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Cassandra oía que alguien la llamaba desde muy lejos.

Trataba de responder, pero no podía. Haciendo un gran esfuerzo, consiguió abrir los ojos. El rostro preocupado de Joan Widiker emergió de una espesa bruma.

Cassi parpadeó. Levantó lentamente la mirada y vio una batería de botellas de suero. A su izquierda oía la señal electrónica de un monitor cardíaco. Respiró profundamente y sintió una punzada de dolor.

—No trates de hablar —le aconsejó Joan—. Aunque no lo creas, todo va bien.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Cassi en un susurro, con enorme dificultad.

—Tuviste un accidente automovilístico —explicó Joan, apartándole el pelo caído sobre la frente—. Pero no trates de hablar.

Como en un sueño, Cassi recordó aquel viaje de pesadilla con Thomas. Se acordó de la furia que la poseía, hasta el punto de llevarla a girar violentamente el volante. Recordaba vagamente que su marido la había golpeado y que ella se preparó para el choque cuando él perdió el control del mismo. Pero, después de aquello, era como si hubiera caído un telón ante su memoria. No recordaba absolutamente nada más.

—¿Dónde está Thomas? —preguntó, luchando contra el miedo que volvía a invadiría.

—También está herido —respondió Joan, sosteniéndola para que no se moviera.

De repente, Cassi supo que Thomas había muerto.

—Thomas no se puso el cinturón de seguridad —explicó Joan.

Cassi vaciló, antes de atreverse a preguntar:

—¿Muerto?

Joan asintió.

Cassi dejó caer la cabeza sobre la almohada. Pero cuando las lágrimas empezaban a surcar sus mejillas, recordó la última conversación que había mantenido con su marido. Pensó en Robert y en todos los demás. Aferró con fuerza la mano de Joan.

—Yo creí que lo amaba, pero gracias a Dios…