Ante la marabunta de coches haciendo cola frente al parking de Santo Domingo le digo al taxista que me bajo aquí mismo. Pago la corta carrera con un desgastado billete de cinco euros y salgo del auto aliviada. Me encamino hacia Cool sabiendo que Pilar ya se estará mordiendo las uñas y acordándose de toda mi familia a causa de mi recalcitrante impuntualidad. La encuentro en la puerta de la discoteca embutida en su abrigo, su bufanda y sus guantes, dejando entrever tan sólo una parte de su rostro por la que expele nubecillas de vapor. Junta una mano enguantada con la otra mientras gira sobre sí misma sosteniendo el peso de su cuerpo en una y otra pierna alternativamente. En una de sus medias vueltas se percata de mi figura corriendo presurosa hacia ella y da un visible respingo. Su famosa incontinencia verbal no se hace esperar ni un segundo más, ni siquiera el tiempo necesario para llegar a su lado y que los transeúntes no tengan que escuchar la bronca que habrá estado rumiando en todo el tiempo que me lleva esperando al raso.
—¡Joder, tía! ¡Me cagüenlaputa, tronca! ¿No podrías ser puntual por una vez en tu vida para variar? ¡Qué llevo media hora congelándome en la puta calle por esperarte!
—Yo también te quiero, cielo —le digo con una de mis mejores sonrisas cuando llego hasta ella.
—Déjate de sonrisitas, coño, que para una vez que te invito a una de esas fiestecitas a las que tanto te gusta ir no puedes ni siquiera llegar a tiempo —protesta mientras me planta dos besos en las mejillas.
No, me digo para mis adentros, no es el mejor momento de contarle que a mí también me habían mandado invitaciones para la fiesta de inauguración del dichoso festival de cine gay del GYLA.
—Tranquila, mujer, si lo mejor de estas fiestas no empieza hasta la medianoche —le digo indicándole con la cabeza que entremos.
—¿Y tu sueca? ¿Te la has dejado olvidada en el taxi? —inquiere con una mirada incisiva a la par que irónica tras darle las invitaciones a uno de los machacas de la puerta.
—No. Estará en su residencia… Supongo…
—O sea que ya es historia, ¿no?
—Mmmm… Tanto como historia no, sólo un periódico atrasado… —río mientras bajamos por las rampas hasta el guardarropa.
—Joder, Ruth, a este paso cualquier día te vas a encontrar con que tus ex han montado una asociación de damnificadas…
—Ya será menos, en todo caso de encantadas de haberme conocido…
—Pues no vienes tú con la moral alta ni nada… Oye, si has venido de caza espérate un rato antes de sacar las armas, al menos hasta que yo haya encontrado a alguien conocido con quien poder estar de palique… ¿Nos vamos arriba y me invitas a una copa para compensarme? —me pregunta tras haber dejado nuestros abrigos a buen recaudo.
—Por mí vale —respondo encogiéndome de hombros.
Nos subimos a una de las salas de arriba, desde las que se puede divisar toda la pista de baile. Pedimos unas copas y nos apalancamos en una de las mesitas que hay junto a la barandilla.
—¿Y te piensas pasar este año a ver alguna de las pelis? —me pregunta Pilar cogiendo uno de los programas de mano que reposan sobre la mesita. Yo la imito y lo desdoblo con desgana.
—No creo, cada vez traen peores películas. Además, después de ver el mosqueo que tiene Diego con la organización ni me apetece.
—¿Por qué está mosqueado?
—Porque es amigo de Mateo Fuentes, el antiguo director del festival y está demasiado al corriente de las tonterías que se traen. Hace un par de años despidieron al equipo que se encargaba de organizarlo todo diciendo que las subvenciones eran insuficientes para mantener tantos puestos de trabajo. Un niñato aspirante a picapleitos de tercera se quedó al cargo hasta que reunieran a un nuevo equipo. Y mientras, se dedicó a perder las películas que había que devolver a su origen y en consecuencia el GYLA perdió un montón de pasta, se rumoreó incluso que el festival iba a desaparecer. Pero, et voilà, se formó un nuevo equipo y siguieron adelante. Y este tal Fuentes le contó a Diego el otro día que había entrado en la web del festival por curiosidad y que se puso a mil cuando vio que al pinchar en el enlace de anteriores ediciones sólo aparecía la del año pasado, ni rastro de las seis primeras, como si nunca hubieran existido. Luego se puso a bucear más a fondo en la página y después de pasar por tres o cuatro enlaces, consiguió llegar a un pequeño resumen de lo que habían sido las anteriores ediciones… Pero, claro, él lo encontró porque sabía lo que estaba buscando, que quien llegue a la página por casualidad ni se entera de lo que hubo antes… Es como si todo el trabajo que él y su equipo hicieron, que es sobre lo que se sigue sustentando el festival, no sirviera de nada. Porque a efectos oficiales, ese trabajo se lo ha llevado el viento mientras que los que están ahora, aunque curren, se están llevando los frutos de lo que hicieron otros.
—Pues está buena la cosa…
—Por eso te digo que tengo mejores cosas que hacer que perder mi tiempo viendo cuatro películas chorras sobre bolleras eternamente enamoradas de sus ex y de maricas preocupados por cómo se les marca el paquete —concluyo dejando el programa de mano de nuevo sobre la mesa, Pilar tiene la mirada perdida en la pista—. ¿A quién miras?
—A esos dos que se están acercando al presidente del GYLA… Yo lo flipo, tía. Si no se pueden ni ver…
Miro en la misma dirección que ella y veo cómo un tipo cercano a los cuarenta acompañado de un chaval de no más de veinte se ponen a hablar con Armando Salcedo, presidente del GYLA.
—Me suenan, ¿quiénes son? —pregunto.
—El más mayor es Sancho Miguélez, presidente del GYLIS —bufa con indignación—. Va de anarca por la vida y se las da de radical y subversivo. El matrimonio gay está a la vuelta de la esquina y él sigue en sus trece de que tienen que existir otras alternativas. Llegará el día en que todo esté aceptado y él seguirá repartiendo pegatas que pongan ¡Ley de Parejas Ya!, mientras cuenta batallitas alzando su bastón de diseño.
Sonrío con media boca. Pilar continúa hablando.
—El niñato es Ismael Montcada, su fiel compinche. A los dieciocho se afilió a las Nuevas Generaciones peperas, a los diecinueve coqueteó con la Nueva Izquierda de Cristina Almeida, a los veinte intentaba conseguir un cargo en el Consejo de la Juventud a golpe de cadera y a los veintiuno militaba en las Juventudes Socialistas como si el mismísimo Pablo Iglesias le hubiera iluminado. Ahora supongo que estará pensando en a quién chupársela para que acabe de encumbrarlo en lo que él llama «su carrera política». Méritos no le faltan: no sabe hacer la o con un canuto, se le da muy bien delegar responsabilidades en otros y es incapaz de escribir una palabra de tres sílabas con menos de cuatro faltas de ortografía.
—No te caen muy bien precisamente, ¿verdad? —le pregunto mordaz. Pilar niega con la cabeza.
—No los aguanto. Son los principales responsables de que en el GYLIS a las mujeres se les haga menos caso que a los niños de Somalia. El mes pasado me reboté con el tal Ismael porque el muy hipócrita dice que nosotras no podemos hacer una fiesta sólo para mujeres porque es exclusivista y una semana después el chaval va y se descuelga con una bonita y didáctica actividad para el grupo de jóvenes, que se supone que está abierto a chicos y chicas.
—¿Qué actividad?
—Una visita guiada a una de las mayores saunas gays de Madrid.
—Pero si a las saunas no entran mujeres.
—Por eso le mandé a la mierda. Una fiesta para mujeres es segregación pero una visita a una puta sauna no es exclusivista, ¿verdad? Pero, claro, dijo que como al grupo no había venido ninguna chica últimamente, le pareció buena idea hacer esa excursioncita. Y luego se extrañarán de que las pocas tías que vienen salgan espantadas…
—Ya le vale… —concluyo dándole un sorbo a mi copa.
—¡Bueno! ¡La que faltaba! —exclama Pilar de repente haciéndome retornar la mirada a la pista.
—¿Y ahora qué pasa?
—¿Ves a esa que se está acercando a los presis?
—¿La de la gabardina de cuero tipo Matrix?
—Esa misma. Es Esmeralda Roselló, petarda multimedia. Escribe, dirige, compone, canta en un grupo y en solitario, y supongo que no baila porque es como los tomates: pequeña, redonda y colorada. Hizo una película en vídeo hace unos años y, por lo que veo, todavía intenta colocarla.
—¿Y de qué iba la peli? ¿De bollos?
—¡Ja! Ni de coña. No quiere que en «la industria». —Pilar hace comillas con los dedos— piensen que es lesbiana. No se debe mirar al espejo muy a menudo porque si lo hiciera se daría cuenta de que un miope sabría que es bollera a diez kilómetros de distancia. La peli de marras era una mezcla entre Boca a Boca y Un ramito de violetas de Cecilia aderezado con el marica más plumífero que te puedas echar a la cara y una salida del armario ante los padres tan patética que los bodrios que ponen después de comer parecen maravillas del séptimo arte —hace una pausa para beber de su martini con limón—. Como es una chica PP intentó colársela a algunos productores que su padre conocía, pero la cosa acabó como agua de borrajas. Parece ser que nadie le explicó que contar con pocos medios no tenía por qué significar falta de ideas originales…
—¿Es bollera y de derechas? —pregunto yo casi escandalizada. Pilar me mira como si no la hubiera estado escuchando.
—Del PP no, es una chica PP —repite pero mi cara de ignorancia le obliga a suspirar con fastidio—. Chica PP. Papá paga, hija. Papá paga la carrera, los masters y el alquiler del piso compartido en el que fragua todo esos atropellos contra el arte y el buen gusto —vuelve a suspirar—. Tiene que estar muy desesperada para intentar que se la proyecten en un festival de cine marica, ella, que no quiere que a «su cine» —hace otra vez comillas con los dedos— lo etiqueten de gay.
—Luego dicen de las maricas malas pero hija, tú no pierdes ripio a la hora de criticar al personal. No quiero ni pensar lo que dirás de mí cuando yo no estoy delante —le espeto con ironía.
—Todo bondades, mi amor —contesta con una sonrisa picara al tiempo que se enciende un cigarro—. Ya sabes que eres mi heroína. Te he dicho muchas veces que de mayor quiero ser como tú. No, perdona, de mayor quiero tener tu agenda de ligues.
Me río con ganas y me acabo la copa de un trago. Como veo que la de Pilar también anda en las últimas le propongo hacer una nueva incursión a la barra para repostar combustible. Justo cuando nos estamos alejando y volviendo a nuestros sillones un nutrido grupo de chicas entra en la sala. Observo cómo algunas de ellas lanzan imperceptibles e incómodos saludos a Pilar con la cabeza o con la mano. Pilar responde del mismo modo con cara de fastidio.
—¿Quienes son esas? —le pregunto cuando volvemos a sentarnos. Pilar pone los ojos en blanco y ejecuta una mueca de asco lo suficientemente explícita como para intuir que las recién llegadas son personas non gratas para ella.
—La mayor panda de desalmados egoístas e hipócritas que he tenido la desgracia de echarme a la cara.
Vuelvo a mirar hacia el grupito y me percato de que entre tanta fémina también hay un chico.
—Pero si sólo hay un tío.
—Rectifico. La mayor panda de bolleras desalmadas, egoístas e hipócritas con mascota que se han cruzado en mi camino. —Echa un vistazo furtivo hacia la barra donde se amontonan las aludidas pidiendo sus consumiciones—. Y hoy están todas al completo, por lo que veo.
—Pero ¿qué te han hecho?
—A mí nada —responde encogiéndose de hombros.
—¿Entonces?
—Es un culebrón que te cagas. ¿Ves a la del pelo rizado y nariz de boxeador? —miro hacia el grupo y asiento—. Es Nuria, la ex de mi compañera de piso.
—¡Acabáramos! —exclamo entendiéndolo todo—. Es una de esas historias macabeas de la pirada de Isabel.
—Macabea y de las buenas. A ver, por dónde empiezo… —Pilar se muestra dubitativa mientras las observa—. ¿Ves a la bajita del pelo rizado que está jugando con el mechero? Esa es una tal Valle, una amiga de Isabel desde hacía años. A través de ella y de Jaime, el chico, empezó a salir con esta gente. Y durante un año o así la cosa funcionó muy bien. Venían a casa a menudo cuando hacíamos alguna fiesta y cosas así. Parecían gente maja y divertida… El caso es que al año la tal Nuria le tira los tejos a Isabel y se enrollan. Al principio la cosa parecía un cuento de hadas. La tía era un encanto, siempre pendiente de Isabel, haciéndole regalos, llevándola a cenar y cosas así, vamos, lo que todas queremos en una novia. Aparte de que se pasaban el día follando… En esa época tuve que empezar a ponerme tapones para los oídos…
—Envidiosilla…
—Ya te digo… —se ríe—. Bueno, pues eso, que parecían la pareja perfecta. Van pasando los meses, la cosa se va afianzando e incluso la tía mencionó la posibilidad de irse a vivir juntas. Pero un buen día se le pira la pinza no veas de qué forma, se vuelve medio autista y comienza a amargarle la vida a Isabel pese a los intentos que ella hacía de averiguar qué estaba pasando. Y de repente, sin venir a cuento, la mosquita muerta la deja sin ninguna explicación, sin hablar y sin nada de nada.
—¿Así sin más?
—Así sin más. Isabel pasa de los intentos de diálogo al cabreo y luego a la desesperación ante la indiferencia de esa subnormal. Y a todo esto no te creas que las demás le preguntaron cómo estaba o hicieron algo por apoyarla. Un par de ellas se interesaron así, como de pasada, como quien habla del tiempo que hace. Estaban demasiado ocupadas consolando a esa reprimida. Yo creo que ni siquiera ha llegado a asumir que es bollera… —dice como para sí misma—. La tal Valle fue la única que, un día que pasaba por el barrio, subió un momento, por compromiso, más que nada. Pero el resto dejó de llamarla, de quedar con ella. Lo que más me jode es que cuando alguna del grupo ha pasado por algo parecido, las demás se han volcado sobre ella. ¿Ves a esa morena del pelo corto que se está dando cacao en los labios?
—Sí.
—Esa es Angie. Va de guay desde que un día le dijeron que se parecía a Angelina Jolie…
—Pues se parece como un huevo a una castaña —digo mirando a la susodicha con expresión de incredulidad.
—Eso mismo dije yo pero, chica, si ella se lo cree, déjala, de ilusión también se vive… Pues esa estuvo como cuatro años con Paloma, la rubita del pelo rizado y cara de eterna felicidad, hasta que lo dejaron en circunstancias que, por lo que escuché, aún no están claras. La rubita se enrolló con Eva, la morena del pelo liso que está a su lado creyendo que nadie la está viendo liarse un porro, y la Angie se quedó a verlas venir. Pero nada, todas siguieron en el mismo grupo sin problemas y apoyando a Angie porque, como es obvio, lo estaba pasando mal. Luego la Angie se lio con otra tía con la que estuvo como seis meses en los que se dejaban y volvían con la misma frecuencia con que se cambiaban de bragas. Y eso ya lo viví yo con mi compi porque no veas el coñazo que daba aquí la amiga con sus rupturas y sus dudas y sus «tía, no sé qué hacer». Cada vez que la veíamos sólo tenía un tema de conversación: su ex. Y no había forma de sacarla de ahí. Pero como te digo, todas la escuchaban y la apoyaban. Y el chico no es una excepción. Como se pasa media vida enganchado a Internet tiene un ligue nuevo cada dos semanas y ya no es que dé el coñazo, es que cada vez que te ve te empieza a contar con pelos y señales cómo se folla al novio de turno y no te queda más remedio que escucharle con cara de póquer intentando recordar en qué momento le has pedido tú que entre en detalles. Pero a él también se le escucha, faltaría plus. Ellas son un grupo muy unido… —ríe irónicamente—. Tienen la sensibilidad en la pipa del coño, más bien.
—¿Y qué pasó con Isabel?
—Bueno, pues al principio intentó seguir saliendo con ellas como si no hubiera pasado nada. Ni siquiera pedía que la escucharan, ya estaba muy harta de hablar del tema porque cada vez que lo hacía se encabronaba por el comportamiento de su ex. Pero las cosas ya no podían ser como antes. Dejaron de llamarla, aunque tampoco es que antes la llamaran mucho, dicho sea de paso. Un jueves Isabel y yo salimos porque queríamos ir a una rave. Y nos las encontramos en un bar en el que hacíamos tiempo. Se comportaron como si Isabel fuera una extraña, ellas en un extremo de la barra de risas y cachondeo y nosotras al otro con cara de circunstancias.
—Qué cabronas…
—Ya… Tardamos minutos en desaparecer de allí. Isabel salió disparada hacia fuera pero a mí me entretuvieron y me tuve que liar a dar besos a diestro y siniestro. Y va la imbécil de Nuria y escucho que le pregunta a Paloma que por qué nos vamos… Hay que joderse… Total, que nos fuimos hacia la rave. Yo no me quedé mucho porque al día siguiente salía de viaje. Le dije a Isabel que se volviera conmigo a casa pero me dijo que prefería quedarse para evadirse un rato. Por lo visto se debió agarrar una melopea del carajo. Y cuando llegó a casa no se le ocurrió otra cosa que meterse entre pecho y espalda un bote entero de unas pastillas superfuertes para la ansiedad que había dejado de tomar porque le sentaban fatal.
—Sí, eso me lo contaste. ¿Así que esa es la explicación de todo? Anda que Isabel no es dramática ni nada…
—Ya la conoces, se toma todo muy a pecho pero la verdad es que no quisiera verme yo en su situación. Porque no era sólo lo de las zorras estas y lo de la traumatizada de su ex. Estaba teniendo mogollón de movidas con su familia porque pasaban totalmente de ella, se acababa de quedar en paro y estaba agarrando una depresión de no te menees. Supongo que se desesperó.
—Pero tampoco es motivo para quitarse de en medio —replico.
—Ya, esa es nuestra forma de verlo. Pero cada uno es un mundo. Bueno, pues eso, que se tomó las pastillas, ya te lo conté en su momento. Y después de venir del hospital, que aún seguía drogada, agarra el móvil y ve una llamada perdida de la tal Eva porque yo la había llamado el día anterior para preguntarle si es que se habían vuelto a encontrar en la rave y habían discutido o había pasado algo pero no le conté nada, y va Isabel y la llama y, no sé muy bien por qué, le cuenta lo que ha pasado. Y no te creas que la otra le pregunta cómo está y cómo se le ha ocurrido hacer eso, no, qué va, le dice que sólo lo ha hecho para llamar la atención y hacer daño a Nuria.
—Mujer, visto desde fuera es lo que parece.
—Mira Ruth, no sé si las pastillas que se tomó la hubieran matado pero si lo que quería era llamar la atención no creo que lo hubiese hecho justo cuando iba a estar casi cuatro días sola en casa sin que nadie la echara de menos. Te recuerdo que yo ese fin de semana me iba a ver a mis padres. Y no quiero ni pensar qué habría pasado si no me llego a dejar los billetes en casa. Que el susto que me llevé cuando llegué y me la encontré tirada en medio del pasillo no se lo deseo a nadie. Bueno, sí, a todas esas —dice señalándolas con la mirada—. Y lo de hacer daño a Nuria… Ja, me río yo. La tía esa no tiene corazón ni nada que se le parezca mínimamente. Porque después de llamar a Eva no tuvo bastante y también llamó a Nuria y la muy cerda todavía seguía diciendo que se había comportado con ella de puta madre. Créeme, a esa no se le hace daño con un intento de suicidio. No es el primero que la salpica, además. Hay que atacarla por otros flancos. O romperle la boca para que le haga juego con la nariz.
—No te me pongas violenta, Mari Pili, que te estás calentando… —le digo para intentar suavizar el tono de su voz que ha alcanzado cotas de cabreo poco normales en ella.
—Si es que son una panda de falsas… —deja la mirada clavada en ellas—. Míralas, todo risas y buen rollito pero luego se ponen a parir las unas a las otras en cuanto se dan la vuelta. Si la tal Angie o Jaime supieran lo que las demás han llegado a decir a sus espaldas, fliparían. Porque esa es otra, critican los comportamientos de las que llaman sus amigas pero ninguna tiene los ovarios de decírselo a la cara a las susodichas. O sea que falsas y cobardes. De la propia Nuria, sin ir más lejos, muchas de ellas, incluida una de sus mejores amigas, llevan un montón de tiempo diciendo que siempre se fija en tías conflictivas para olvidarse de sus propios problemas, que no deben ser pocos teniendo en cuenta su comportamiento, y como está tan acostumbrada a que sus novias la puteen, cuando se encontró con alguien como Isabel, que no sólo no la puteaba sino que la correspondía en todo, pues no pudo evitar que se le cruzaran los cables y fue ella la que puteó sin motivo. Porque todas coinciden en que sus anteriores novias la machacaban mogollón. Pero ¿te crees que alguna se lo ha dicho a ella a la carita? Que va, todo eso se lo dijeron a Isabel cuando la otra no estaba delante…
—Bueno, cada una es como es.
—Ya, tía, pero por ejemplo, tú y yo somos amigas. Y si hay algo que no me gusta de ti te lo digo. Y tú haces lo mismo conmigo.
—Es que ya sabes que no puedo morderme la lengua.
—Pues a eso es a lo que voy. Ellas no. Ni siquiera son capaces de ser sinceras con sus propias amigas. Como parecen la versión lésbica de los Borbones, llevan años enrollándose las unas con las otras. Hay varias parejas que han empezado cuando las relaciones anteriores no habían acabado y, aunque todo el mundo lo sabe, nadie lo admite. Incluso llegan a negarlo.
Suspiro profundamente y me planteo proponerle que nos bajemos a la pista para que se tranquilice. Antes de que haya podido abrir la boca, Pilar ya está soltando sapos y culebras de nuevo.
—Y espera, que lo mejor de todo es que un mes después, la tal Valle le envía un mensaje a Isabel diciéndole que mire a su alrededor y piense si ella no ha tenido la culpa de todo.
—¡Joder!
—Hay que tener jeta para decir eso. No digo que Isabel sea una santa pero no me jodas, se ha portado con todas mil veces mejor que ellas con Isabel.
—¿Bajamos a la pista a echar un vistazo? —pregunto poniéndome en pie—. Lo digo para evitar que de un momento a otro te vayas a por ellas imitando a Jackie Chan.
Pilar se echa a reír.
—Venga, vamos —dice ya más calmada.
Cogemos las copas de la mesita y nos encaminamos a la puerta de salida de la sala. Al ver que nos marchamos, la tal Nuria nos lanza una mirada esquiva. Yo no puedo evitar echarme a reír.
—Oye, aparte de zumbada, Isabel tiene un mal gusto que te cagas —le digo a Pilar al oído entre risas. Mi amiga se encoge de hombros y esboza una leve sonrisa como si dijera: «Qué le vamos a hacer».
Nada más entrar en la planta baja, donde está la pista de baile y el escenario, casi nos topamos de bruces con Alicia, que luce una de las camisetas del festival de cine y va debidamente identificada con una acreditación al cuello que la distingue como «jefa de voluntarios». La ascensión de esta chica es fulgurante.
—Hola, chicas —nos saluda a las dos antes de plantarnos sendos besos en las mejillas—. Hace mucho que no os veo por el grupo —dice con cierto tono de reproche antes de darle un trago al vaso que lleva en la mano, una simple coca-cola, presumo, esta chica es demasiado formal para beber otra cosa que no sea eso.
—Mucho curro —respondemos Pilar y yo al unísono conteniendo unas imperceptibles risitas.
—Os pasaréis por el festival, ¿no? Hay pelis muy majas. Si hay alguna que os interese, podría conseguiros algunas entraditas de gratis, sólo por vuestra cara bonita —se ríe.
—Ya veremos —le contesto yo—. Aún estamos estudiando la programación.
—Por cierto, ¿os habéis enterado de la gran noticia?
Ambas negamos con la cabeza.
—El IFI[3] nos ha concedido una subvención para una campaña de visibilidad lésbica. ¡Sesenta mil euros! —exclama complacida—. Aún no me lo creo. Vamos a armar una revolución con tanta pasta.
—Es mucho dinero, ¿no? —digo yo frunciendo el ceño.
—Ya lo sé pero ya sabes la cantidad de bollos que hay en el IFI. Además, ya va siendo hora de que nos hagan caso las instituciones, que no todo van a ser fiestas… —hace una pausa, parece que se le está agotando el tema de conversación—. Bueno, si al final os pasáis por el festival, buscadme por el hall de entrada del cine. Voy a estar por allí casi todos los días.
—Vale, te buscaremos.
—Os tengo que dejar, chicas, que estoy buscando a unas amigas. Nos vemos.
Y se pierde entre la masa informe de gente que ya está empezando a llenar la pista. A Pilar se le queda la mirada prendada en los cuartos traseros de Alicia. Le paso la mano abierta por delante de los ojos.
—Que se te van a salir, Piluca —le advierto riéndome.
—Joder, es que no veas si está buena la cabrona —dice casi relamiéndose.
—Pues se te pasó la vez, corazón. Ya le han echado el lazo.
Pilar se vuelve hacia mí contrariada.
—¿Y quién ha sido la asquerosa que se ha atrevido a ponerle la mano encima a mi niña? —pregunta cómicamente ofendida.
—Sandra, una de las del grupo.
—¡Bruja ninfómana! —exclama—. Espero que no la traumatice demasiado. No quisiera tener que consolarla mucho cuando acabe entre mis brazos.
—Antes era yo la que tenía la moral alta…
—Coño, Ruth, como decía ese del Barça, siempre positivo, nunca negativo…
—Bueno, ya conoces a Sandra, cuando se canse de su nuevo juguete, lo pondrá de nuevo en circulación.
—Y ese será el momento en que esa bonita niña caiga rendida a mis pies —concluye Pilar riéndose a carcajadas. Luego mira la hora en su reloj de pulsera—. Bueno, chata, mi menda se las pira que es casi la una y mañana hay que currar.
—Me voy contigo, entonces.
Pilar me mira de soslayo sin acabar de creerme.
—¿Tú irte de una fiesta a la una de la noche? Estás perdiendo fuelle, cielo.
—Mañana tengo una reunión a primera hora —digo por toda explicación.
—¿Y cuándo ha sido eso un obstáculo para ti?
—¡Pilar! —le digo ya encaminándonos a la salida—. Aunque tú no te lo creas, en el fondo soy una mujer muy responsable.
—Vale, vale, haré como que me lo creo…