¿QUIÉNES SON LOS MILITANTES DE ETA?
A lo largo de las cuatro últimas décadas, el perfil sociológico de los militantes de ETA denota cambios muy significativos. Aunque, en general, se trate sobre todo de varones, son francamente notables las diferencias que se observan, por ejemplo, entre aquellos incorporados a los patriotas de la muerte durante la primera mitad de los setenta y cuantos lo hicieron desde mediados los años ochenta. El etarra de ayer, por lo común reclutado con una edad algo superior a los veinte años, era descendiente de familias vascas autóctonas residentes en pequeñas y medianas localidades donde el uso del euskera se encontraba ampliamente extendido. Captado a una edad más temprana y procedente de las zonas urbanas donde menos abundan los vascohablantes, con frecuencia crecido en hogares establecidos por inmigrantes, el etarra de hoy se asemeja mucho a los jóvenes radicales europeos de su misma generación que pertenecen a grupos violentos de ideología neonazi y otros movimientos antisistema. Sin embargo, es posible elaborar una caracterización genérica referida al conjunto de los que en algún momento de su vida optaron por ingresar en ETA. ¿Quiénes son, pues, estos militantes? ¿Cuáles son sus rasgos demográficos y sociales básicos? ¿De qué ámbitos geográficos y entornos culturales proceden? ¿A qué se dedicaban cuando ingresaron en la organización terrorista? ¿Cómo han evolucionado todas esas peculiaridades con el paso del tiempo?
Para responder a tales preguntas, este capítulo ofrece, además de testimonios extraídos de entrevistas individuales, datos sobre casi setecientos cincuenta militantes de ETA, cerca de la mitad de los reclutados por la banda armada entre el inicio de los setenta y 2010, recogidos en los documentos judiciales a que se hace referencia en el prólogo de este libro. Se trata, pues, de una muestra sobradamente significativa, en la que no se incluye a los que se relacionaron con la organización terrorista únicamente como colaboradores. Todo lo cual permite que puedan sostenerse algunas generalizaciones respecto al conjunto de los que se convirtieron en patriotas de la muerte. Para ello, la información recogida ha sido sometida a un somero tratamiento estadístico, como puede comprobarse en los cuadros de elaboración propia incluidos en el Anexo II de esta obra. Con el fin de apreciar las transformaciones en el perfil sociológico de los militantes, en dichos cuadros se ofrecen los datos correspondientes a cada una de las variables consideradas para cuatro periodos consecutivos de tiempo.
El primero de esos periodos discurre todavía durante el franquismo y alcanza los años del inmediato posfranquismo, entre 1970 y 1977. Es decir, entre el año en que un tribunal militar juzgó a dieciséis destacados miembros de ETA —en un acontecimiento de gran repercusión conocido como el Proceso de Burgos— y se consolidó la tendencia de dicha organización armada clandestina a especializarse en la práctica del terrorismo; y el año en que, iniciada ya la transición a partir del régimen autoritario, se concede una amnistía y tienen lugar las primeras elecciones generales tras la dictadura. El segundo periodo, de 1978 a 1982, incluye la transición democrática propiamente dicha y se extiende, después de aprobado el Estatuto vasco de autogobierno y celebrados los primeros comicios autonómicos, hasta la autodisolución de ETA(pm) tras el fracasado golpe de Estado de 1981. El tercer periodo transcurre desde 1983, cuando los nacionalistas vascos que optan por la violencia lo hacen ya exclusivamente como miembros de ETA(m), hasta mediados de los noventa, momento en el que se manifiestan con un alcance inusitado las movilizaciones de la sociedad vasca contra la violencia y la organización terrorista reacciona introduciendo como estratagema complementaria la llamada kale borroka. En el cuarto y último periodo, delimitado entre 1996 y 2010, continuó la decadencia de ETA(m), que resulta evidente desde comienzos de los ochenta y la banda ha tratado de contener mediante el acoso generalizado a los demócratas, la extorsión masiva y declaraciones siempre engañosas de tregua.
Hablar de los militantes de ETA es hacerlo de varones, jóvenes y solteros. La abrumadora mayoría de quienes han ingresado en dicha organización terrorista entre el inicio de los años setenta y 2010 son, efectivamente, varones. En concreto, nueve de cada diez, siempre de acuerdo con la información contenida en la muestra que sirve de base a la elaboración de este capítulo, si bien a lo largo del tiempo se observa un paulatino incremento en el porcentaje de mujeres reclutadas. El dato es, desde luego, común al conjunto de organizaciones terroristas que hemos conocido, tanto en las sociedades industriales avanzadas como fuera de ellas, a lo largo de los últimos cuatro decenios. Aun cuando en la distribución de la militancia por sexos se observan algunas variaciones significativas de unos casos a otros, cabe afirmar que el terrorismo contemporáneo es un fenómeno predominantemente masculino. Este hecho ha sido objeto de dos líneas de interpretación[5]. Por una parte, como evidencia de la mayor propensión de los varones hacia el comportamiento agresivo en general y la práctica del terrorismo en particular. Por otra, como indicación de que también en estas formas violentas de acción política se detecta la influencia de culturas dentro de las cuales prevalecen valores y conductas marcadamente patriarcales.
En relación con la primera de esas dos explicaciones, resulta sin duda llamativo que, según parece, sea habitual que las mujeres que llegaron a convertirse en miembros de ETA lo hicieran atraídas por algún varón ya militante. Algún varón con el cual venían manteniendo, en concreto, una estrecha relación sentimental. Frecuentemente, además, ello ocurre tras acompañarlo en su huida hacia territorio francés, al haber sido identificado por la policía española como integrante de la banda armada. Escuetos pero típicos testimonios del modo en que tales vínculos afectivos han incidido sobre el ingreso en la organización terrorista son los dos siguientes, ofrecidos por sendas mujeres, navarra una y alavesa la otra, que se incorporaron a ETA(pm) y ETA(m), respectivamente. En un caso, el reclutamiento se produjo durante el periodo de la transición democrática y a la edad de veintitrés años. En el otro, hacia la primera mitad de los ochenta y con tan sólo diecinueve:
Me lo propusieron. El mozo con el que yo salía. Entró él y entonces pues entré yo también. (Entrevista número 19)
Yo tenía un novio y entonces hubo detenciones en el pueblo. Él tuvo miedo y yo me fui con él… por miedo a ser detenida por ser novia de él. Entonces yo fui a Iparralde, bueno, al País Vasco norte. Y me fui con él. (Entrevista número 7)
Lo cual no significa que las mujeres así captadas carecieran de una orientación ideológica coincidente con la del nacionalismo vasco radical ni tampoco que se encontraran al margen de las movilizaciones propias de dicho sector político. Ahora bien, en ausencia de un vínculo afectivo como el descrito parece poco probable que hubieran aceptado compromisos de mayor alcance, especialmente cuando el uso de la violencia les suscitaba serios reparos. Un relato adicional de la primera de las dos mujeres aludidas, en concreto la que se incorporó a ETA(pm) hacia finales de los setenta, corrobora este argumento. Se convirtió en militante de esta facción porque se lo propuso su novio; pero, aun cuando aduce no haberse planteado antes esa posibilidad, reconoce que se encontraba entre quienes manifestaban públicamente su apoyo a la organización terrorista. Algo similar ocurre con el testimonio, incluido a renglón seguido, de una militante de la facción político militar, que fue reclutada al iniciarse la década de los ochenta, con veintiún años de edad y nivel de estudios primarios, mientras desempeñaba un empleo no cualificado. Su ingreso se produjo tras seguir a su compañero sentimental hasta el lugar conocido como santuario francés; pero antes de adquirir la condición de militante, había estado implicada en actividades de colaboración con la organización terrorista:
Yo creo que ni se me pasó nunca por la cabeza la posibilidad de poder entrar en ETA, ¿no? Pero por ejemplo sí que se me había pasado alguna vez por la cabeza que… te pidieran algo, como infraestructura. Por ejemplo, que te pidieran… pues alguien que viene, oye, pues un etarra, y se tiene que esconder y meterlo en tu casa, por ejemplo. Pues bueno, yo lo tenía clarísimo. Porque si tú defiendes, estás defendiendo la lucha que llevan y los estás defendiendo y diciendo Gora ETA!, Gora ETA militarra! o Gora ETA politiko militarra!, si te viene uno, no le vas a decir que no. Entonces me parecía de congruencia, de lógica y de… vamos… Pero a ese nivel no me había planteado la posibilidad… (Entrevista número 19)
Yo he ido al otro lado porque, bueno, él se fue al otro lado. Y en ese momento estaba en paro. Además, bueno, estaba muy mal conmigo misma y dije: aquí de momento no tengo nada, voy a ver qué es lo que me pasa allí, ¿no? Y fui a vivir con él […]. Aunque de alguna forma había estado ya involucrada. Colaborando en el entorno bastante y con cosas de envergadura, pero no siendo militante. Y no hubiese sido nunca si no llega a darse esa situación […]. Aunque luego… bueno, yo siempre digo que ha sido un error, uno de mis grandes errores, ¿no? Estar en algo que no estabas completamente convencida con los métodos que se estaban utilizando. (Entrevista número 16)
En el mismo sentido habla un varón vizcaíno, militante de ETA(m) desde finales de los setenta, que ingresó en dicha organización terrorista a la edad de veintidós años y, como tantos otros, una vez incorporado implicó a la que era entonces su novia. Se refiere precisamente a la misma con estas palabras, que revelan cuál era su marco político de referencia, aun cuando hasta entonces ella no se hubiera movilizado más que para ejercer el derecho al voto, eso sí, en beneficio de la coalición política encubridora de aquella banda armada:
Ella era una simpatizante de Herri Batasuna. Era, bueno, pues una chiguita que no le veías en ninguna movida política, pero sí votaba, como mucha gente, pues abertzale y tal y cual, sin demasiadas ideas. (Entrevista número 32)
Por otra parte, que los terroristas y sus víctimas sean principalmente varones es una circunstancia relacionada quizá también con determinados condicionamientos estructurales y ciertos patrones culturales referidos a la división de papeles en la vida pública según el género. Más aún: aquellas organizaciones terroristas procedentes de contextos sociales en los cuales la población femenina quedaba tradicionalmente relegada al ámbito privado de lo familiar y donde han venido prevaleciendo fuertes actitudes patriarcales, suelen registrar entre sus activistas una proporción de mujeres inferior a la de otros entornos más igualitarios. Tal ha sido y es el caso de ETA, hasta el punto de que los antiguos militantes atribuyen reiteradamente a circunstancias de ese tipo la mucha mayor presencia de varones entre los miembros de la organización terrorista. Así lo hacen, por ejemplo, dos varones que se incorporaron a ETA(m) en el posfranquismo. Uno, alavés, procedente de una familia urbana, castellanohablante y de clase trabajadora, que fue reclutado a la edad de diecinueve años. Otro, guipuzcoano, nacido también en el seno de una familia de clase trabajadora, pero en la que se hablaba euskera, quien se incorporó con veinte años de edad:
Yo creo que es más cultural que… no sé si machista. Yo creo que es más cultural. La cultura que ha existido siempre del hombre y de la mujer. Y que, por supuesto, en el País Vasco siempre ha sido muy arraigada la idea de que la madre, la etxekoandre, era la jefa, pero en la casa. Y luego fuera, pues eso. (Entrevista número 30)
Bueno, conocí a una mujer que era la ayudante de Txomin. Era cuando Txomin estaba con los comandos legales. Era el encargado de comandos legales y era ayudante ésta. Pero vamos, por lo demás, no he conocido mujeres en puestos importantes. Y en comandos armados, en nuestra época no había. Seguramente se debe a que los vascos siempre hemos sido muy machistas, seguramente. Y que las mujeres, en casa, pienso yo. (Entrevista 33)
A este respecto, adquiere sin duda un especial interés el testimonio de esta guipuzcoana, vascohablante desde su infancia y procedente de una familia de clase media y con antecedentes nacionalistas, asentada en una localidad de tamaño medio, que cursaba estudios de formación profesional cuando, a finales de los setenta y a la edad de dieciocho años, se incorporó a la facción político militar de ETA. Atribuye a la educación recibida por los varones su mayor predisposición a la militancia en una organización terrorista pero, al mismo tiempo, desvela la que considera reacción de su entorno más inmediato, de su familia y, más en concreto, de su madre, por el hecho de haber tomado una decisión que, según se deduce de sus palabras, era mejor aceptada en el caso de los hombres que en el de las mujeres:
Igual un paso de ese tipo lo dan más fácil los hombres, pues por la educación o por lo que sea que han tenido, ¿no? De todas maneras, yo creo que en mi casa también ha sido un drama. Todo el mundo, por muy de acuerdo que estés. Mira, si es el hijo del vecino, todavía mucho mejor que si es tu hijo, ¿no? Es normal, es humano. Pero, encima, que sea tu hija… O sea, yo creo que el marcharme con dieciocho años de mi casa, siendo encima mujer, pues mi madre ha tenido que sufrir un montón, creo yo. Porque si sería hombre, también sufriría, lógicamente, porque soy su hijo, pero ya mujer es como una tara que tú llevas ahí. (Entrevista número 12)
Pero si para una madre tener una hija etarra puede llegar a suponer una tara, como acaba de sugerirse, los mismos patrones culturales referidos a la intervención de la mujer en el ámbito de lo público son susceptibles de manifestarse también en el rechazo, por parte de los propios militantes de la organización terrorista, a llevar a cabo actividades junto a alguna mujer, aduciendo que su posible presencia daría lugar a problemas. En concreto, que podría generar relaciones sentimentales inapropiadas para una situación de clandestinidad; y que los varones se verían obligados a ofrecerle una ayuda algo especial, poco aconsejable en momentos de dificultades. Así, al menos, se justifica este guipuzcoano, crecido en una familia urbana de clase media baja, que había cursado estudios universitarios antes de incorporarse a ETA(m), a la edad de veinticuatro años, iniciados ya los ochenta:
Nosotros no queríamos. Incluso había uno de los chicos, de los que estábamos en el comando, que estaba empeñado en pedir alguna chica, pues para cobertura y cosas del estilo. Nosotros no queríamos porque daban lugar a problemas. Tan sencillo como que gente joven, que normalmente no tienes una relación de pareja y que se puede dar una relación muy estrecha. Y lo que no era de recibo es que entrara una chica en la organización o en el comando para luego tener problemas de encontrar a la chica. Si hubiera surgido que habría una chica, pues supongo que habríamos trabajado con ella como… igual que con un hombre. Pero bueno… Luego también, a la hora de… buscarte la vida, pues si había un momento de peligro, pues cada uno sabía por dónde tirar; y si hay una chica, siempre tienes más vergüenza, ésa de decir: vamos a ayudarle a ésta o… no sé, pienso, ¿eh? Aunque luego ha habido mujeres que han funcionado de maravilla en los comandos. Pero a mí particularmente, ya te digo que no… (Entrevista número 31)
Por todo ello, no resultará extraño que en el seno de ETA, o de las dos facciones en que se dividió a mediados de los setenta, tendieran a reproducirse, de una u otra manera, las actitudes y los comportamientos referidos a la presencia de mujeres en el ámbito de lo público, que eran habituales en la sociedad circundante o entre la población considerada como referente para los militantes de la organización terrorista. Atiéndase, por ejemplo, a los tres testimonios que transcribo a continuación, todos ellos de guipuzcoanas que se incorporaron a ETA(pm) entre mediados y finales de los setenta. El primero, de una mujer vascohablante desde su infancia y procedente de una familia de clase media, que cursaba estudios de formación profesional cuando fue reclutada, a la edad de dieciocho años, insiste en el papel de compañera convencional atribuido a las mujeres que se habían incorporado a la organización terrorista por hallarse dentro sus maridos o, lo que es mucho más común, novios. El segundo, de una castellanohablante crecida en una familia de clase trabajadora, incorporada a la organización terrorista con veintiún años de edad, mientras cursaba sus estudios de bachillerato, se detiene a describir aspectos poco gratificantes de su experiencia como mujer durante el tiempo en que permaneció refugiada, junto a otros miembros de su misma banda armada, en el País Vasco francés. El tercero y último es nada menos que una denuncia del acoso sexual que padecía una mujer de origen baserritarra, es decir, rural, procedente de una familia vascohablante y con antecedentes familiares nacionalistas, obrera no especializada en el momento de su ingreso en ETA(pm), con veinte años de edad:
Normalmente las mujeres, por desgracia, que han estado dentro de los peemes porque han sido sus maridos, porque han sido sus novios y tal, pues han funcionado también como mujeres. O sea, ETA político militar seguía siendo el reflejo, a nivel de machismo, de lo que era la sociedad, como seguirán siendo me imagino que el resto de las organizaciones, ¿no? (Entrevista número 12)
En el otro lado, mi experiencia como mujer, horrible. Horrible […]. Unos machistas asquerosos. Excepto algunos, la mayoría, unos burros. Como no había casi mujeres, pues fíjate […]. A mí se me ha metido gente en la cama, así de… Le mandabas a tomar por culo. O sea… Bueno, y, por ejemplo, los juegos, famosos… Yo nunca participaba, pero igual estábamos dos o tres chicas y la típica cena… O sea, pues veinte en todo un piso pequeño, o quince. Y a la noche, a la cena, pues a jugar a no sé qué y a las prendas. Y a quitarse ropa. Y todo el objetivo era verle en pelotas a la tía de turno, claro. Yo, nunca. A mí no me pillaron… O sea, ni media vez, claro. Y bueno… de hacer las… y de… trabajo cotidiano, ¿eh? En la vida diaria, en limpiar, en todo. (Entrevista número 14)
Hubo un responsable que, bueno, pues que quería mantener relaciones. Y a mí no me apetecía. Y me dijo: pues daré malos informes para ti. Había chantajes de este tipo, sí. Coincidía a veces y eso te jodía un montón. (Entrevista número 5)
De cualquier manera, las mujeres incorporadas como militantes a la organización terrorista han constituido, salvo raras excepciones, una minoría cuya intervención directa en acciones violentas es relativamente poco frecuente y muy excepcional en lo que se refiere a funciones de dirección. En este sentido, resulta sin duda bien aleccionador lo que ocurrió cuando ETA(m) decidió hacer creíbles sus amenazas contra cuantos militantes optaran por abandonarla y acogerse a las medidas de reinserción ofrecidas desde 1981 por el gobierno español, en forma de indultos individuales, para de este modo desarrollar una vida pacífica y normalizada en sus lugares de origen, si así lo deseaban. Entonces, los dirigentes de aquella organización terrorista eligieron asesinar, de entre un número mucho más amplio de posibles víctimas que habían desobedecido las directrices del directorio clandestino, casi todos varones, precisamente a una de las escasísimas mujeres que habían formado parte del mismo. En concreto, a María Dolores González Catarain, también conocida como Yoyes, que fue abatida de un tiro en la cabeza, el diez de septiembre de 1986, por pistoleros de la misma banda armada a la que había pertenecido no muchos años antes, mientras paseaba con un hijo de corta edad, que fue testigo del crimen, por las calles de su localidad guipuzcoana natal, Ordizia.
Así pues, aunque hay excepciones a la norma y algún testimonio en sentido contrario, las mujeres que han pertenecido a ETA suelen referirse no sólo al hecho de ser habitualmente relegadas a la condición de descanso del guerrero, como puede leerse en la más que elocuente narración transcrita unas líneas más abajo, sino también a las dificultades que tenían para acceder a posiciones de mando o liderazgo dentro de la banda armada. Así lo apunta, señalando precisamente esos dos aspectos, una guipuzcoana de origen baserritarra, vascohablante desde su infancia y con antecedentes nacionalistas en su familia, antigua militante de la facción político militar, que fue reclutada al iniciarse la década de los ochenta, contando entonces veintiún años de edad:
Ha sido mucho más duro para las mujeres que para los hombres en esa situación, ¿no? A la mujer se la ha utilizado… Además, antes la frase se utilizaba mucho: el descanso del guerrero. Y muchas mujeres ahí han estado quemadas porque habían sido infraestructura y demás; y al caer el comando o algún miembro del comando, pues luego se han tenido que ir y allí se han encontrado muy, muy vendidas. Esas mujeres lo han pasado muy mal. Siempre ha sido una proporción de menos mujeres que hombres. Siempre se ha teorizado mucho, pero en la realidad si alguna mujer tenía que coger algún mando, algún puesto, tienes que… ¿cómo se dice? …hacer ver que tienes el doble de valía que el otro compañero que está al lado. (Entrevista número 16)
Un relato que confirma esta última apreciación lo proporciona de manera harto enfática no una mujer, sino un antiguo militante vizcaíno de ETA(m), procedente de una familia de clase media y sin tradición política de signo nacionalista, que ingresó en la organización terrorista con aproximadamente veintisiete años, apenas iniciada la década de los ochenta. Su testimonio, que alude con nombres y apellidos a casos particularmente destacados, de los cuales tuvo conocimiento directo y fidedigno, insiste en que las mujeres etarras suelen estar convencidas de verse obligadas a demostrar más que los varones, no ya para acceder a posiciones de dirigente, sino incluso para ser verdaderamente reconocidas como militantes:
Las mujeres siempre han entrado con un déficit en ETA, con un pequeño hándicap. Y siempre han tenido que demostrar… Porque ellas mismas me lo decían. Por ejemplo, Idoia López Riaño, la que llaman La Tigresa. Y ella decía que la mujer en ETA tiene que demostrar dos veces lo que demuestra el hombre para que se la acepte como militante. Y yo le decía que no, que tú cumple con tu labor, no te preocupes, se te va a reconocer como esa labor. Y el caso de Belén González Peñalva también, lo mismo, que tenían que demostrar más que los demás. Y entonces, como quieren demostrar más que los demás y verdaderamente no pueden, pues entonces… hay un conflicto de intereses ahí interesante, de hacer muchas chapuzas. Y… no sé… Ahí verdaderamente está el conflicto de personalidades, ¿no? (Entrevista número 40)
A este respecto, algo sin lugar a dudas curioso y hasta paradójico es lo que revela este mismo antiguo militante de ETA(m). Durante al menos la primera mitad de los años ochenta, dicha organización terrorista envió a un buen número de sus militantes a un centro de adiestramiento militar en Argelia, invitados por las autoridades de ese país, donde permanecían por espacio de unos dos meses. Pero los propios anfitriones, con el conocimiento y la aquiescencia de los dirigentes etarras, discriminaban a las mujeres que formaban parte del colectivo de militantes enviados, como queda de manifiesto en los hechos que se describen a continuación:
El único problema que había es que fueron dos mujeres. Entonces, como eran países árabes, no aceptaban bien a las mujeres. Se daba la circunstancia que nos hacían correr a nosotros… Bueno, nos hacían no, nosotros pedíamos correr un poco. Porque ellos no querían correr mucho, eran bastante vagos. Ellos querían disparar y fuera, ¿no? Entonces queríamos correr para adquirir un poco el tono físico. Y corríamos nosotros por el desierto por una pista y las mujeres, ellas dos, corrían solas. Porque decían que no, que la mujer era inferior al hombre y entonces… La verdad es que físicamente eran bastante inferiores a nosotros, ¿no? Y les hacían correr solas a ellas. Era increíble aquello. Nosotros, como no queríamos ningún roce con ellos, aceptábamos todo lo que decían. (Entrevista número 40)
En realidad, a las mujeres que han militado en ETA sus correligionarios varones suelen encomendarles, debido no sólo a más que probables prejuicios sexistas, sino también a imperativos de eficacia, tareas de mantenimiento o recogida de información. Así lo revela la descripción realizada por una mujer, asimismo guipuzcoana y de origen baserritarra, procedente de una familia vascohablante y con antecedentes familiares nacionalistas, obrera no especializada en el momento de su ingreso en ETA(pm), a los veinte años de edad, cuyas palabras insisten además en el escaso número de mujeres con que contaba la organización terrorista en aquellos momentos del posfranquismo, aunque esas cifras no hayan variado mucho con posterioridad. Tras su testimonio, se ofrece el de un varón, militante en este caso de ETA(m), el cual pone de manifiesto que la principal razón para que los dirigentes de su banda armada optaran asignarle una mujer cuando se desplazaba a otras ciudades durante algún tiempo, con el fin de llevar a cabo las actividades que le hubieran sido encomendadas, consistía en que así daban la apariencia de una pareja estable y eso le facilitaba pasar lo más desapercibido posible:
Fuimos a Madrid… cuando estaba Fraga. Ahora se puede decir, porque luego cayó la acción, no se pudo hacer nada; pero nosotros íbamos a ejecutar a Fraga, fíjate. En el año… setenta y cinco me parece que fue, o en el setenta y seis, en Vitoria… Gasteiz. En una manifestación murieron cinco obreros, el tres de marzo o no sé qué; y nosotros al año siguiente queríamos hacerle algo a Fraga. Y yo anduve mirando, buscándole a ver dónde podía localizarle a él, yendo… tragándome todas las misas que él iba, para localizarle. Y al final le localicé en una iglesia, que iba con su hija a misa[…]. Pues claro, con eso de que éramos chicas, pues pasábamos más desapercibidas. Entonces para verificar, para mirar, para localizar, para todo, nos mandaban a nosotras. Y estábamos poquísimas chicas. (Entrevista número 5)
Hacíamos una vida pues de parejita normal y corriente en Madrid, en la que yo trabajaba pateando calle y buscando información, buscando datos y archivos; y ella, en casa tranquilamente. Algunas veces me acompañaba. (Entrevista número 32)
En suma, una abrumadora mayoría de quienes en algún momento de sus vidas optaron por convertirse en militantes de ETA han sido varones, aunque el siempre muy limitado porcentaje de mujeres parece haberse incrementado paulatinamente a lo largo del tiempo. Este hecho pone de manifiesto que, bajo el conflicto político planteado por el nacionalismo vasco, subyace una cultura que ha tendido a obstaculizar la implicación de las mujeres en los asuntos públicos, si bien no su predominio en el ámbito doméstico, lo cual a la postre se refleja tanto en las formas no violentas de acción política como también en las decididamente violentas. De la información disponible se deduce además que, con frecuencia, las mujeres que ingresaron en una u otra facción de la organización terrorista lo hicieron inducidas por algún varón, ya inserto en el entramado clandestino, con el que se encontraban muy vinculadas afectivamente. Asimismo que, una vez en el seno de ETA, se reproducían patrones de conducta propios del machismo dominante en el entorno social de la banda armada, incluida la tendencia a dificultar el acceso de las mujeres a posiciones dirigentes. En realidad, lo habitual ha sido que fueran relegadas a tareas de mantenimiento y recogida de información, además de ser y sentirse utilizadas como descanso del guerrero.
Por lo que se refiere a la edad, la inmensa mayoría de quienes han militado en ETA aceptaron incorporarse a dicha organización terrorista durante sus años de adolescencia y juventud, habitualmente tras algún tiempo de inmersión en asociaciones ubicadas dentro del sector ideológico del nacionalismo vasco radical y, con frecuencia, no sin antes haberse implicado ya en algún tipo de acción violenta. Esto es, el reclutamiento suele ocurrir durante ese periodo del ciclo vital individual en que mayor es la disponibilidad en términos de tiempo y de responsabilidades personales. En conjunto, ocho de cada diez militantes etarras incluidos en la muestra adquirieron la condición de tales cuando su edad se encontraba en el tramo que transcurre entre los dieciocho y los ventiséis años. Algunos antropólogos han considerado, a este respecto, que la voluntad de aterrorizar ha sido siempre un producto de la hybris juvenil, de la falta de medida a que es propensa la edad que sigue a la niñez[6]. En cualquier caso, los siguientes tres testimonios, respectivamente de una mujer guipuzcoana que ingresó en ETA durante la primera mitad de los setenta, de un varón alavés que se incorporó a ETA(m) en el inmediato posfranquismo y de otro varón, en este caso vizcaíno, que lo hizo en esa misma facción a finales de los ochenta, subrayan contundentemente la relación entre edad, ideología política y militancia en la organización terrorista:
Claro, ahora lo miro con treinta y siete años, ¿no? Es decir, pues que con treinta y siete años, viviendo lo que viví entonces, no sé si estaría en la misma historia. Ya me entiendes. Es decir, que era… el medio; y la edad, también. Yo le doy como mucha importancia a la edad que yo tenía en aquel momento, para estar donde estuve. (Entrevista número 8)
Es un momento… yo creo que también marcado un poco por la edad, ¿no? Que sientes esa vitalidad que tienes, que… no sé, pues que no ves reparos a nada. Y te sientes además muy identificado con el problema. Y, bueno, sin ningún problema. (Entrevista número 30)
¿Hace falta echar una mano? Pues… lo que haga falta, ¿no? Diecinueve años, te comes el mundo. Y sí, no es normal, pero… a mí me dijeron y sí. Lo hice con toda la voluntad del mundo, además. Me parecía que había que hacerlo. (Entrevista número 39)
Sin duda, el hecho de que los militantes de ETA tengan esas edades cuando formalizan su ingreso en la organización terrorista bien puede reflejar también algunas cualidades propias de la mentalidad adolescente, en tanto que estadio psicológicamente distintivo del desarrollo individual que se ha ido prolongando en nuestras sociedades modernas. No en vano, se trata de una fase de la existencia personal muy vulnerable al reclamo de estilos de vida y prácticas políticas que, como puede ocurrir con la militancia en el seno de una organización terrorista, combinan el atractivo de la aventura con un afán por transformar radicalmente la realidad social[7]. Con franca nitidez lo expresa un antiguo miembro de ETA(pm), de origen guipuzcoano y vascohablante desde niño, procedente de una familia de clase trabajadora sin tradición política nacionalista, que fue reclutado mediada la década de los setenta, a los dieciséis años, cuando había empezado a trabajar como obrero especializado de la industria:
Hombre, lo que sí teníamos era una mentalidad conspirativa, ¿no? Esta cosa de pensar que un buen golpe o… que una cosa casi del azar puede cambiar la historia, ¿no? Esta cosa de pensar que puedes hacer un mundo nuevo de un día para otro […]. Me parece que es como muy emocionante, ¿no? Es una cosa… Bueno, aparte de que puede ser romántica incluso, porque en la idea había… en nosotros había un romanticismo también exagerado. Pero también es… una cosa como muy emocionante y, claro, es de sensaciones fuertes. Y todo eso a mí me llamaba mucho la atención también, ¿no? A mí, aparte de todas las consideraciones del tipo que quieras […]. También tiene cierto… espíritu aventurero, una cosa de este tipo también es fundamental. Otra persona, aunque lo quiera hacer, aunque le parezca bien y tal, puede en un momento dado decir: yo es que no puedo. (Entrevista número 2)
Así, ocurre incluso que, quienes luego ingresarán en la organización terrorista pero consideraban antes unas u otras alternativas de implicación política dentro del nacionalismo vasco, asociaban habitualmente a los principales actores colectivos entonces existentes con determinadas cohortes de edad o generaciones. En este sentido, la implicación en la banda armada era percibida como muy emocionante; y la participación en otras formas de acción política, no tanto. Por ejemplo, el Partido Nacionalista Vasco (PNV) tendía a ser identificado como una organización política que, por su historia y actividades, resultaba más bien propia de adultos comprometidos pero poco innovadores, que durante el franquismo se había sumido en la pasividad. Esta crítica se hacía extensiva, en líneas generales, a su organización juvenil, Euzko Gaztedi (EGI). Por el contrario, la imagen de ETA correspondía precisamente a la de una atractiva movilización colectiva protagonizada por jóvenes sumamente activos. Con sus propias palabras lo expresan, por este orden, un vizcaíno de origen baserritarra, vascohablante, que trabajaba como obrero especializado en un taller de mecánica cuando se incorporó a ETA hacia finales del franquismo, con diecinueve años de edad; y un guipuzcoano nacido en una familia de clase trabajadora, vascohablante también, que desempeñaba un empleo no cualificado en el momento de ingresar en la facción político militar de esa organización terrorista, en los primeros tiempos del posfranquismo, a la edad de diecisiete años:
¿Por qué en ETA y no en EGI, por ejemplo, que podía ser una de las opciones? Porque yo pensaba que había que hacer algo más, ¿no? Algo más de lo que era el verdadero folclore o porque entonces no se hacía. Yo veía que, por lo menos por parte del PNV, por parte de EGI, no hacían absolutamente nada. O sea, estaban organizados, pero no tenían… no veía ninguna labor que estuvieran haciendo. Y, en cambio, los otros por lo menos eran dinámicos, ¿no? Entonces es más atractivo para un joven el meterme en algo dinámico, en algo de esto, ¿no? (Entrevista número 10)
Bueno, de hecho, en aquellos años la única alternativa que había quizá era el PNV. Pero bueno, para nosotros, el PNV era el partido de… yo qué sé, de los mayores. (Entrevista número 18)
Ahora bien, de acuerdo con los datos recogidos, llama singularmente la atención el hecho de que, desde hace ya tiempo, la frecuencia de ingreso de nuevos militantes en ETA se haya reducido de manera notoria. Entre la primera mitad de los años ochenta y el presente, la tasa anual de reclutamiento etarra parece ser cinco veces inferior a la registrada desde 1970 hasta 1982. Además, mientras que durante la primera mitad de los setenta, todavía bajo el franquismo, y los primeros años de la transición, sólo el 9 por ciento de los militantes que ingresaron en la organización terrorista tenían una edad igual o inferior a los veinte años, de acuerdo con la muestra a la que se hace referencia aquí, éstos constituían, entre mediados de los ochenta y la primera mitad de los noventa, casi el 50 por ciento de cuantos fueron reclutados. Habían pasado ya, por tanto, aquellos tiempos —en concreto, la década de los setenta y, muy especialmente, sus años finales y los primeros ochenta— en que los dirigentes etarras disponían de un amplio potencial de movilización y, salvo circunstancias excepcionales, reclutaban principalmente varones de entre veintiuno y veintiséis años que cumplían ciertos requisitos adicionales, como haber hecho el servicio militar obligatorio en el ejército español. Se mostraban en cualquier caso muy remisos a incluir quinceañeros entre sus subordinados, incluso para no poner en entredicho la reputación de que ETA disfrutaba entonces en amplios sectores de su población de referencia.
Una mujer guipuzcoana, convertida en militante de ETA(pm) durante los años de la transición democrática, rememora el interés que la organización terrorista —en que a la postre ella misma ingresaría, debido en ese caso a la necesidad de nuevos miembros que había generado una escisión— tenía por no reclutar adolescentes. Un varón, de la misma procedencia geográfica e integrado en ETA(m) hacia el periodo inaugural del posfranquismo, a la edad de veinte años, recuerda que inicialmente le fue muy difícil conseguir ser aceptado por los responsables de la organización, debido a su edad y su inexperiencia por no haber cumplido el servicio militar obligatorio. Este paso por el ejército español se consideraba una buena fórmula para adiestrarse en el uso de las armas y, al mismo tiempo, con frecuencia estimulaba sentimientos de hostilidad hacia lo que se percibía como la fuerza armada del país extranjero que ocupaba y sometía a los vascos:
Bueno, yo me acuerdo que, cuando pedimos hacer ya algo más serio a nivel de organización, nos dijeron que no. Al principio, tendríamos diecisiete años, nos dirían que no […] porque éramos unos críos todavía, éramos muy jóvenes. O sea, me imagino que a alguno de diecisiete años le detienen con una pistola y eso mismo es un desprestigio para la organización, ¿no? Aunque, ya te digo, los diecisiete años políticos de ahora no son los diecisiete años políticos de entonces. Pero sí, eres una cría a nivel personal. (Entrevista número 12)
Vamos a ver, ten en cuenta que no había hecho la mili. En aquella época exigían estar exento de mili y cosas de esas, ser gente madura. Luego, posterior, pues ya se cogía más a otro tipo de gente, más jóvenes, ¿no? Pero en aquella época, como militancia sobraba… E incluso recuerdo: mira, gente tenemos mucha ahora, pero lo que nos hace falta es gente cualificada. Entonces, más madura. Yo tenía la edad joven. (Entrevista número 37)
Hace tiempo que, más allá de los constreñimientos impuestos por la propia evolución demográfica de la sociedad vasca, los dirigentes de ETA(m) aceptan en realidad lo que haya disponible; aunque por su edad, más temprana en conjunto que antaño, no sea otra cosa que carne adolescente de cañón, de la que otros se benefician en su pretensión de imponer por la fuerza, sobre la ciudadanía vasca y navarra, determinados planteamientos de un nacionalismo étnico y excluyente, de pasamontañas y txapela. De todo ello es un conciso pero buen exponente el siguiente testimonio, proporcionado por un varón guipuzcoano procedente de una familia de clase media urbana, que se integró en la mencionada organización terrorista a inicios de los ochenta, con veinticuatro años de edad:
En aquella época no era como ahora. Antes, cuando llegabas a un comando armado, habías pasado previamente por una serie de actividades muy largas. Llegabas un poco como culminación a… Hoy en día, no. Hoy en día, la gente del comando armado directamente ya le da la pistola y vete a pegar tiros, ¿no? Claro, la situación era diferente. Había mucha cantera, había muchas posibilidades. (Entrevista número 31)
Sin embargo, la introducción por parte de ETA(m) de la kale borroka o violencia callejera, como estratagema terrorista complementaria a las actividades de los integrantes de la banda armada, volvió a elevar significativamente la edad media en el reclutamiento desde 1996. Pero ello se debió, sobre todo, a que los adolescentes que de otro modo hubieran ingresado directamente como militantes desarrollaban primero, durante dos o tres años aproximadamente, acciones de violencia ordenadas por los dirigentes etarras, pero sin haberse integrado todavía a la organización terrorista. Aunque no pocos de esos adolescentes, una vez socializados en la violencia, pasarán de la kale borroka a las partidas de pistoleros etnonacionalistas.
De cualquier modo, en consonancia con la edad a que habitualmente se produce el ingreso en ETA, el estado civil típico de sus militantes cuando son reclutados es la soltería, que además suele mantenerse mientras dura el periodo de militancia. En conjunto, sólo uno de cada diez militantes incluidos en la muestra a que hace referencia este capítulo estaba casado en el momento de incorporarse a la organización terrorista y desde 1983 no se detecta a ninguno. Pero se trata también de una circunstancia indicativa de las aparentemente obvias dificultades que entraña hacer compatible una actividad clandestina y de alto riesgo con la necesaria atención y predecibilidad que requieren los compromisos adultos de carácter familiar, en especial cuando se tienen hijos de que cuidar. Así lo reflejan, entre otros muchos, estos dos militantes; el primero, un guipuzcoano de origen baserritarra que tomó la decisión de entrar en ETA apenas iniciada la década de los setenta, mientras que el segundo, que ya ha sido aludido algunas páginas atrás, es un alavés procedente de una familia urbana de clase trabajadora, incorporado a la facción militar de la organización terrorista en los primeros años del posfranquismo:
Mi vida afectiva dentro de ETA antes de entrar en la cárcel era nula. Porque sufría también afectivamente mucho, porque… bueno, no podía proyectar ningún… no podía tener un proyecto de familia ni de novia, porque de un día a otro iba a caer… veía mal el que otros compañeros viviesen en familia. Veía que la familia era un freno para la lucha de ETA… bueno, dentro de ETA. (Entrevista número 44)
Cuando ya me eché novia —y luego llegué a casarme incluso—, pues ya estaba dejando la organización. O sea, que lo tenías un poco apartado. Siempre he considerado que no debía mezclar una cosa con otra, por seguridad de la otra gente y por la tuya misma. O sea, yo si hubiera tenido familia, hubiera hecho… hubiera participado en la… por mis ideas, de otra manera. Políticamente, probablemente. (Entrevista número 30)
Algunas notorias excepciones han existido, desde luego, a esta regla generalizada de la soltería, como es el caso de un antiguo miembro de ETA(m), de origen guipuzcoano, procedente de una familia urbana de clase trabajadora en la que se hablaba cotidianamente euskera y existía cierta tradición política de orientación nacionalista, el cual estaba casado y tenía hijos a su cargo en el momento de ser reclutado, a finales del franquismo. Antes de abandonar voluntaria y definitivamente la práctica del terrorismo, este militante fue capaz de compaginar su vida cotidiana de —digamos, por analogía— respetable agente comercial y padre de familia con frecuentes actividades de violencia en las que a menudo se producía derramamiento de sangre, durante más de trece años y sin que ni siquiera en su casa supieran lo que ocurría exactamente. O, al menos, eso es lo que él pensaba:
Hombre, mi mujer… pues tanto tiempo es prácticamente imposible que a una mujer le tapes cosas, ¿no? Entonces, mi mujer, joder, sabía que algo pasaba, ¿no? Pero no tenía ni idea de que la cosa estaba tan… que estaba yo tan metido en el tema, ¿no? (Entrevista número 28)
Así pues, además de tratarse en su gran mayoría de varones, quienes han militado en ETA se caracterizan asimismo por incorporarse a la organización terrorista siendo adolescentes y jóvenes. Es decir, una edad en la que, por una parte, existe mayor disponibilidad personal para dedicar tiempo y energías a la consecución de determinados objetivos políticos, en este caso los del nacionalismo vasco. Por otra parte, es una edad particularmente propicia al reclamo de estilos de vida y prácticas políticas que conjugan, además de un desdén por el riesgo que contribuye a reducir la percepción de los costes en los cuales se incurre, cierto aventurerismo y anhelos de profunda transformación social. La clandestinidad y el uso de la violencia, facetas propias de una organización terrorista, pueden atraer a determinados adolescentes y jóvenes deseosos también de adquirir una identidad colectiva precisa. Resulta congruente con todo ello que la soltería sea el estado civil a todas luces predominante en el momento del ingreso en ETA.
Pero, de acuerdo con los datos disponibles, desde mediados de los ochenta se observa, además, que los militantes etarras se incorporan cada vez en menor número y a una edad más temprana, si consideramos también a los implicados en actos terroristas de kale borroka que después se convierten en tales, lo que bien puede revelar que, desde hace casi dos décadas, la banda armada no dispone del potencial de reclutamiento que, según los que han conocido periodos anteriores, existía durante el tramo final del franquismo y los años de la transición a la democracia. Sin duda, un ejemplo más del paulatino y a la larga irreversible proceso de decadencia en que, desde inicios de los ochenta, se encuentra inmersa la ETA(m).
Entre quienes se han incorporado a ETA durante los últimos cuarenta años predominan de manera sostenida los jóvenes nacidos y residentes en Guipúzcoa, es decir, procedentes del territorio donde la implantación del nacionalismo vasco es comparativamente mayor. Constituyen, de hecho, prácticamente la mitad del total de etarras incluidos en la muestra y de los contabilizados para cada uno de los cuatro periodos consecutivos de tiempo. Téngase en cuenta, por ejemplo, que la población guipuzcoana, respecto del total vasconavarro, equivalía al 26 por ciento, de acuerdo con el censo de 1981, y al 25,5 por ciento según el de 2001. En conjunto, su principal comarca de extracción es la de Donostialdea (San Sebastián y alrededores), que ha proporcionado una cuarta parte del total de militantes guipuzcoanos, y no el Goiherri (Ordizia y alrededores), como suele aducirse, quizá porque los nacidos en esta zona han estado con frecuencia sobrerrepresentados entre los dirigentes de una u otra facción de la organización terrorista. El monto de militantes vizcaínos se mantiene en cifras próximas a un tercio del total en los cuatro periodos; dos de cada diez, aproximadamente, procedentes de la comarca del Gran Bilbao[8].
A lo largo del tiempo y, sobre todo, desde mediados de los años ochenta, a medida que se reduce el número anual de nuevos militantes reclutados, se incrementa significativamente el porcentaje de los nacidos en Navarra, aunque éstos apenas supongan un cuarto de los vizcaínos o un sexto de los guipuzcoanos. Cabe afirmar que la presencia de alaveses ha sido siempre muy reducida, superada en conjunto por el porcentaje de militantes nacidos fuera del País Vasco y Navarra. Por ello adquiere especial relevancia el testimonio de uno de ellos, apenas mencionado en el epígrafe precedente, crecido en una familia castellanohablante y sin tradición nacionalista alguna, que se convirtió en miembro de ETA(m) al iniciarse la segunda mitad de los setenta. No sin antes desdeñar —aplicando un razonamiento basado en prejuicios del nacionalismo étnico— el carácter castellanohablante, culturalmente mestizo y hasta fronterizo de Álava, para trasladarse por voluntad propia, siendo entonces un adolescente, a residir en las tierras guipuzcoanas que, de alguna manera, consideraba más genuinamente vascas, más Euskadi, en una palabra:
Siempre me he sentido mucho más identificado con Guipúzcoa que con Álava, por ejemplo. Pues quizás… no sé, el sentimiento ese de que aquello era todavía más… como más radical, más Euskadi, ¿no? Más que Álava. Porque Álava, pues la veías más influenciada pues por la parte de La Rioja, Castilla, ¿no? La zona más próxima. Entonces… no sé si ha sido por eso. Creo que sí que se puede decir que ha sido por eso. Entonces noté cierta atracción más por Guipúzcoa, mucho más. (Entrevista número 30)
Guipúzcoa, los guipuzcoanos y lo guipuzcoano constituyen, pues, una referencia fundamental para muchos de los por otra parte relativamente escasos militantes de ETA que proceden del País Vasco más meridional. Siendo el territorio cuyos paisajes más se asemejan a la imagen indómita e inaccesible de Euskal Herria (literalmente, el país en que se habla euskera), por encontrarse allí más extendido que en ninguna otra provincia o territorio el uso de la lengua vernácula y también por ser el lugar donde mejor instalado se encuentra políticamente el nacionalismo vasco, Guipúzcoa es para algunos como más Euskadi, la cuna, en definitiva. Es así como adquiere un significado muy especial, por ejemplo, para esta mujer navarra, procedente de una familia urbana de clase media, castellanohablante y carente de antecedentes nacionalistas, que se incorporó a ETA(pm) durante el periodo de la transición democrática, a la edad de veintitrés años:
Guipúzcoa siempre era el… un poco el… más o menos te parecían los más… los mejores, los guipuzcoanos. Guipúzcoa era un poco… bueno, ¡los guipuzcoanos! Ir a Guipúzcoa era también ir a la cuna, ¿no? (Entrevista número 19)
Los mejores, los guipuzcoanos, por tanto. De lo que no cabe duda es que han sido y son los más numerosos entre los etarras. Durante los años setenta, el mayor número de jóvenes reclutados por la organización terrorista procedía muy probablemente de entornos rurales o intermedios correspondientes a los valles del interior no sólo guipuzcoanos sino también vizcaínos, sinuosas áreas montañosas donde la persistencia de los elementos primordiales de la cultura vasca autóctona se combinaba con los corolarios de un acelerado proceso de industrialización desarrollado desde la década de los cincuenta y especialmente durante los sesenta. Los datos recogidos revelan que siete de cada diez militantes incorporados a ETA durante el primer periodo, entre el inicio de los setenta y los primeros años del posfranquismo, así como más de la mitad de los que ingresaron durante los años de la transición democrática y hasta iniciados los ochenta, habían nacido en localidades pequeñas y medianas principalmente ubicadas en ese espacio geográfico, donde la densidad asociativa es muy elevada[9]. A este respecto, se ha producido una interesante inversión en el perfil sociológico de quienes han ingresado en la organización terrorista, pues, al menos desde mediados de los años ochenta hasta hoy, alrededor del 65 por ciento de los reclutados a partir de entonces procede de áreas urbanas y metropolitanas, aunque este porcentaje baje marcadamente si se atiende al tamaño de la localidad de residencia en el momento de la captación, incrementándose entonces sobre todo el número de los procedentes de municipios de dimensiones medias. En esas zonas es, curiosamente, donde menor vigencia tienen los atributos primordiales más íntimamente relacionados con la cultura vasca tradicional.
De hecho, de acuerdo con la muestra a que se viene haciendo referencia en este capítulo, cuatro de cada diez miembros de ETA reclutados desde finales de los setenta provienen en su mayoría de un entorno lingüístico en el que menos del 20 por ciento de la población se expresa correctamente en euskera. Y, a partir de mediados los ochenta, alrededor del 75 por ciento de aquéllos ha nacido en localidades donde no más allá del 40 por ciento de sus habitantes son vascohablantes. Por el contrario, el contingente más numeroso de quienes se convirtieron en militantes durante el primer periodo, coincidiendo con la fase final de la dictadura y los primeros años de transición a partir del franquismo, procedía de zonas en que la tasa de vascohablantes superaba al 60 por ciento de la población de hecho y, en todo caso, más de la mitad había nacido en municipios donde el uso habitual del euskera era la norma para más del 40 por ciento de los habitantes.
Quizá ello ayude a entender algo mejor que, si en ese primer periodo eran seis de cada diez los etarras cuyos dos primeros apellidos eran autóctonos, entre los captados a lo largo de los periodos tercero y cuarto se han invertido de nuevo los datos, de manera que ahora seis de cada diez carecen de apellidos autóctonos o tienen solamente uno. Algunos de estos etarras son, sin lugar a dudas, hijos e hijas de familias inmigrantes, cuestión esta en la que se profundiza en el capítulo 5. Ello inquieta mucho a quienes fueron militantes de ETA y se mantienen en el ideario de un nacionalismo vasco de carácter étnico, molestos porque la organización terrorista a que pertenecieron haya ido incorporando gente no autóctona que consideran extraída de la marginalidad. Éste es, por ejemplo, el punto de vista al respecto de un varón vizcaíno procedente de una familia de clase media en la que el euskera ha sido siempre la lengua doméstica y donde existe tradición política nacionalista, que se incorporó a ETA(m) durante la transición democrática, a la edad de dieciocho años:
El sustrato mismo de lo que nos está acompañando, sustrato… gente de la margen… más de la margen de Santurce y demás, menos nacionalista, mucho más preocupada por el tema social, mucho más preocupada por el tema marginal, la situación, el desempleo. Afectada por ese tipo de hechos. E incluso un porcentaje amplísimo, del orden de un 85 por ciento… Bueno, no voy a poner datos… que desconozco. Pero si miras las detenciones, mira los apellidos de las detenciones y poco o nada tienen que ver con gente autóctona, de aquí de toda la vida. Y gente procedente de la inmigración. O sea, un sustrato marginal. (Entrevista número 34)
Sin duda, interesa también constatar que a lo largo del tiempo se han registrado cambios muy relevantes respecto a la ocupación ejercida por los militantes de ETA en el momento de su reclutamiento, lo cual puede ser relacionado tanto con transformaciones ocurridas en la propia estructura social vasca como, sobre todo, con alteraciones en el potencial de movilización atribuible a dicha organización terrorista[10]. Mientras que, siempre de acuerdo con los datos de la muestra, nada menos que el 61,1 por ciento de quienes se incorporaron a dicha banda armada en el primer periodo, es decir, entre el inicio de los setenta y los primeros años del posfranquismo, eran obreros de la industria y los servicios, éstos apenas constituyen un 31,5 por ciento de los militantes que han sido reclutados durante el cuarto periodo, o sea, desde la segunda mitad de los noventa. En cambio, si en aquel primer periodo el porcentaje de estudiantes constatable entre los terroristas recién incorporados era tan sólo del 5 por ciento, el subgrupo correspondiente a dicha categoría ocupacional se multiplica por cuatro e incluso por seis en los periodos sucesivos, hasta 2010. Son, sobre todo, estudiantes de enseñanza secundaria, aunque la proporción de universitarios es más que significativa. Desde mediados los años noventa, significativo es asimismo el porcentaje de etarras «ni-ni», es decir, el de quienes, en el momento de ingresar en la organización terrorista, ni estudiaban ni trabajaban. En conjunto, los etarras extraídos de las clases trabajadoras han ido perdiendo peso en el conjunto de los militantes reclutados a lo largo de las últimas cuatro décadas, en favor de otros a los que por su correspondiente categoría ocupacional cabe genéricamente ubicar en el amplio sector de las nuevas clases medias. Lo cual ha ocurrido, sin embargo, a medida que ETA perdía capacidad de movilización y, en concreto, para reclutar nuevos militantes.
En definitiva, el perfil sociológico de quienes han ingresado en ETA(m) a lo largo de aproximadamente las últimas cuatro décadas coincide en gran medida, como se ha señalado al inicio de este capítulo, con la caracterización del radicalismo juvenil, anómico y urbano, actualmente observable en gran parte de los países europeos[11]. Un radicalismo que, en nuestros días, suele manifestar su descontento a través de movimientos antisistema de orientación neonazi o también anarquista, pero que en la tierra de los vascos canaliza su agresividad desbaratadora a través de la oferta articulada de violencia colectiva que ofrece una organización terrorista. Este antiguo militante, de origen vizcaíno y procedente de una familia urbana de clase trabajadora, que se incorporó a ETA(m) a finales de los ochenta, con diecinueve años de edad, plantea las alternativas disponibles a sus coetáneos en aquellos momentos, siempre que no quisieran continuar estudios superiores ni buscarse un empleo con el cual iniciar una trayectoria laboral. Como corresponde a un segmento anómico y descontento de la juventud urbana de nuestros días, las opciones básicas pasaban, esencialmente, por el consumo de drogas o la implicación en actividades desbaratadoras:
La juventud… o la gente que iba conmigo a clase o tenían visos de ir a la Universidad… tendrían sus ideas políticas, supongo, como todos. Pero bueno, estaban a lo suyo, no se metían en nada. Y luego estaban ya los que estaban trabajando con dieciséis años, como yo. Y luego ya los que en los estudios pues no querían avanzar más, pero que tampoco querían trabajar. Y entonces, automáticamente, si no te metías en algo político, caías en el mundo de la droga; pero fácilmente, además. (Entrevista número 39)
Por cierto que terrorismo y drogas no se encuentran tan separados. Desde luego, los vínculos existentes entre la práctica de aquella violencia y el narcotráfico constituyen un hecho evidente, al cual no ha sido ajena la propia ETA. En primer lugar, porque se trata de fenómenos transnacionalizados que tienden a complementarse en la realización de funciones especializadas. En segundo lugar, debido a que el comercio ilegal de sustancias estupefacientes puede proporcionar a las organizaciones terroristas cuantiosos e inmediatos fondos, necesarios para sostener campañas de violencia y mantener un entramado clandestino. Por último, dada la estructura del mercado negro internacional donde se abastecen las organizaciones terroristas, resulta muy difícil hacerse cliente de los traficantes de armas sin terminar siéndolo de los narcotraficantes. En este sentido, es bien elocuente el testimonio de un antiguo miembro de ETA(pm) nacido en un país europeo no mediterráneo, dentro de una familia de clase media, que fue reclutado durante el posfranquismo. Hablando sobre los contactos internacionales de la banda armada en que militaba en los que llegó a desempeñar algunas importantes responsabiliades, comenta, literalmente, a pesar de la indudable cautela demostrada con sus palabras, lo siguiente:
… a través de otros movimientos nos presentaban al inframundo de la mafia, de todo eso. Estás en un mundo de drogadictos. Y entonces, algún día te dicen: pues te vendo, por ejemplo te voy a vender cincuenta browning y tú tienes que comprar un kilo de heroína también. Entonces tienes un problema ético inmenso. Pero si abajo, aquí, te están esperando, están haciendo la guerra… cincuenta browning y tienes que comprar un kilo de heroína. (Entrevista número 46)
Resultaría verosímil que esa droga fuese luego revendida. Incluso cabe pensar que esa reventa se produjera principalmente en el propio País Vasco, donde los terroristas de una u otra facción y sus allegados podían explorar las oportunidades de negocio. Y lo harían en un mercado ilicito dentro del cual es posible que, durante los años setenta y ochenta, hayan competido con la oferta de droga decomisada oficialmente y sin embargo puesta en circulación por funcionarios corruptos de las fuerzas de seguridad confabulados con delincuentes comunes. A pesar de que ETA(m) manifestara durante años una retórica hostilidad hacia el consumo de drogas y haya atentado ocasionalmente, intentando dar crédito a sus proclamas, contra camellos o revendedores locales. Un buen ejemplo reciente de esta contradicción es el de Ekhiñe Eizaguirre, que se integró en ETA en 2009. Al ser detenida en febrero del año siguiente, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado hallaron en su domicilio un kilo y medio de marihuana, que se disponía a vender para obtener dinero. Por otra parte, no son pocos los antiguos militantes de esa banda armada que cumplieron condenas en prisión y dan cuenta del consumo de drogas entre sus correligionarios internos en centros penitenciarios. Como tampoco debe ignorarse que entre los terroristas reclutados ya avanzada la década de los noventa y posteriormente detenidos se han detectado consumidores habituales de cocaína, según revelan algunas diligencias policiales.
Pero, retomando el tema de este capítulo, ese algo político al que aludía como alternativa al mundo de la droga el etarra vizcaíno citado algunos párrafos más atrás se refiere a implicarse en el universo imaginario, cada vez más cerrado en sí mismo, sectario y autosuficiente, del nacionalismo vasco radical. Concretamente, en las asociaciones y movimientos donde se han socializado políticamente hasta en nuestros días —además de aprender el uso de la violencia— centenares de adolescentes y jóvenes, para algunos de los cuales ese ámbito es el preludio de su conversión en miembros de ETA. Aunque su violencia no sea ni propiamente expresiva ni tampoco finalista; antes bien, decididamente antisistema, como deja entrever el antiguo militante de ETA(m) incorporado a finales de los ochenta a quien correspondía también el testimonio precedente:
A romper, a romper. A romper por romper. Aprovechan cualquier cosa para romper, ¿no? No ha pasado nada, no había nada, no tenéis agobio policial, no sé. Pero… pues todo es cuatro calimochos y ponerse a romper una cabina. (Entrevista número 39)
De aquí que abunden los juicios sumamente críticos, emitidos por antiguos miembros de ETA(m), respecto a los adolescentes que la organización terrorista está reclutando sobre todo desde mediados los años ochenta. Como es el caso de los tres siguientes. El primero, de un guipuzcoano al que también se ha hecho referencia con anterioridad, incorporado a dicha banda armada a finales del franquismo, a la inusual edad de treinta y tres años. El segundo, de otro guipuzcoano que ingresa en los años del posfranquismo, con veinte años. Finalmente, de un vizcaíno reclutado durante la transición democrática, a los dieciocho años de edad. Todos ellos destacan, de uno u otro modo, la tendencia a implicarse en actividades de violencia antisistema, consideradas delictivas incluso, como forma de expresar un descontento que, por cierto, ni siquiera procedería de eventuales agravios padecidos como nacionalistas vascos:
Hombre, ésa es la diferencia que había entre la gente de antes y la de ahora, los que yo ahora les llamo los bocarranas, ¿no? Porque ahora, por ejemplo, uno está sin trabajo o está de soltero por ahí y se mete siempre a un sitio o a una entidad donde haya bronca. Porque tiene que hacer la bronca. Se mete en las Gestoras, se mete en donde sea, con el fin… bueno, de sacar su adrenalina. Porque tienen razón, están enfadados y cualquier cosa les vale para protestar, ¿no? (Entrevista número 28)
No han vivido la represión, no han vivido la represión. Son de los que se han tragado tres o cuatro libros y han oído tres o cuatro charlas; y les han metido las ideas con un embudo y de ahí no te salgas. Son esa gente. Y que tienen un concepto de la vida prácticamente que en Euskadi no puedes ni aplicarlo y la gente encima se pondría en contra total. O sea, son unos idealistas que no sé en qué mundo viven, la verdad […]. O sea, están viviendo como con Marx, con Lenin. No saben lo que es el… ¿cómo decirlo? Las raíces vascas, o sea, el porqué de toda esta lucha; no tienen ni idea, no tienen. No han vivido ni cuando Franco, no han vivido… No se han ilustrado, no se han tragado tomos de lo que ha pasado aquí. Entonces sí, saben que esto es Euskadi y punto. Y para mí no tienen otro… No son nacionalistas, en una palabra. (Entrevista número 33)
Entonces, el sustrato de la época nuestra ha sido un sustrato eminentemente nacionalista. Sin embargo, el sustrato ha variado. Ha variado en tanto en cuanto las fuentes de alimentación, así como los procederes y los objetivos incluso, han variado. Esto… ¿qué significa? Pues que mientras antes un militante era militante pues porque sabía por qué era militante y por qué luchaba, ahora el corte cuasi delincuencial, el corte cuasi marginal de las fuentes de adaptación nacionalista está variando. Se está produciendo un cambio en ese sentido y claro, hoy en día si quieres tener un militante que realce los valores de la revolución roja, pues hombre, le tendrás primero que reeducar, le tendrás que decir que aunque haya caído el Telón siguen valiendo los valores porque aquellos valores son los valores que ensalzan al hombre, tal, cual, le tendrás que educar en ese sentido. Mientras que a un militante como nosotros, eminentemente nacionalista, pues bueno… A mí no me tienen que decir lo que es mi patria. Ya lo sé. Y lo que quiero a mi patria. Ya lo sé. O la quiero o no la quiero, pero ya lo sé. (Entrevista número 34)
No es de extrañar, a la vista de estos y otros testimonios, que una sentencia del Tribunal de Grande Instance de París, emitida el 12 de noviembre de 2008, al condenar a varios militantes de ETA(m) detenidos en territorio francés, se refiera a la organización terrorista, literalmente, como un «movimiento anarco-nacionalista».
De cualquier manera, aquel segmento de militantes etarras incorporados durante los últimos tres periodos, en una tendencia iniciada hacia mediados los ochenta y que continúa, se añade, en la actual composición interna de la mermada organización terrorista, a otros dos muy especialmente significativos, en los que cabe ubicar a la mayoría de los miembros, ya estén en prisión o fuera de ella. Por una parte, el remanente de quienes se convirtieron en militantes de la banda armada durante los años de la transición democrática, cuando las expectativas políticas del nacionalismo vasco radical eran muy elevadas y hasta se consideraba verosímil que la insurgencia violenta culminara con éxito, debido a lo cual se encuentran hoy desorientados, aunque todavía sumisos al férreo control de la banda armada. Por otra, el de los actuales dirigentes y otros terroristas notables, particularmente interesados en asegurar el mantenimiento y la viabilidad del grupo armado, pues de ello depende, en buena medida, no ya tanto el logro de determinados objetivos políticos como, sobre todo, la satisfacción de sus propias ambiciones y necesidades personales. Dicho sea con palabras de un guipuzcoano mencionado no hace mucho, vascohablante desde niño y crecido en una familia urbana con marcados antecedentes nacionalistas, que se incorporó a ETA(m) durante el posfranquismo y permaneció bajo la disciplina de la organización terrorista más de diez años, además de otros tantos cumpliendo una condena en prisión por delitos de asesinato. Así explica que, según su argumento, los dirigentes etarras no estén verdaderamente interesados en que se termine el terrorismo:
Porque viven muy bien. Tienen mucho poder. Una persona que tiene hoy en día el poder… sobre la vida de mucha otra gente… de decir a éste mátalo, a éste no le mates; una persona que tiene mucho dinero, que vive bien sin trabajar, no puede dejarlo de la noche a la mañana. (Entrevista número 33)