La sugerencia del Abuelo Samuel de que Belinda probara en la parroquia de un pueblo cerca de Corebate donde quizá hubiera un sacerdote dispuesto a celebrar su boda con Esmond dio buen resultado. No había ni rastro del reverendo Theodore Grope, y de hecho circulaba el rumor de que se había largado a algún lugar y de que era tan viejo que ese lugar bien podía ser su tumba. Pero por suerte había un nuevo titular del beneficio, que por lo visto creyó a Belinda cuando ésta le dijo que todo estaba en orden para las inminentes nupcias.
Aun así, Belinda había tenido que pagar una suma considerable de dinero, presuntamente para la restauración de la iglesia del pueblo, que precisaba unas reparaciones urgentes. Al final, Belinda pagó de buen grado. Al no localizar a Theodore, había temido no encontrar a ningún otro sacerdote dispuesto a desplazarse hasta Grope Hall, pero el reverendo Horston, que evidentemente era nuevo en la región, no puso ningún reparo.
Belinda también había encontrado un traje muy elegante que le iba bastante bien a Esmond. El traje había pertenecido a un joven Grope al que habían llamado a filas durante la guerra. Decían que se había alistado en el ejército voluntariamente para huir de la aburrida vida en Grope Hall, pero también decían que al pobre hombre lo habían hecho migas en El Alamein, y ésa no debía de ser la huida en la que estaba pensando. Belinda había tenido que comprarle a Esmond unos zapatos y una alianza, pero dadas las circunstancias el gasto no le molestó.
Una vez solucionados esos preparativos, Belinda empezó a entrenar a su prometido en el ritual de la boda. Le sorprendió lo fácil que resultaba. A Esmond ya no parecía sorprenderle en absoluto la idea de casarse. Al contrario: parecía encantado con esa perspectiva.
«Y eso demuestra lo joven y atractiva que debo de parecerle. Y lo maravilloso que es él —pensaba equivocadamente—. Ni siquiera le importa que le llamen señor Grope». Ella también había empezado a utilizar el apellido de soltera de una prima lejana suya, pero pronto sería la señora Grope y tomaría el control de la casa y de la finca.
A la mañana siguiente, Esmond se levantó increíblemente temprano y fue a hablar con el Abuelo Samuel, por quien ya sentía simpatía y en quien confiaba. Lo encontró sentado frente a su cabaña, al otro lado del muro, en lo alto de la colina, fuera de la vista de Grope Hall.
—He venido a hacerte una pregunta —dijo Esmond, y se sentó a su lado en la hierba.
—Pregunta lo que quieras.
—¿Por qué te llaman Abuelo? No eres tan mayor.
Samuel asintió con la cabeza y encendió una vieja pipa.
—Eres un joven muy observador, de eso no cabe duda —dijo esbozando una sonrisa, y no comentó que Esmond le había planteado esa pregunta el mismo día que se conocieron y que, de hecho, se la había repetido casi todos los días desde entonces. Es más, se preguntaba si el muchacho tendría alguna deficiencia mental, lo cual explicaría por qué se había quedado allí tanto tiempo.
Por otra parte, Esmond empezaba a caerle bien, así que le contó, como había hecho con Belinda, que su verdadero nombre era Jeremy y que, sí, sólo tenía treinta y tantos años.
—Eres buena gente, Joe —concluyó el Abuelo Samuel—. Y por aquí no ha habido muchos tipos como tú últimamente. La vieja Myrtle ya se puede morir tranquila ahora que sabe que la finca está en manos de Belinda. Ahora le corresponde a ella preocuparse por la perpetuación de la línea femenina de la familia.
—¿Por eso me voy a casar con ella?
—Supongo —contestó el Abuelo Samuel—. Pero tu futura esposa es muy guapa, y eso es algo que no puede decirse de la mayoría de las Grope. Yo en tu lugar tendría cuidado. Con las Grope nunca se sabe. Quizá no le sirvas para gran cosa una vez que hayas cumplido con tu deber, por así decirlo.
Esmond sonrió.
—No creo que tenga problemas. Yo también he hecho mis planes, y si me salen bien, hasta tú saldrás beneficiado. Tú y yo formamos un buen equipo, Abuelo Samuel. Y de ahora en adelante me gustaría llamarte Joven Jeremy, si no te importa.
Samuel sonrió también y estiró un brazo para estrecharle la mano a Esmond.
—Claro que no. Aunque quizá sería mejor que la jefa no te oyera llamarme así. Eres un buen amigo, Joe, y voy a hacer todo lo posible para ayudarte —dijo—. Si puedo evitarlo, no te decepcionaré.
Esmond saltó el muro por la parte del campo más alejada de la cabaña de Samuel y corrió hasta donde no pudieran verlo desde la casa solariega para pasar un rato pensando en esa nueva amistad, que quizá fuera su primera amistad verdadera, aunque todavía no pudiera llamar al Joven Jeremy por su verdadero nombre en público. Pero todo eso iba a cambiar en cuanto ocupara el puesto que le correspondía como dueño y señor de la finca Grope.
Al cabo de un rato oyó a Belinda llamándolo a lo lejos, así que volvió corriendo a la casa y, sin pasar por la cocina, subió la escalera de piedra hasta el dormitorio, donde fingió estar vistiéndose cuando entró Belinda.
—¿Qué tal has dormido? —le preguntó ella.
—Estupendamente. Y he tenido un sueño muy agradable en el que aparecías tú. Vivíamos juntos después de casarnos.
Belinda se conmovió. Verdaderamente, su sobrino era un muchacho encantador.
—Ya sólo faltan dos días —le recordó; lo besó y bajó a la cocina para prepararle el desayuno.
Esmond sonrió. Belinda no sospechaba nada. Estaba impaciente por que pasaran esos dos días.
Después de desayunar, Esmond salió otra vez y echó a andar por la vía del tren hasta una curva que no se veía desde la casa. Entonces se sentó al sol y se puso a pensar otra vez en lo que iba a decirle a Belinda cuando se hubieran casado. Y a calcular cuánto debía esperar para cumplir su amenaza. Decidió que esperaría una semana para dejar que Belinda diera por hecho que seguía siendo la dueña de la finca, y que entonces atacaría. Le diría que si no le entregaba a él todo el control, la denunciaría por bígama. Y la acusaría de haberlo secuestrado. Y seguramente también de haberlo envenenado con alcohol.
Estaba convencido de que Belinda se derrumbaría. Pero ¿y si no? Quizá le plantara cara, y eso podía resultar peligroso. Tenía que prever esa posibilidad. Bueno, en ese caso desaparecería y la asustaría dejándole una nota en la que insinuaría que iba a denunciarla. Sí, ésa sería su respuesta si Belinda no se sentía intimidada por sus amenazas. De todas formas, Esmond no creía que Belinda le plantara cara. Al fin y al cabo, ella lo había salvado del cerdo del tío Albert y del asesino de su padre y de su dominante madre, y Esmond le estaba agradecido por eso.
Se tumbó al sol y se preguntó qué estarían haciendo sus padres, aunque no le importaba mucho. Le había dado la espalda al pasado, y ahora estaba concentrado en el futuro, en su futuro como el primer varón Grope cabeza de familia y con control absoluto de la finca.
Era un panorama extraordinario y que suponía un desafío. Pero lo primero que tenía que hacer era casarse. Una vez que Belinda y él estuvieran casados, podría obligarla a hacer cuanto quisiera.
Dos horas más tarde, Esmond trepó por el terraplén de la vía y subió por la colina hacia el pinar que cubría su cima. Nunca había estado allí, y se preguntó cuándo habrían plantado aquellos árboles. Siguió caminando y de pronto llegó a un gran claro bordeado por un muro de piedra. Comprobó, sorprendido, que se trataba de un cementerio. Saltó el muro y leyó los nombres de las lápidas. Casi todos eran de mujeres Grope que habían dirigido la casa a lo largo de los siglos. Esmond pensó que si lograba llevar a cabo su plan, a él también lo enterrarían allí cuando muriera. Esa idea no lo deprimió en absoluto, sino que le produjo un inmenso placer. El cementerio estaba lleno de flores silvestres y arbustos en flor, pero no había señales de que lo hubieran visitado recientemente. Se preguntó por qué la persona que estaba enterrada en la tumba larga de la capilla no estaba enterrada allí, con los demás. El cementerio era mucho más agradable; desde allí se contemplaban todos los campos circundantes, y no había nadie que te molestara.
Esmond miró su reloj y vio que era la hora de comer. Volvió a saltar el muro y recorrió el bosque, y veinte minutos más tarde entraba en la cocina de Grope Hall. Se llevó una sorpresa al ver que en medio de la vieja mesa de trabajo había un espléndido pastel de boda. Belinda le sonrió.
—Pensé que estaría bien hacer las cosas como es debido —dijo—. Lo encargué ayer y hoy he ido a Wexham a buscarlo mientras tú estabas fuera. Al fin y al cabo, mañana es viernes.
—Dios mío, qué despistado me estoy volviendo. Creía que habías dicho que hoy era miércoles. En fin, es maravilloso —dijo Esmond—. Así que mañana ya seremos el señor y la señora Grope.
—Claro, querido —dijo ella, y lo besó más apasionadamente que nunca—. Y ahora, a comer. Vamos a pasar una luna de miel estupenda.
—¿Luna de miel? ¿Adónde iremos?
—A ningún sitio, amor mío. La pasaremos aquí. Los Grope nunca han salido de la casa después de casarse. Esa es la tradición, y debemos continuarla.
—Por supuesto —dijo Esmond, que estaba decidido a hacer precisamente todo lo contrario. Después de comer, subió a su habitación y redactó la nota en la que advertía a Belinda que pensaba denunciarla si ella se oponía a que él se convirtiera en el jefe de la casa. La metió en un sobre, cerró el sobre con Superglue, se lo guardó y fue a buscar al Abuelo Samuel. También quería pedirle al Joven Jeremy que fuera su padrino al día siguiente.
Lo buscó por todas partes, y al final lo encontró en la capilla. Le sorprendió encontrar al Abuelo Samuel levantando uno de los extremos de la larga lápida de bronce que había en el suelo con un gato de coche. Ya había conseguido levantarla medio metro, y estaba introduciendo por el hueco unas piedras que había cogido de la vía del tren en desuso.
—Échale un vistazo a esto —dijo el Abuelo Samuel—. Siempre he sospechado que esta lápida encerraba algo raro.
Esmond se asomó y vio los pies de un esqueleto y, a su lado, la punta de una pala.
—Raro no, rarísimo —masculló—. ¿Por qué no está enterrado en un ataúd? ¿Y por qué está enterrado aquí y no en el cementerio con el resto de los Grope? ¿Crees que era alguien especial?
—Podría ser, supongo; aunque no me explico por qué le pondrían encima esta gruesa placa de bronce.
—Quizá para impedir que el tipo saliera de ahí debajo —dijo Esmond.
—O quizá la pusiera él para impedir que las mujeres Grope se le tiraran encima —dijo el Abuelo Samuel con una sonrisita.
Esmond no entendió el chiste del todo, pero continuó:
—Mira, Joven Jeremy, he venido a preguntarte si quieres ser mi padrino mañana.
—Claro que sí, aunque no te envidio. Yo no me casaría con una Grope por muy atractiva que fuera. Y no olvides llamarme Abuelo Samuel cuando estemos con las mujeres, o estarás perdido.
—No te preocupes por mí. Como ya te dije, tengo mis planes.
—Sí, y seguramente ese tipo también tenía sus planes —observó el Abuelo Samuel sonriendo y señalando la tumba. Sacó el gato, y la placa de bronce volvió a encajar en su sitio—. Bueno, si la boda es mañana, será mejor que deje todo esto bien ordenado, o la próxima tumba que cavarán será la mía.