Junio de 1949

¡Por una Estonia libre!

Aquí tengo la taza de Ingel. Me hubiera gustado tener también su almohada, pero Liide no me la dio. Ha intentado seducirme otra vez, trata de peinarse como Ingel. A lo mejor sólo quiere que me alegre un poco, pero no me alegra en absoluto. Está igual de fea. Pero no puedo decirle nada, ya que incluso me prepara la comida. Y si se enfada, no me deja salir de aquí. Aunque no se enfade abiertamente, simplemente no me deja salir y tampoco me trae comida. La última vez pasé dos días sin comer. Supongo que se puso nerviosa porque le pedí el camisón de Ingel. Ya no queda pan.

Cuando me deja salir, intento hacerle la pelota, hablo de cosas agradables y la hago reír un poco, alabo sus comidas, eso le gusta. La semana pasada preparó un bizcocho de seis huevos. No le pregunté por qué había gastado semejante cantidad de huevos, pero ella quiso saber si el bizcocho era mejor que los que hacía Ingel. No contesté. Ahora intento inventar algo agradable que decirle.

Estoy aquí acostado con la Walther y un cuchillo a mi lado. Me pregunto por qué tardarán tanto los ingleses.

Hans Pekk,

hijo de Eerik,

campesino de Estonia