Los puros de su esposa

Aunque Pettigrew, un periodista con mucho más éxito que Jimmy, destaca de su esposa el hecho de fomentar el hábito de fumar en lugar de acabar con él, pude saber, por casualidad, que en sus alardes había gato encerrado. Pettigrew lleva años casado, y con frecuencia se jactaba del interés de su esposa por el tabaco, hasta que un día la casualidad me reveló cuántos gatos guardaba. Con la noche bien entrada, cuando el tráfico enmudece y el río tiene por fin alguna posibilidad de hacerse oír, la ventana de Pettigrew se abre con cautela y él deposita en la oscuridad algo envuelto en papel de periódico. La ventana se cierra con cuidado, y vuelve el silencio. En otras ocasiones Pettigrew se desliza por el bordillo de la acera, dejando escapar, uno a uno, todos sus gatos. No obstante, el armario tras la librería está tan repleto de ellos que sueña con que la cerradura va a ceder. Guarda la llave siempre en el bolsillo y, sin embargo, cuando sus hijos se acercan al armario les ordena que se alejen, debido al miedo que tiene a que suceda cualquier imprevisto. Cuando su esposa se retira, en ocasiones abre el armario con mano temblorosa y, con la puerta abierta de par en par, se le escapan rodando hasta la alfombra. Son los puros que su esposa le regala por su cumpleaños, su aniversario de boda y en otras ocasiones, y es una esposa tan ejemplar que haría lo que fuera por ella excepto fumárselos. Son Celebras (Regalía Rothschilds), a doce con seis el centenar. Descubrí el secreto de Pettigrew una noche en que, mientras pasaba por su casa, me cayó en la cabeza un paquete de Celebras. Pedí una explicación, y la obtuve a condición de que no haría partícipes del asunto a los otros arcadianos.

—Han pasado varios años —comenzó Pettigrew— desde que fingí que fumé y disfruté mi primer Celebro. Ahora no puedo descubrirle la verdad a mi esposa, sería un durísimo golpe para ella. En su momento habría sido sencillo, porque empezó probando varios. Había siete en un paquete, y al instante me di cuenta de que los había comprado por un chelín. Me había oído decir que ocho peniques era un triste precio para un puro —yo los prefiero de diez— y unos días después apareció con los primeros Celebros. Cada uno de ellos tenía y tiene una vitola dorada con la leyenda «Non plus ultra». Por aquel entonces era callada y tímida, y consideré muy valeroso por su parte que se metiera en un estanco sola y pidiera los Celebros (como estaba anunciado); así que se lo agradecí de corazón. Cuando vio cómo los metía en mi bolsillo pareció decepcionada, y me insinuó que le gustaría verme fumar uno. Mi respuesta habría sido que no me gustaba fumar al aire libre si no me hubiera visto hacerlo tan a menudo. Además quería complacerla totalmente, y si bien mi comportamiento fue una debilidad, he sido duramente castigado por ello. El bolsillo al que había confiado los Celebros contenía también mi caja de puros, así que busque con la mano dentro del bolsillo un Villar y Villar y lo apretujé en el paquete. Después lo saqué, extraje el puro (claramente diferente de los Celebros) y me lo fumé con auténtica satisfacción. Mi esposa me observaba ansiosa y me preguntó como seis u ocho veces si era de mi gusto. Por el modo en que hablaba del delicado y rico bouquet y del almendrado aroma me di cuenta de que había mantenido una conversación con el estanquero, así que le dije que los puros eran excelentes. Sí señor, era una elección tan buena como las marcas que solía fumar. Aplaudió con alegría mi veredicto, y me comunicó que si no se hubiera decidido a no decírmelo nunca, me diría lo que costaban. Justo después me invitó a que adivinara el precio; contesté que 80 chelines el centenar, y entonces me confesó que había conseguido los siete por un chelín. De vuelta a casa hizo maliciosos comentarios sobre los hombres que juzgaban los puros sólo por su precio. Como respuesta, reí con galantería, suplicándole que no fuera muy dura conmigo, y ni siquiera me sentí incómodo cuando subrayó que evidentemente no volvería a comprar de nuevo esos horribles y caros Villar y Villar. Cuando ella se había marchado regalé los Celebros a un conocido con el que hacía tiempo había tenido mis diferencias (desde entonces no nos hablamos), pero conservé el envoltorio como un bonito recuerdo. Verás, esto sucedió poco después de nuestra boda.

»Desde entonces, cada dos meses me ha sido consignada una entrega de Celebros y me deshago de ellos con toda la discreción de que soy capaz, pero se me van acumulando en el armario. Me desprecio profundamente; pero mi ardid fue entendido al principio con benevolencia, y cualquier hombre razonable vería las dificultades que entrañaría, a esas alturas, una confesión. ¿Quién podría decir lo que pasaría si se me ocurriera abrir ese armario en presencia de mi mujer? Fumo menos de lo que solía, porque si me comprara mis puros no podría introducir de contrabando la caja en la casa. Además ella se daría cuenta de que —no digo cómo, sólo lo afirmo— había estado comprando puros. Así que compro media docena cada vez. Quizás puedas compadecerme cuando te diga que he tenido que dejar mi marca favorita. No puedo conseguir Villar y Villar que se parezcan a Celebros, y mi esposa es ahora más sagaz para ese tipo de asuntos de lo que solía. Un día, por ejemplo, se dio cuenta de que los puros de mi caja no tenían la vitola dorada, y casi podría asegurar que empezó a sospechar. Le expliqué que la vitola resultaba quizás un tanto ostentosa; pero ella respondió que era una señal del aroma almendrado, y ahora no tengo más remedio que quitarle las vitolas a los Celebros y ponérselas a los puros. Las cajas en que llegan los Celebros tienen en la tapa un pintoresco dibujo y varios metros de cinta a modo de volante en el borde, así que a ella le gusta tener siempre alguna caja por ahí encima. La capa superior son puros con estolas doradas, que yo mismo he colocado allí, y las inferiores son los Celebros. No cojo los Celebros jamás.

»Durante mucho tiempo mi secreto estuvo encerrado en mi corazón tan cuidadosamente como encerraré en el armario mi regalo de la próxima semana, si puedo hacerle un hueco, pero en mi círculo más íntimo tienen ya sus sospechas. Cuando vienen mis amigos no tengo más remedio que ofrecerles la caja de Celebros y si se limitan a coger uno y no hacen más preguntas no suele haber ningún problema porque, como ya he dicho, en la superficie hay puros. Pero lo estropean todo haciendo observaciones como que nunca antes habían visto la marca. Si mi esposa no se encontrara presente, esto no tendría ninguna importancia, puesto que desde hace mucho tiempo gozo de la reputación de tener buenos puros. Entonces me limito a subrayar que se trata de una marca nueva; y ellos fuman. Con frecuencia observan que les recuerda a un Cabana, algo perfectamente normal, puesto que, de hecho, se trata de un Cabana disfrazado. Si mi esposa se halla presente, sin embargo, se acerca sonriendo y hace hincapié, dirigiéndome una mirada de orgullo, en que son el regalo de cumpleaños para su Jack. Entonces se echan atrás y comentan que ellos siempre fuman en pipa. Estos Celebros me estaban dando muy mala reputación entre mis amistades, así que les he dado a entender a algunos de ellos (y no me importa explicarlo más claramente) que si cogen un puro de la capa superior no corren peligro. Uno de ellos, no obstante, me guarda cierto rencor personal porque mi esposa comentó con la suya que yo prefería los puros Celebro de doce con seis el centenar a cualquier otro. Ahora se espera de él que fume lo mismo; y se venga de mí ofreciéndome ostentosamente un Celebro cada vez que voy a visitarle.