1992, oeste de Estonia

Aliide impide que el azucarero caiga al suelo

El coche se alejó. Aliide oyó golpes en la puerta del zulo. El armario temblaba y la vajilla que contenía tintineaba; el asa de la taza de café favorita de Ingel golpeó contra el azucarero de cristal de Aliide, que se sacudió, y el azúcar pegado a uno de los lados empezó a desprenderse. Aliide se quedó quieta ante el armario, oyendo las enérgicas e inútiles patadas de una persona joven. Encendió su radio VEF, que le devolvió un chasquido. Las patadas se intensificaron. La anciana subió el volumen.

—¡Paša no es policía! ¡Y tampoco es mi marido! ¡No creas nada de lo que te ha contado! ¡Déjame salir!

Aliide se pasó los dedos por la garganta. Sentía la laringe como liberada, pero por lo demás no estaba segura de qué sentía. Parte de ella había regresado a décadas atrás, a aquel momento delante de la oficina del koljós, cuando toda su fuerza se le había escurrido por las piernas hasta la arena. Ahora, debajo, sólo tenía el suelo de cemento de la cocina. Rezumaba un frío que se le colaba por los pies y le penetraba hasta la médula, igual que lo que habrían experimentado en el campo de internamiento de Arkangel. Cuarenta grados bajo cero, una niebla espesa sobre el agua, la humedad metida en los huesos, las pestañas y los labios llenos de escarcha, en la piscina donde se clasificaba la madera para el aserradero, los troncos como cadáveres, los que trabajaban allí con el agua hasta la cintura, una niebla interminable, un frío interminable, todo aquello interminable. Alguien lo había contado en susurros en el mercado. No a ella, pero su oído se había agudizado con el paso de los años y era tan bueno como el de los animales. Había querido enterarse de más. Los ojos rodeados de profundas arrugas de quien hablaba eran tan oscuros que no se diferenciaba el iris de la pupila, unos ojos que la miraron fijamente, como si supieran que ella lo había oído todo. Había ocurrido en 1955, en pleno proceso de rehabilitación. Se había alejado corriendo, con el corazón desbocado.

La puerta del zulo estaba siendo golpeada con pies y manos.

La niebla se disipó del suelo de cemento.

¿Acaso Zara había ido allí para vengarse?

¿La había mandado Ingel?

Aliide fue a coger el azucarero, que estaba a punto de caer.