los ochenta:
Lo más duro para mí fue cuando me notificaron que ya salía el juicio por lo de los cócteles molotov, que no había salido todavía, y que me pedían once años de cárcel. Yo no podía ir a un juicio. Entonces yo tenía que pasar a la clandestinidad. Que al final hubo una suerte del copón, porque me pedían once años, yo no fui al juicio y se quedó en uno. Y entonces volví. Antes de que me pusieran en orden de busca y captura, volví. Oye, que me he equivocado de juzgado y tal y cual. Me habían juzgado hace dos días, ¿no? ¡Ah!, pues sí, pues tenía que haberse presentado. Digo: es que me he equivocado, he ido a los juzgados de la otra punta de Bilbao y resulta que era aquí, y tal. Bueno, pues que le hemos condenado a un año y que no tiene que entrar en la cárcel. De haberme condenado a más, no hubiera aparecido, no hubiera ido al juzgado. Y seguramente me hubiera metido ilegal, me hubiera cogido el hierro, hubiera pasado la muga [frontera] y adelante con todo. (Entrevista número 39)
De manera que los adolescentes y veinteañeros que un día aceptaron incorporarse a ETA se sintieron motivados por algunas ideas esenciales del nacionalismo vasco y el convencimiento de que la violencia constituye un método eficaz de acción política en pos de la independencia. Muchos de ellos confiaban además en que la organización terrorista tendría realmente éxito a corto o medio plazo; y la mayoría no percibía la militancia como una actividad arriesgada que entrañaba importantes costes, sin duda debido en buena medida a la prolongada existencia del santuario francés. Pero no se trataba, como tantos de ellos se definen a sí mismos y definen a otros implicados, de gente capaz de darlo todo por su patria. Aunque sí de hacer cualquier cosa por su particular concepción étnica y excluyente de la patria, como demuestran los innumerables crímenes y las sistemáticas violaciones de los derechos humanos que han llevado a cabo durante más de cuatro decenios, aunque unos militantes hayan permanecido pocos años en la clandestinidad y otros, periodos mucho más prolongados de tiempo. Lo cierto es, sin embargo, que algunos incentivos selectivos como la adquisición de prestigio social en sus colectividades de referencia, con el paso del tiempo cada vez más reducidas y encerradas en sí mismas, así como una calculada estimación del modo en que la militancia en la organización terrorista podía satisfacer ciertos intereses privados, han intervenido también, determinando con notable frecuencia la decisión individual de integrarse entre los patriotas de la muerte.