1949, oeste de Estonia

Aliide escribe cartas con buenas noticias

No hubo noticias de Ingel y, para aplacar la intranquilidad de Hans, Aliide empezó a escribirle cartas en su nombre. No soportaba que él le preguntara a diario si había oído algo sobre Ingel, si había llegado alguna carta, y tampoco sus especulaciones sobre qué podría estar haciendo y dónde. Aliide se sabía de memoria las frases típicas de su hermana y su manera de contar las cosas, además de que imitar su letra era fácil. En la primera carta, escribió que había encontrado un mensajero de confianza y que les permitían recibir paquetes. Hans se alegró y Aliide le enseñó cuanto había conseguido juntar para mandárselo en paquetes bien abultados, gracias a los cuales Ingel se las arreglaría bien. Después, a Hans se le ocurrió que también podría mandarle su saludo junto con el paquete, mediante detalles que sólo podían provenir de él.

—Ve a buscar una rama de aquel sauce que crece al lado de la iglesia. La meteremos en el paquete. Nos vimos por primera vez debajo de él.

—¿Ingel se acordará?

—¿Cómo no va acordarse?

Aliide cortó una rama del sauce más próximo.

—¿Sirve ésta?

—¿Es del que está al lado de la iglesia?

—Sí.

Hans se acercó las hojas a la cara.

—¡Qué olor más maravilloso!

—El sauce no huele a nada.

—Pon también una rama de abeto.

Hans no quería decirle por qué era tan importante la rama de abeto y Aliide tampoco quiso saberlo.

—¿Alguien más ha tenido noticias de Ingel? —inquirió él.

—No creo.

—¿Has preguntado?

—¿Estás loco? ¡No puedo andar por el pueblo haciendo preguntas sobre Ingel!

—A alguna persona de confianza. A lo mejor le ha escrito a alguien.

—¡Ni lo sé ni voy a preguntarlo!

—Nadie se atreve a contarte nada si no preguntas. Eso es porque eres la mujer de ese cerdo comunista. Si preguntases, la gente no creería que…

—Hans, intenta comprender. Nunca pronuncio en voz alta el nombre de Ingel fuera de esta casa. Jamás.

Hans desapareció en el cuartucho. Hacía semanas que no se afeitaba.

Aliide empezó a escribir buenas noticias.

¿Cómo de buenas podían ser esas noticias?

Al principio escribió que Linda ya había empezado el colegio y que le iba muy bien. Que en la misma clase había más niños estonios.

Hans sonreía.

Después, que le había salido un trabajo de cocinera y siempre tenían comida.

Hans suspiró aliviado.

Aliide le contó entonces que gracias a su trabajo de cocinera le era fácil ayudar a otra gente. Que al koljós habían llegado personas a quienes empezaba a temblarles el labio inferior al enterarse de cuál era el trabajo de Ingel, y se les humedecían los ojos al pensar que estaba todo el día cerca del pan.

Hans frunció el cejo.

Aliide se había equivocado al escribir eso, pues hacía hincapié en que los alimentos escaseaban.

A continuación, escribió que el pan ya no estaba racionado y que las cuotas de comida habían desaparecido.

Hans se sintió aliviado. Aliviado por Ingel.

Aliide intentó no pensar en ello y encendió un cigarrillo de liar para disimular el olor a otro hombre en la cocina antes de que llegase Martin.