¿Qué le había contado Ingel a la muchacha sobre Aliide?
La tarde avanzaba y la cocina se quedaba en penumbra. Aliide seguía sentada en su silla. ¿Ingel se lo había contado a la muchacha? Claro que no. ¿Y Linda? No. Por supuesto que no. Eso aún sería más improbable. Pero la chica le había mentido. ¿Qué tipo de ayuda se esperaba de una familiar que no sabía de tal parentesco? ¿O acaso al principio había pensado contárselo y después había cambiado de opinión? ¿Sabía Ingel que su nieta estaba allí? Y la fotografía, ¿había mentido también sobre eso y en realidad la había traído consigo, se la había dado Ingel?
El gallo cacareaba. El reloj hacía tictac. El hongo del té ácido parecía mirarla desde dentro del tarro, aunque no tenía nada de animal, sino más bien de seta metida en agua turbia. Del suelo de la habitación le llegó un rasgueo, casi como las uñas de Hiisu. Los mafiosos podrían volver. Si no les abría la puerta, entrarían a la fuerza. Quemarían la casa. ¿Cómo iba a saberlo? Tal vez estaban interesados en sus bosques. Quizá la muchacha se había dado cuenta de que su familiar pronto iba ser propietaria de un buen pedazo de tierra e intentaba vendérselo a Finlandia. Tal vez había mandado a los mafiosos a tratar el asunto, pero el negocio se había torcido de alguna manera. ¿Había enviado Ingel a su nieta para tratar los asuntos de las tierras? Quizá ésta había sido demasiado crédula e imaginado que recibiría su parte de los mafiosos, pero al final había comprendido que los hombres se quedarían con todo. Cualquier cosa era posible. En aquel país todo estaba ahora por repartir.
Debía mantener la calma. Debía levantarse de la silla, encender la luz de la cocina, correr las cortinas, cerrar la puerta de entrada con llave e ir a abrir el cuartucho para dejar salir a la chica. No sería tan difícil. Aliide estaba más tranquila de lo que habría creído en una situación como aquélla. No se le había parado el corazón, sus pensamientos eran algo erráticos pero no estaba fuera de sí. Estaba cuerda, aunque acababa de enterarse de que Ingel seguía viva. Si es que los mafiosos decían la verdad.
¿Qué le habría contado Ingel a la muchacha sobre ella?
Rusa o no, tenía la barbilla de Hans.
Y era rápida en trocear tomates y en limpiar los frutos del bosque.