Los arcadianos a la defensiva

Ya he mencionado que Jimmy dedicaba gran parte de su tiempo a hacer contribuciones periodísticas en algunas de las más importantes papeleras del país, y que por la tarde se le podía encontrar normalmente tumbado en la alfombra de delante de mi chimenea. Cuando entraba en mi habitación estaba siempre deseoso de explicarnos lo que pensaba de los editores, pero poco a poco su espuma de mar con el tallo de cerezo expulsaba toda la pasión de su pecho, y en lugar de insultar a hombres con más éxito que el suyo propio, les escribía perezosamente cartas en el papel de mis paredes. La pared a la derecha de la chimenea estaba gris a causa de dichas epístolas, que parecían proporcionarle a Jimmy tranquilidad, aunque William John tuviera, a la mañana siguiente, que rascar y borrar con goma de India. El sarcasmo de Jimmy —del que aquel papel probablemente aún puede dar fe— adoptaba por lo general esta forma:

A la atención del Sr. G. Buckle, Columbia Road, Shoreditch

Sr.:

Le escribo en nombre del Sr. James Moggridge, director del Times, con objeto de devolverle los siete manuscritos adjuntos y para expresarle cuánto lamenta que actualmente no exista ningún puesto libre en el departamento editorial del Times que el Sr. Buckle aspira amablemente a ocupar. Atentamente suyo,

P. R. (en nombre de J. Moggridge, Dir. Times)

A la atención del Sr. James Knowles, Brick Lane, Spitalfields

Estimado Sr.:

Lamento tener que devolverle el artículo adjunto, que no se ajusta a los contenidos de Nineteenth Century. Es mi opinión que los escritos de hombres desconocidos, por muy buenos que sean en sí, atraen poca atención. Le adjunto una lista de nuestros colaboradores del mes próximo, en la que, como podrá apreciar, se incluyen las firmas de siete políticos de renombre. Su obediente servidor,

J. Moggridge, Dir. Nineteenth Century

A la atención del Sr. W. Pollock, Mile-End Road, Stepney

Sr.:

Ya le había rogado en otras dos ocasiones que se abstuviera de seguir enviando artículos con periodicidad diaria al Saturday. Si continúa haciéndolo nos veremos obligados contra nuestra voluntad a emprender acciones legales contra Ud. ¿Por qué no lo intenta en el Sporting Times? Atentamente suyo,

James Moggridge, Dir. Saturday Review

A la atención de los Sres. Sampson, Low & Co., Peabody Buildings, Islington

Estimados Sres.:

El manuscrito que enviaron para nuestra aprobación ha recibido la atención debida, pero no consideramos que vaya a tener éxito, por lo que se les devuelve junto a esta carta. No nos dedicamos a publicar libros de tercera categoría. Suyo devoto,

J. Moggridge & Co. (antiguamente Sampson, Low & Co.)

A la atención del Sr. H. Quilter, Oficina de Correos de Bethnal Green

Sr.:

Debo devolverle su ensayo sobre arte universal. Sin duda alguna, no carece de mérito, pero considero el arte un tema tan importante que prefiero dedicarme a él yo exclusivamente. Agradeciéndole sus amables observaciones sobre mi reciente cargo, sinceramente suyo,

J. Moggridge, Dir. Universal Review

A la atención del Sr. John Morley, Smith Street, Blackwall

Sr.:

Sí, recuerdo perfectamente aquella ocasión en que nos encontramos a la que usted refiere, y por supuesto me resulta grato saber que disfruta tanto con mis escritos. Por desgracia, me resulta imposible aceptar su generoso ofrecimiento para realizar el capítulo dedicado a Lord Beaconsfield en los fascículos del «English Men of Letters», puesto que dicho ejemplar ya ha sido adjudicado. Atentamente suyo,

J. Moggridge, Dir. Fascículos «English Men of Letters»

A la atención del Sr. F. C. Burnand, Peebles, N. B.

Sr.:

Los chistes que envió al Punch son tan buenos que ya los usamos hace tres años. Sinceramente suyo,

J. Moggridge, Dir. Punch

A la atención del Sr. D’Oyley Carte, Cross Stone Buildings, Westminster Bridge Road

Estimado Sr.:

La ópera cómica de sus amigos, los Sres. Gilbert y Sullivan, que ha sometido a mi juicio, como único arrendatario y gerente del Teatro Savoy, se le devuelve sin haber sido leída. La breve pieza, a juzgar por la página del título, es inteligente y encantadora, pero ya he llegado a un acuerdo con otros dos caballeros para que escriban mis óperas durante los próximos veintiún años. Atentamente suyo,

J. Moggridge, único arrendatario y gerente, Teatro Savoy

A la atención del Sr. James Ruskin, Railway Station Hotel, Willesden

Sr.:

Le advierto que no voy a aceptar ni un solo ejemplar más de sus libros. No conozco al tal Tennyson al que hace Ud. referencia pero si se trata del escribano que se pasa la vida enviándome versos, haga el favor de comunicarle que no leo ninguna otra poesía aparte de la mía. ¿Por qué no me deja en paz?

J. Moggridge, Poeta Laureado

Estas cartas de Jimmy me recuerdan nuestra famosa competición, que tuvo lugar durante las celebraciones con ocasión del 50.º aniversario de la coronación de la reina Victoria. Encontrándose todo Londres (incluido William John) en la calle, los arcadianos se reunieron como era su costumbre y Scrymgeour, a petición mía, corrió las cortinas para preservarnos del ruido. Sucedió aquella tarde que Jimmy y Gilray estaban de un humor de perros: a Jimmy, que estaba tan ansioso por ser periodista, le acababan de devolver por decimoséptima vez un artículo del St. John’s Gazette, y los principales periódicos habían «cubierto de fango» a Gilray por su actuación en una nueva obra teatral. En aquel momento se dedicaban a arruinar el tabaco que fumaban discutiendo sobre quién era de la peor calaña, si los críticos o los directores de los periódicos. Entonces llegó Pettigrew, que hacía meses que no nos visitaba. Pettigrew tiene tanto éxito como periodista, como Jimmy infortunio, y la palidez de su rostro revelaba cuántos artículos había tenido que escribir durante los últimos dos meses sobre el aniversario de la coronación. Pettigrew nos ofreció a cada uno un Splendidad (la nueva marca de su esposa), que arrojamos al fuego. Entonces llenó mi pequeña Remo con Arcadia y, desplomándose exhausto sobre una silla, dijo:

—Mi querido Jimmy, la maldición del periodismo no es que los directores no acepten nuestros artículos, sino que nos exigen demasiados.

A Jimmy esto le pareció una sandez tan monstruosa que le dio la espalda a Pettigrew, y Gilray arremetió de nuevo contra los críticos:

—Los críticos —dijo Pettigrew— merecen más compasión que escarnio.

Con lo que Jimmy y Gilray ya tenían un enemigo común. No podría asegurar si fue la aparición de Pettigrew o los fuegos artificiales en la calle lo que nos volvió tan locuaces aquella noche, pero estuvimos bastante brillantes y cuando Jimmy empezó a relatarnos su sueño de asesinar a un editor, Gilray contó el suyo de criticar a los críticos y Pettigrew, al que no hay que desmerecer, refirió el suyo sobre lo que podía llegar a ser de él si tenía que volver a escribir algún otro artículo sobre el 50.º aniversario de la coronación, Marriot sugirió la idea del certamen:

—Dejemos que cada uno de los quejumbrosos —dijo—, describa su sueño, y el hombre cuyo sueño resulte más jocoso obtendrá de los jueces una lata de una libra de Arcadia, como regalo del aniversario de la coronación.

Los quejumbrosos estuvieron de acuerdo, pero todos quisieron que los otros soñaran en primer lugar. Al final, comenzó Jimmy tal y como sigue: