—Se ha ido a pasar unos días a casa de José y Chus —me cuenta Ángela desde el otro lado de la mesa. Tiene los ojos brillantes y enrojecidos.

—¿Lo habéis dejado? —pregunto poniendo mi mano sobre la suya y apretándola con fuerza.

—Sí… No… No lo sé —responde ella soltando mi mano para frotarse los ojos y masajearse las sienes—. Sólo se ha llevado una bolsa con ropa, el resto de sus cosas siguen en casa.

—¿Y el perro?

—También —contesta encendiéndose un pitillo.

—¿Fuiste tú quien le dijo que se marchara?

—No, fue ella la que quiso irse. Aunque claro, a ver con qué cara se iba a quedar después de haberla pillado con esa zorra…

Por si os lo estabais preguntando, no, no llegué a contarle a Ángela que vi a su novia con otra en la fiesta del Día de la Mujer. Llamadme mala amiga si queréis pero entre el lío que yo he tenido últimamente y lo complicado que es sentar a Ángela en la mesa de una cafetería, no he andado sobrada de oportunidades precisamente. Y tampoco se trataba del tipo de noticia que se pueda dar por teléfono como si tal cosa.

De todas formas, Ángela no tiene un pelo de tonta y Silvia, a tenor de lo visto, no ha demostrado ser muy inteligente. Porque si le vas a poner los cuernos a tu novia y no quieres que se entere, intentas moverte con la mayor clandestinidad posible, no sigues saliendo por los mismos sitios de siempre tentando a la suerte de encontrarte con conocidos de tu novia —como en mi caso, por ejemplo— o con tu propia novia que, harta de tus mentiras, ha tenido que tomar la decisión de seguirte para confirmar que sus sospechas son ciertas.

—Al menos no te diría aquello de «cariño, esto no es lo que parece».

—No, mucho peor, se quedó de piedra primero y se echó a llorar después mientras intentaba abrazarme. Cosa que no le permití, todo hay que decirlo.

—Hiciste bien —hago una pausa—. Pero ¿piensas seguir aguantando esto?

Su mirada triste y acuosa se clava en la mía. Una mirada desvalida, indefensa, desarmada. Sé lo que me va a decir incluso antes de que empiece a hablar.

—La quiero, Ruth. Creo que nunca he estado tan enamorada de nadie como lo estoy de ella. Además —deja de mirarme y se revuelve nerviosa en su asiento—, a lo mejor yo tengo cierta parte de culpa. Trabajo mucho, estoy muy cansada, nunca tengo ganas de salir y el sexo… Bueno, creo que la vida sexual del perro y su cojín es más animada que la nuestra…

—No puedo creer que me estés diciendo eso, Ángela. No justifiques su comportamiento. Que tú estés pasando por una mala racha no es motivo para que ella se dedique a hacer de su capa un sayo. Puedo entender que quiera salir de fiesta con sus amigas aunque tú te quedes en casa, pero de ahí a dedicarse a coleccionar ligues…

—Dice que sólo ha estado con Raquel…

—¿Y qué más necesitas? ¿Qué se beneficie a la mitad de las bollos de Madrid y periferia? —la miro a los ojos—. Aunque te duela deberías darte cuenta de que lo vuestro está entrando en un callejón sin salida.

Ángela baja la mirada.

—Sí, puede que tengas razón pero no es tan fácil cuando estás dentro…

Asiento levemente con la cabeza y me callo. Ya sé que cuando las cosas se ven desde fuera todo es mucho más fácil. Durante mucho tiempo yo fui incapaz de ver el verdadero rostro de Olga porque la quería y hubiera sido capaz de llegar a las manos con cualquiera que intentara insinuarme que era la hija de puta que luego resultó ser. Quizá ese sea uno de los principales motivos por los que me resisto a que toquen mi corazoncito. Me ha costado mucho hacer de la racionalidad un modo de vida como para echarlo todo a perder por una locura pasajera en forma de una mujer que, muy probablemente, acabará por destrozarme tarde o temprano.

Pero al menos a mí Olga no me ponía los cuernos. No estoy segura de lo que haría en una situación como la de mi amiga. Puedo entender, en un momento dado, lo de «una canita al aire». Algo puntual y aislado. Pero que mi pareja, la persona con la que vivo, se vea continuadamente con la misma persona sólo puede indicar que lo que siente por ella no es una mera atracción sexual. Y lo de estar enamorada —y cuando digo enamorada digo ENAMORADA en mayúsculas y con todas las letras— de dos personas a la vez nunca me ha convencido demasiado.

—Debería dejarla, ¿verdad? —me pregunta Ángela interrumpiendo mis cavilaciones.

Respiro hondo antes de contestar.

—Eso es algo que sólo puedes decidir tú. Sólo tú sabes lo que sientes por Silvia y sólo tú eres quien puede sopesar si te conviene seguir con alguien que te ha engañado continuadamente.

—Ya… —dice bajando la mirada y suspirando.

Mi móvil empieza a sonar dentro del bolso. Lo busco en su interior para comprobar con fastidio que es Alicia. Estoy tentada de no contestar pero supongo que ya habrá averiguado algo sobre los papeles que encontramos en el GYLA y la curiosidad me vence.

—A ver, sorpréndeme con esa facilidad que te caracteriza —le digo al responder.

—¿Y cómo sabes que te voy a sorprender? —pregunta ella con sorna.

—Porque últimamente lo haces mucho. Venga, cuéntame.

—De momento tendrás que morderte las uñas, corazón. Pero puedes ir llamando a Pilar para que se plante dentro de una hora en la cafetería del otro día.

—¿A Pilar? —pregunto extrañada. Juro que había llegado a pensar que ni siquiera sabía cuál era su nombre.

—Sí, a Pilar. Dentro de una hora os quiero ver allí. Diego y Juanjo también están avisados.

—O sea que hay algo gordo.

—Ni te imaginas cuánto. Luego os cuento —dice antes de colgar.

Devuelvo el móvil al interior del bolso y retorno mi mirada a Ángela que tiene la suya perdida en el vacío mientras un par de lágrimas amenazan con derramarse por sus mejillas. Vuelvo a coger su mano y la sostengo entre las mías.

—Venga, chiquitina, no llores —le digo con toda la dulzura que puedo justo antes de que rompa a llorar.

Como preveía, Pilar, al oír que la propia Alicia ha solicitado su presencia motu proprio, ya está sentada, hecha un manojo de nervios, en la misma mesa del otro día cuando entro en la cafetería.

—¿Cuántos cafés llevas? —le pregunto al sentarme junto a ella viendo la avidez con la que vacía la taza que tiene delante.

—Este es el tercero.

—Pues ahora te pides una tilita doble a menos que quieras emular a Spiderman subiéndote por las paredes cuando llegue Alicia.

—¿No sabes para qué quiere que venga?

Me encojo de hombros y meneo negativamente la cabeza.

—Ni idea. Pero yo que tú no me haría ilusiones, también vienen Diego y Juanjo.

—Ya —dice abatida haciendo un mohín infantil con la boca.

Sin embargo la niña se hace esperar, lo que acrecienta el nerviosismo de Pilar y mi propia curiosidad. Diego y Juanjo llegan, piden sus consumiciones y ya las tienen casi acabadas cuando vemos, por fin, cómo Alicia cruza el umbral de la puerta del local.

—Perdonad el retraso —se disculpa sentándose.

—Estarás perdonada cuando nos cuentes qué es lo que has descubierto —le digo.

—Bueno —dice riendo y mirando a los chicos con complicidad—, Diego y Juanjo ya lo saben. Pero es que quería ver la cara que poníais cuando os dijéramos los nombres que esconden las sociedades.

—¡Seréis cabrones! ¡Lo sabéis y no decís ni mu! —les reprendo mientras ellos se echan a reír—. Da igual, venga, cuéntanos.

—Bien —abre una carpetilla de cartulina que trae consigo y coge un papel—. Son varias empresas ficticias pero sólo hay cuatro nombres que se repiten como propietarios y copropietarios. Y como ya nos suponíamos, Armando Salcedo es uno de ellos.

—Era obvio —apunto yo.

—El otro es Luis Javier López Quintín más conocido como el Teletubby Tóxico.

Los cinco nos echamos a reír sin poderlo evitar.

—¿Y los otros dos? —pregunta Pilar.

—Ahí es donde empiezan las curvas, chicas —nos mira—. Porque los otros dos implicados son Sancho Miguélez e Ismael Monteada, presidente y secretario del GYLIS —anuncia con una mirada triunfal.

—¡Hostias, Pedrín! —exclama Pilar abriendo los ojos desmesuradamente.

Yo, por mi parte, me quedo callada. Al GYLA y al GYLIS les cuesta incluso que sus anagramas estén el uno junto al otro en un simple folleto, ¿por qué iban a estar sus principales responsables aliados en un asunto tan turbio?

—A ver, un momento —dijo yo interrumpiendo las estupefactas exclamaciones que se suceden en la mesa—. Aquí hay mucho que no me cuadra. Primero, GYLA y GYLIS son enemigos acérrimos. Segundo, hasta donde yo sé, por todos es conocida la animadversión que sienten Salcedo y Miguélez el uno por el otro desde hace lustros. Y tercero y más importante, las cantidades de dinero de las que estamos hablando no son suficientes ni de lejos como para que cuatro personas se arriesguen a ir a la cárcel.

Alicia me mira complacida.

—Veo que estamos de acuerdo en algo —me dice. Luego se dirige al resto—. A mí también me parece todo muy extraño. Por eso he pensado que deberíamos seguir con la investigación —anuncia—. Y para ello necesitamos la inestimable ayuda de nuestra amiga Pilar —añade volviendo la cabeza hacia mi amiga, que da un respingo al oír su nombre en labios de Alicia para, a continuación, ponerse a temblar como un flan al sentir la mano de su adorada dando palmaditas en su antebrazo.

—¿Yo? ¿Por qué? Si yo no sé nada —dice Pilar medio tartamudeando.

—Tú tienes llaves de la sede del GYLIS, ¿verdad? —le pregunta Alicia. Pilar la mira extrañada mientras yo me percato de las intenciones de la niña.

—Sí, ¿por qué?

—Porque vamos a entrar allí esta noche —nos dice mirándonos a todos uno por uno esperando una reacción a la que le cuesta llegar.

La sonrisa que luce Pilar mientras subimos por Santa Engracia podría iluminar Madrid al menos por esta noche. Animada por la perspectiva de ser una pieza fundamental en nuestra investigación de aficionados camina junto a Alicia un par de pasos por delante de Diego, Pedro y yo, desgranándole con gran lujo de detalles todo lo que sabe del GYLIS. La observo divertida hacer esfuerzos por resultarle interesante a Alicia, incapaz de ver que el único interés de Alicia por ella es puramente político.

Llegamos hasta el portal donde el GYLIS tiene su sede, un pequeño piso de Santa Engracia cercano a la plaza de Chamberí que visité en un par de ocasiones hace unos años acompañando a Pilar. Mi amiga abre el portal y hace un caballeroso gesto hacia Alicia indicándole que pase primero. Los cinco subimos por unas angostas escaleras de madera hasta el segundo piso. Allí Pilar vuelve a hacerse la caballerosa dejando pasar a Alicia en primer lugar.

—Te esfuerzas demasiado, cariño —le susurro al oído a Pilar cuando penetro yo también en el piso.

Alicia actúa del mismo modo que en nuestra anterior visita al GYLA. Cierra los cerrojos de la puerta y le pide a Pilar que vaya encendiendo las luces hasta la oficina mientras ella las va apagando. Pilar se echa a reír.

—¡A ver si te crees que esto es tan grande como el GYLA! —le dice Pilar echándose a reír—. Que esto es un zulo… Sólo hay un despacho, una salita de reuniones y un almacén donde está también el teléfono de información y dónde nunca hay nadie para atenderlo…

Entramos en el despacho. Pilar empieza a encender los ordenadores.

—¿Dónde se guardan las subvenciones? —le pregunta Alicia.

—En esos armarios —contesta Pilar señalando unos armarios de la pared de la izquierda.

—¿Están abiertos? —Pilar asiente—. Entonces habrá que buscar primero en los que están cerrados. ¿Sabes dónde guardan las llaves?

Pilar niega con la cabeza con aire decepcionado.

—Pues habrá que buscarlas. No creo que anden muy lejos… —nos mira—. Bueno, vamos a hacer como el otro día. Que Diego y Juanjo se pongan en los ordenadores a buscar algo sospechoso. Ruth, ponte a buscar en esos armarios a ver qué encuentras. Pilar, ¿dónde están esos armarios cerrados?

—En el despacho del teléfono de información.

—Pues tú y yo vamos para allá a ver si encontramos las llaves para abrirlos.

Pilar desaparece por una puerta seguida de Alicia. Yo comienzo a abrir armarios con gesto cansino.

—Con lo a gusto que estaría yo ahora mismo en el Truco tomándome una copa… —murmuro.

—¿Y el placer de descubrir un fraude, Ruth? —me dice Diego mordaz—. ¿Tú sabes la que se puede montar si sacamos todo esto a la luz?

—Ya… Pero creo que ya no hacía falta que viniéramos aquí. Hubiera bastado con ir a la policía con lo que tenemos y que ellos acabaran la investigación.

—Sí, a la policía, para que archive el caso con todos los que tiene pendientes…

—Que no te oiga Pedro, Dieguito, o te empezará a dar la charla…

—¡Coño! —exclama Juanjo.

—¿Qué pasa? —preguntamos Diego y yo al unísono.

—El programa de contabilidad es el mismo del GYLA.

—¿Y qué tiene eso de extraño?

—Que el programa del GYLA lo diseñó el presidente. No es como el Contaplus o alguno de los habituales —explica Juanjo.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer… A sacar listados —le digo yo comenzando a sacar cajas del armario.

Un rato después vuelven a aparecer Alicia y Pilar con cara de resignación. Alicia se deja caer sobre una silla y Pilar se apoya en la pared.

—¡Dos armarios cerrados y ni rastro de llaves! —exclama Alicia exasperada.

—Buscad en todos los cajones que haya abiertos y en los cubiletes de lápices. Si el GYLA y el GYLIS están aliados deberíamos suponerles el mismo grado de chapucería… —les digo yo hojeando subvenciones.

—¿Qué es esto? —pregunta Alicia alzando una especie de libro.

—La revista Uranismos —explica Pilar.

—¿Revista? Pues más bien parece un libro de texto… —murmura pasando páginas.

—¿No lo conoces? Es una paja mental supuestamente filosófica creada por el grupito de élite del GYLIS. Unos sosos y falsos estudiosos de Foucault que se pasan quince páginas utilizando palabrejas rebuscadas para no acabar nunca de decir nada con ellas… —le explico.

—¿Y lo llaman Uranismos? ¡Eso es desplazar directamente a las mujeres! —exclama ofendida Alicia.

—¿Por qué? —pregunta Pilar Cándida.

—Uranismo es un término acuñado en el siglo XIX en Alemania por un tal Ulrichs. Pero sólo designa a la homosexualidad masculina. El pavo ese era un misógino reconocido y abogaba por crear una sociedad aislada de varoncitos homosexuales sin un lugar ya no sólo para las mujeres en general sino ni siquiera para las mujeres lesbianas… —explica Alicia con ese tono pedante que la caracteriza. Sin embargo, yo la miro con asombro. No es muy habitual encontrar a alguien de su edad (ni de otra edad, ¿para qué engañarnos?), con unos conocimientos tan amplios de la historia de la homosexualidad—. Me está dando la sensación de que tanto al GYLA como al GYLIS no les hace mucha gracia tener a mujeres en sus filas…

Retorno mi mirada al interior del armario y continúo sacando cajas. Al sacar una de ellas escucho un tintineo metálico en su interior. La abro y unas llaves que, sin duda, deben pertenecer a algún armario se me caen en el regazo.

—¡Mira lo que tenemos aquí! —exclamo triunfal mostrando las llaves.

Alicia me las arranca literalmente de la mano y se lanza rauda y veloz al despacho del fondo. Animados por el descubrimiento, el resto la seguimos. Allí, nuestra insigne cabecilla comienza a probar las llaves en las cerraduras. Tras varios intentos, por fin una de ellas abre uno de los armarios.

—¡Et voilà! Empieza la diversión… —afirma Alicia con una sonrisa.

Y de nuevo encontramos subvenciones falsas y nóminas más elevadas que las que los trabajadores del GYLIS coleccionan inútilmente de cara al día en que se queden en paro. Y facturas que no corresponden con lo encontrado en las cuentas del programa de contabilidad. Y los mismos chanchullos que hallamos en el GYLA.

—Está claro que están juntos en esto… Pero ¿con qué objetivo? —piensa Alicia en voz alta.

Abrimos el otro armario y continuamos sacando documentación. Llevamos ya más de una hora revisando cuando encuentro algo que me llama la atención. Una especie de dossier con planos y presupuestos. Mi estupor es extremadamente alto cuando compruebo que la ubicación de los planos se halla en Panamá.

—¿Qué coño es esto? —exclamo mostrándoselo a los demás. Alicia me lo arrebata de las manos y lo estudia detenidamente unos instantes.

—¡Serán cabrones! —exclama finalmente.

Nuestras miradas interrogantes convergen en ella en espera de una explicación.

—¡Son planos para la construcción de un complejo turístico en la costa de Panamá! —explica.

—Ya —le digo con acritud—. De eso ya me he dado cuenta yo.

—Sí pero es que… ¡Joder! ¿No habéis oído hablar del proyecto de cooperación internacional que el GYLA y el GYLIS llevan a cabo con los Ministerios de Asuntos Exteriores y el de Asuntos Sociales? —todos asentimos—. Por lo que yo sé, el GYLA estaba pagando el alquiler del local a una asociación gay de Panamá… Pilar, ¿tú sabes si el GYLIS hace algo parecido?

—Me suena pero no te lo podría asegurar…

—¿O sea que el objetivo de desviar el dinero es la construcción de… eso? —aventura Diego mirando el dossier que Alicia aún tiene en su regazo—. Pero por favor, por mucho dinero que hayan conseguido no me parece suficiente…

Alicia hojea el dossier.

—No te creas… Estamos hablando de dinero que deben haber desviado a cuentas opacas en paraísos fiscales. Recuerda la página web que vimos del banco de las Islas Barbados. Esas cuentas estarán seguramente en dólares americanos dándoles unos jugosos intereses. En el primer mundo quizá no podrían hacer gran cosa con esto pero en Latino-américa… Allí quien tiene unas decenas de miles de dólares puede ser el rey… Además, si han hecho contactos, a saber lo que habrán podido conseguir… Y este complejo tampoco parece ser demasiado lujoso, son bungalows no un hotel de cinco estrellas… Y me apuesto a que se trata de un complejo exclusivamente gay… ¿Vosotros sabéis cuánto turismo norteamericano hay por allí? Turismo que procede muy a menudo de las comunidades gays de San Francisco y Los Ángeles…

—Bueno, pues con esto ya tenemos todo lo que queríamos, ¿no? —dice Pilar visiblemente nerviosa—. Vamos a hacer fotocopias de lo que nos interese y nos vamos.

—Sí, tienes razón —concede Alicia—. Vamos a ir recogiendo el campamento.

Comienzo a guardar la documentación que no necesitamos y a colocar el interior de los armarios tal y como nos lo hemos encontrado.

—Bueno, Alicia —le digo sin mirarla—. ¿Te convences ahora de que para lo único que sirven los colectivos es para marear la perdiz?

Por el rabillo del ojo veo cómo Alicia me mira agresiva.

—¿Qué quieres decir? —pregunta con voz tensa.

—Pues ya lo ves. Años de lucha en los colectivos, dos presidentes que aparentan odiarse y que luego están preparando un desfalco para montar un complejo gay en la costa de Panamá mientras se ríen de los voluntarios que les sacan todo el curro con el que se ponen las medallas de cara a la galería…

—¿Me estás diciendo que los colectivos no sirven para nada? —pregunta Alicia poniéndose en pie y colocando los brazos en jarras.

—Estoy diciendo que las asociaciones se aprovechan de los voluntarios. Pero cualquier asociación, no sólo las gays. ¿Tú sabes cuánto dinero se ahorra el estado gracias al voluntariado?

—¿Y tú sabes la importante función del voluntariado en el engranaje social? Y ya no digamos en el asociacionismo gay. Si no fuera por los colectivos aún nos estarían metiendo en la cárcel por cogemos de la mano por la calle. Los colectivos gays hacen una importante función de socialización dentro de la comunidad. ¿A dónde iría toda esa gente que nunca ha tenido referentes positivos sobre la homosexualidad cuando se encuentra sintiendo atracción por personas de su mismo sexo?

—Que sí, que vale. Pero tendrás que estar de acuerdo conmigo en que la mayoría de la gente que se acerca a un colectivo lo hace con intención de ligar y conocer el ambiente y una vez conseguido eso, se largan por donde han venido…

—Pero siempre hay gente que se queda y trabaja para conseguir la igualdad… Sin ellas a día de hoy no podríamos estar hablando de matrimonio…

—¿Y qué me dices de toda esa gente que sale el día del orgullo gay en la cabalgata y el resto del año se esconden haciéndose pasar por respetables heteros? La lucha por la igualdad es una batalla diaria. Hay que reivindicar en el entorno de cada uno, en la familia, en el trabajo, con los amigos y muy poca gente tiene el valor suficiente para hacerlo…

—¿En tu trabajo saben que eres lesbiana? —pregunta Alicia exaltada.

—Por supuesto. Todo el mundo lo sabe —respondo airada.

—¡Pues si no hubiera habido colectivos luchando por los derechos de gays y lesbianas nunca habrías podido dar ese paso!

—Error, bonita. Si no hubiera habido gente que hubiese dado ese paso para demostrar a la sociedad que no somos bichos raros no se habrían podido crear colectivos que reivindicaran ningún derecho.

—Sí, ¿qué fue antes? ¿El huevo o la gallina?

—La lucha individual es la que determinó la creación de plataformas que representaran a gays y lesbianas en la sociedad. Si en las revueltas de Stonewall las personas anónimas no hubieran plantado cara a la autoridad nunca se habría creado el Frente de Liberación Gay.

—Y sin asociaciones que sirvieran de puente con los órganos de gobierno nunca se habría avanzado en leyes de igualdad y de no discriminación. Los colectivos cumplen una función fundamental en la lucha.

—Sí, ya lo veo. ¡Para desviar la pasta y construirse un bonito complejo hotelero para maricas en la costa de Panamá!

—Que haya una panda de cabrones que se quieran lucrar gracias a la lucha de la gente no significa que todo el mundo sea así. Somos muchos los que creemos de verdad en las reivindicaciones que se están haciendo y que ponemos todo nuestro esfuerzo y voluntad en que la situación mejore para que podamos dejar de ser ciudadanos de segunda.

—¿Y por qué hay tanta gente que sale de los colectivos escaldada por el trato que ha recibido? Tú misma deberías saberlo, en cuanto sabes hacer algo que les sea de utilidad, tienes que estar disponible las veinticuatro horas del día. Profesionales gratuitos para dedicar la pasta a lo que de verdad les conviene, sus propios intereses. Todavía no he conocido a nadie que haya salido de un colectivo sin despotricar de él…

—¡Que tú estés desencantada no significa que todo el mundo lo esté! ¡Yo conozco a mucha gente que lleva años trabajando en los colectivos y no ha perdido ni un pizca de ilusión!

—¿Ah, sí? Pues, dicho por ti misma, tus madres llevan mucho tiempo sin dejarse caer por ninguna asociación. Y si mal no recuerdo, en los setenta estaban metidas en todos los saraos habidos y por haber…

—¡Porque ya son mayores! ¡También tienen derecho a descansar y a disfrutar de la vida! —me grita Alicia casi desgañitándose.

—Admítelo, Alicia, el voluntariado sólo es para jovencitos ilusos que aún creen que pueden cambiar el mundo con sus ideas. Y para listillos que se buscan la manera de aprovecharse de la situación.

—¿Me estás llamando ilusa? —chilla Alicia acercándose hacia mí con ademanes agresivos.

—¡Sí, bonita, te estoy llamando ilusa! ¡Tienes dieciocho años y crees que formas parte de una revolución! ¡Cuando tengas veinticinco ya hablaremos y no harás más que maldecir al colectivo en el que estuviste perdiendo el tiempo!

—Pero ¿tú eres imbécil o qué, tía? Entonces, ¿para qué coño vienes al grupo de mujeres?

—Para conocer mujeres, claro —me río—. Como todo el mundo, desengáñate, Alicia…

—¡Cómo te vuelva a ver por el GYLA te pienso echar a patadas! ¡Si quieres ligar te vas al Escape! —me chilla poniendo su cara a dos palmos de la mía.

—¡Atrévete, niñata! —le contesto.

—¡Chicas! ¡Chicas! ¡Chicas! —grita Pilar poniéndose entre las dos y separándonos—. ¡Que son las tres de la mañana! No me parece el mejor momento para ponerse a discutir de política a voz en grito.

—¡Ha empezado ella! —se defiende Alicia señalándome con el dedo—. Siempre tan listilla creyendo que ya lo sabe todo porque es mayor que yo.

—¿Y tú, qué? ¡Si siempre estás dando lecciones de feminismo a quien se te ponga cerca!

—¡Vamos, vamos, Ruth! —me dice Pilar sacándome del despacho a empellones mientras los chicos se miran entre ellos riéndose por lo bajo—. Vamos a la oficina a recoger lo que hay allí, a ver si te tranquilizas.

Nos metemos en la oficina y Pilar me sienta en una de las sillas donde yo me dejo caer con fastidio.

—¿Se puede saber qué coño te pasa, Ruth? Para ser una visita clandestina habéis estado a punto de despertar a todo el vecindario…

—¡Me saca de quicio! —exclamo irritada tirando unos cuadernillos al otro extremo de la mesa para apoyar el brazo. Pilar me mira con una expresión divertida.

—Ruth, cielo, si esto fuera una telecomedia lo definiría como la típica tensión sexual no resuelta… —se echa a reír.

—¡No jodas, Pilar, por Dios!

—No, si yo no jodo, ya lo sabes. Pero esto sólo puede acabar a hostias o en la cama…

—Tírate de la moto, tronca. Que aquí la única que quiere meter a Alicia en su cama eres tú… —le respondo rabiosa levantándome de la silla, dirigiéndome hacia uno de los armarios y empezando a colocarlo.

—Ya, ya… —escucho decir a Pilar a mis espaldas en un tono tan irónico que hace que mi furia crezca aún más.

Una hora después, sin decir palabra, abandonamos la sede del GYLIS. Ya en la calle nos disponemos a despedirnos pero yo, aún exaltada, me mantengo al margen con las manos metidas en los bolsillos traseros mirando a otra parte.

—Mañana podríamos vernos y acabar de planear qué vamos a hacer con todo lo que tenemos. ¿Os parece? —pregunta Alicia. Todos asienten menos yo que hago como si la cosa no fuera conmigo—. ¿Contaremos también contigo, Ruth? —me pregunta mordaz pero más calmada que un rato antes. Yo me encojo de hombros.

—Llamadme. Ya veremos —farfullo mirando la punta de mis zapatillas.

—Pues nada. Mañana hablamos —concluye Alicia antes de darse media vuelta e irse Santa Engracia abajo en compañía de Juanjo.

—Yo me voy a pillar un taxi —me dice Diego—. Cálmate, mujer, que tampoco es para tanto.

Mi única respuesta es un gruñido gutural.

—Bueno, por ahí viene uno. Mañana hablamos. Que descanséis, chicas —se despide antes de alzar la mano para parar el taxi que viene por la calzada.

Miro a Pilar que continua mirándome con la misma jocosa expresión de hace un rato.

—Deja de reírte, tronca —le digo apaciguando mi propia furia con una imperceptible sonrisa—. ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a tu casa? —Pilar se encoge de hombros—. Quédate a dormir en la mía, si quieres.

—Venga, vale. Así te podré convencer de que tengo razón.

—¡A que duermes en el sofá, bonita!

—Pues casi que mejor, cielo, no vaya a ser que en mitad del sueño te pienses que soy Alicia y empieces a meterme mano… —espeta riéndose.

—Anda, tira —le digo dándole un azote en el trasero.