El fantasma de Nochebuena

Hace unos años, como algunos recordarán, se publicó un artículo sobre un fantasma estremecedor en el órgano de difusión mensual de la Sociedad de las Casas Encantadas. El escritor daba fe de la veracidad de los hechos narrados, e incluso proporcionaba el nombre de la mansión de Yorkshire donde tuvo lugar el incidente. Tanto el artículo como el debate que suscitó me inquietaron mucho, y consulté a Pettigrew sobre lo aconsejable de verter luz sobre el misterio. El autor escribió que «vio claramente cómo su brazo atravesaba la aparición y salía por el otro lado» y, en efecto, aún recuerdo cómo se refirió a este acontecimiento a la mañana siguiente. El hombre tenía la cara descompuesta por el miedo, pero tuve la suficiente presencia de ánimo para continuar comiéndome mis rollitos con mermelada como si mi pipa de brezo no hubiera tenido nada que ver con el milagroso asunto.

En vista de que hasta escribió un «artículo» sobre aquello, supongo que algún derecho tenía a retocar los detalles circunstanciales. Dice, por ejemplo, que antes de irnos a la cama nos relataron la historia del fantasma que se dice vaga por la casa. Por lo que yo recuerdo, éste sólo se mencionó en el almuerzo e, incluso entonces, fueron comentarios escépticos. En lugar de estar nevando mientras un aterrador viento ululaba entre los esqueletos de los árboles, la noche era tranquila y pegajosa. Por último, yo desconocía completamente, hasta que la revista llegó a mis manos, que había sido alojado en la habitación conocida como «la Alcoba Encantada», como tampoco sabía que en dicha estancia el fuego es célebre por dibujar sombras inquietantes en las paredes. Ese hecho, sin embargo, podría ser cierto. La leyenda del fantasma de la mansión la relata exactamente como yo la conozco. La tragedia data de la época de Carlos I, y tiene su origen en una patética historia de amor que ustedes no tienen necesidad de saber. Basta decir que durante siete días y noches el antiguo mayordomo estuvo esperando con ansiedad el regreso de sus jóvenes amos de su luna de miel. En Nochebuena, después de irse a dormir escuchó un insistente repiqueteo de la campanilla de la puerta. A trompicones, se apresuró en camisón al piso de abajo. Según la leyenda fue visto por una serie de sirvientes que vieron, por la luz de su vela, que tenía el rostro de un blanco ceniciento. Quitó las cadenas de la puerta, descorrió el cerrojo y la abrió. Lo que vio no lo sabe ningún ser humano, pero debió de ser algo horrible, porque sin emitir sonido alguno el viejo mayordomo cayó muerto en el recibidor. La parte más extraña de la historia es la siguiente: la sombra de un hombre de aspecto noble, con una pistola en la mano, entró por la puerta, pasó por encima del cuerpo del mayordomo, se deslizó escaleras arriba y desapareció nadie sabe dónde. Ésta es la leyenda. No hace falta que explique las muchas ingeniosas explicaciones de la misma que se han llegado a ofrecer. Sin embargo, cada Nochebuena se dice que la escena se vuelve a repetir; y la tradición afirma que ninguna persona a la que el fantasmal intruso apunta con su pistola sobrevive más de doce meses.

El día de Navidad el caballero que relata la historia en una publicación científica causó cierta sensación durante el desayuno cuando aseguró solemnemente que había visto al fantasma. Muchos de los hombres presentes consideraron la historia absurda, la cual se podría condensar en pocas palabras: se había retirado a su alcoba a una hora bastante temprana y, tan pronto como abrió la puerta, se apagó la luz de su vela. Intentó avivar el fuego, pero las brasas estaban demasiado débiles, y al final se fue a dormir en penumbras. Le despertó, no sabe a qué hora, el sonido de una campanilla. Se retrepó en la cama y la historia del fantasma le volvió a la mente. Se le había apagado el fuego y la habitación estaba consecuentemente a oscuras; sin embargo, poco a poco fue dándose cuenta, aunque no escuchó ningún ruido, de que su puerta se había abierto. Gritó «¿Quién anda ahí?», pero no obtuvo respuesta. Con gran esfuerzo se puso en pie y fue hasta la puerta, que estaba entreabierta. Su habitación se hallaba en el primer piso, y cuando miró hacia arriba por las escaleras no alcanzó a ver nada. Sin embargo, sintió un escalofrío en el corazón cuando miró hacia el otro lado. Poco a poco y sin hacer ruido, un hombre anciano estaba bajando las escaleras. Llevaba una vela. Desde la parte de arriba de las escaleras sólo es visible parte del zaguán, pero en cuanto la aparición salió de su ángulo de visión, el observador tuvo el valor de bajar unos cuantos escalones tras él. Al principio no podía ver nada porque la luz de la vela se había desvanecido, pero una luz muy tenue entraba por los grandes y estrechos ventanales que flanquean la puerta de entrada, y poco después fue capaz de apreciar que éste se encontraba vacío. Estaba maravillado de la repentina desaparición del mayordomo, cuando, para su espanto, vio caer un cuerpo al suelo del recibidor a unos pocos pies de la puerta. El observador no puede decir si gritó, ni cuánto tiempo se quedó allí temblando. Volvió en sí de un sobresalto cuando se dio cuenta de que algo estaba subiendo por las escaleras. El miedo le impidió huir y en un segundo la cosa había llegado hasta él. Entonces pudo comprobar que no se trataba de la figura que había visto descender. Vio un hombre joven, con un abrigo pesado, pero sin sombrero. Su rostro irradiaba una extraña satisfacción. El invitado dirigió temerariamente su brazo hacia la figura. Para su sorpresa el brazo la atravesó. El fantasma se detuvo un instante y miró hacia atrás; y fue entonces cuando se dio cuenta de que llevaba una pistola en la mano derecha. Para entonces se encontraba ya en una situación de tal tensión que se puso de pie temblando por miedo a que la pistola estuviera apuntándole a él. La aparición, sin embargo, subió rápidamente por las escaleras y pronto se perdió de vista. Éstos son los hechos más relevantes de la historia, de los que, en su momento, no contradije ninguno.

No puedo asegurar totalmente que llegue a aclarar este misterio, pero mis sospechas se ven confirmadas por una buena cantidad de pruebas circunstanciales. Lo que voy a contar no podrá ser comprendido a menos que explique mi extraña obsesión. A cualquier lugar donde iba tenía la sensación de haberme olvidado mi pipa. A menudo, incluso sentados a la hora de la cena, me detenía en el medio de una frase como acometido por un dolor repentino. Entonces mi mano iba directa al bolsillo y, había veces, incluso después de haber notado mi pipa, en que tenía la convicción de que se había obstruido. Sólo con un esfuerzo desesperado podía abstenerme de sacarla y soplar por ella. Recuerdo con absoluta claridad una vez en la que soñé tres noches consecutivas que estaba en el Scotch Express sin ella. En más de una ocasión, lo aseguro, he estado vagando en mis sueños buscándola por toda suerte de lugares, y antes de meterme en la cama lo normal es que vaya a buscarla, sólo para asegurarme. Creo firmemente, por lo tanto, que yo fui el fantasma que vio el autor del artículo. Supongo que me levanté en sueños, encendí una vela y vagué por el zaguán para comprobar que mi pipa se encontraba segura en mi abrigo, que estaba allí colgado. La luz se debió de apagar cuando llegué a la puerta de entrada. Probablemente el cuerpo que vio caer en el suelo era otro abrigo que tiré para llegar con mayor facilidad al mío. No puedo responder de la campanilla, pero quizás el caballero de la Alcoba Encantada soñó esa parte de la historia. Me puse el abrigo antes de volver a subir; de hecho, a la mañana siguiente me sorprendió encontrarlo en una silla de mi habitación, así como descubrir varios largos goterones de cera en mi camisón. Supongo que la pistola que le daba a mi rostro ese aspecto de satisfacción era mi pipa de brezo, que encontré al día siguiente bajo mi almohada. Lo más extraño de todo, quizás, fue que cuando me desperté olía como si alguien hubiera estado fumando en la habitación.