Delante de lo que quedaba del chalet de los Ponson, el inspector jefe, que se había unido a sus colegas, se planteaba las consecuencias que tendría para su carrera lo que sólo podía definirse como una catástrofe total.
—Subnormal de mierda —le gritó al comisario—. Le he pedido que detenga al sinvergüenza de Ponson, no que le destroce la puta casa. Seguro que se ha cargado a ese hijo de la gran puta. No serviría ni para vigilante de aparcamiento, y mucho menos para guardia de paso de escolares. Los titulares de todos los periódicos del país van a pregonar esto a voz en cuello. «TERRORISTAS POLICIALES DESTROZAN UNA CASA» y «¿PARA QUÉ QUEREMOS TERRORISTAS SI TENEMOS POLICÍAS?». Me juego algo a que pierdo el empleo. Pero le voy a decir una cosa: cuando yo me vaya, usted se irá mucho más lejos.
—Pero ¿cómo íbamos a saber que el tipo tenía un chalet blindado? Esa loca, su hermana, ha dicho que su hijo había huido de su padre y se había refugiado en el chalet, y que ella había oído disparos. Teníamos que entrar.
El inspector jefe se dio la vuelta, furibundo.
—¿Me está diciendo que estaba casada con su hermano? ¡Eso es incesto!
—No, está casada con un director de banco de Croydon que se ha vuelto majara y que intentó matar a su hijo con un cuchillo de trinchar. Y nos ha dicho que teníamos que sacarlo de la casa de su tío.
—¿Cómo? ¿Antes de que él intentara también matarlo? —preguntó el inspector jefe.
—Así es, señor.
—Y él, en lugar de matarlo, deja que lo hagan ustedes demoliendo la casa. ¿Y dónde está ahora la señora Ponson?
—Pues dentro también, supongo.
—¿Cómo? ¿Oyó disparos y cómo mataban a su hijo y…?
—No, señor. Ésa es la señora Wiley. La hemos llevado a Urgencias.
—¿A Urgencias? A usted sí que lo van a llevar a Urgencias. Esto ha sido deliberado, y usted es el responsable. Espere a que haya una investigación y a que se celebre el juicio, y verá cuál es el veredicto.
Se dio la vuelta, y se disponía a irse cuanto antes lo más lejos posible cuando el comisario lo detuvo.
—¿No sería mejor que primero interrogara a la señora Wiley, señor?
El inspector jefe se volvió y trató en vano de recordar quién era la señora Wiley. Su rabia iba en aumento.
—¿Todavía vive? Creía que me había dicho que su marido había intentado matarla con un cuchillo de trinchar.
—A ella no. A su hijo. El señor Wiley es el director de banco. Cogió un cuchillo de trinchar y…
—Ah, sí. Ya me acuerdo. Ella lo trajo a este chalet hecho polvo para que lo matara el marido bígamo con quien se había casado antes de casarse con el director de banco. Está bien, iré a verla. Creo que nunca he conocido a ninguna bígama.
El comisario no dijo nada. Se preguntó si el inspector jefe habría estado bebiendo, y tuvo que reconocer que a él tampoco le habría venido mal un trago de whisky.