Interludio

—¿Sabes? He descubierto por qué Nueve semanas y media se llama así y no Diez semanas y tres cuartos o Tres meses y diecisiete días.

—¿Por qué?

—Es el tiempo que dura una pareja en pasar de la fogosidad y la tontería supina a abrir los ojos y preguntarse: ¿Qué coño estoy haciendo con esta tía?

—Buenoooo… No me lo digas. Ya te has cansado de ser madre adoptiva, ¿verdad?

—No, Juan, el niño no tiene nada que ver, es una monada pero es que Carmen ya empezaba a verme de un modo que no me gusta.

—¿Es que te pidió que vivieras con ella y le pagaras la guardería al niño?

—No, tonto. Lo que pasa es que quiere algo más estable, ya sabes, compromiso y esas cosas que tanta alergia me dan. Y ya habíamos llegado a la tercera fase.

—¿Qué tercera fase?

—Ya sabes, las tres fases de una pareja: el primer beso, la primera noche y la primera visita a Ikea.

—¿Te llevó a Ikea? ¡Qué fuerte!

—No te rías así que se te va a desencajar la mandíbula, tronco… Pues sí, fuimos a Ikea. Allí las dos con el niño montado en su cochecito eligiendo muebles para la habitación de Robertito. Y de repente como que vi la escena desde fuera y a la escena le siguió una película enterita. Me vi firmando la hipoteca de un adosado en las afueras, abriendo un plan de pensiones, navidades con la familia, a mí embarazada para darle un hermanito al niño, un mono-volumen en la puerta del adosado, vacaciones en la Costa Brava y los niños haciendo castillos en la arena…

—Suena encantador…

—¡No me fastidies, Juan! A lo mejor para ti lo es pero yo aún no tengo ganas de firmar la sentencia de muerte de mi soltería.

—¡Cómo eres, Ruth! ¡Con lo mona que estarías vestida de premamá!

—¡Y lo que disfrutarías tú comprándole regalos al niño, marujón! Pero no. No ahora. Joder, si ella misma me dijo que después de lo de su marido, no quería otro matrimonio sino disfrutar de su libertad.

—Pero te ha encontrado a ti y habrá pensado que podía valer la pena. Luego dirás que nunca encuentras a la tía adecuada.

—No es eso, Juan. Yo no estoy enamorada. Y no creo que lo pudiera estar. Estaba muy a gusto con ella pero en el fondo sabía que seguía faltando algo.

—¿El qué?

—¡Y yo qué sé! Coño, algo. Mira, es mejor así. Imagínate que seguimos adelante sin que yo esté convencida y ella se enamora de mí y el crío crece y yo me voy encariñando con el crío y él conmigo… No, no, no… Mejor parar aquí que luego arrepentirme cada vez que vea una carta del banco con la letra del adosado.

—¿Algún día dejarás de tener miedo?

—Que no es miedo, Juan. Es falta de ganas.

—Que ya tienes treinta años, Ruth. Tu adolescencia ya no la ves ni usando prismáticos.

—¿Y por tener treinta años tengo que renunciar a la juventud que me quede emparejándome con la primera que parezca buena persona? No, no. Además, no es cuestión ni del niño ni de que no quiera una vida en común con alguien. Es que no estoy segura de que Carmen sea una buena opción.

—Vale, vale, te creo… ¿Y cómo se lo ha tomado ella?

—Pues creo que le ha jodido bastante.

—Normal. A una semana de San Valentín jode que te deje tu novia.

—Ya… Pero ¿qué querías que hiciera? ¿Esperarme y dejarla después de San Valentín? Hubiera sido igual de cruel, le habría dado más tiempo a hacerse ilusiones.

—No, si tienes razón…

—Me ha dicho que le dé un tiempo, que no la llame, que ella ya me llamará.

—Entonces no te llamará…

—Pues bueno, ¿qué se le va a hacer? ¡Joder! A mí me gusta ir poco a poco, conocernos y esas cosas. No plantearme a los dos meses qué muebles quedarán bien con las cortinas de la habitación del hijo de mi novia.

—No veas si te pones tremenda, corazón. Tampoco es para tanto.

—Para mí sí lo es. Le he dejado las cosas claras, he sido totalmente sincera, le he dado todas las explicaciones posibles y he argumentado mi decisión, es bastante más de lo que muchas han hecho conmigo en el pasado. Si no quiere volver a hablarme quizá es que no merezca la pena tenerla cerca.

—Visto así…

—En fin, Juanito, que te voy a dejar que me muero de sueño.

—¡Pero si son sólo las diez y media! Me parece que también tú estás un pelín tocada…

—Puede ser pero yo me voy al sobre ahora mismo.

—Bueno, pues ya hablamos. Cuídate, cielo.

—Tú también. Un beso.