Cassi estaba atónita. Le parecía increíble que su marido hubiese cambiado tanto. A las cinco la llamó para decirle que había cancelado todas las operaciones de la tarde y que estaba libre. Además, le ofreció llevarla a casa en el «Porsche», sugiriéndole que dejara su coche en el hospital.
Por primera vez en meses, la comida fue agradable. De repente, Thomas había vuelto a adquirir todo su antiguo encanto, volvía a ser el hombre del que se había enamorado, y se había casado. Toleraba de buen humor las habituales quejas de Patricia y se mostraba abiertamente cariñoso con ella.
Cassi se sentía infinitamente contenta, aunque algo confusa.
Le resultaba difícil creer que Thomas hubiera olvidado los desagradables acontecimientos de la noche anterior, pero observó, asombrada, que se deshacía cuanto antes de su madre, y solícitamente, le preparaba un café. Él se sirvió un coñac, Ambos se instalaron en el sofá frente a la chimenea.
—Me llamó el doctor Obermeyer —comentó, después de beber un sorbo de coñac—. Pero yo no estaba, y cuando lo llamé ya se había ido. ¿Qué novedades hay de tu ojo?
—Hoy he ido a verlo. Me ha dicho que, puesto que mi visión no ha mejorado, no hay más remedio que operar.
—¿Cuándo? —preguntó Thomas en tono cariñoso.
—Cuanto antes —respondió Cassi, vacilante.
Thomas recibió la noticia con aparente ecuanimidad, y Cassi se animó a seguir hablando.
—Supongo que quería hablar contigo porque habrá fijado la fecha para operarme pasado mañana. A menos, por supuesto, que tú te opongas.
—¿Oponerme? —inquirió Thomas—. ¿Por qué me voy a oponer? Tu vista es demasiado importante como para correr riesgos.
Cassi lanzó un suspiro de alivio. Estaba tan angustiada por la reacción de Thomas, que no se dio cuenta de que contenía el aliento.
—Aunque sé que se trata de una operación sin importancia, me aterra.
Thomas se inclinó para rodearle los hombros con un brazo.
—¡Por supuesto que debes estar aterrada! Es completamente natural. Pero Martin Obermeyer es el mejor especialista. No podrías estar en mejores manos.
—Ya lo sé —aseguró Cassi con una débil sonrisa.
—Y esta tarde acabo de tomar una decisión —agregó Thomas apretándola con más fuerza—. En cuanto Obermeyer te dé de alta, nos tomaremos unas vacaciones. Iremos a algún lugar del Caribe. Ballantine me convenció de que necesito un descanso, ¿y qué mejor momento que cuando tú te estés recuperando? ¿Te gusta la idea?
¡Me parece maravillosa!
Se volvió para besarlo, pero en ese momento sonó el teléfono.
Thomas se levantó para atenderlo. Cassi abrigó la esperanza de que no lo llamaran del hospital.
—¡Ah, Seibert! —exclamó Thomas—. Me alegro de oírlo.
Cassi se inclinó y dejó cuidadosamente su vaso en la mesita.
Robert jamás la había llamado a su casa. Y esa era justamente la interrupción que podía llegar a enfurecer a Thomas.
Pero su marido hablaba con toda calma:
—Sí, está aquí, Robert. No, no, no es demasiado tarde.
Con una sonrisa alargó el receptor a Cassi.
—Espero que no te importe que te haya llamado a tu casa —dijo Robert—, pero he conseguido escaparme hasta patología para ver las diapositivas de la vena de Jeoffry Washington. Al volver a mi habitación recordé dónde había visto antes esa clase de precipitados. Fue cuando le hice la autopsia a un hombre que había muerto en un accidente laboral. Se le había caído encima fluoruro de sodio. Y, aunque se lavó, su cuerpo absorbió parte de la sustancia, y eso lo mató; el individuo tenía aquella misma clase de precipitado en las venas.
Cassi bajó la voz y se volvió para darle la espalda a Thomas, No quería que su marido supiera que seguía involucrada en el estudio de los casos de MQR.
—Pero el fluoruro de sodio no se usa ya en medicina humana.
—Sí, para los dientes —respondió Robert.
—Pero no por vía interna —susurró Cassi—. Y mucho menos por vía intravenosa.
—Es cierto —admitió Robert—. Pero déjame que te diga cómo murió la víctima de ese accidente. Tuvo un ataque de epilepsia y, finalmente, una arritmia cardíaca aguda. ¿Te resulta familiar?
Cassi sabía que seis pacientes de la serie MQR habían muerto con los mismos síntomas, pero no dijo nada. El fluoruro de sodio no era lo único que podía provocarlos y no tenía sentido sacar conclusiones apresuradas.
—En cuanto pueda volver al laboratorio —continuó Robert—, estaré en condiciones de analizar esos precipitados. Entonces sabré si se trata de fluoruro de sodio. Pero, de ser así, sabes lo que significa, ¿verdad?
—Sí, lo supongo —respondió Cassi a regañadientes.
—Significa que se trata de asesinatos —aclaró Robert.
—¿De qué habéis hablado? —preguntó Thomas cuando Cassi volvió a sentarse junto a él en el sofá—. ¿Se le ha ocurrido a Robert alguna nueva idea genial acerca de su serie de MQR?
Para sorpresa de Cassi, Thomas parecía simplemente curioso, pero no daba muestras de desagrado. Decidió que no había problemas en hacerle algunos comentarios sobre los progresos del estudio de Robert.
—Sigue trabajando en esos casos —explicó—. Justo antes de ser internado había empezado a comparar los datos de los distintos pacientes muertos. Y la computadora le ha proporcionado algunos datos bastante interesantes.
—¿Como qué, por ejemplo? —preguntó Thomas.
—¡Oh, una serie de probabilidades! —exclamó Cassi en tono evasivo—. Robert no puede descartar ninguna posibilidad. Me refiero a que en un hospital puede ocurrir cualquier cosa. ¿Recuerdas a aquella pobre gente de Nueva Jersey a quienes les dieron curare?
Cassi rio nerviosamente.
—Pero supongo que no sospecha que se trata de asesinatos, ¿verdad? —exclamó Thomas.
—No, por supuesto que no —respondió Cassi, lamentando haber hablado tanto—. Pero, en la última autopsia, Robert observó la presencia de un precipitado que quería comparar con los datos anteriores. —Thomas asintió y se quedó pensativo. Con la esperanza de ayudarlo a recuperar su buen humor, Cassi agregó—: Realmente te está muy agradecido por tu intervención en la conferencia, que le resultó de gran ayuda.
—Ya lo sé —respondió Thomas, sonriendo de repente—. No lo hice para ayudarlo, pero si él insiste en verlo de esa manera, no tengo inconveniente. Y ahora creo que deberíamos acostarnos.
Mientras su marido la llevaba cariñosamente hacia el dormitorio, Cassi no supo qué pensar de la expresión que vio en sus ojos extraordinariamente azules. Se estremeció, no demasiado segura de que su reacción se debiera a una expectativa placentera.