¿NACIONALISTAS ANTES QUE VASCOS?
Los militantes de ETA se consideraban a sí mismos nacionalistas vascos cuando fueron reclutados por dicha organización terrorista. De hecho, se consideraban a sí mismos nacionalistas vascos antes que cualquier otra cosa. Antes, incluso, que vascos. ¿Parece esto una paradoja? En realidad no lo es, puesto que habían llegado a aceptar la definición de lo vasco en los términos básicos propuestos por un nacionalismo de carácter étnico, pero al mismo tiempo no reconocían la pluralidad constitutiva de su propia sociedad. Admitían de buen grado estar subjetivamente inmersos en la comunión de todos los nacionalistas, pero rechazaban con vehemente hostilidad la mera idea de pertenecer a un país objetivamente diversificado. Cierto que hay excepciones a esta norma, pero son más bien pocas. De cualquier manera, para apreciar mejor los componentes de ese nacionalismo vasco que generalmente hacían suyo quienes se convirtieron en miembros de ETA entre el inicio de los años setenta y nuestros días, nos centraremos ahora en los objetivos políticos que alegaban perseguir en el momento del reclutamiento.
A ese respecto, podría esperarse alguna variación significativa entre, por ejemplo, la definición de los fines públicos asumida por los que tomaron la decisión de unirse a los patriotas de la muerte durante los años del franquismo y la de quienes lo hicieron después de la dictadura. Y, en efecto, con el paso del tiempo pierden su relevancia las muy limitadas apelaciones antifranquistas y los siempre secundarios contenidos socialistas de su discurso. En cambio, hay algunas otras pretensiones que mantienen una innegable centralidad. Concretamente, la unificación de todos los territorios vascos en una entidad estatal independiente y euskaldun, es decir, en la que se establezca el euskera como única lengua oficial. Los siguientes dos testimonios constituyen ejemplos bastante representativos de esa especificación de los objetivos políticos a que dicen haber aspirado quienes en su día optaron por convertirse en militantes de ETA. El primero lo ofrece un guipuzcoano que ingresó en dicha banda armada a inicios de los setenta; y el segundo, un vizcaíno cuya incorporación a la facción militar de la organización terrorista se produjo al finalizar esa misma década:
Euskadi askatuta eta sozialista. Una Euskadi unida, independiente, por cierto, y socialista. Eso es, eso lo tengo claro. Quiero decir que eso es lo que pensábamos, clarísimamente en eso, en que se puede obtener la independencia y se puede hacer el socialismo, vamos. O sea, en Euskadi. Y hacerla euskaldun, ¿eh?, ésa es la característica también. No otra. (Entrevista número 15)
Éramos muy independentistas, vamos. Eso sí. La palabra clave yo creo que está ahí. Éramos muy independentistas. Incluso en aquellos años hubiéramos puesto fronteras de alambrada, vamos. Sin duda, por mentalidad, sin duda. En aquellos años por lo general todo el mundo aspirábamos —lo decíamos así, además— a una Euskadi independiente, reunificada y euskaldun. Porque el término “socialista” apenas se usaba. (Entrevista número 32)
Semejante definición de los objetivos políticos se encuentra en consonancia con un nacionalismo vasco étnico y a la postre excluyente. No en vano, subraya un elemento primordial de la cultura autóctona, como es la lengua vernácula, pero omitiendo deliberadamente que el castellano —como en su caso el francés— coexiste desde hace muchos siglos con el euskera, habiendo sido el principal idioma en que se ha expresado no sólo la mayor parte de la población vasca, sino también sus artistas, literatos y científicos probablemente más destacados, durante la historia moderna y contemporánea del país. Sin embargo, pretender que el euskera sea la única lengua de los vascos y considerar el castellano como un idioma foráneo que hay que extinguir por decisión imperativa supone aceptar planteamientos primordialistas y discriminatorios. Equivale a una negación de la secular pluralidad cultural que es inherente a la sociedad vasca.
Del mismo modo, el objetivo de una estatalidad que se corresponda obligadamente con la patria vasca unificada e independiente, delimitada según criterios genuinamente abertzales, no sólo rechaza la compatibilidad entre distintas identidades nacionales a las que puedan adherirse los vascos, sino el hecho de que las identidades nacionales son, además, compatibles entre sí. Pero a esa aspiración independentista subyace una dicotomía excluyente entre lo vasco y lo español, que deviene una lacerante división entre quienes acatan los postulados del nacionalismo vasco y quienes, aun siendo vascos, no lo hacen y se sienten mejor realizados como ciudadanos en el marco de un patriotismo constitucional, por ejemplo. Las trágicas consecuencias que ha tenido y tiene este criterio etnicista de demarcación, que distingue entre los que componen la sociedad vasca en nacionalistas y no nacionalistas —patriotas o traidores, según los esquemas del abertzalismo radical— son bien conocidas. Son las que producen mediante el terrorismo los militantes de ETA. La Euskadi independiente, unificada y euskaldun es, por tanto, un objetivo político propio de un nacionalismo étnico y excluyente —en definitiva, de pasamontañas y txapela— que no acepta otra pluralidad en el seno de la sociedad vasca que la derivada de prácticas piadosas o gustos culinarios, como se deduce de las palabras de este guipuzcoano que a finales del franquismo se convirtió en miembro de la banda armada:
Yo nunca lo he tenido claro. Porque no se puede hacer un nacionalismo ni crear un régimen que… parecido a no sé quién, ¿no? El pueblo vasco tiene unas características muy peculiares. Y era una cosa que nacía del pueblo y sería como el pueblo. No se podía decir: mira… además, ¿qué le vamos a poner? ¿Marxismo? No, ni hablar. Yo no estaba por esa labor, ¿no? Pues sería un nacionalismo vasco. Y sería un pueblo vasco con gente que iría a misa, gente que no iría a misa, gente de sociedades, gente no de sociedades, gente que le gustara la gastronomía, gente que no le guste… De mucha variedad, como es en sí el pueblo vasco. (Entrevista número 28)
Pero ¿dónde adquirieron los etarras los fundamentos de ese nacionalismo vasco postulado en unos términos tan etnicistas como excluyentes? Para responder a esta pregunta, para entender la manera en que han interiorizado actitudes y creencias nacionalistas, así como las circunstancias que propiciaron la radicalización de las mismas, es necesario explorar el modo en que fueron socializados políticamente durante su infancia y adolescencia[12]. En concreto, ¿qué importancia tiene a este respecto la familia de origen? ¿Y la religión o las instituciones eclesiásticas con que estuvieron en contacto? ¿Se estimulaba la adhesión al nacionalismo vasco en los centros escolares a que acudían? ¿O acaso más bien en las asociaciones culturales y recreativas a que pertenecieron? ¿Quizá en las cuadrillas donde se relacionaban con sus coetáneos? ¿Qué influencia han podido ejercer sobre la radicalización del nacionalismo las experiencias previas de implicación política?
Es habitual entre quienes han militado en ETA que su interiorización de actitudes y creencias propias del nacionalismo vasco comenzara durante su infancia y en sus familias de origen. No obstante, a lo largo del tiempo dejan de resultar extrañas las biografías de los que, aun habiendo ingresado en dicha organización terrorista, proceden de hogares en los cuales predominaban otras ideologías políticas o carentes de tradición nacionalista alguna. En cualquier caso, aquellos cuya infancia transcurrió durante los años del franquismo y en el seno de familias con antecedentes nacionalistas no suelen recordar alusiones directas ni explícitas a doctrina política alguna. Más bien tienden a evocar las referencias que entonces se hacían, siempre de puertas adentro, a la guerra civil española y a las consecuencias que esa dramática contienda tuvo, en términos de muerte y represalias, para los parientes más cercanos. Un típico testimonio en este sentido, de entre los muchos otros semejantes que cabría introducir aquí, lo ofrece este vizcaíno que, tras haber cursado estudios de bachillerato, desempeñaba sus ocupaciones laborales en el sector primario antes de ingresar en ETA, con diecisiete años de edad, al iniciarse la década de los setenta:
Hombre, en mi casa siempre se hablaba concretamente del abuelo, ¿no? Y de algunos tíos míos, de cómo tuvo que salir toda mi familia, siendo muy jóvenes, fuera del pueblo. Mi abuelo, concretamente, murió en la batalla de Matxitxako, en el enfrentamiento que mantuvo la marina del entonces gobierno de Euskadi con la marina nacional. De eso se ha hablado muchísimo. De cómo mi padre se marchó también siendo joven. Eran detalles. O sea, no se hablaba del nacionalismo en el sentido de que se puede hablar hoy, ¿no? O sea, unos apostando por el Estatuto; otros, apostando por el derecho de autodeterminación; otros, apostando por la independencia. O sea, no, qué va. (Entrevista número 26)
Sin embargo, otros antiguos militantes de ETA, asimismo nacidos y crecidos dentro de familias con tradición política nacionalista durante el periodo de la dictadura, raramente recuerdan, siendo niños, haber escuchado a sus padres o abuelos hablar sobre la guerra civil y sus trágicos resultados. Sin duda, ello era debido a que el miedo condicionaba sobremanera la expresión, incluso en el ámbito privado de lo doméstico, de opiniones y actividades políticas muy severamente perseguidas por el régimen franquista. Pero, eso sí, conservan en su memoria numerosos pequeños detalles que revelan la adhesión de sus progenitores o antepasados, o de alguno de ellos en concreto, al nacionalismo vasco. Una reproducción del Guernica, la conocida obra de Picasso, que el aita, vocablo con el que los niños se refieren en vascuence al padre, guardaba entre sus cosas como oro en paño. Grabaciones del Eusko Gudariak, himno del soldado vasco, o de canciones típicas del país, que de vez en cuando se escuchaban en casa, con el volumen bajo, en un viejo tocadiscos. Un pequeño recordatorio, siempre allí, en el mismo lugar de la casa, de José Antonio Aguirre, destacado miembro del Partido Nacionalista Vasco desde los años veinte, que a la postre fue lehendakari o presidente del gobierno vasco en el exilio. El abuelo, o aitona en expresión vernácula, escuchando con la mayor cautela Radio París o Radio Pirenaica, según se dice. Una ikurriña, la conocida enseña tricolor, escondida celosamente en algún armario u oculta en el desván. Cabe recordar que, aun cuando dicha bandera fuese inventada por los fundadores del nacionalismo hace más de un siglo y en la actualidad sea el estandarte oficial de la Comunidad Autónoma Vasca, se trataba de un símbolo prohibido durante los años de la dictadura.
A esos pequeños pero significativos detalles mencionados hacen referencia los siguientes tres relatos. El que abre la relación, de un varón guipuzcoano convertido en militante de ETA a finales del franquismo. Los otros dos son de sendas mujeres guipuzcoanas que ingresaron en la facción político militar de dicha organización terrorista hacia finales de los setenta:
Mi padre tenía arriba una ikurriña, una bandera, ¿no? La tenía allí arriba. Y entonces allí había veces que se solían juntar algunos amigos a hablar. Imagino que a hablar de esos temas, ¿no? Pues entonces mi padre pertenecía al Partido Nacionalista Vasco. Aunque eso era… ¡puf! Yo cuando me enteré la primera vez… pues ¿qué es esto? Joder, ¿qué será? Entonces, a nosotros, a mí concretamente y a algunos amigos que andábamos por ahí siempre a ver qué es lo que decían, a ver si conseguíamos alguna palabra o algo, nos despachaban. Y nos mandaban a vigilar ahí, al camino, a ver si subía alguno, a ver cómo andaba. En fin, entonces estabas viendo que ahí había algo que tú no llegabas a entender, ¿no? Por aquellas épocas, claro. (Entrevista número 28)
Yo creo que nosotros vivimos el sentimiento nacionalista pues desde la cuna, ¿no? El tema es que, como mi padre se murió, pues luego mamamos el nacionalismo de mi abuelo, imagínate tú […]. El recuerdo de oír Radio Pirenaica a partir… no sé si era a partir de las diez o de las doce de la noche, a escondidas, sin que oyeran los vecinos. Porque era cuando te enterabas de las cosas que pasaban. El que, cuando yo ya estaba estudiando en el colegio, cada vez que venía mi aitona me preguntaba a ver qué había pasado en San Sebastián. Porque, claro, es que como no te enterabas de la fiesta… Y el que pues entre la ropa blanca de casa había siempre guardada alguna ikurriña, cositas de la guerra, ¿no? Y bueno, pues por ejemplo yo recuerdo en algunos años de que alguien venía a casa. Pero de venir gente a escondidas. Y yo creo que es que… No te aclarabas de aquello, pero supongo que algo andarían, no sé, con mi aitona. No, no nos decían… Fíjate, no era que te estaban diciendo que tú nacionalista. No, no, todo lo contrario. Porque tenían un miedo atroz. (Entrevista número 14)
Mis padres apostaron por la ikastola cuando no estaban reconocidas, cuando todavía nos daban clases en pisos. Yo he conocido aquello. He estudiado allí hasta los diez años, más no daban. Luego ya mis hermanos han seguido en la ikastola como es hoy día, o sea, como una escuela normal, ¿no? Y pues no sé… todo ese ambiente yo sí he vivido. Pues las canciones típicas que no se dejaban cantar, pues discos que nos enseñaban, que estaban escondidos en un lugar de la casa, libros. Yo todo eso sí he conocido en casa. Y he vivido en ese ambiente. Y el ambiente que rodeaba pues también más o menos era de ese ambiente, o más comprometido o menos comprometido. Pues he tenido un tío en la cárcel, por poco tiempo. Una tía también. Pues a cuenta de multas que entraban, pues medio pueblo igual. O sea, te quiero decir que no era gente supercomprometida, pero sí que estaban en ese ambiente. (Entrevista número 12)
Pero ese miedo atroz que los padres o los abuelos tenían a manifestar sus más sentidas convicciones nacionalistas delante de hijos y nietos, bajo la opresiva dictadura franquista, aun cuando fuese en el interior del propio domicilio, hizo que la manifestación de su talante político se trasladara, indirectamente si se quiere, al interés por preservar la lengua vernácula, llegando incluso a la imposición paterna del euskera como único idioma de comunicación entre los miembros de la familia, al menos cuando el riesgo de que las autoridades les penalizaran por ello era imperceptible. Es decir, de nuevo, sobre todo en los confines de la casa. Buenos ejemplos de todo ello son los que proporcionan estos dos antiguos militantes de ETA, guipuzcoano el primero y vizcaíno el segundo, ambos crecidos en familias urbanas de clase trabajadora, que se integraron en la organización terrorista a inicios de los setenta:
Nací en un medio pues muy nacionalista pero callado. En mi casa no se hablaba de política. De mi padre yo nunca he sabido nada, de él he sabido por los demás. El único detalle político que mi padre tenía era que no… no podía sufrir el himno nacional español, el que se daba a las doce en la radio, tal y cual […]. En mi casa hay que hablar euskera. No se puede hablar en erdera. Incluso llegaban al castigo corporal, físico. Bueno, la educación era la típica de cualquier casa vasca, que era, por ejemplo, en la mesa no se puede hablar los niños, sólo hablaban los mayores. Pero si encima hablas en castellano, no te digo nada […]. Evidentemente había que ir toda la familia a la misa donde el sermón era en euskera. Aunque independientemente se fuera a otras misas también, pero la del sermón en euskera había que ir. (Entrevista número 15)
Bueno, aita había estado en la guerra. Era nacionalista. Bueno, y es nacionalista. Pues había participado directamente en la guerra. Fue voluntario en los batallones de gudaris […]. Aita nunca hablaba de la guerra. En lo que sí hacía fuerza, y mucho, era en el euskera, eso sí. Joder, yo me acuerdo que cuando íbamos de… yo seguí con los frailes por ejemplo, pues había una asignatura que era la formación política o algo así, espíritu nacional, formación del espíritu nacional. Bueno, siempre estaba dado por falangistas, ¿no? Y entonces yo me acuerdo de que, bueno, pues una de las consignas era pues el desprecio al euskera. Y entonces yo llegué a tal convencimiento… Yo llegué en un momento a despreciar el euskera, ¿no? Y yo me acuerdo que un momento dado fui a casa y dije que eso, pues eso, que no iba a hablar más euskera y tal. Pues aita me habló en euskera, me dijo… la primera vez que le he oído decir un disparate gordo. Me dijo: como digas eso otra vez, te pego una hostia. Te tiro por la ventana a la calle, me dijo. Y luego, es más, si hablabas en español, por ejemplo, inmediatamente… no sé, con una mirada o lo que sea te reconducía a hablar en euskera, ¿no? (Entrevista número 20)
Ciertamente, en los años del posfranquismo y durante el periodo de la transición democrática, ese miedo a la expresión de las opiniones políticas nacionalistas desapareció con inusitada celeridad. Numerosos militantes de ETA que eran niños durante ese tiempo seguirían reconociendo la ausencia de conversaciones con contenidos políticos en sus casas. Sencillamente porque, según admiten, en ellas no se hablaba de esos temas. O no había interés o los padres los eludían. Otros, por el contrario, pasan a rememorar la agitación social de aquellos tiempos e incluyen entre sus primeras evocaciones políticas algunas facetas del comportamiento del padre ante determinados avatares. Como, por ejemplo, ante una de las casi siempre desmedidas y generalmente injustificadas intervenciones policiales contra las movilizaciones de protesta ciudadana que tanto se prodigaban por entonces en muchas localidades vascas. A ello se refiere este vizcaíno, nacido en una familia urbana de clase trabajadora y castellanohablante, que trabajaba en un empleo no cualificado cuando se incorporó a ETA(m) con apenas diecinueve años de edad, a finales de la década de los ochenta:
Las primeras cosas que recuerdo de pequeño es la época de la transición, ¿no? Veía las manifestaciones desde casa. Veía a mi padre ahí, en las manifestaciones. No participar, sino que se quedaba allí… a ver cómo… No temiendo a la policía ni nada, a los grises de aquella época. Y me acuerdo cómo se ponía mi aita con esas historias… de la represión que había en aquel entonces. Me acuerdo, también de muy pequeñito, que en las manifestaciones había que ir a casa a las diez de la noche, por ejemplo. Se cerraban las ventanas, las luces, todos en un cuarto. Unas cosas pues que en aquella época eran normales, ¿no? Y los primeros recuerdos que tengo son ésos, a nivel político. Con seis años o así. Le veo a mi padre ahora mismo, por el balcón, gritándoles de todo a la policía en aquella época. (Entrevista número 39)
Hay casos en los que resulta especialmente verosímil que, intencionadamente o no, ciertas actitudes y conductas de los familiares más próximos hayan influido notablemente a la hora de introducir a los niños en un itinerario que, más allá del adoctrinamiento nacionalista, puede finalmente conducirles, una vez adolescentes, a la decisión individual de incorporarse a ETA. Cabe que se trate de niños que percibían cierta aprobación paterna hacia acciones de violencia o que tuvieran algún pariente muy próximo, al que además admiraban, implicado en la organización terrorista, o incluso que durante años hubieran conocido iniciativas en favor de presos y exiliados de la misma adoptadas desde sus propias casas.
A estos supuestos corresponden, respectivamente, testimonios como los que se presentan a continuación. El primero, de un guipuzcoano procedente de una familia de clase obrera, vascohablante y con antecedentes nacionalistas, que cursaba estudios de formación profesional cuando se incorporó a ETA en la primera mitad de los setenta. El segundo, de otro guipuzcoano, nacido en una familia de semejantes características, que ingresó en ETA(m) durante los años del posfranquismo y reitera haberlo hecho por tradición familiar. Aun cuando haga referencia en concreto a un tío muy allegado, es igualmente cierto que sus antepasados nacionalistas se remontan al abuelo materno. El tercero y último, de un vizcaíno, con origen social en la clase media, crecido asimismo en una familia cuyos miembros se expresaban cotidianamente en euskera y donde existía cierta tradición política nacionalista, que se convierte también en miembro de la facción militar de dicha organización terrorista durante el periodo de la transición democrática:
Cuando había alguna acción de ETA, pues en aquellos años igual se ponía una bomba a un monumento y así, ¿no? Recuerdo que mi padre era favorable a esas cosas. Así, ¿eh?, en plan… nunca pensando que su hijo se podría meter. Yo creo que nunca se le habría pasado por la cabeza. (Entrevista número 22)
Yo, de hecho, por ejemplo, me metí en ETA por tradición, yo creo, familiar. Tengo a mi tío refugiado. Estaba refugiado desde el año setenta. Entonces, yo en cuanto pude sacarme el pasaporte, en el setenta y tres, pues prácticamente todos los fines de semana los pasaba allí, andaba siempre rodeado de gente, de Txomin, Argala, de Peixoto, de gente de ésta. Y, pues eso, he vivido en ese mundo. Y yo creo que me metí en ETA por… por tradición familiar, vamos, prácticamente. (Entrevista número 33)
Luego, cuando empezó la movida… del movimiento, pues siempre, pues mi familia siempre ha ayudado, pues a nivel de llevar comida a Francia, a Iparralde, a nivel de ayuda económica a la gente del pueblo que tenía que, por necesidad, marcharse; a la gente que entraba en la cárcel también pues… Yo toda mi vida he conocido hacer cazuelas en mi casa para llevar a los presos de Segovia antes de la amnistía y demás, cuando el Proceso de Burgos y en épocas anteriores. (Entrevista número 34)
Soledad Iparraguirre, alias Anboto, ex dirigente de ETA(m), respondió de este modo al magistrado que presidía, en noviembre de 2010, un tribunal que la juzgaba en París, cuando este le preguntó por su ingreso en la organización terrorista: «Para mí, soy militante de ETA desde pequeñita». Sus padres colaboraban ya con la banda armada siendo ella una niña. Con el paso del tiempo, se ha hecho realidad la existencia de etarras de segunda generación, hijos y sobrinos de etarras, nacidos y crecidos en un ámbito familiar donde ser terrorista constituía el modelo y la norma para los niños. Un significativo número de etarras y proetarras han engendrado descendientes radicalmente socializados por ellos mismos tanto en la justificación de la violencia como en un nacionalismo de pasamontañas y txapela.
Aunque lo habitual entre los antiguos militantes de ETA es que, al rememorar los años de su infancia, aludan principalmente al influjo de figuras masculinas de la familia, como el aita o el aitona, el padre o el abuelo, en algún caso el papel de la madre adquiere una extraordinaria importancia. Así ocurre en el caso, reseñable sin duda por la rotundidad de sus palabras, de este vizcaíno, al cual se ha hecho referencia algunas páginas más atrás, dentro de este mismo capítulo, que se incorporó a ETA apenas iniciada la década de los setenta, todavía bajo el régimen franquista. Además de haber insistido en lo muy nacionalista que era su padre, atribuye de este modo a la madre una especial incidencia en la decisión de ingresar en la organización terrorista que posteriormente tomó:
En lo referente a mi madre, yo creo que ha sido tal vez la persona que más ha podido influir en mí, ¿no? No sólo en cuanto a marcar las pautas de mi vida, sino incluso para animarme a mantener una actitud militante. Yo siempre digo que yo entré en ETA por mano de mi madre. O sea, no es porque mi madre me empujase, sino porque era una mujer con carácter, era una mujer con sus propias ideas y era una mujer que… vamos, que si bien no nos invitó a ninguno de mis hermanos a entrar en ETA, tampoco puso barreras sino todo lo contrario, ¿no? Todo, todo facilidades. (Entrevista número 26)
¿Y qué decir de la religión? ¿Acaso existe alguna relación entre determinada manera de entender la fe católica, en tanto que confesión claramente hegemónica dentro de la sociedad vasca, y el hecho de incorporarse a ETA? Esta pregunta se inscribe en una problemática que ha sido objeto de algún estudio concienzudo y de abundante especulación[13]. De las entrevistas utilizadas en la elaboración de este libro se desprende que, si bien muchos etarras fueron por lo común socializados durante su infancia en ambientes familiares y educativos marcadamente religiosos, no es menos cierto que, en general, parecen haber abandonado las creencias y prácticas católicas en los inicios de su adolescencia. Más aún, que en relativamente pocos casos se mantienen tales creencias y prácticas en el momento de convertirse en miembros de la mencionada banda armada.
Desde luego, es difícil estimar la medida en que un proceso de secularización tan rápido como el ocurrido durante los años sesenta y setenta, resultado de las transformaciones económicas que estaban aconteciendo, en una sociedad de religiosidad hasta entonces tan arraigada y tradicionalista como la vasca, ha podido incidir sobre la violencia etarra. Es decir, apreciar la medida en que esa secularización acelerada, en un contexto de las peculiaridades del vasco, hizo posible que la impronta de lo sagrado se transfiriera inconscientemente desde el ámbito de la deidad al plano de aspiraciones políticas como la independencia y de métodos violentos como el terrorismo. A este respecto, cabe tan sólo aducir que, efectivamente, algunos antiguos miembros de ETA, de una u otra manera, asocian ciertos valores del credo religioso en que fueron educados con su acción pública en general y diríase también que con el compromiso militante que en su día adquirieron en particular. Como reflejan los razonamientos de estos dos guipuzcoanos, uno incorporado a la organización terrorista a principios de los setenta; y el otro, a su facción militar durante los años de la transición democrática, a finales de esa misma década:
Yo, en el fondo, fondo, aunque soy agnóstico, ¿eh?, mi comportamiento es católico. Mis comportamientos, bien de entrega y eso, pues yo creo que sí, que hay que ayudar a los demás en la medida que se puede. Y eso es lo que he recibido yo de la religión. Yo no tengo mala experiencia de la religión. Después he madurado teóricamente y no sé qué, y ya lo relevo y digo: eso no. Pero lo que me ha enseñado, el ayudar a los demás, el ser bueno y eso, pues lo he asumido y yo creo que es una cosa buena, nada más. (Entrevista número 44)
Yo creo que la gente que hemos vivido por aquí hemos estado todos muy marcados por la política, pero también por la Iglesia. Porque uno… al final está un sentimiento de entregarte a la gente, ¿no? Siempre ha sido así. De darte un poco a la gente, de estar preocupado de los más necesitados… Y eso te ha marcado. Y eso creo que ha venido más por parte de, bueno, del entorno de la Iglesia, todo lo que rodea eso, que por otro lado, ¿no? (Entrevista número 36)
Mucho más llamativo puede resultar sin duda que haya incluso militantes de ETA que, antes de intentar arrebatarle la vida a una víctima designada o de cometer un atentado de consecuencias previsiblemente cruentas, se tomaran el tiempo necesario para rezar en una iglesia o quién sabe si hasta confesarse formalmente, en previsión de que fueran ellos quienes por azar del destino cayeran muertos en la ekintza o acción violenta a ejecutar. Eso es lo que, no sin cierto pudor, revela este testimonio, correspondiente a un varón guipuzcoano incorporado a ETA(m) en la primera mitad de los ochenta, quien desde luego no parece incluir entre las posibles faltas susceptibles de arrepentimiento y absolución canónica las acciones de violencia llevadas a cabo como miembro de la organización terrorista cualesquiera que fueran su naturaleza y sus consecuencias:
Es muy difícil de entender quizás para el que está fuera, pero no llegas a… o sea, tú no te sientes en ningún momento que estás haciendo nada malo. Entonces pues cosas tan ridículas como pueda parecer eso de… el hecho de antes de hacer una ekintza o de hacer una operación, pues yo qué sé, pues pasar por la iglesia. O sea, así de sencillo. De decir, bueno, si nos limpian el forro por lo menos que me cojan en condiciones, ¿no? Porque de alguna manera es que no ves que estés haciendo nada… nada malo ni nada que vaya contra la doctrina de Dios, ¿no? O sea, estás luchando por los ideales de tu pueblo, por defender, en tu opinión, las libertades y casi pues justificando la legítima defensa, ¿no? (Entrevista número 31)
Por lo demás, el contacto asiduo que muchos militantes de ETA tuvieron, durante su infancia y los primeros años de la adolescencia, con parroquias, conventos o colegios auspiciados por órdenes religiosas se explica, ante todo, en atención a la importancia que esas y otras entidades eclesiásticas han tenido en la historia reciente del País Vasco. Muy especialmente en los tiempos del régimen franquista cuando, ante la ausencia efectiva de pluralismo y de una sociedad civil diversificada, constituían espacios autónomos dentro de los cuales era mucho más factible llevar a cabo iniciativas culturales y políticas de otro modo prohibidas por la dictadura, incluidas movilizaciones de oposición ilegal susceptibles de radicalizarse hasta el punto de generar violencia, como ocurriría en el caso de ETA.
En cualquier caso, quienes luego ingresarán en esa banda armada recuerdan frecuentemente cómo, en sus respectivas localidades de residencia, toda una serie de actividades relacionadas con expresiones culturales autóctonas en las que tomaron parte siendo niños se desarrollaban —obligatoriamente bajo el franquismo y de manera bastante asidua después— en el seno de entidades eclesiásticas con una orientación, eso sí importa subrayarlo, decididamente nacionalista. De este modo lo hacen, en concreto, primero un guipuzcoano que se incorporó a ETA(pm) durante los años del inmediato posfranquismo; y luego, un vizcaíno integrado en esa misma organización terrorista ya a finales de los setenta:
Mira, siendo chavales empezamos a tener relación con colectivos nacionalistas. En fin, quizás el principio de todo sí que está un poco relacionado con todo el tema de la Iglesia, etcétera, etcétera, pero ya con un carácter muy, muy nacionalista. Y ahí es donde nos empezamos un poco a mover. Luego había lo que ahora se llama el gaztetxe, antes se llamaba Juventudes Parroquiales. Pues ahí se dan una serie de historias. (Entrevista número 18)
Pues eso, el txistu, el tamboril, el grupo de danzas. Bueno, pues la movida nacionalista… Lo que se movía, lo único que se movía… pues alrededor de la parroquia; y en ese sentido, sí, sí ha habido la semilla y el punto de contacto con lo que podía ser el aparato religioso. Pero, vamos, tampoco fue tan determinante. Pues, hombre, sí tienes ese contacto, pero no te anima, no te incide a que des otros pasos, ¿no? (Entrevista número 11)
Todo lo cual no impide que un sector importante del clero vasco, concretamente el más afín al nacionalismo vasco en general y al nacionalismo vasco radical en particular, haya contribuido desde hace cuatro décadas a estimular el reclutamiento de numerosos adolescentes y jóvenes en ETA. Por ejemplo, eludiendo condenar el uso de la violencia aunque fuese practicada apelando a supuestos ideales patrióticos y concediéndole así, quiérase o no, alguna suerte de justificación. O también colaborando de uno u otro modo con la banda armada, tanto en la provisión de infraestructura como en el deliberado adoctrinamiento de niños y niñas en los salones parroquiales. Un testimonio bien aleccionador de las consecuencias que tiene la aludida ambivalencia de determinados curas y monjes ante la opción por el terrorismo lo ofrece este varón guipuzcoano que, además de nacionalista, se consideraba católico cuando ingresó en ETA a inicios de los setenta y, de hecho, continuaba yendo a misa todos los domingos en los años noventa, tiempo después de haber abandonado la organización terrorista:
Yo, que soy un hombre religioso, tenía pues relaciones con curas, con monjes, ¿no? Y bueno, estaban en cierto modo de acuerdo, ¿no? Joder, no te decían que sí. Pero bueno, tampoco te decían que no. Entonces incluso se colaboraba en ciertas facetas. Por ejemplo, incluso se guardaban cosas en algunas iglesias. Bueno, pues parece que estabas en el buen camino, bueno, pues que es esto lo que había que hacer. Y estábamos totalmente convencidos de que había que hacerlo. (Entrevista número 28)
Además de la familia y esas entidades eclesiásticas a que se acaba de hacer referencia, la escuela ha sido un espacio en el que numerosos futuros militantes de ETA vivieron, cuando todavía eran unos niños, experiencias que han favorecido su evolución personal hacia un nacionalismo vasco de carácter étnico y excluyente, a la postre de pasamontañas y txapela. Durante los años del franquismo, ello se debió, más que ninguna otra circunstancia, al retrógrado y uniformizante modelo educativo impuesto por las autoridades del régimen dictatorial. Un modelo que, en las escuelas públicas ubicadas en aquellas zonas del País Vasco donde el uso del euskera se encontraba más ampliamente extendido, como era el caso de casi todas las comarcas guipuzcoanas y algunas vizcaínas, implicaba con frecuencia un menosprecio de la cultura autóctona y el idioma vernáculo.
De hecho, la utilización de esta lengua en un recinto escolar acarreaba con facilidad que los niños euskaldunes, es decir vascófonos, fueran ridiculizados por los responsables del centro. El uso de la lengua materna solía estar penalizado incluso con el castigo corporal, lo que imprimiría un sello casi indeleble en muchos de quienes padecieron esa clase de injustificables sanciones sociales y físicas. Así lo indican estos testimonios, de un vizcaíno incorporado a ETA hacia el inicio de los setenta en primer lugar, de una mujer en segundo lugar y de un varón en tercer lugar, éstos últimos ambos guipuzcoanos de origen e incorporados a la facción político militar de esa organización terrorista al inaugurarse la década de los ochenta:
Hombre, yo siempre hago una referencia a las escuelas nacionales. Rechazo absoluto al euskera desde el primer día en que entramos en clase, sin saber una sola palabra en castellano. La represión que esto traía, ¿no? Entonces los profesores no entendían que una persona que no hablaba en su lengua no podía entender una materia u otra. Entonces, claro, nosotros éramos los últimos de la clase, éramos los más torpes, éramos los que más castigos se llevaban, que aquellos años era así. Y claro, eso, todo eso sí que nos ha podido marcar, ¿no? A mí y a muchísimos jóvenes que al cabo de los años anduvieron conmigo. (Entrevista número 26)
Teníamos una escuela para el barrio de los caseríos, ¿no? Y entonces todos éramos baserritarras. Y nadie sabíamos castellano. Y nos obligaban de alguna manera. Y entre nosotros, o sea sin querer, hablábamos euskera. Entonces nos castigaban. El último que hablara euskera se quedaba sin recreo. Joder, para nosotros era terrible. Claro, porque era la única media hora del día que podíamos jugar. (Entrevista número 16)
Empecé en la escuela nacional de mi pueblo. Lo que les ha ocurrido… a otra mucha gente, ¿no? El primer día ya me pegaron una paliza, el profesor, el maestro, una paliza terrible. Me metí debajo del pupitre y, vamos, fui a casa diciendo que no quería volver. Primero porque era zurdo, escribía con la zurda, y después porque no sabía castellano… eso me supuso una paliza terrible. Conocí muy poquito lo que era entrar en formación en clase y cantar el himno nacional y cosas de ésas. Pero sí que el primer día recibí una buena paliza. (Entrevista número 43)
Sin embargo, esos problemas con el uso del euskera en la escuela, siempre durante los años de la dictadura franquista, podían también darse en centros educativos regentados por congregaciones religiosas, aunque a este respecto existen variaciones muy notables de unos colegios y seminarios a otros, si bien muchos mostraron una mayor tolerancia hacia la lengua vernácula. Quienes no tuvieron dificultades en este sentido fueron aquellos contados militantes de ETA, escolarizados durante los años sesenta y primera mitad de los setenta, cuyos padres decidieron que cursaran sus estudios primarios o secundarios en las ikastolas, escuelas privadas donde la educación se imparte sólo en vascuence, por aquel entonces todavía ilegales. Aunque hace ya muchos años que estas ikastolas son legales e imparten estudios homologados y reconocidos, cualquier buen conocedor de las mismas sabe que en ellas se suele socializar a niños y niñas en un nacionalismo vasco de índole excluyente y que sus docentes tienden en general a transmitir una imagen cuanto menos benévola respecto a los militantes de ETA.
De cualquier manera, con el fin de la dictadura, las experiencias vividas en escuelas públicas por quienes luego ingresarán como miembros de esa organización terrorista se modifican sustancialmente. Incluso pueden transformarse en el escenario donde, durante los primeros años de su adolescencia, se introdujeron en el conocimiento de la organización, con el asesoramiento, muy probablemente condescendiente hacia dicha banda armada, de docentes que desarrollaban sus funciones en aquellos centros. Éste es un buen ejemplo en tal sentido, proporcionado por una mujer de origen alavés, nacida y crecida en una familia castellanohablante de clase trabajadora, que se convirtió en militante de ETA(m) a inicios de los ochenta, poco tiempo después de haber iniciado estudios superiores:
Yo tuve una maestra… Con ella yo aprendí lo que había sido ETA, la historia de ETA. No simplemente decir qué es ETA. Era una mujer muy abierta y, cuando estábamos en octavo, nos dejaba escoger temas y estudiábamos. Y entonces una que estaba con nosotros en clase propuso ETA y entonces ella nos trajo documentos, trabajamos en equipo y luego pues descubrimos lo que era ETA. Y esta mujer, a nivel de lectura, pues desde el propio fenómeno de ETA, ya empezó a despertar en mí una cierta curiosidad. (Entrevista número 7)
Un informe de la Brigada Provincial de Información, de la Comisaría Provincial que el Cuerpo Nacional de Policía tiene en Bilbao, constataba en junio de 2009 que la etarra Ohiana Mardaras cursó estudios en la misma ikastola del barrio de Santutxu, de la capital vizcaína, a la que acudió también otro destacado militante de ETA como Garikoitz Aspiasu, más conocido por su sobrenombre de Txeroki. Quizá no sea casual que el director de esta ikastola fuese precisamente un antiguo miembro de la misma organización terrorista, Anastasio Erkizia.
Una circunstancia bastante común a quienes luego decidirían integrarse en ETA es que vivieron inmersos, dentro de la propia sociedad vasca, en ambientes extraordinariamente politizados durante el periodo de su adolescencia; esto es, entre los doce y los dieciocho años de edad aproximadamente. A quienes ese estadio tan distintivo del desarrollo personal les coincidió en el ámbito de lo político con la crisis del franquismo —sobre todo desde la década de los sesenta ya avanzada hasta la primera mitad de los setenta—, les correspondería una cotidianeidad anómala; al menos, en atención a la frecuencia e intensidad de las diversas manifestaciones de conflicto social ocurridas y percibidas en su entorno inmediato.
Pero es que lo mismo sucede con respecto a aquellos que fueron adolescentes durante los años del posfranquismo y la transición democrática, un periodo de tiempo en el que incluso se incrementaron las huelgas a que conducían las reivindicaciones laborales, las continuadas movilizaciones multitudinarias por la amnistía y, en unos y otros casos, los habituales encuentros agresivos con las entonces todavía denominadas fuerzas de orden público, que a menudo ocasionaban muertos entre los manifestantes y, con ello, nuevas expresiones de protesta social. Con mayor o menor concisión, relatan ese ambiente tres antiguos militantes guipuzcoanos de ETA. Uno que decidió integrarse en la facción político militar de esa banda armada a finales de los setenta; inmediatamente después, otro que se incorporó a la facción militar de la organización terrorista en los años del posfranquismo; y, finalmente, otro más que fue reclutado por ETA(pm) a inicios de los ochenta:
O sea, la vida, para mí, era muy, muy de una cotidianeidad normal. Pues se sucedían los follones en las empresas, se producían las huelgas por motivos laborales, ¿eh? Existía todo un país totalmente politizado. Bueno, la muerte de Carrero Blanco, la muerte luego de Franco, que la celebramos yo creo que todos aquí. (Entrevista número 3)
El ambiente cotidiano era prácticamente pues… manifestaciones, barricadas, palizas. Prácticamente, no vamos a decir a diario, semanalmente. Porque siempre había algún problema, una empresa… aumento de sueldo, una empresa iba a despedir obreros. Claro, la gente estaba muy concienciada en ese momento, la gente obrera, de que un obrero tiene que ayudarle al otro. Salían a la calle, manifestación. Para pedir igual un aumento de sueldo. Aparecía la policía, a palos. Pero a palos ¿eh? No es lo que se ve hoy en día por ahí, que van cuatro y ¡pas! Te pegan dos palos y echas a correr y ya está. Enfrentamientos verdaderos, tiros, muertos. O sea, cotidiano. Era constantemente. Había controles de carretera, montaban controles de carretera que dicen que estaban bien señalados, pero, si no ibas muy atento, igual no te dabas cuenta hasta que llegabas al mismo control. Te tiroteaban, te mataban y cosas de ésas. O sea, era continuamente, continuamente. El día a día era palos, palos y palos. Y eso fue después de morir Franco. (Entrevista número 33)
Era una época de muchas huelgas. Perdíamos muchos días de clase al año. Era una época muy agitada. Había muchas movilizaciones políticas. Pues eso, muchas pintadas, muchos días con ocupación policial también del Instituto. Era, bueno, pues la época de la transición. Pues sobre todo eso es lo que había. Entonces había, pues eso, mucha división, mucho sectarismo, mucho grupo diferente. Pero bueno, había un movimiento general, todo el mundo quería hacer algo. La orientación política predominante se podría decir que era lo que es la izquierda abertzale. […] Vivías una época de agitación, había inquietud, había movilización, había, no sé, hervía el ambiente. No había sosiego, no había tranquilidad, había inquietud. Pero, por otro lado, éramos muy jóvenes y empezamos a hacer muchas cosas… (Entrevista número 43)
Hervía el ambiente, como acaba de leerse. Esta politización —a la que era permeable prácticamente toda la sociedad vasca, inmersa en un inusitado periodo de agitación política, asociado en buena medida a la crisis de la dictadura y al incierto proceso de transición iniciado luego a partir del régimen autoritario— se reflejaba también en el entramado asociativo, tan típico de ese país. Entramado asociativo del cual participaban, siendo precisamente adolescentes, la mayoría de quienes algo más tarde optaron por convertirse en militantes de ETA. Se trata, sobre todo, de las sociedades de montaña, los grupos de danzas y hasta las mismas cuadrillas de amigos, instituciones sociales estas muy arraigadas como forma duradera de relación interpersonal, que se establecen precisamente entre coetáneos, generalmente vecinos de la misma localidad o el mismo barrio, que transitan entre la niñez y el estado adulto. Las sociedades de montaña, en concreto, constituyeron durante los años finales del franquismo un verdadero reducto del nacionalismo vasco, en cuyo ideario se socializaban numerosos jóvenes que compartían su afición por la naturaleza, como explican estos dos vizcaínos que hacia finales de los setenta se convirtieron en militantes de ETA(m) y ETA(pm), respectivamente:
Los primeros desmarques vienen en el monte, pero por pura anécdota. Recuerdo, muy difuminado, pues un día una pintada hecha con spray sobre la nieve en el monte, en Amboto, aquí en una zona de Vizcaya. Y dices: ¡hostia, una pintada! Rojo, además. Yo no tenía ni idea porque, claro, como no hablaba euskera. Es una cosa curiosa. Y luego posteriormente, cuando entro en un grupo de montaña de allí, que había gente mayor, por supuesto, muchos años mayor que nosotros, sí que acabamos un día en Aralar, en una concentración que se hace en Aralar donde se reivindicaba un poco el nacionalismo, muy clandestino y tal; y donde vi por primera vez a uno así que asomaba un trapo de tres colores a todo correr y se escondía y tal. Pero bueno, yo iba a lo lúdico, ¿no? Y luego en el monte también, en mis años de monte, pues sí… que no por iniciativa propia, pero recuerdo que en un refugio del Gorbea, cuando estaba el Proceso de Burgos en pleno auge, pues desde allí arriba se captaba muy bien la BBC o Radio París y allí había gente que estaba escuchando el Proceso de Burgos, ¿eh? Y a mí me llamaba la atención el Proceso de Burgos y tal, Txikia, fusilamientos… Pero bueno, que no es que tú vayas a buscar las cosas o no, sino que te vas encontrando y rozando con… en diferentes circunstancias te vas encontrando y te va llamando un poco la atención. (Entrevista número 32)
Bueno, hoy en día sigo siendo socio del club de montaña en el que empecé. Me hice pues con once años. Y, vamos, en el club de montaña… pues la verdad es que, me imagino que como la mayoría de grupos de montaña de este país, el ambiente que se respiraba era, pues eso, abertzale y… bueno, en cuanto a la simbología, a los cánticos y a… pues eso, las canciones que se aprenden pues para ir al monte y que se cantan en el monte, ¿no? Pues eso, que son las canciones patrióticas de aquel tiempo. (Entrevista número 11)
Algo muy similar ocurría con los grupos de danzas, tan extendidos a lo largo y ancho de los territorios vascos. Los siguientes dos testimonios aluden precisamente a la mezcla entre el folclore y la política, en el marco de un ambiente decididamente nacionalista, propio de esos grupos de danzas, que se convirtieron así en agencias de socialización política para adolescentes particularmente sensibilizados con respecto al acervo cultural del país de sus antepasados. El primero procede de una mujer de origen guipuzcoano, cuya familia de clase media era vascohablante y contaba con tradición nacionalista, que fue reclutada por ETA(pm) durante el periodo de la transición democrática, mientras cursaba estudios de formación profesional. El segundo lo ofrece un varón vizcaíno, nacido en una familia de clase trabajadora, castellanohablante pero también con antecedentes nacionalistas en su seno, que trabajaba como obrero carente de cualificación cuando, a finales de los ochenta, se convirtió en militante de ETA(m):
Entonces era un tiempo en que se participaba en todo eso. Normalmente se vivía todo eso de folclore, cultura y tal. Iba todo mezclado con política. Era todo muy político, muy así, ¿no? Cosa que ahora no es. Ahora ya es porque te gusta o por lo que sea. Pero entonces todo estaba mezclado con la política. Sí, yo bailaba en un grupo de bailes. Bueno, eso desde pequeña he estado bailando y seguíamos bailando en un grupo de bailes pues hasta que me marché. Sí, yo creo que estaba todo mezclado. O sea, no sé. Hombre, pues no ibas con la ikurriña. Normalmente, no es sólo el bailar, no vas sólo a bailar, a aprender a bailar. Pues vas al ambiente que hay con el bailar, ¿no? Pues es gente que normalmente es euskaldun, hablas en euskera y te mueves en un… pues vas al monte. O sea, te quiero decir que es todo lo que lleva. No es bailar sino el ambiente que lleva. (Entrevista número 12)
Pues bailaba en un grupo de danzas. Pero con nueve años ya eso, ¿eh? En el barrio. Mis padres me dijeron: oye, hace falta gente y tal para bailar en el grupo de danzas del barrio. Pues vale, pues… Luego ya fui al grupo de danzas de donde estaba trabajando. Que se disolvió mi grupo de danzas y fui donde ellos. Con dieciséis años hasta que me detuvieron. Y era del grupo de danzas. Ambiente nacionalista. Hacíamos pancartas en el grupo de danzas, ¿no? En aquella época estaba el asunto ya… un tema muy concienciado con los presos. Ya empezaban que si las reconversiones industriales, que si el problema obrero, Euskalduna y todo eso. Y en el grupo de danzas a veces hacíamos pancartas. Pedíamos permiso a los responsables. Bueno, que era gente como nosotros, igual más años, pero nada: pues sin problema y tal, ¿no? Pero un ambiente muy majo. (Entrevista número 39)
También las cuadrillas vascas se han visto afectadas, durante décadas, por un ambiente excepcionalmente politizado. En tanto que grupo de pares, los componentes se juntan inicialmente para desarrollar actividades de índole sobre todo recreativa, que se van adaptando a las preferencias de los miembros a medida que éstos incrementan su edad. Pero las cuadrillas han tenido también, durante los años del franquismo y mucho después, una importancia fundamental en la transmisión de actitudes y creencias políticas de orientación nacionalista entre adolescentes, además de haber funcionado en no pocas ocasiones como contexto de micromovilización que ha canalizado simpatizantes, colaboradores y militantes en ETA. Cierto es también que todo ello ha provocado divisiones internas y rupturas en muchas cuadrillas de todo el país. En todo caso, los siguientes testimonios son buena muestra de la relevancia que estas instituciones, reguladoras de determinadas relaciones interpersonales, han tenido como agencias de socialización política en las ideas fundamentales del nacionalismo vasco. Corresponden, por este orden, a un varón guipuzcoano de origen baserritarra que se incorporó a dicha organización terrorista apenas iniciada la década de los setenta y una mujer alavesa, residente en una localidad de tamaño medio, que ingresó en la facción militar de esa banda armada una década después, a principios de los ochenta:
Pues en la configuración de la cuadrilla yo creo que influyeron muchos factores. Pues uno, que el andar todos estudiando juntos; el tener más o menos la misma edad; el andar en un movimiento que surgió allí y que lo creamos nosotros, en el boy scout; el andar… en el entorno del movimiento católico juvenil de la iglesia; el participar en competiciones futbolísticas como cuadrilla o a la hora de configurar el equipo […]. Había euskaldunes, pero salvo muy pocos, o sea, todos hablaban castellano. Dentro de la cuadrilla nosotros teníamos configurado un subgrupo, un grupo pequeño, y hablábamos todos vasco. Incluso había dos que no sabían y aprendieron […]. La cuadrilla ha sido… quizá la cuadrilla más politizada, más entregada, de todo Euskadi. En mi cuadrilla hay tres muertos, hay encarcelados, uno ha tenido pena de muerte. (Entrevista número 44)
Nosotras teníamos una cuadrilla de chicas… y luego que conoce una cuadrilla de chicos y entonces todos se juntan. Es una edad muy bonita, de la adolescencia. Es el descubrimiento pues del otro sexo, es el descubrimiento de otra gente. Es una época… de compartir muchas cosas, de descubrir muchas cosas. De compartir la música, las salidas a la montaña, las salidas. Yo me movía en una cuadrilla que estábamos muy orgullosos de ser vascos, de aprender euskera, de tener que aprender euskera porque era parte nuestra. De participar en aquellos festivales de música en los que se sacaba la ikurriña, en los que había algo que estaba allí vibrando en el aire y que hacía que todos estuviésemos por lo mismo. Yo creo que sobre todo era una emoción de ser parte de un pueblo. (Entrevista número 7)
A veces, un cambio de cuadrilla, de ese grupo de pares tan típico de la sociedad vasca, consecuencia de un traslado de la residencia familiar, es suficiente para permitirnos entender por qué se produce la inserción de un adolescente en ambientes abertzales, aun cuando éste proceda de una familia carente de toda tradición política nacionalista y que no utilice otra lengua que el castellano. A este respecto es muy ilustrativo el relato de este guipuzcoano, con origen social en la clase trabajadora, asentado en un entorno urbano y con empleo como obrero especializado de la industria cuando ingresó en ETA(m) a los veinte años de edad, durante el periodo del posfranquismo:
Las amistades que yo tenía en el barrio, que yo vivía en esa zona concreta, pues eran amistades y amigos pues de un aspecto social parecido al mío, pero se enrollaban poco en la… bueno, no sé cómo decir, que no tenían nada que ver con la política. Entonces pasa lo siguiente: a los diecisiete años, los padres cambiaron de domicilio, pasamos de una zona a otra. Y al cambiar de domicilio, yo tiré hacia otra zona y ahí es donde conocí a otras personas. Y esas personas sí que tenían un sustrato político. Los padres eran nacionalistas. Ellos también. Y bueno, ahí es donde ya empezó el gusanillo, al rodearme de ese tipo de gente. (Entrevista número 37)
Entre otras experiencias adolescentes de socialización política a considerar con respecto a quienes luego ingresaron en ETA se encuentran también sus lecturas influyentes y los viajes que hayan realizado antes de convertirse en militantes de esa banda armada. En este sentido, aun cuando puedan encontrarse algunas notables excepciones, lo cierto es que parecen constituir rasgos comunes el poco interés por la lectura y un absoluto desconocimiento directo de todo lo que no fuera el entorno inmediato de la provincia de residencia o, en menor medida, otros territorios dentro del propio País Vasco, incluyendo su vertiente francesa en Iparralde. Basta quizá con proporcionar aquí dos testimonios, suficientemente elocuentes y representativos. El primero corresponde al mismo varón guipuzcoano, ex miembro de ETA(m), mencionado en el párrafo precedente, que ahora enfatiza con vehemencia cómo carecía de hábitos de lectura durante los años de su adolescencia. El segundo, al de un varón guipuzcoano, antiguo militante de esa misma organización terrorista, que también ha sido aludido en este capítulo:
No, no, no, no he sido yo de leer. No, no, no, no he sido de leer. Qué va, qué va. (Entrevista número 37)
Nosotros nos movíamos más que nada por aquí por la zona, ¿eh? Yo creo que mi mayor viaje ha sido con la Guardia Civil a la Audiencia Nacional, cuando me cogieron. (Entrevista número 36)
Pese a la escasa dedicación a la lectura habitual entre quienes después pertenecerían al entramado clandestino de los patriotas de la muerte, ciertos autores y determinadas obras reciben, aunque limitadas, las alusiones más frecuentes. En concreto, autores como Karl Marx, Mao Zedong o Marta Harnecker. También, claro está, Sabino Arana, al igual que los panfletos y boletines elaborados por la propia ETA o destacados miembros suyos, además de textos como Vasconia, escrito bajo pseudónimo por Federico Krutwig y publicado en Buenos Aires sin fecha (aunque suele datarse hacia 1963), al cual se refieren, incluso con veneración, sobre todo los militantes antiguos, los que se incorporaron a la organización terrorista en la primera mitad de los setenta, la cohorte sobre la cual esta obra ejerció sin duda una especial influencia.
A lo largo de dicho libro, pueden leerse fragmentos tan admonitorios como éste, en el cual llama la atención que, además de mencionarse otras manifestaciones masivas de insurrección armada que nunca resultaron verosímiles en el caso vasco, no se renuncie a llamar por su nombre al tipo de violencia que ETA ha venido practicando desde hace más de cuatro décadas: «El pueblo vasco, no solamente tiene derecho a levantarse en armas para oponerse a la desnacionalización por parte de España y Francia, sino que se trata de un deber moral el que se oponga a la deshumanización hecha por vías del Estado opresor. Es una obligación para todo hijo de Euskalherria oponerse a la desnacionalización aunque para ello haya que emplearse la revolución, el terrorismo y la guerra. El exterminio de los maestros y de los agentes de la desnacionalización es una obligación que la Naturaleza reclama de todo hombre. Más vale morir como hombres que vivir como bestias desnacionalizados por España y Francia».
El ambiente extraordinariamente politizado, que impregnaba tanto a las asociaciones culturales y recreativas como a las cuadrillas donde el nacionalismo vasco se había convertido en una orientación política dominante, constituye el contexto en el cual muchos de los adolescentes que finalmente se convertirán en militantes de ETA vivieron acontecimientos decisivos que contribuyeron a la radicalización de sus posicionamientos individuales.
Durante el franquismo, una situación percibida como fundamental es sin duda la que se generó en torno al Proceso de Burgos, debido a las repercusiones que tuvo en el seno de la sociedad vasca y cuya magnitud suscitó verdaderas transformaciones en la conciencia de muchos jóvenes afectivamente adheridos al nacionalismo vasco, que a partir de entonces pasaron a definir la situación no sólo en términos de injusticia, sino además como susceptible de cambio mediante formas violentas de acción colectiva[14]. Dicho proceso, que tuvo lugar en diciembre de 1970, cuando un tribunal militar juzgó a dieciséis destacados miembros (detenidos a lo largo del año anterior) de la entonces incipiente e internamente dividida ETA, es un hecho de obligada referencia para gran número de quienes más adelante formarán parte de la organización terrorista. Así lo pone de manifiesto el siguiente testimonio de un varón guipuzcoano que se convirtió en militante de ETA durante la primera mitad de los setenta:
Yo creo que para todos nosotros un poco el detonante fue lo del Proceso de Burgos. Porque cuando el Proceso de Burgos yo tenía dieciséis años, ¿no? Entonces, claro, con dieciséis años ya te empiezas a dar cuenta de más historias. Preguntas que me hacía antes, por ejemplo, con respecto al euskera o respecto a que yo estoy en un club juvenil y pueda hablar de unas cosas y no pueda hablar de otras cosas. Pues yo creo que ahí se va formando cierta conciencia… pues bueno, de ausencia de libertades, de que efectivamente no puedes decir todo lo que quieres o donde quieres, sino que existen unas restricciones que no te parecen tampoco como muy normales. O el hecho de que te digan: tienes que estar aprendiendo euskera pues después de estudiar y una vez a la semana, en un sitio medio escondido y además prácticamente sin material pues porque es algo que no está legalizado, ¿no? Y luego, pues bueno, que empiezas a escuchar… pues yo qué sé, de personas que detienen por una cosa y por otra. Son todo ese tipo de cosas las que de alguna manera, pues no sé, van influyendo en mí. (Entrevista número 23)
Durante los años de la transición democrática, esas experiencias que han ejercido una influencia especial sobre la conciencia de estos adolescentes nacionalistas —hasta el punto de llevarles a considerar que la situación que subjetivamente pasaban a definir en términos de injusticia podía además modificarse mediante formas de acción colectiva desbaratadoras e incluso violentas— aluden a acontecimientos tales como la llamada Marcha por la Libertad, que tuvo lugar en julio de 1977, después de celebradas las primeras elecciones del posfranquismo. Fue convocada por grupos y organizaciones en su mayoría afines al nacionalismo vasco radical, partiendo de cuatro lugares distintos de Euskal Herria, que confluyeron en las cercanías de Pamplona, con el fin de reivindicar, entre otras cosas, una amnistía total, el autogobierno y la disolución de las fuerzas de orden público. La iniciativa consiguió transformarse en una multitudinaria movilización, probablemente la mayor y más espectacular conocida en el País Vasco hasta esos momentos. A ella se refiere, en concreto, una mujer alavesa que se incorporó a ETA(m) algún tiempo después, a inicios de los ochenta:
Yo fue sobre todo porque me marcó muchísimo la Marcha de la Libertad, que fue cuando tenía quince años. La Marcha de la Libertad era una marcha que recorría todo Euskadi con cuatro columnas diferentes para finalizar en Iruña. Y entonces tú ibas con tu mochila en una marcha cuando pasaba por tu pueblo; y se compartía pues desde la comida… dormías en casa de las gentes, de gente diferente. Para pedir precisamente… Era la Marcha por la Libertad, ¿no? […] Entonces yo allí empecé a conocer a gente que no era de mi pueblo, a gente que era guipuzcoana, a gente que tenían el hermano o el amigo en la cárcel, a gente que tenía otro amigo u otro hermano o alguien muy cercano en el exilio. Y para mí sí que fue algo muy fuerte porque yo lo viví con mucha intensidad. Era un espacio muy corto de tiempo, pero se aprendía a cada instante, a cada minuto, ¿no? (Entrevista número 7)
Poco después de la victoria electoral del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones generales de 1982, empezaron a producirse los atentados cruentos reivindicados por los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), una organización terrorista cuyos antecedentes se encuentran en otras bandas armadas de similar condición activas en la década de los setenta, como el Batallón Vasco Español. Aunque en el caso de los GAL se hayan probado sus vinculaciones con algunos funcionarios policiales y determinados responsables políticos de alto nivel. Pero las movilizaciones de protesta y los funerales rituales organizados por el nacionalismo vasco radical en homenaje a las víctimas de adscripción abertzale ocasionadas por los GAL se convirtieron, hasta finales de los ochenta, en unos escenarios particularmente propicios para que quienes por entonces eran asimismo adolescentes de orientación nacionalista tendieran a adoptar o consolidar una nueva definición de la situación, más radicalizada si cabe, y a percibir que era factible su cambio mediante el uso de formas apropiadas de intervención política, incluida la violencia terrorista. Éstos son algunos de los recuerdos al respecto que conserva este varón vizcaíno que a finales de la mencionada década se convertirá en militante de ETA(m).
Con este amigo que iba para cura fuimos a un entierro de uno que mató el GAL. Con dieciséis años o así, hasta Guipúzcoa, hasta Itxasondo nos fuimos. No se enteraron en casa, no lo sabe nadie que fuimos allí los dos. Lo mató el GAL. Fuimos a un entierro. Y vi aquello, ¿no? La gente, ¿no? Era la primera vez que iba a un entierro así, de una persona así, como ése, como Txato. No había ido yo nunca a Guipúzcoa, fíjate, ¿no? Oye, vámonos al homenaje a éste. Sí, sí, hay que ir y tal, no sé qué. Totalmente convencidos, totalmente. Y veías el ambiente en el autobús, ¿no? Era gente de Bilbao todo. Salía un autobús de Gestoras y tal, a tal hora, desde la Plaza Elíptica de Bilbao. Pues fíjate, pues gente ya adulta. Veinte, veintitantos años. Y nosotros con dieciséis años, dos pelagatos allí, ¿no? A ver si nos van a decir algo, no sé qué y no sé cuál, ¿no? Y fue una cosa que me impactó bastante, ¿eh? El ir a un entierro y ver todo aquello. Era un pueblo muy pequeño, ¿no? Todo el pueblo al cementerio. Luego hubo una manifa. Y veías a la Guardia Civil en el monte, ¿no? Todos los montes tomados por la Guardia Civil y tal, ¿no? Oye, pues esto es la hostia, ¿no? Joder. (Entrevista número 39)
Por otra parte, en las todavía escasas investigaciones académicas realizadas sobre militantes de organizaciones terroristas contemporáneas en el mundo occidental, se ha comprobado que la mayoría de ellos habían pertenecido, con anterioridad al ingreso en la clandestinidad, a una diversidad de grupos políticos que desarrollaban sus actividades en las proximidades de aquéllas o incluso en su entorno inmediato[15]. Se trata de asociaciones formales o colectivos informales en los que la aparición o el reforzamiento de ligámenes afectivos basados en relaciones de amistad incrementa el valor asignado a la acción colectiva desbaratadora y convierte a los compañeros de actividad en un grupo de iguales especialmente influyente a los efectos de la socialización política.
Cuatro testimonios, correspondientes a militantes de ETA que se incorporaron a la misma en periodos consecutivos pero significativamente distintos uno de otro, proporcionan suficientes indicaciones sobre sus experiencias previas de activismo político. En primer lugar, el de un vizcaíno, euskaldun desde niño y de origen baserritarra, que ingresó en la banda armada en los años de la dictadura franquista, a inicios de los setenta. En segundo lugar, el de un guipuzcoano, nacido en una familia de clase trabajadora y vascohablante, que fue reclutado por ETA(pm) en los años del inmediato posfranquismo. En tercer lugar, el de un vizcaíno, crecido en una familia de clase obrera y castellanohablante, quien se convirtió en miembro de esa misma banda armada durante el periodo de la transición democrática, a finales de los setenta. Por último, el de otro vizcaíno, procedente también de una familia castellanohablante de clase trabajadora, el cual se incorporó a ETA(m) una vez consolidada la democracia española, a finales de los ochenta:
Y a partir de ahí, pues empezamos a tener contactos con EGI, que era la juventud del PNV. Pues empezamos a andar para un lado y para otro. Y poco a poco pues, bueno, empezamos con repartir el Gudari, que era la revista entonces, pero que había entonces que salir y era un problema terrible repartirlo, ¿eh? Pues ibas a ver a la gente y todo el mundo pues patas, con un miedo terrible. Y había que quitarlo de encima rápido porque si no… porque si la policía te venía a revisar pues se te caía el pelo, ibas a la cárcel. Y ya así, poco a poco, fuimos encuadrándonos, ¿eh?, dentro de las juventudes de EGI. Y a participar en pintadas, en cosas. Pero hubo enfrentamiento con el PNV, creo que fue a partir de aquella bomba de la Vuelta a España en Pamplona, en Navarra. Y entonces nos pasamos en bloque a ETA, esto fue sobre el setenta y dos o así. (Entrevista número 6)
Yo fundamentalmente empiezo en el tema de asociaciones de estudiantes. Hombre, yo no formaba parte de ETA, pero sí era del entorno ese sociológico que se ha dicho de ETA, ¿no? O sea, que para mí el polo de referencia y claro que había en Euskal Herria en aquel momento, antifranquista e independentista, era ETA y no había ninguno más. Pero bueno, yo me movía en los círculos de estudiantes y me acuerdo era entonces de IASE, que era una organización de estudiantes que no estaba en el organigrama de ETA, pero que sí era una organización controlada por ETA en alguna medida, ¿no? Y entonces yo me hice de ahí, pero yo desde entonces tengo muy claro que voy a militar en ETA. Sí, sí, sí, sí. Eso lo tengo muy claro desde los quince, dieciséis años. O sea, que yo la opción personal que voy a tomar va a ser la de militar en ETA. Bueno, porque era el único polo de referencia político que tenía claro y porque pensaba que era la estrategia correcta para lograr los fines. Entonces, por ahí entro yo, más que nada por la vía de estudiante, con las pintadas y panfletos y todas esas historias. (Entrevista número 4)
Bueno, yo empiezo a militar en la izquierda abertzale en el año setenta y cuatro. Lo que pasa es que el tema de la izquierda abertzale en ese momento… Bueno, estaba ETA, se sabía que existía, pero que en nuestra zona el nivel de articulación de lo que podía ser el brazo político no estaba… asentado. Bueno, hasta que pues al final aparece uno ¿no?… Pues que es el setenta y cinco cuando ya pues… a partir de ahí se empieza a nuclear y… bueno, ahí se empieza a pitar […]. Bueno, estuve en la fundación de ASK, lo que ahora está en las… Abertzale Sozialista Komiteak. A partir de ahí, estuve militando en EHAS durante un año. Fue hasta el setenta y seis, enero del setenta y seis. Y ya en el setenta y siete, después de un relax, me refiero en cuanto a militancia por parte de EHAS… También es que, de las pocas cositas que se planteaban en momentos determinados, ¿no? Yo no veía aquello muy claro y me tomo unas vacaciones mentales hasta que, bueno, me siento a reflexionar y digo: ¿qué es esto? Y entonces paso a ETA político militar. (Entrevista número 11)
Entre eso, que ya iba a las manifas, ya porque quería, ¿no? Por presos y tal. Ya me metí en Jarrai. Son chicos jóvenes, majos. En aquella época éramos muy majos todos. Con una conciencia nacionalista muy grande, ¿no? Aunque luego en las mesas de premilitancia… Nos hacen unas mesas de premilitancia, nos dan cinco charlas: historia de ETA, historia de Euskadi, marxismo y tal, ¿no? El marxismo, pues eso… ¿Marxismo? ¡Si yo estoy aquí porque soy vasco y quiero luchar por mi pueblo! Tenía conciencia de clase, pero no al punto de decir, bueno, aquí hay que hacer una revolución, una revolución bolchevique como en la Unión Soviética, ¿no? Y empecé en Jarrai. (Entrevista número 39)
Más aún, te empiezas a mover, como puede leerse en un testimonio que se reproduce algunas líneas más abajo, y durante esa implicación política previa es cuando suelen ocurrir encuentros agresivos con adversarios políticos o, en este caso, agencias estatales de seguridad. Esta concreta experiencia, que opera estimulando la aceptación de repertorios más radicalizados de activismo y convirtiendo al ejercicio de la violencia en la máxima expresión del compromiso político, es asimismo característica de adolescentes y jóvenes a la postre reclutados por organizaciones terroristas. De este modo, con frecuencia en las circunstancias propiciadas por repetidos disturbios callejeros, es como parece desarrollarse mejor el aprendizaje social de la violencia[16]. Este antiguo militante vizcaíno de ETA(m), incorporado a la misma a finales de los setenta, tras haber estado relacionado anteriormente con grupúsculos de extrema izquierda, lo pone de manifiesto con estas palabras:
Luego en el barrio, el ambiente. Las manifestaciones, que veías, que no veías, que te empiezas a mover. Coño, que si… cuando aquellas semanas proamnistía, que si muerto para arriba y muerto para abajo. Que siempre tenías algún encontronazo con la policía. En fin, todo. Y ahí es donde me empiezo a implicar. Y me empiezo a implicar mucho de la mano de gente que ya estaba organizada en aquellos tiempos. Que eran gente escindida de ETA en la sexta asamblea. Y al final me pasa en eso como me pasa en todo. Como tienes iniciativas, la sangre más caliente que otra cosa, no eres de los que están esperando a ver qué pasa, pues bueno, pues en primera línea, caña al mono. Y ya la dinámica esa ahí es imparable. Porque al final se le saca un cierto placer también. Las manifestaciones eran un día de gozada. (Entrevista número 32)
Frecuentemente, como de hecho ha ocurrido en el caso de ETA, las organizaciones terroristas consiguen producir, en su entorno inmediato, una subcultura con actitudes y pautas de comportamiento diferenciadas[17]. Entonces, es en el interior de la misma donde se encuentran una serie de asociaciones juveniles y movimientos sociales, subordinados en sus estrategias a la mencionada organización terrorista, dentro de los cuales se radicalizan, mediante un intenso adoctrinamiento, las creencias nacionalistas de los adolescentes introducidos en ese entramado multiorganizativo pero sujeto a una única dirección, que en última instancia no es otra que la del propio directorio etarra. Al mismo tiempo, es dentro de esa subcultura donde se interioriza individual y colectivamente la aceptación de la violencia como método de acción política, al tiempo que se promociona su práctica efectiva. En el pasado, sobre todo mediante tareas asociadas a la figura de laguntzaile o colaborador, que a menudo constituía el paso previo a la plena incorporación como pistolero de la banda armada. Un buen número de los antiguos miembros de ETA entrevistados para la realización de este libro fueron colaboradores antes de ingresar como militantes en la organización terrorista.
Desde mediados de los años noventa, tanto la justificación de la violencia como su práctica ocurren en el marco de la denominada, sin duda de manera eufemística e impropia, violencia callejera, en alusión a kale borroka. Esta violencia, surgida del nacionalismo vasco radical, fue pensada inicialmente como reacción ante el deterioro en la capacidad del entramado asociativo que rodea a ETA(m) para ejercer el control social que reclama y necesita dicha banda armada. Además, fue diseñada para complementar las acciones practicadas por el menoscabado elenco de militantes formalmente encuadrados en la organización terrorista. Su desarrollo, con una y otra finalidad, se vio favorecido, en conjunto, por la existencia de la mencionada subcultura de violencia con un número cada vez más limitado, pero en cualquier caso todavía suficiente, de adolescentes y jóvenes dispuestos a realizar el nuevo repertorio de actividades intimidatorias.
Aunque, en realidad, la denominada kale borroka es una expresión innovadora de terrorismo, perpetrada preferentemente contra vascos que se identifican con orientaciones políticas democráticas, constitucionalistas pero no nacionalistas. Una estratagema terrorista con la que ETA(m) ofrece, a una serie de adolescentes socializados políticamente en el seno de una verdadera contracultura de valores antisistema y totalitarios, la posibilidad de ejercer violencia contra quienes no comparten sus ideas sin incurrir, al menos temporalmente, en los cada vez más elevados costes que implica adquirir la condición de militante. Aunque, tras tan agresivo aprendizaje, algunos de ellos sigan acabando por aceptar ésta.