Interludio

—¿Y cómo es que a la zumbada de tu ex le ha dado por ser madre?

—Pues eso me llevo yo preguntando desde el viernes, Pedrito. Si es que ni siquiera le gustan los niños.

—A lo mejor es que la otra la ha presionado…

—Pero si la otra es la que quiere tener hijos, habría sido ella quien se hubiera quedado embarazada.

—A lo mejor es que no puede y Olga, en un rapto de amor conyugal, se ha ofrecido voluntaria para engendrar un alien.

—Ya, lo que pasa es que el alien es ella, no la pobre criatura que lleva dentro… Pero, tío, que me quedé de piedra. Todavía me acuerdo de la cara que me ponía cuando yo mencionaba de pasada la posibilidad de tener hijos en el futuro… Como si la estuviera hablando del genocidio de Ruanda, la mismita cara se le ponía…

—Bueno, dicen que la gente cambia…

—Sí, eso dicen aunque en el caso de Olga me parece más una utopía que un hecho consumado.

—Hablando de brujas… ¿A que no sabes a quién le tomé declaración el otro día en la comisaría?

—Pues si no me lo dices no lo sabré, eso seguro.

—A tu amiguita Elena, alias la castigadora.

—¡No jodas! ¿Y qué había hecho para prestar declaración?

—Pues no creo que te sorprenda… Los padres de una alumna suya la han denunciado porque agredió a la susodicha alumna en mitad de una clase… Por lo que se ve no sólo tiene la mano larga con sus ligues…

—Pues no, cielo, la verdad es que no me sorprende. Alguien que le levanta la mano a una persona a la que ha conocido dos semanas antes está claro que tiene un problema… ¿Y cuál era su versión de los hechos?

—Pues los hechos son que aquí tu exnovia, tu exrollo o tu examante, como prefieras, debe ser la Hitler del profesorado de su instituto. Por lo visto tiene la costumbre de proferir insultos tales como perros, vagos, inútiles y lindezas de ese estilo cuando sus alumnos no hacen los deberes o no se saben la lección. El caso es que la niña en cuestión estaba hablando con sus compañeras y armando algo de jaleo. Y tu amiguita decidió que ese día le tocaba martirizar a la pobre sacándola a la pizarra. Y, como te podrás imaginar, su conocimiento de la lengua de Shakespeare no andaba en su mejor momento esa mañana. La chavala se quedó en blanco y la Elenita montó en cólera y se puso a zarandearla mientras le recitaba una lista completa de sus insultos preferidos. Acto seguido, arrastrándola del brazo, la metió en la clase de al lado, que estaba vacía, y la castigó a «no aprender», según palabras textuales.

—Coño, ese método de castigo habría triunfado en mi instituto… A mí me castigaban con escribir quinientas veces la lista de verbos irregulares para que me la aprendiera.

—¡Toma y a mí! Pero ya sabes que los métodos de la Logse no hay por donde pillarlos.

—¿Y la versión de Elena?

—Pues la verdad es que no tenía ni cómo negarlo habiendo treinta y seis testigos presenciales de los hechos. Intentó atenuar la historia, diciendo que esa niña era muy exagerada, que la cosa no había sido para tanto. Ya sabes, excusas con las que quitarle hierro al asunto. Pero, por lo visto, no es la primera vez que pasa. Hace unos años, cuando cubría una vacante en un pueblo de Cáceres, la denunciaron por algo muy parecido y le abrieron expediente en el Ministerio de Educación.

—¡Joder! Para que luego digan que gays y lesbianas no somos ni víctimas ni verdugos del maltrato. Si es que en todas partes cuecen habas… Por cierto, ¿te reconoció?

—Eso fue lo más divertido porque yo la reconocí en seguida. Fue verla y buscar su nombre en la denuncia y encendérseme la bombilla. Ella al principio no debió caer, demasiado ocupada estaba intentando aparentar que la sangre no había llegado al río y claro, yo no tengo la misma pinta con el uniforme que vestido de paisano…

—Es que das muchísimo más morbo con el uniforme y la porra en la mano, si ya lo dice Juan…

—Que cachonda eres… Pues la tía al principio ni se coscaba de quién era yo hasta que le leí su declaración por si tenía algo más que añadir. Cuando le tendí el bolígrafo para que la firmara casi se le salían los ojos de las órbitas.

—Pero no le dijiste nada, seguro.

—No, claro. Me limité a darle la información de rigor. Aunque mentiría si te dijera que no lo hice con bastante ironía en la voz. Si casi estuve a punto de echarme a reír.

—No, si al final resulta que el odio se ha convertido en mutuo.

—¡Hombre, claro! Si una tía abofetea a una amiga mía, y luego me entero de que además se dedica a poner en práctica lo de la letra con sangre entra, no me va a caer muy simpática precisamente.

—Pues nada, chico, a partir de ahora te pasaré el nombre de las tías con las que salga para que investigues si tienen antecedentes…

—Con la cantidad de gente zumbada que anda suelta por el mundo, no te diría yo que no…

—Bueno, bueno, no te me pongas paternalista que ya tengo bastante con Juanito… ¡Ah! Antes de que se me olvide, dentro de dos semanas celebro mi cumpleaños. Lo digo para que compruebes tus horarios y no me des plantón como la última vez.

—¿Dentro de dos semanas? El sábado, ¿no? ¿En qué cae?

—En quince. Haré una de mis famosas macrofiestas en casa. Así que por si acaso, tráete el uniforme para que cuando los vecinos empiecen a dar por culo crean que los cuerpos de seguridad ya están en el edificio para preservar la ley y el orden.

—O a lo mejor se creen que es una despedida de soltera… Con tanta mujer y un tío vestido de poli, seguro que se piensan que soy el stiipper

—¡Ya quisieras tú tener a todas mis amigas viéndote bailar!

—De ilusión también se vive, cielo.

—Bueno, intentaré invitar a alguna amiga hetero para que intentes comerte algún colín, que ya va siendo hora.

—Que generosidad la tuya, Ruth.

—Ya me conoces, corazón. Siempre pensando en mis amigos… Bueno, que te dejo, que estoy viendo llegar a mi sueca y nos vamos a tomar unas copichuelas.

—¿Hoy, lunes?

—El mejor día para salir, chaval. Que te dejo, hablamos para lo de la fiesta. Ciao.

—Hasta luego.