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Interrogatorios

Arlette se levantó y se vistió.

—¿Por qué no? —dijo cuando Arthur trató de discutir—. Bueno, al fin y al cabo, ¿por qué no? Lavarse y vestirse le costó un poco, pero quería mostrarse normal, comportarse como si no hubiera ocurrido nada. Entristecido por una larga perspectiva de ir a comprar, cocinar y lavar los platos él solo —una noción menos atractiva de lo que había sido la noche anterior— la hizo salir de la cocina.

—Si estamos los dos aquí, lo único que haremos será discutir. Es mi terreno; déjame manejarlo a mi manera. —Como esto era exactamente lo que ella habría dicho, no tuvo más remedio que retirarse, pronosticando en silencio que no encontraría nada. Estaría todo el rato preguntando, malhumorado: ¿dónde demonios tienes los limones? Jacques Ellul quedaría cubierto de huellas de grasa, y toda la comida tendría gusto a mostaza.

Bien, ahora ella se había ido malhumorada, refugiándose en el despacho, y va a tener una larga y reconfortante conversación con aquella cansada mujer lesbiana.

Apareció un médico. Un poco escueto respecto a los tratamientos de aficionados; no dijeron nada de la estudiante de Arthur. El médico miró las pastillas que le había dado, resopló y las apartó; recetó otras nuevas y más sofisticadas, que tendrían exactamente el mismo efecto.

—Antiinflamatorios, para curar esto, y tráigamela dentro de un par de días para que la vea —como si fuera una muestra de orina, y se marchó a toda prisa. Lamentablemente, no fue el final de los problemas, porque un cuarto de hora más tarde llegó el Inspector de División Papi.

Muy propio de aquel maldito comisario era enviar a un corso; ¡debía de ser para molestarla! Era un hombre alto, delgado, seco, nudoso; una mata de pelo tieso en el centro de una calva morena, nariz rota, extrañas orejas pequeñas y enroscadas. Con él, inesperadamente, Corinne.

—Sólo estoy aquí para llevar las lanzas —dijo—. Para tomar notas, porque nadie puede leer su taquigrafía. Tarea de mujer. Cuidarle, llevarle la bolsa de la compra o lo que sea. Ser un poco su gorila guardián. Conducir. En resumen, todas las tareas de la mujer. El jefe quiere que lleves una existencia normal. Ninguna temeridad, pero tampoco que te pases el día en el sótano.

Monsieur Papi no hizo caso de esto. Se sentó, se puso cómodo, se acercó el cenicero más grande y dijo:

—Veamos el asunto desde el principio hasta el final.

—Estaremos todo el día.

—Dispongo de todo el día. —Los policías son iguales en todas partes. Siempre es difícil distinguir entre los que son espesos y los que fingen serlo. Francia no es ninguna excepción; tampoco lo es Estrasburgo.

—Por lo que me han dicho —dijo despacio—, usted cree que la cogieron un grupo de profesionales. Me gustaría oír su definición de profesional en este contexto.

—Gente que organiza y explota el delito como un negocio cualquiera con el fin de conseguir grandes beneficios.

—El motivo de los beneficios en sí es un delito…

—Lo que yo crea o diga quizá no viene al caso.

—Podría iluminar lo que diga.

—No entiendo nada. ¿Está usted pensando que yo podría decir que fui secuestrada con la idea de poner en un aprieto a la administración?

—No. Tengo que empezar por distinguir entre el delito crapuloso, que es lo que llamamos un acto cometido únicamente por dinero, y un delito o lo que parece serlo, cometido por publicidad, lo cual podría ser algo político. El primero podría ser asunto mío, el segundo no. Por eso quiero aclararlo.

—No tengo ninguna duda. El hombre que parecía ser el más importante lo dijo. Utilizó estas palabras: «no queremos llamar la atención».

—Y entonces va y lo hace, haciéndole unos cortes en la mano.

—Yo también lo he pensado. Espero que encontremos la respuesta.

—Únicamente le estoy señalando, Madame, que parece incoherente. Usted hizo algo que despertó la hostilidad de esa gente. Intentan intimidarla. Me han dicho que dispararon a su coche, y que en su buzón explotó una especie de bomba casera.

—Sí, pero fue pura coincidencia. Ese día descubrí que era obra de otra persona.

—¿Sí? Quizá me permitirá que sea yo quien lo juzgue. —No muy contenta le contó lo de Norma. Corinne también estaba allí, sin decir nada, tomando notas. Esto llevó, inevitablemente, a que contara que escapó por los pelos de ser violada. Corinne levantó la vista sólo una vez y le hizo una mueca; Arlette también se la hizo.

—Estoy de acuerdo. Fui muy tonta.

—¿Todo este ataque tan violento, y no lo denunció? —dijo Monsieur Papi.

—Bueno, en primer lugar, no fui violada. Y si hubiera intentado que le persiguieran por atacarme y lastimarme, no veo que eso le hubiera hecho menos agresivo. Más aún, en todo caso, hacia las mujeres.

—De modo que ello explica la herida en el cuello y brazos que describe el médico —pasando una hoja de papel.

Ella entendió. ¿Había creído realmente que había sido golpeada mientras hacía el amor, y había inventado la historia del secuestro para que pareciera real?

—Cosas más curiosas han ocurrido.

—Y eso es cierto —añadió Corinne.

Sospechar de cualquier cosa que diga una mujer en tales circunstancias es una deformación profesional de la policía. Aunque hay muchas violaciones reales, todavía hay muchas falsas. Existe también una leyenda muy arraigada dé que a las mujeres más bien les gusta que se las pegue. Arlette supuso que estas mujeres existían en alguna parte, pero ella no había conocido a ninguna.

—¿Así que estuvo aquella noche en Hautepierre?

—Hay una testigo, y puedo encontrarla. Cené con ella en Schiltigheim. Lo alargué deliberadamente para darme tiempo para calmarme. Es extraño, pero no quería que se supiera. Habría preocupado a mi esposo.

—Todos lo creemos, Madame. Sólo que la coincidencia está ahí. Esa gente estaba esperándola fuera de su casa. Debieron de esperar mucho rato.

—Sí, a mí también me sorprendió. Supongo que es de imaginar que se tomaron muchas molestias, y además tuvieron el trabajo de seguirme. Yo no estaba en condiciones de darme cuenta. Me metieron en mi coche y no en el suyo. Debía de estar preparado. Tenían un coche que les recogió en el campo. Así que al menos había cuatro, y al menos un coche.

Él la dejó hablar, afirmando con la cabeza de vez en cuando, tomando alguna nota ocasional.

—Echaremos un vistazo allí, aunque no es muy probable que encontremos nada.

—Eso mismo le dije al comisario. Ni siquiera estoy segura de reconocer el sitio exacto.

—Vamos a repasar los movimientos del día. Usted estaba en Geispolsheim. Y almorzó con su marido en la ciudad.

—Había estado viendo a esos estudiantes, los chicos con los que Marie-Line había salido.

—O sea que hay una secuencia en el tiempo, y quizás usted lo arregló mentalmente para que fuera coherente. Sin intención de confundir, lo admito. Pero ¿la historia parece más satisfactoria de esta manera?

—Esto lo había previsto. Hay alguna conexión, aunque admito que es poca. Aquella floristería tiene un cartel anunciando los dibujos de este chico. ¿No es demasiada coincidencia? Claro que cualquier artista coloca carteles donde puede. Pero ¿no es todo demasiado oportuno?

—Supongo que comprende que tengo que ser escéptico. Esta clase de autosugestión es muy corriente.

—Claro que lo entiendo, y por eso trato de responder con paciencia.

—Bien. Lo que tenemos es esto. Un tipo de paisano ha hecho algunas comprobaciones, con discreción. Este tipo, el artista, y esos cafés del barrio universitario. Es evidente, y se sabe. Todos trafican un poco. Estimulantes o píldoras sedantes; los médicos lo reparten y la gente lo vende. Asimismo, hay siempre pequeñas cantidades de marihuana y hachís. Los camioneros de largo recorrido cruzan la frontera aquí, y siempre llega material de Irán y Turquía. No mucho, porque los alemanes, y nosotros también, los vigilamos de cerca. Generalmente, los conductores se ganan algún dinero de bolsillo. ¿De acuerdo? Ahora, no existe ninguna prueba de que ese tráfico sea menos trivial que de costumbre.

—El comisario señaló que ninguna red de distribución real operaría en su propio territorio.

—Es cierto, y sólo saco a relucir el tema para decirle que no tiene que preocuparse por si implica a esa Siegel. Conocemos al doctor Siegel. Le conocemos lo suficiente para no querer en realidad conocerle mejor, si entiende lo que quiero decir.

—Lo entiendo —con una débil sonrisa.

—Ahora entraré en el asunto. No sabemos, así que tenemos que teorizar, y ver si algún hecho conocido tiende a confirmar esa hipótesis. Está bien, estamos hablando de narcóticos, narcóticos de verdad, no estimulantes para estudiantes. Bien, existe lo que el cine llama la Conexión Francesa, y lo hemos reventado, o se supone que lo hemos hecho, ¿bien? Una cosa así realmente no se revienta, sino que lo que hacemos es sacarle provecho y hacerle mucha publicidad. Encontrar un laboratorio ilegal, coger una gran cantidad de morfina y levantar muchos comentarios en la prensa, no gusta a esos chicos, es lógico.

»De modo que ahora nos enteramos de que la morfina viene de Holanda. Tal vez sea así o tal vez no, lo dejaremos a un lado. Supongamos que sí. Bien, aquí hay una planta en Geispolsheim a la que llega mucha mercancía de Holanda. Llegaré hasta aquí. Sólo es posible que sea así.

»Ahora llegamos a Demazis. Contable, pero revoloteaba bastante por ahí. No llama la atención, para utilizar una frase suya. Ningún signo externo raro, digamos. Posee este piso en la Rue de Labaroche, otra propiedad en la ciudad, de su esposa. Nada incompatible. Sigue la hipótesis. Hacen mucho negocio en Suiza, podía llevarse dinero allí, poco a la vez, un piso bonito en Zürich, digamos; nosotros no sabríamos nada. Se ha hecho siempre, hay cientos de ejemplos. Tiene un bonito negocio. Ahora, ¿por qué de repente iba a trastornar las cosas corriendo a usted con esta historia ridícula de que está recibiendo llamadas amenazadoras?

—Simplemente no tengo ni idea. El hecho es que lo hizo. Lo único que puedo pensar es que estaba tratando de ser listo. Formar algún tipo de seguro, o crear un pretexto para salir de una maraña que estaba empezando a preocuparle. Si yo empezaba a husmear en su existencia… quizás él habría podido utilizarlo como excusa. Tal vez pensara que yo era muy ingenua y que no tenía experiencia, lo cual Dios sabe que es cierto. Quizás había planeado decir que yo le estaba haciendo chantaje. Pero le mataron, así que nunca lo sabremos.

—No tenemos ninguna prueba de que le mataran —con tono de censura.

—Entonces quizá se mató él mismo. Puede que hubiera estado mostrando signos de intranquilidad o inestabilidad durante mucho tiempo. La esposa no dirá nada. Suceda lo que suceda él no nos dirá nada. Pero supongámoslo. Fui a ver a Madame Demazis. Digamos que el hecho es observado, y si ella sabe algo, puede pasar esta información. Y luego, por pura coincidencia, fui a la fábrica, y luego, bueno, estaba en la calle merodeando por la floristería. En realidad estaba haciendo tiempo, mientras esperaba a mi esposo. Pero si me hubieran visto, y si además se hubieran dado cuenta de que había estado en aquel estudio con la excusa de Marie-Line… ¿sería una señal de advertencia? ¿Sacarían la conclusión de que Demazis realmente me había dicho algo indiscreto?

—¿Pero de hecho no lo hizo?

—Le doy mi palabra de honor de que no lo hizo. No tengo ninguna ambición de ser detective. Fui a la policía judicial a preguntar si había algo extraño en su muerte.

—Sí, lo sé…

—Pero no lo sabía —dijo ella con acritud.

—Mmm —dijo Monsieur Papi, y se quedó en silencio, pasando páginas y haciendo señales en ellas.

Se apoderó de ella lo que rápidamente se fue convirtiendo en frenética irritación, y lo reprimió con firmeza.

Había que saber que el procedimiento policial normal siempre conduce a una frenética irritación. El aire de no ser nunca humanos, y comportarse como si tú tampoco lo fueras, es deliberado. Forma parte de una técnica ideada para sacudirte bien y luego ponerte cabeza abajo para escurrirte. Para hacerte dudar, para escurrirte. Para hacerte dudar, para que tengas que adivinar. Lo que de la pregunta y respuesta rápida, monosilábica y siniestra, va seguido muchas veces de una demostración locuaz de afabilidad, de confidencias fingidas. Mostrarán simpatía un segundo y hostilidad al siguiente, una estupidez confusa y una astucia sofisticada, el camarada que te da palmadas en la espalda y la frígida indiferencia. Acabas por no creer nada, desde tu propia identidad a la exactitud de tus propios sentidos. Ya no te fías del terreno que pisas, en cualquier momento se abrirá una trampilla bajo tus pies.

¿Cómo evitar que te corrompan? ¿Incluso el mejor y el más brillante, que conecta y desconecta como si fuera la corriente eléctrica, debe ser desensibilizado? ¿No son todos más que cínicas personas serviles, desde los de arriba, de voz suave, hasta los zoquetes de abajo, de voz áspera?

Ella sabía que no era así. El «policía compasivo» no es una ficción, ni una contradicción de términos. Pero requiere un carácter fuerte.

Y las mujeres… Miró a Corinne; robusta, sin imaginación, dura, mirando hacia el espacio con una deliberada expresión de vaca mientras jugueteaba con el lápiz, sin querer intercambiar ninguna mirada de secreta simpatía o de complicidad femenina.

—Está bien —dijo Papi de repente—. Eso es todo por hoy. Nos mantendremos en contacto, Madame.

—¿Para qué? —preguntó Arlette con temor, sabiendo que la respuesta sería como la de un médico: un franco aire alegre, pero tenemos que esperar los resultados de las pruebas, señora.

Él sonrió ampliamente, desapareciendo sus ojos en medio de las arrugas.

—La prioridad es que se le cure la mano. Lleve una vida normal. Y no se preocupe; está bajo protección policial.

—Vendré a verla —dijo Corinne.