¡Por una Estonia libre!
Releo las cartas de Ingel. Echo de menos a mis chicas. Me siento un poco más aliviado ahora que sé que les va bastante bien allá lejos. La verdad es que envían muchas cartas. La última vez que llevaron gente a Siberia, sólo llegaban una o dos cartas al año y no traían buenas nuevas.
Tendríamos que haber talado los árboles para hacer las barricas. Ahora habría sido el momento adecuado, dentro de poco empezará la luna creciente y después será tarde. ¿Cuándo podré hacer las barricas nuevas para mi casa? ¿Cuándo podré volver a cantar? Dentro de poco, mi garganta ya no será capaz de hacerlo.
Hay luna llena y no puedo dormir. Tengo que decirle a Liide que es el momento de preparar la leña. La leña cortada con la luna llena se seca bien. Total, ese marido suyo no entiende de esas cosas, sabe tanto sobre los trabajos de una casa de campo como Liide sobre trabajos manuales. Me remendó un calcetín agujereado que me había hecho Ingel. Ahora no puedo ni ponérmelo.
Si tan sólo tuviese el jugo de moras que preparaba Ingel…
Truman ya debería haber llegado.
Tengo ganas de dar patadas a la pared, pero no puedo.
Hans Pekk,
hijo de Eerik,
campesino de Estonia