Tras colgar a Pedro y dejar las maletas en la entrada lo primero que hago es tirarme en el sofá. Saco el tabaco del bolso y me enciendo un cigarrillo. Durante varios minutos fumo pausadamente saboreando cada calada y deleitándome con las volutas de humo que hago con mis labios. Necesito unos minutos más de inactividad antes de volver a la vida cotidiana. El mando a distancia que descansa sobre la mesita del salón me tienta pero, tras pensarlo un segundo, lo descarto. No me apetece ver ningún programa para marujas aburridas. En cambio, alargo mi brazo hasta el contestador automático para escuchar los mensajes que me hayan podido dejar estos días. El aparato empieza a escupir recados enseguida. El primero es de Pilar.

«¡Joder, tronca! ¿Dónde te metes? Que llevo una semana llamándote para nada. ¿Piensas estar con cobertura próximamente? Te lo digo porque tengo bastantes novedades… ¡No te lo vas a creer! He empezado a salir con una chica y, alucina, tía, ¡es normal! Todavía estoy que no me lo creo… Y bueno, pues eso, que a ver cuándo estabas disponible para que la conocieras y dieras el visto bueno, no vaya a ser que a mí se me haya pasado algo por alto…», se ríe. «Así que en cuanto vuelvas a plantar tu culo en ese fantástico y cómodo sofá que tienes, ya puedes agarrar el teléfono para llamarme y quedar conmigo, ¿eh? Bueno, te dejo, que ya te he dado demasiada información… ¡Ciao!».

Pitido de final de mensaje. El siguiente es de, ¡no, por favor!, Olga.

«Hola, Ruth…», pausa. «Soy Olga», nueva pausa. «Nada, que te llamaba porque… bueno, no te he visto en todo el verano… Supongo que habrás estado por ahí de vacaciones». Supones bien. «Te llamaba porque quería saber si uno de estos días tendrías un ratito para venir a casa y conocer a la niña…». Qué pesada eres, tronca. «Bueno, pues llámame cuando puedas y hablamos y vemos cuándo podemos quedar, ¿vale?». Consultaré mi agenda, nena. «Nada más, un beso, Ruth».

Qué comedida te has vuelto, Olga. Si hasta pareces un ser humano. El siguiente mensaje salta pero al principio no habla nadie. Lo típico, el que llama y no quiere hablar con un contestador automático y no se da cuenta de que el pitido ya ha sonado. Pero no. Una voz de mujer comienza a hablar:

«… ¿Ruth? Soy Sara…». Me incorporo de un brinco y miro el contestador como si pudiera ver a la propia Sara emergiendo de él. «La amiga de Eric y Daniel…», que sí, cielo, que no hace falta que des tantas explicaciones. «Espero que aún te acuerdes de mí… Verás, es que le he pedido tu teléfono a Eric porque a primeros de octubre voy a estar unos días en Madrid y, bueno, la verdad es que me apetecería verte… No sé qué te parecerá. Te llamo en unos días a ver si te pillo en casa y lo hablamos, ¿vale? Venga, un beso».

Pese a que el mensaje ya ha acabado sigo mirando el contestador con una sonrisa de oreja a oreja que ilumina mi cara. Cierta euforia casi olvidada se aloja en la boca de mi estómago. Tan dominada estoy por ella que no me doy cuenta de que un nuevo mensaje está empezando.

«Soy Ali, Ruth. A ver, que te comento. No sé si sabes que el congreso está a punto de aprobar el matrimonio gay, bueno, la primera votación. Y se está preparando una concentración para el viernes día uno en la Plaza de Chueca. Me gustaría que vinieras porque quiero contarte una cosa…». Esta chica siempre tan misteriosa. «Bueno, te lo resumo brevemente. Algunas chicas del grupo de mujeres del GYLA y yo hemos decidido escindirnos del colectivo y formar una asociación de mujeres lesbianas», su voz empieza a animarse según me lo relata. «¡Tía, estamos moviéndonos un montón! ¡Hemos empezado a preparar proyectos y a buscar un local y financiación y toda la vaina…! Y, bueno, había pensado que quizá podría interesarte… ¡Ruth, con tu experiencia y mis ideas podemos hacer de esto la asociación que muchas mujeres están esperando ver aparecer! ¡Vamos a ir a por todas! Y no quiero que te me pongas en plan negativo. Cuando te cuente todos los detalles no vas a poder decirme que no, ya lo verás. Venga, en cuanto escuches el mensaje, llámame y quedamos. Un besazo».

Observo atónita el aparato. Luego lanzo una sonora carcajada y me recuesto en el sofá encendiéndome un cigarrillo. Suspiro hondamente.

Joder, vaya añito que me espera…