Tal vez no sea muy honesto y lo más probable es que trate de consolarme mediante erróneas suposiciones, pero pienso que en otras circunstancias, en París, por ejemplo, las cosas se habrían desarrollado de muy distinta manera. Si nuestro primer encuentro hubiera tenido lugar en los Italianos, una mañana primaveral, o en la ópera, durante el transcurso de un sabroso entreacto en el palco de Mme D’Almeida, en vez de haberse producido de forma abrupta en medio de la inmensidad de nauseabundas aguas que día tras día nos cercaban, es muy posible que ahora mis quejas, al menos, estuvieran revestidas de cierta elegancia y privadas de tanto rencor.