Alicia me despierta zarandeándome totalmente excitada. Yo, con apenas un par de horas de sueño muy mal llevadas, soy momentáneamente incapaz de abrir los ojos a pesar de sus brincos sobre la cama.
—¡Ruth, despierta! ¡Sale en la portada! ¡Lo han sacado en la portada!
Me tapo la cabeza con la almohada y gruño para mis adentros. Por un resquicio veo el radioreloj de la mesilla y compruebo que aún no son ni las diez de la mañana.
—¡Por el amor de Dios, Ali! ¡Déjame dormir!
—¡Pero Ruth! ¡Esto es un bombazo!
Me quito la almohada de la cabeza y me resigno a despertarme. Estar con esta chica es como estar con una versión delgada y estilizada de Cristina Almeida.
Y ahora estoy segura de que antes que preguntarte de qué bombazo me está hablando la niña, te preguntarás qué demonios hace la susodicha niña en mi casa y, para ser más concreta, en mi cama. ¿A que no me equivoco?
Si tengo que ser sincera a mí todavía me sigue chocando. Lo de estar juntas. Y eso que ya vamos a hacer un mes.
Sí, un mes.
Todo empezó tras esa investigación a la que nos dedicamos como si fuéramos la sección rosa del FBI. Y eso que a esas alturas ya me repateaba tanto que hasta me resultaba insoportable pasar más de quince minutos en la misma habitación que ella. Pero ya sabemos que la línea que separa el odio del amor es extremadamente delgada (bueno, amor, amor, lo que se dice amor, pues no, pero vosotras ya me entendéis). Como dijo mi querida Piluca, tanta animadversión hacia ella iba a estar ocultando todo lo contrario. Y sin que sirva de precedente, por una vez mi amiga tenía razón.
Hace un mes Pilar y yo nos dejamos caer un viernes por el GYLA. Por una vez incluso asistimos a la reunión de aquel día y al acabar nos fuimos con las demás a tomar algo por Chueca. Según avanzaba la noche, la mayoría de las chicas que conformaban el grupo fueron cayendo como moscas hasta que tan sólo quedábamos Ali, Pilar, un par de chicas más y yo. Pilar, ya bastante desencantada de la continuada actitud de ignorancia sobre su persona que Alicia mostraba hacia ella, charlaba animadamente con las otras chicas a ver si alguna de las dos caía en sus necesitadas redes. Por su parte Ali y yo, muy a mi pesar, hablábamos —más bien discutíamos— de activismo. No sé muy bien cómo, la conversación derivó a cuestiones más personales. Desde su ruptura con Sandra, a Alicia no se la había vuelto a ver ni remotamente interesada en ninguna otra fémina. La charla adoptó de repente un tono de confesión y Alicia acabó diciéndome que sí que había una chica que le gustaba.
—¡Coño! ¿Y a qué esperas para decírselo? —le espeté.
Alicia meneó la cabeza.
—Paso. Sé de buena tinta que no le caigo bien.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Nadie pero no hay más que ver cómo se dirige a mí y el tono borde que utiliza… Además, es mucho mayor que yo.
—¿Y qué? ¿Qué tendrá que ver la edad?
—Pues que seguro que se piensa que soy una niñata.
Me eché a reír sin poderlo evitar aunque rápidamente recuperé la compostura.
—¡Pero Ali! ¡No seas tan derrotista! Con lo luchadora que tú eres… ¿Qué pasa? ¿Qué te gusta sufrir el amor en silencio, como si fueran unas hemorroides? No tienes nada que perder, en la mayoría de las ocasiones a las personas que nos gustan y que creemos que pasan de nosotras lo que les ocurre realmente es que no saben cómo acercarse… ¿Tú sabes por dónde suele salir esa chica?
—Sí, claro. Más o menos salimos por los mismos sitios. Nos solemos encontrar bastante a menudo.
—¿Tú crees que estará por aquí esta noche?
—Sí, seguro —contestó esbozando una sonrisa distraída que sólo unos minutos después fui capaz de descifrar.
—¿Y tienes su teléfono? —Alicia asintió—. Entonces llámala y pregúntale por dónde anda. Le dices que tú estás cerca con unas amigas y que por qué nos os tomáis una copa.
Alicia se quedó pensativa durante unos segundos y luego sonrió picara. Frunció los labios y asintió enérgicamente con la cabeza.
—Sí, tienes razón. Voy a llamarla —dijo metiéndose la mano en el bolsillo y sacándola con unas pocas monedas. Se encaminó a las cabinas de la plaza de Chueca.
—¿A dónde vas? —le pregunté extrañada.
—A llamarla. Es que no tengo saldo en el móvil.
—Si quieres te dejo el mío —me ofrecí.
—No hace falta, no te preocupes. Gracias de todas formas —dijo antes de alejarse.
Mientras ella se iba a hacer la llamada a su amor secreto yo me acerqué a Pilar y las otras chicas para observar hasta dónde había llegado mi amiga en su cancaneo. Mientras escuchaba la retahila seductora de Pilar, me encendí un cigarro y, paralelamente, me puse a vigilar las mesas de las terrazas de alrededor por si alguna se quedaba libre.
Vi cómo un nutrido grupo recogía sus cosas y ya estaba presta a lanzarme sobre la mesa que iba a ser desocupada cuando noté que mi móvil vibraba dentro de mi bolsillo. Acercándome ya a la mesa lo saqué y miré la pantalla. Un número desconocido. Respondí preguntándome interiormente quién podría ser.
—¿Sí?
—¿Ruth? —dijo una voz femenina que me resultaba familiar pero que no fui capaz de reconocer—. ¿Qué haces?
—¿Quién eres? —pregunté.
—¿No sabes quién soy? —dijo la voz sofocando una risa.
—Pues no, chica, lo siento.
—Mira hacia las cabinas de la plaza.
Estupefacta miré hacia las cabinas dónde Alicia me lanzaba una sonrisa tímida que nunca había visto en ella.
—Estaba hablando con una amiga —me dijo sin dejar de mirarme— y me ha aconsejado que te llamara. ¿Te apetece tomarte una copa conmigo?
Me quedé automáticamente sin habla. Entonces Alicia colgó el teléfono y comenzó a andar hasta la mesa dónde yo había apoyado mis reales posaderas para recuperarme de la sorpresa. Llegó hasta mí con la cabeza baja y pese a la mortecina luz de las farolas y que ya era noche cerrada, se la notaba sonrojada.
—¿Y bien? —me dijo alzando un poco la mirada—. ¿Te quieres tomar esa copa conmigo?
Yo era incapaz de cerrar la boca. En ese momento Pilar se percató de que había conseguido mesa y se acercó junto a las otras dos chicas.
—Mira qué bien, ya tenemos mesa —dijo sentándose en una silla y siendo imitada acto seguido por las otras dos. Luego se nos quedó mirando a Alicia y a mí que seguíamos mirándonos la una a la otra sin decir nada—. ¿Qué os pasa, chicas?
Recuperándome poco a poco de la revelación que acababa de acontecer, me giré hacia Pilar.
—Nada, nada, que Alicia y yo nos queríamos tomar una copa —dije volviendo a mirar a Alicia a la que vi sonreír aliviada al escuchar mi frase.
Sé que a muchas les sorprendió que apenas un par de horas después Alicia y yo nos estuviéramos comiendo a besos. Y aunque parezca mentira, la menos sorprendida fue la propia Pilar.
—Sí ya sabía yo que tanta tirria sólo podía acabar o a leches o en la cama —nos dijo a las dos cuando a las tres de la mañana anunciamos que nos íbamos a dormir.
Y desde aquella noche ya ha pasado casi un mes. Un mes en el que, haciendo honor a la verdad, he tenido que cambiar la imagen preconcebida que tenía de Alicia para convertirla en la de una chica que, pese a su juventud, tiene la cabeza bastante bien amueblada. Ni que decir tiene que mi lengua se ha llenado de llagas de todo lo que he tenido que mordérmela durante este tiempo por lo que dije y me he visto obligada a retirar.
Alicia sigue brincando sobre la cama para acabar sentándose con las piernas cruzadas junto a mí. Me incorporo un poco y le echo un vistazo al periódico.
—¡Joder, cielo, sale en la portada de la sección de Madrid! —le digo volviendo a recostarme.
—¿Y qué? ¿Es una portada o no?
—Síííííí —murmuro con la cabeza nuevamente enterrada bajo la almohada, extrañada de que aún no haya empezado a leérmelo.
—«Destapado un fraude en el seno del colectivo gay» —comienza a leer adoptando el consecuente tono de presentadora de telediario.
DESTAPADO UN FRAUDE EN EL SENO
DEL COLECTIVO GAY
EFE, MADRID. El pasado 30 de junio fueron detenidos en sus domicilios Armando Salcedo y Luis Javier López, presidente y gestor de GYLA (Gays y Lesbianas en Acción), y Sancho Miguélez e Ismael Montcada, presidente y secretario de GYLIS (Gais y Lesbianas por la Igualdad Social), dos de las organizaciones de gays y lesbianas más importantes de la capital.
Al parecer el arresto se produjo a raíz de la denuncia interpuesta por varios trabajadores y voluntarios de ambos colectivos que detectaron graves irregularidades en la gestión de los fondos de estas asociaciones. Estas personas, cuya identidad permanece en el anonimato por decisión judicial, han logrado encontrar pruebas de uno de los mayores desfalcos conocidos hasta ahora en las ONG’s españolas. Todo empezó, según fuentes policiales, cuando un antiguo trabajador del GYLA requirió a dicha asociación los documentos necesarios para tramitar el subsidio de desempleo. Este extrabajador, al recibir continuadas negativas, descubrió que durante el tiempo que estuvo trabajando en el colectivo no se le cotizó a la Seguridad Social. Avisados otros trabajadores, acudieron también a las Tesorerías para comprobar que ellos tampoco estaban dados de alta.
A través de mecanismos que la policía no ha querido dar a conocer, este grupo de personas halló diversas pruebas en las sedes de ambos colectivos que demostraban que llevaban varios años desviando fondos de subvenciones públicas para intereses privados y falsificando documentación oficial para llevar a cabo una doble contabilidad. El método empleado incluía recortes de sueldo a los trabajadores de los colectivos, supuestas pérdidas en el Festival de Cine Gay organizado por el GYLA anualmente, pagos a un ficticio colectivo gay ubicado en Latinoamérica así como desviaciones de las cuotas de socios y otro tipo de recaudaciones que dichas organizaciones consiguen en su labor reivindicativa.
De confirmarse, como todo parece indicar, nos encontraríamos ante presuntos delitos, no sólo de defraudación a la Seguridad Social y falsificación de documento público sino de delito societario. Los cuatro detenidos no sólo se arriesgan a pagar cuantiosas multas sino a ser ingresados en prisión debido al fraude.
Aunque las fuentes policiales todavía no se atreven a dar una cifra exacta de la cuantía total del desfalco, parece ser que los detenidos pensaban destinar los fondos a la construcción de un complejo turístico dirigido exclusivamente a homosexuales masculinos en la costa de Panamá, del cual se han encontrado incluso los planos en la sede de GYLIS.
Fuentes de estos dos colectivos intentan subrayar ante la opinión pública, debido a la celebración en estas fechas del Día Internacional del Orgullo Gay, que estos hechos afectan exclusivamente a las personas implicadas, quienes no representan los intereses y fines perseguidos por las asociaciones de gays y lesbianas, aunque los presuntos delitos se hayan podido llevar a cabo en el marco de dichas asociaciones y justamente por ser los directivos de las mismas. Estas fuentes reconocen no saber cómo afectará este suceso al futuro del asociacionismo gay.
Ante estos hechos y la presión del Foro Español de la Familia, el Portavoz del Gobierno ha anunciado que no darán marcha atrás a ninguno de los proyectos de ley en trámite que afecten a estos colectivos, puesto que se trata de compromisos asumidos en la campaña electoral que responden al respeto y cumplimiento por parte del Ejecutivo de la más amplia gama de derechos humanos y civiles.
Los convocantes de la tradicional manifestación del Orgullo Gay que se celebra hoy en la capital han llamado a la participación masiva para demandar un mayor control efectivo de subvenciones y ayudas, para que estas lleguen, según sus palabras, a buen puerto. La manifestación conserva, según han declarado, su carácter festivo a la vez que reivindicativo. A la hora del cierre de esta edición, afirmaban conservar el patrocinio de entidades y empresas públicas y privadas (a excepción de los colectivos implicados, que no se han manifestado al respecto) y confían en el apoyo individual de los asistentes que, ya el año pasado, superaron el millón de personas.
—¿Te vas a quedar en la cama? —me pregunta Alicia cuando termina de leer.
—He dormido dos horas, ¿tú que crees? —responde mi voz saliendo desde debajo de la almohada—. ¿Tú no te vas a volver a acostar?
—No. Tengo que ir al GYLA para ultimar los preparativos de la carroza del grupo de mujeres.
Bendita juventud, pienso para mí. ¿Es que no conocen los beneficiosos placeres de la posición horizontal?
—¿Comemos juntas o vas a estar muy liada?
—No te preocupes, ya me comeré algún bocadillo por ahí… Llámame cuando te vayas acercando a la Puerta de Alcalá, ¿vale?
Levanta la almohada y me busca los labios para darme un beso. Luego la deja caer y se levanta de la cama. Segundos después oigo cómo cierra la puerta del piso y antes de que haya pasado un minuto ya estoy de nuevo acercándome a los dominios de Morfeo.
—¡Joder, Ruth! ¡Pareces un oso panda con esas ojeras! —es lo primero que dice Pilar cuando viene a buscarme a casa para ir a la manifestación—. ¿A qué hora os acostasteis anoche?
—Acostarnos al rato de irnos de la fiesta. Dormirnos cuando ya era de día —explico entre murmullos mientras me vuelvo a dejar caer en el sofá a recuperar mi enésimo café del día.
—O sea que la niña te está dando caña, ¿eh? —dice partiéndose de risa.
La miro de soslayo dejando la taza sobre la mesita.
—¿Caña? Pilar, ¡es insaciable! Creo que no he dormido más de cuatro horas seguidas en el último mes…
—Mujer, es normal —responde ella con condescendencia—. Tiene dieciocho años, si ahora no tiene energía, ¿cuándo la va a tener?
Resoplo con agotamiento.
—Hay café hecho si quieres —le digo llevándome la taza a los labios.
—No, gracias, me acabo de tomar uno. ¿Estás ya lista?
—Sí, cuando quieras nos vamos.
—Pero ponte las gafas de sol, ¿eh? Que vamos a la mani del Orgullo no a una fiesta de Halloween.
La miro con desdén antes de ponerme las gafas de sol y coger las llaves.
—Tira para fuera, anda, bonita.
—Ruth, cariño, con lo que follas últimamente deberías estar más relajada… —me dice riéndose a carcajada limpia mientras sale por la puerta del piso y se escapa de una contundente colleja que iba encaminada a su nuca. Cierro la puerta del piso y nos metemos en la cabina de ascensor—. No quisiera mentar al diablo pero… —me dice mientras descendemos a la planta baja—. ¿Has sabido ya si el alien ha tenido a su cría?
—¿Quién? ¿Olga? —pregunto pillada por sorpresa. La verdad es que no sé si contarle las últimas noticias de Olga porque yo aún no he conseguido digerirlas—. Pues la verdad es que tuvo a la niña el lunes…
—¿Justo el día veintiocho? —asiento con la cabeza—. ¡Joder! ¡Qué oportuno…!
—Pues si te cuento el resto…
Pilar me mira por encima de las gafas de sol cuando salimos del portal.
—Cuenta, cuenta, que mi sorpresa aún no conoce límites…
—Quiere que sea la madrina de la niña —explico alzando las cejas.
—¡No jodas! ¡Pero si Olga era atea perdida!
—Ya, Pilar. Pero no es que vaya a bautizar a la niña. Lo que quiere es que esté presente en su vida. Vamos, lo típico de ser la madrina de un crío pero sin tener que presenciar cómo le empapan la cabeza —le digo acercándome al borde de la acera. Pilar menea la cabeza enérgicamente.
—Esa tía está mal de la olla, de verdad, Ruth…
—¡Y no sabes lo mejor…! —sonrío enigmáticamente—. Aún no te he dicho qué nombre le han puesto a la niña…
—¿Qué nombre le han puesto? ¿Uno medieval que suena a insulto y traumatizará a la niña de por vida?
—No. Uno muy bonito —sonrío—. ¿No te lo imaginas?
Pilar se me queda mirando totalmente confundida.
—Pues no.
—¿De verdad que no te lo imaginas? —Mi sonrisa ya me ocupa toda la cara en una jocosa mueca.
La expresión de Pilar casi se descompone al darse cuenta de que sí se imagina qué nombre le ha puesto mi ex a su hija.
—¡No! —exclama casi chillando.
—Sí, hija, sí.
—¡No! ¡No puede ser! ¿Le ha puesto Ruth a la niña?
—Como te lo cuento. No sé si quiere que sea su madrina porque le ha puesto Ruth a la niña o le ha puesto Ruth a la niña para que yo no me niegue a ser su madrina pero el caso es que ya está registrada con ese nombre… —Bajo el bordillo de la acera y me asomo a ver si viene algún taxi libre.
—¿A dónde vas? —me pregunta Pilar extrañada.
—A parar un taxi, claro.
—¡Vamos, no jodas, tronca! Si no va a poder ni acercarse a la Puerta de Alcalá. Vamos en metro, que es línea directa desde aquí y tardamos diez minutos escasos…
Me encojo de hombros por toda respuesta y la sigo hasta la boca de metro de Quevedo.
La Puerta de Alcalá y aledaños bulle de gente portando banderas y pancartas y luciendo modelitos a cual más llamativo y/o estrafalario. Pilar y yo cruzamos la plaza por el paso subterráneo para dirigirnos hacia la calle Alfonso XII, donde se colocan las carrozas que participarán en la cabalgata que está a punto de comenzar, en busca de Alicia y la del grupo de mujeres del GYLA que, desmarcándose del mutismo general de la asociación, ha decidido hacerse visible este día pese a la situación de incertidumbre que vive el colectivo.
Hace un calor picante y molesto. El sol hiere mis pupilas cansadas pese a las gafas. Empiezo a lamentar el haberme olvidado —un año más— de traer un pulverizador lleno de agua para hacer más soportable la marcha.
—¿Compramos una botella de agua? —pregunta Pilar leyéndome el pensamiento.
Asiento con la cabeza y nos metemos en el Retiro, donde hay algunos espabilados haciendo el agosto a base de vender agua y refrescos a precio de oro a los incautos y olvidadizos como yo. Tras refrescarnos momentáneamente, enfilamos Alfonso XII en busca de Alicia abriéndonos paso como podemos a través de la gente que se arremolina en torno a los camiones y plataformas engalanadas para la ocasión. A lo lejos vislumbro el logotipo del grupo de mujeres del GYLA pero, atenta a no perder de vista el susodicho logotipo, no miro lo que hay a mis pies y acabo por tropezarme con un carrito de bebé. Un bebé cuya cara se queda a pocos centímetros de la mía sonriéndome con picardía creyendo que mi torpeza es algún tipo de juego o cucamona dirigida a él. Un crío que me resulta familiar.
—¡Caray, Ruth! ¡Cuánto tiempo sin verte! —dice la voz que debe pertenecer a la dueña de las manos que conducen el carrito. Alzo la cabeza, aún sujetándome en el armazón del carrito y me encuentro cara a cara con Carmen. Con Carmen conduciendo un carrito que lleva adosada una pancarta que reza: «Las madres lesbianas somos familia». Vaya, no la hacía yo tan reivindicativa.
—¡Hola, Carmen! —la saludo adelantándome a darle dos besos—. ¡Qué bien te veo! ¿Qué tal te va?
—¡Muy bien, gracias! ¿Y a ti?
—Bien, bien —digo sin mucho interés—. ¿Ya te has enterado de la movida del GYLA?
—¡Cómo para no enterarse! ¡Hoy no se habla de otra cosa! —Menea el carro del niño ligeramente—. La verdad es que ahora me alegro de no haber seguido yendo por allí. Aunque yo tampoco es que sea muy reivindicativa…
Señalo la pancarta que lleva en el carro con la mirada.
—Viendo eso no lo parece —apunto sonriendo. Ella también sonríe aunque de un modo más tímido, como si la hubiera pillado incurriendo en alguna falta.
—¡Oh, bueno, eso es cosa de Susana!
—¿¡Susana!? —pregunto pícara—. Así que cuando decías que te iba muy bien, querías decir muy, muy bien —añado subrayando el segundo muy.
Como si la hubiéramos conjurado, una pequeña pelirroja con gafas de sol y pelo recogido en una coleta aparece al lado de Carmen con dos botellas de agua que gotean irremisiblemente.
—Susana, mira —le dice Carmen dirigiéndose a ella—. Esta es Ruth. Ruth, esta es Susana.
Nos damos los dos besos de rigor y a continuación Carmen le presenta a Pilar. Y en esas estamos, manos en los bolsillos o sobre el carrito, miradas que se pasean por los alrededores con incomodidad, conversación de besugos que no saben cómo continuar cuando una especie de vendaval con forma humana se abalanza sobre mí y me arrea un muerdo de esos que te dejan sin aliento.
Alicia (porque he supuesto que es ella ya que verla, lo que se dice verla, no la he visto) se separa de mí.
—¡Ya era hora, cariño! ¿Por qué no me has llamado para decirme que estabas por aquí?
—Te estábamos buscando —le explico sintiendo como una mirada escéptica proveniente de Carmen se clava en mí.
—¿Os vais a subir en la carroza conmigo?
Pilar articula una mueca horrorizada.
—Ni, loca, chata… —comienza a decir pero no acaba la frase porque una voz llama a Alicia desde la carroza.
—Ahora vengo —apunta antes de ir hacia donde la requieren.
—Vaya, vaya, vaya, vaya… —dice Carmen con retintín irónico—. ¿No decías que te caía mal? —pregunta mordaz aunque sólo recibe por mi parte una cara de circunstancias y unos hombros exageradamente encogidos.
—Ya conoces el dicho, los que se pelean se desean… Nos lo decían en el patio del colegio y todavía sigue siendo una verdad como un templo… —apunta Pilar—. Si ya se lo decía yo pero la muy ceporra no quería hacerme caso…
—Bueno, chica, pues que lo disfrutes… —me dice Carmen no muy convencida de lo que ha visto. Lanza una mirada por detrás de nosotras—. Me parece que te llama tu amorcito.
Me giro para comprobarlo. Aliviada veo que Alicia me está llamando con la mano. Nos despedimos de Carmen y Susana y vamos hacia la carroza del grupo de mujeres.
—¿Estaba un poco borde o me lo ha parecido a mí? —pregunto a Pilar cuando ya nos hemos alejado lo suficiente.
—Lo estaba, lo estaba. Pero ¿qué esperabas? La dejaste una semana antes de San Valentín. Si hubiera sido yo ni te habría mirado a la cara…
Cuando llegamos al pie de la carroza nos encontramos con que Alicia está siendo entrevistada por La Prohibida, supongo que para el vídeo oficial de la manifestación.
—… y por eso hemos decidido dar la cara en un día tan importante, para demostrar que lo ocurrido es sólo obra de unas pocas personas sin escrúpulos que han intentado beneficiarse del esfuerzo de los que luchamos por unos objetivos legítimos…
Me doy la vuelta antes de que a Alicia se le ocurra meterme en su discurso. Pilar también está mirando en otra dirección.
—¿Qué miras?
Pilar señala con la barbilla a un grupito de gente que está a unos diez o quince metros de nosotras y a quienes no reconozco.
—La petarda multimedia y el grupito de bolleras desalmadas… Dios los cría y ellos se juntan… —sentencia suspirando—. Aunque tampoco me extraña. Cuando la petarda vio bailar a la Angie se le caía la baba. Decía que si follaba igual que bailaba, tenía que ser la hostia en la cama… Pues me parece que lo lleva crudo porque con lo especialita que es la otra con las tías…
—Bueno, ¿te subes conmigo en la carroza? —me pregunta Alicia enganchándose de mi brazo, ya libre de micrófonos y preguntas.
Yo le doy un breve beso en los labios y le sonrío.
—No, cielo. Prefiero quedarme en tierra firme. Además, Pilar y yo estamos esperando a Juan y Diego para ver pasar todas las carrozas desde aquí.
—Pues nada… Tú ya sabes dónde estoy. Si no, cuando acabe la mani nos encontramos en la sede del GYLA.
Me da un nuevo beso y luego corre hasta la carroza que está arrancando en ese momento. Ya desde arriba me lanza otro beso. La correspondo agitando la mano, como si fuera una madre que despide a su hija el día que se va de excursión. Pilar se coloca a mi lado y también la mira.
—¿Un mes ya?
—Sí, un mes.
—¿Y cuándo empieza la cuenta atrás? —la miro interrogante a través de las gafas de sol—. No me mires así, tía, todos sabemos que es cuestión de tiempo el que acabes dejándola…
—¡Joder, tronca! —respondo airada comenzando a andar en dirección contraria a la carroza—. Primero das el coñazo diciendo que me tengo que enrollar con ella y ahora me dices que la deje.
—No te digo que la dejes. Eso lo harás tú solita tarde o temprano.
—¿Y si me dura?
Pilar niega con la cabeza al tiempo que sonríe.
—No te durará. Te costó admitir que te gustaba pese a su edad pero su edad será lo que haga que quieras dejarla.
—¿Sabes, Piluca? No te aguanto cuando te pones profunda. No te pega nada…
Mi móvil vibra en mi bolsillo. Es Juan preguntándome dónde estamos. Por lo que me cuenta debemos estar casi al lado. Me pide que levante la mano, se hace el silencio en la línea y unos segundos después tenemos frente a nosotras a Juan y a Diego.
—¡Hola, preciosas! —nos dicen agarrándonos por la cintura y alzándonos a pulso.
—¡Tardones! —protesto yo cuando mis pies vuelven a tocar el suelo.
—Anda, dame un trago de agua —dice Diego haciendo caso omiso de mi queja y cogiéndome la botella que llevo en la mano.
Nos colocamos en la mediana ajardinada de la calle y nos disponemos a ver la salida del resto de las carrozas que aún quedan. Juan, detrás de Diego, le rodea la cintura con los brazos y apoya la barbilla en su hombro. Pilar saca una cámara de fotos y se pone a enfocar a un autobús de dos pisos de una conocida discoteca. Yo me enciendo un cigarro para matar el tiempo.
—Hola, Ruth —me dice una chica que se pone a mi lado.
Me giro y mi mandíbula casi amenaza con descolgarse al ver lo que tengo delante.
—¡Irene…! —trago saliva—. ¡Esther!
Irene mira confundida a Esther. Ella me mira a mí sorprendida.
—¿Os conocéis? —pregunta Irene volviendo a mirarme.
—Sí —respondemos las dos al unísono entre risas incómodas.
Miro a Irene en actitud retadora.
—¿Qué haces tú aquí? ¿De turismo en la semana grande? —le inquiero con acritud.
Irene sonríe intimidada (¿Irene? ¿Irene intimidada?). Baja la mirada un segundo y vuelve a posar sus ojos en mí.
—Sé lo que piensas… —me dice con voz conciliadora.
—¿Ah, sí?
—Ya no estoy con tu hermano, si es lo que te preocupa. Y no, no sabe nada. De lo nuestro, quiero decir.
Me alivia lo que oigo pero no impide que mantenga una actitud defensiva.
—Me alegro. Por él, sobre todo. No me parecía justo lo que le estabas haciendo…
—Y yo me alegro de que no le dijeras nada…
—¿No esperarías que le dijera que su novia le había puesto los cuernos conmigo…?
—Pues sí, me lo esperaba. Parecías muy enfadada…
—Lo estaba… —dejo la frase en el aire y señalo con la mirada a Esther que habla con una chica, no sin sonreír al recordar cierto incidente con cierto disco de Lolita—. ¿De qué conoces a Esther?
—¡Oh! —exclama ella—. Nos conocimos en el Escape. Llevamos unas semanas.
—Así que es tu novia… ¿Y le serás fiel? —pregunto socarrona.
Irene me dedica una sonrisa forzada y algo molesta.
—Nos estamos conociendo. El tiempo dirá…
Y los discos de Camela te harán salir corriendo, pienso para mis adentros. Afortunadamente, la conversación no se prolonga. Esther, que no parece tener nada que decirme, agarra a Irene del brazo y la conmina a ir con no sé quién. Hace un leve gesto con la cabeza hacia mí, como si se despidiera, y ambas se alejan. Yo resoplo con bastante angustia.
—¡Joder! ¿A quién más me voy a encontrar hoy?
Pilar me mira divertida.
—Pues no lo digas muy alto, a ver si va a aparecer la del control de alcoholemia para intentar ligar contigo otra vez… —sugiere entre risas.
—Calla, calla, Pilar, ¡por favor!
Juan y Diego nos miran y se ríen con cara de no entender nada de lo que decimos.
Las carrozas parecen no acabarse nunca. La cabecera ya debe de andar por el final de Gran Vía (debido a las obras de Sol, este año han cambiado el recorrido tradicional de Puerta de Alcalá-Cibeles-Sol) y en Alfonso XII aún queda gente. Cansados de permanecer todo el rato en el mismo sitio les propongo a los demás ir adelantando por la acera para llegar hasta Callao, punto en el que todo se disuelve.
Diez minutos después nos hemos detenido en el Vips que hay al lado de Cibeles a tomar unas cañas y refrescarnos. Luego reemprendemos la marcha bajo un sol que aún se resiste a dejar de castigarnos con sus rayos. A la altura del Cuartel del Ejército una mano me agarra del brazo y detiene mi particular maratón por alcanzar el principio de la mani.
—¡Eh, chicos, esperad! —les grito a los demás cuando veo que se trata de mi amiga Ángela.
Ángela va acompañada de José, Chus, Laura y, lo más sorprendente, Silvia. Una Silvia que me mira con temor y recelo y, quizá, un poso de resquemor por creerme la responsable de que su novia la pillara en una infidelidad. Como si ella no hubiera dejado pistas suficientes para que Ángela llegara, como llegó, a esa conclusión por sí sola. Mi amiga se separa del grupo para acercarse a mí.
—¿Qué tal, corazón? —le pregunto dándole dos besos—. ¿Cómo va todo? —añado mirando de soslayo a Silvia.
—Bien, bien —me asegura con una sonrisa ilusionada.
—¿Seguís juntas?
Ángela suspira y baja la mirada.
—Sí —responde finalmente poniendo sus ojos a la altura de los míos—. Nos estamos dando otra oportunidad. Dice que está muy arrepentida y yo quiero creerla… —deja la frase en el aire.
—¿Y si te lo vuelve a hacer? —aventuro yo, aunque al momento me arrepienta de ser tan aguafiestas.
—Pues ya sabe lo que le espera. Le he pasado esta pero no pienso pasarle ni una más —afirma con dureza.
Juan, Diego y Pilar se han puesto a hablar con José, Chus, Laura y Silvia y deben estar contando algo divertido porque no dejan de reírse.
—¿Os venís a Callao? —le propongo a Ángela—. Queremos oír el manifiesto. Que después de lo que ha pasado no sé ni quién lo leerá…
—¡Ah, sí! Menuda movida se ha montado… Espera que se lo comento a estos.
Ángela habla con los suyos y al instante estamos los nueve enfilando Gran Vía. Pegamos botes y bailamos al pasar junto a las carrozas sin dejar de avanzar entre el gentío. Para cuando llegamos a Callao vemos que han colocado un pequeño escenario y una pantalla de vídeo. Un hombre, una mujer y una transexual aparecen en la imagen. Me resultan vagamente conocidos, quizá de haberlos visto alguna vez por el GYLA, pero no son ninguno de los cabecillas de siempre.
La mujer ha tomado ahora la palabra y, enardecida, lee en un papel lo que debe ser el final del manifiesto:
—… y es por eso por lo que, pese a todo, pese al daño que nos han hecho los intereses inmorales de unos pocos que pretendían lucrarse gracias a nuestro esfuerzo, estamos hoy aquí más de un millón y medio de gays, lesbianas, transexuales, bisexuales y heterosexuales. Para demostrar que estamos unidos, que seguiremos unidos y que somos merecedores de todo lo que hoy estamos reivindicando. Porque somos personas. Porque somos seres humanos. Porque tenemos derecho a vivir nuestra vida tal y como queramos.